Agapes funerarios

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Velación del cadáver. Gaubela

Cuando tenía lugar un fallecimiento era costumbre tradicional que los vecinos y allegados del difunto velaran su cadáver durante la noche que permanecía en la casa.

Esta costumbre recibe comúnmente los nombres de velatorio o gaubela. En Aria (N) se le denomina hilbeila-gaba. En Goizueta (N) gau-oska.

Ha sido una práctica muy común que la familia del difunto obsequiara a los asistentes al velatorio con algún refrigerio que se tomaba en la cocina o en la sala de la casa. Ninguna de las encuestas indica que tales refecciones tuvieran lugar en la sala mortuoria.

Los refrigerios ofrecidos presentan algunas variaciones:

En Artziniega (A), a los hombres asistentes al velatorio les-obsequiaban con vino. En Ayala (A) con carácter general con café con leche. En este mismo municipio a los componentes de la Cofradía de la Vera Cruz se les daba anís, pan, miel o algo semejante. En Obécuri (A), pan y orujo. En Gamboa (A), café con leche, galletas o pastas. En Laguardia (A) sopas de ajo. En San Román de San Millán (A) embutidos, café y licores.

En Beasain (G) vino y galletas. En Altza (G), en la década de los años veinte, era costumbre servir a los que quedaban hasta la media noche, zurruputuna, que consistía en una sopa de bacalao y a continuación, café[1].

En Bermeo (B), se servía coñac o anís con galletas. En Durango (B) hasta la medianoche se ofrecía pan y queso con vino. De madrugada, licores con café o café con leche. En Carranza (B), vino a los hombres y café con leche a las mujeres.

En Sangüesa (N), se tomaba café con leche y pastas durante las velaciones. Entre los hombres asistentes al rezo del rosario se pasaba la bota de vino. En Artajona (N), se ofrecía asimismo vino a los hombres.

En Liginaga (Ip), dos vecinos, aizuak, se encargaban de velar el cadáver durante la noche y ocupaban el tiempo rezando el rosario. La familia les obsequiaba con una breve refección de pan, queso y vino.

La costumbre de velar el cadáver durante la noche hoy en día está cayendo en desuso, aunque perduran las visitas de pésame a la familia del difunto, que normalmente continúa obsequiando con algún refrigerio a los asistentes.

La caridad. Karidadea

Con independencia del banquete de funeral, restringido al ámbito de los parientes y al que luego nos referiremos, ha sido costumbre, en muchos lugares de Vasconia, obsequiar con un refrigerio a los asistentes al funeral. A esta atención que primitivamente consistió en pan y vino, se le ha llamado karidadea o la caridad. Los asistentes al entierro guardaban un poco de este pan para llevarlo a casa y repartirlo, a modo de símbolo, entre sus familiares.

En las encuestas se recogen numerosos datos que reflejan esta antigua costumbre. En Apodaca (A), el día del funeral se hacía hornada especial de pan y se consumían varios pellejos de vino. Igual práctica se recoge también en otras localidades de Álava como San Román de San Millán, Gamboa, Narvaja y Bernedo. En Obécuri, comarca de Bernedo, además de pan y vino se daban nueces a los vecinos que asistían al entierro.

En Narvaja (A) al término del funeral los asistentes se acercaban a la casa del finado y allí tomaban pan y vino. Este refrigerio se realizaba en el portal de la casa, o fuera si hacía buen tiempo.

En Zerain (G), los dos vecinos próximos a la casa del fallecido, después del funeral, ofrecían a los hombres rebanadas de pan y vasitos de vino en sendas bandejas. Las esposas de aquellos procedían de forma similar ofreciéndoles vino dulce a las mujeres. Todos bebían de los vasos comunes, apurándolos de un sorbo y volviéndolos a llenar. Hacia los años cuarenta el pan fue sustituido por galletas.

El vino se servía de una botella especial, de unos cinco litros en San Román de San Millán (A) y de unos tres en Zerain (G). En esta última localidad se conocía el envase con el nombre de entierro-botella. También los vasos eran privativos de este refrigerio.

En la década de los años veinte, Barandiarán recogía en Otazu (A) costumbres relativas a estos refrigerios funerarios[2].

Entre los asistentes al funeral se distinguían los vecinos y personas forasteras de los que se decía que iban de caridad, de aquellos que siendo parientes iban de honra, es decir por obligación.

Terminado el funeral se repartía la caridad. Así llamaban al pan y vino que se servía en estas ocasiones entre los no parientes que se hallaban colocados ordenadamente fuera de la casa del difunto en la era y prados próximos Después de la cuarta reinque (trago), se juntaban todos alrededor de un anciano, quien dirigía el rezo de dos padrenuestros, una salve y un credo y terminaba con estas palabras: «En el cielo nos veamos todos». Entonces un mozo se acercaba al anciano y le ofrecía vino. El anciano se descubría y lo bebía y lo mismo hacían todos los presentes.

Entre tanto, en el interior de la casa mortuoria, la gente de honra se retiraba a dos habitaciones: los hombres a una y las mujeres a otra, donde guardaban perfecto silencio. Un mozo servía a los hombres un trago de vino. Pasado un rato volvía a obsequiarles con lo mismo. Después les servía pan y queso y a la despedida pasas (catorce o veinte a cada uno), de las que todos guardaban algunas para distribuirlas entre sus familiares, los cuales quedaban, por lo mismo, obligados a rezar por el difunto.

Las dos jóvenes que, durante el funeral hubieran estado encargadas del cuidado de las luces de la sepultura servían en la otra habitación las mismas cosas con que habían sido obsequiados los hombres, más chocolate con bizcochos, a las mujeres de honra las cuales guardaban también algunas pasas para sus respectivas familias.

Concluida esta merienda, el mozo que había servido a los hombres rezaba con estos dos padrenuestros, una salve y un credo, terminando con las palabras requiescat in pace. Después hacía lo mismo en la habitación donde se hallaban las mujeres. En ambas habitaciones solía haber una bandeja sobre una mesa, donde todos los que estaban de honra depositaban dos pesetas o una, según que al mediodía hubieren estado o no a comer en la casa mortuoria.

Banquete funerario. Enterramenduko bazkaria

Las comidas ligadas a las exequias han perdurado de forma generalizada hasta hace treinta años. En nuestros días esta práctica no tiene vigencia general, al haberse introducido en la Iglesia los cambios litúrgicos que permiten celebrar las misas de funeral por la tarde. Por otra parte, los medios de transporte ofrecen mayores posibilidades de traslado a cualquier punto.

En tiempos anteriores este banquete funerario, entierro-bazkari (Elosua-Bergara-G), hilarioko bazkari (Aria-N), enterramenduko bazkari (Ispoure-Ip), mezatako bazkari (Sara-Ip), tenía lugar en la misma casa mortuoria. Pero ya a primeros de este siglo se realizaba más a menudo en una taberna u hospedería de la localidad.

En su forma más neta, este banquete reunía a los miembros de la familia troncal que, hasta el tercer grado, estaban obligados a la asistencia a las honras fúnebres. La comida era presidida por un sacerdote y por un miembro varón de la casa del fallecido, siendo comensales los parientes del finado, hombres y mujeres. También participaba el primer vecino de la casa y, en algunos casos, los vecinos portadores del féretro, andarijjek en Amorebieta (B), hilketariak en Osses-Ortzaize (Ip), garraieri en Arráyoz (N) y el portador de la cruz.

La comida comenzaba con una oración prolongada, rosario o varios padrenuestros, y concluía con un responso o pater noster, recitado por el sacerdote o en su caso por el pariente más anciano.

Tenía una composición similar a una comida festiva: caldo o sopa, garbanzos con berza o alubias y en ocasiones, paella; carne con tomate o pimientos, o carne asada, pollo, conejos, bacalao o lomo.

En algunas localidades se recuerdan las matanzas de animales domésticos para este banquete: oveja o cabra en Apodaca, Aramaio, Bernedo (A); una vaca o buey en San Román de San Millán (A), gallinas en Carranza (B). En Elosua-Bergara (G) en 1932, se sacrificó un ternero en el pórtico de la Iglesia y el banquete, al que acudió un centenar de comensales, se compuso de caldo, berza, garbanzos y carne, postre, vino, café y licores.

La costumbre de comer garbanzos en los banquetes funerarios ha sido muy común. Un dicho sarcástico de Aria (N) lo recoge: «Fite ianbiartu garbantzuek hire kostura» (Pronto hemos de comer garbanzos a tu costa).

En muchos lugares el postre de esta comida de entierro eran pasas y queso. Los convidados solían llevar un puñado de pasas a sus casas y los repartían entre sus familiares a fin de que cada uno rezase por lo menos un Pater noster por el alma del difunto.

En Arráyoz (N) hasta la última reforma litúrgica, la conducción del cadáver al cementerio se hacía al poco de la defunción, sin misa funeral y con reducida asistencia de público. A los portadores, garraieri, se les daba una cena después del entierro en la casa del difunto. Se trataba de hombres que solían ofrecerse a llevar el ataud.

En Monreal (N), eran platos tradicionales del banquete funerario: garbanzos, carne cocida y asada y para postre compota de ciruelas y orejones.

En San Martín de Unx (N) hasta hace unos anos solamente se ofrecía el banquete a los familiares del difunto venidos de otra población. La comida podía consistir en ensalada, sopa, potaje, cordero o conejo, postre, café, copa de licor y cigarro puro. A los demás familiares se les ofrecía pastas, pastas de muerto las llamaban, y vino.

En Ostibarre (Ip) después de los funerales, okasioneak, se tomaba una comida de sopa, tourin, a veces de verduras, marluza, bacalao con patatas hervidas, queso, vino y café.

En Ispoure (Ip), se regalaban a la familia del difunto, huevos, gallinas, café y azúcar para contribuir a la comida que seguía al funeral y entierro, enterramenduko bazkaria. El menú consistía en oilho-salda, caldo de gallina, haragia tomatiarekin, carne con tomate, ahatxiki-errakia, ternera asada, o bien oilhoa irrizarekin, gallina con arroz. El asado era acompañado de patatas fritas, lursahar fritatiekin, ensalada, entzelada, queso, gasna, arroz con leche, irrisa esnean. Posteriormente se servía crema; hacia 1920, natillas, esne-opila. Se terminaba con café, licor digestivo, aguerdinta, aguardiente, o ron.

En estas comidas de entierro se toma carne. Pero si tenían lugar en los viernes del año y en los días de vigilia de la Semana Santa, miércoles, jueves, viernes y sábado, la composición de esta comida consistía en ilhar-salda, sopa de legumbres y guisantes; alubias blancas en salsa con huevos, arroltzia tomatiearekin, huevos con tomate, o sardinas en aceite. Arroz con leche, café y licor digestivo.

En Iholdi (Ip), en las comidas de los entierros que tenían lugar en Cuaresma se tomaba un plato de huevos duros o con salsa de tomate y bacalao con patatas.

En Dohozti (Ip), la comida del entierro, enterramenduko bazkaria, de ordinario, consistía en carne con tomate, pollo, queso y café.

En Sara (Ip), mezatako bazkaria, la comida de las misas, constaba de caldo de carne, carne guisada y café.

En nuestros días, en muchos de los pueblos encuestador, ha caído en desuso la costumbre de las comidas funerarias. Sin embargo en pueblos y barrios rurales se mantiene la práctica de obsequiar con diversos refrigerios después del funeral a parientes y allegados.


 
  1. ETXEBERRIA, Francisco de. «Creencias y ritos funerarios en Altza», in Anuario de Eusko Folklore, III. Vitoria, 1923, p. 95.
  2. BARANDIARAN, José Miguel de. «Creencias y ritos funerarios en Otazu», in Anuario de Eusko Folklore, III . Vitoria, 1923, pp. 64-67.