El pan de ofrendas. Olata

De Atlas Etnográfico de Vasconia
Saltar a: navegación, buscar

En el funeral. Aurrogia

Hasta los años sesenta, en muchas poblaciones de Bizkaia, el cortejo fúnebre lo abría una mujer que, en una cestita cubierta con un paño blanco, llevaba un pan. A este pan ritual se le llamaba aurrogi (Zeanuri-B).

En Liginaga (Ip), una ahijada del difunto o una vecina portaba en el cortejo una cesta con uno o dos panes de un kilo, txoin, según fuese el difunto casado o soltero. Tales panes se entregaban después al cura. Este dato se ha tomado de la encuesta realizada por José Miguel de Barandiarán a comienzos de los años cuarenta. En dicha época ya no se llevaban ofrendas a la iglesia con motivo de funerales, pero sí hasta hacía algunos años atrás. Se decía que los panes ofrendados durante el oficio fúnebre perdían toda su sustancia nutritiva, la cual, según la creencia popular, había servido de alimento al alma del difunto en cuyo sufragio se hacían las exequias.

En Elosua-Bergara (G), aproximadamente hasta 1960, el día del entierro se llevaba a la iglesia la ofrenda, ofrandia. Una hija del vecino más proximo, etxekonekua, vestida de negro y con mantilla de dibujo, llevaba sobre la cabeza un rodete negro, zorkia, y encima una cesta conteniendo un pan redondo, olatia, cubierto con un pañuelo negro y blanco, con tres picos que colgaban fuera de la cesta. Esta portadora, ogiduna, encabezaba el cortejo fúnebre. La cesta se colocaba en la iglesia, en la sepultura de la casa del difunto y durante el novenario, beatziurrena, la serora, damaikesia, era la encargada de llevar y traer este pan a la sepultura.

Pan bendito. Fuente: Fragmento de pintura de V. Zubiaurre.

En Amorebieta (B), durante las exequias, la mujer que abría la comitiva conducía en una cesta unos panes especiales llamados ritxek que dejaba delante del altar. El cura se encargaba de recoger estos panes a la conclusión del funeral.

En Bernedo (A), los familiares de la casa del difunto acudían a la misa de funeral con una ofrenda de pan consistente en tres tortas. Al domingo siguiente, la ofrenda, consistente en tres tortas por familia, correspondía a los familiares que venían de otras poblaciones.

En Aria (N) se hacía un pan llamado ofrenda que antiguamente, al igual que en Bernedo (A), los familiares del difunto lo llevaban al templo el día del funeral. El número de ofrendas se correspondía con el de misas sufragadas y podía alcanzar dos, tres o cuatro en función de los recursos económicos de la familia. Estaban destinadas al párroco. En la iglesia de Abaurrea Baja (N) en el año 1970 todavía se conservaba un banco cuyo respaldo tenía en uno de sus extremos una especie de bandeja de forma circular, que era precisamente el lugar donde se depositaban las ofrendas.

En Gamboa (A), durante la misa, se ofrendaban varios panes pequeños o tortas en una cesta de mimbre reservada para tales ocasiones. Se entregaba el cestaño al cura el cual rezaba un padrenuestro y bendecía el pan. En unos casos, el pan se repartía entre los asistentes a la función religiosa y en otros, el sacerdote devolvía el pan y recibía a cambio otro presente, como una fanega de trigo por ejemplo.

Hasta el año 1967 se mantuvo en Sangüesa (N) la costumbre del pan de almas. Al comienzo del ofertorio de todas las misas de funeral o aniversario, la mandarresa presentaba un pan al sacerdote, que lo recogía en la barandilla del comulgatorio. Era un chosne de alrededor de un kilo de peso. Dependiendo de la categoría del entierro, se ofrecían más o menos piezas: tres en los de primera, dos en los de segunda y uno en los de tercera. Finalizada la misa se los que-daba el celebrante, quien, en algunas ocasiones,los compartía con el sacristán y los monaguillos.

Ofrendas de pan en la sepultura familiar

Hasta la década de los años treinta, en Zeanuri (B) se llevaban a la sepultura familiar de la iglesia unas tortas de pan de nombre olata, oblada. Los familiares del difunto recientemente fallecido, ilbarri, acudían con la oblata todos los domingos durante un año a la misa mayor. Estos panes los recogían las amas de cura, llaberak.

Idéntica costumbre se conoció en Aramaio (A), donde la torta, olata, también era recogida por el ama del cura, amakaza. Al elaborar estas tortas, se untaban con yema de huevo antes de meterlas al horno. Hay un recitado infantil que hace referencia a este tema:

Kukurruku Jaune,
Non da aittejaune?
Zeruetan Jaune.
Zetan zeruetan?
Artue karanketan
Artue zetako?
Oilluendako
Oillue zetako?
Arraultzie eitteko
Arraultzie zetako?
Olatie eitteko
Olatie zetako?
Abadiendako.
Zetako abadie?
Mezie emoteko.
Mezie zetako?
Aingerutxo bixen
artien ipini
ta zerure juateko.
Kukurruku señor
¿Dónde está el abuelo?
En el cielo, señor.
Y ¿qué hace en el cielo?
Desgrana maíz.
¿Para qué el maíz?
Para las gallinas.
¿Para qué la gallina?
Para poner huevos.
¿Para qué el huevo?
Para hacer oblada.
¿Para qué la oblada?
Para los curas.
¿Para qué el cura?
Para que diga Misa.
¿Para qué la Misa?
Para que flanqueado por
dos angelitos
suba al cielo.

En torno a 1970 se perdió esta costumbre. En el casco urbano aún más antiguamente, en la década de los cuarenta.

En Beasain (G) no se recuerda que se llevaran a la iglesia alimentos como ofrenda en las exequias, pero sí durante el primer año siguiente. La mujer del hogar, etxekoandre, depositaba un pan en el templo en la sepultura de la casa, jarleku, durante la misa mayor para que después quedara como ofrenda para el sacerdote.

Antiguamente, las familias de Zerain (G) aportaban durante el ofertorio de la misa mayor un pan denominado oblata, cuyo tamaño y peso oscilaba, de acuerdo con la categoría del funeral, de una a cuatro libras. Lo entregaban durante el año de duelo todos los domingos y días festivos y semifestivos. Después de la guerra de 1936, ante las dificultades para obtener harina y la escasez de alimentos, se acordó sustituir la ofrenda de pan por una cantidad de dinero equivalente a su valor.

En Lekunberri (N) se llamaba pan de almas al pan que la familia del difunto llevaba a la iglesia durante el novenario y el año de luto. Un familiar, de ordinario la etxekoandre, depositaba el pan en una cesta al efecto y besaba la estola del cura. En la postguerra y ante la penuria de pan, llevaban durante todo el año el mismo bollo de pan duro para cumplir el rito, y luego pagaban al cura el equivalente en dinero del pan fresco que en circunstancias no tan penosas hubieran aportado más el precio establecido por el responso.

Durante todos los domingos del primer año de luto, en San Román de San Millán (A) se asistía a la iglesia con una otana de pan, oblada, que se ofrecía al celebrante al tiempo del ofertorio. Ciertos días se troceaba y los comulgantes lo comían al besar la paz, Pax tecum, como pan bendito. También se ofrendaban obladas en los días de aniversario, dando cumplimiento a la voluntad del difunto expresada en su testamento.

En tiempos pasados en Améscoa Baja (N) se conocía como pan añal, al trozo de pan que la familia del difunto llevaba a la Iglesia durante el año siguiente a su muerte para ofrecerlo en la misa. Como resto de esta práctica antigua quedaba aún, a principios de este siglo, la costumbre de que las familias pudientes del pueblo hicieran ofrenda de pan en la misa cantada de Difuntos que se celebraba el día de Animas (2 de Noviembre) y el día de San Lázaro (lunes de la semana de Pasión). Este pan lo repartía el cura en la sacristía entre los niños de la localidad, una vez concluida la misa y los responsos. «No faltaba a este reparto ni un chico, y aquel pan parecía tener algo especial».

En Andraka-Lemoniz (B), durante el año de luto, el sacristán pasaba por las sepulturas, yarlekuak, de difuntos recientes al finalizar la misa dominical y recogía el fruto de la ofrenda, consistente en unos panecillos alargados, ogi zalatu. Este uso desapareció en la década de los años cincuenta.

Cestilla para portar el pan funerario o “aurrogie”. Zeanuri (B). Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.

En Eugui (N) se rezaban los responsos todos los domingos después de la misa y a ellos asistían las mujeres. Delante del cura se colocaba un cestillo, donde depositaban durante el responso los trozos de pan que habían traído de sus casas. El pan de difuntos se denominaba ola-da. Además del pan, se ofrecían céntimos en el bonete del sacerdote.

Una informante de Durango (B) señala que bastantes años antes de la última guerra civil, a los nueve días de haber muerto un familiar, vecino o amigo se acudía a la iglesia con un pan de libra que «se echaba a la manta». Más tarde, esta ofrenda fue sustituida por 20 céntimos. El pan que se entregaba en el templo se repartía entre los sacristanes txikitos (monaguillos que ayudaban al sacristán). La manta era el término con el que se designaba en Durango a la sepultura familiar

En la festividad de Todos los Santos y en el Día de Difuntos

En Olaeta (Aramaio-A) acudían a la iglesia el día de Todos los Santos con unos panecillos caseros de forma triangular, olata, hechos de víspera o varios días antes. Dichos panecillos se tenían en la sepultura hasta el ofertorio de la misa mayor, momento en que los recogían en dos bolsas. Finalizada la función religiosa, el sacristán y el primer mayordomo los trasladaban a la sacristía. (En Amorebieta-B el sacerdote rezaba un responso en cada sepultura, antes de retirar los panecillos). En este recinto se procedía al reparto, reservándose unos cuantos para el párroco y quedando los restantes a disposición de los monaguillos y de los niños y niñas. El día de Difuntos o de Animas también se llevaban panecillos a la iglesia, con la diferencia de que en esta fecha los parientes se intercambiaban mutuamente en las sepulturas ofrendas de pan, cera y monedas para responsos. Los panecillos se recogían en el ofertorio. Al terminar la ceremonia religiosa se reservaban unos cuantos para el señor cura y los monaguillos, y el mayordomo de las ánimas (siempre un soltero) transportaba los restantes a la taberna del pueblo, ubicada en la casa consistorial; allí se preparaba una comida que se tomaba con dichos panecillos y vino suministrado por el alcalde de barrio. Los hombres pasaban así la tarde y al toque de Angelus se retiraban a sus hogares tras rezar un responso a la ánimas del purgatorio[1].

Por Todos los Santos, las familias de Bernedo (A) ofrendaban tres tortas cada una y al día siguiente ofrendaban dos.

En Lagrán (A), por Todos los Santos, las mujeres iban a la misa mayor con unas pequeñas tortas llamadas hortejos que ofrecían al ofertorio. Tras el acto religioso se repartían algunas piezas entre los chicos asistentes. Al día siguiente se hacía otro tanto.

Antiguamente en Carranza (B), el dos de noviembre concurría todo el vecindario, acompañado de los niños y las niñas, a la misa de la mañana que se celebraba por los difuntos, llevando las roscas, tortas o panes amasados al objeto. Concluida la ceremonia, en el pórtico de la iglesia o en la casa del cura, se repartía entre los pequeños el pan recogido, tras rezar por los pobres del pueblo[2].

En Legazpia (G), los miembros de la casa en que hubiese fallecido algún familiar durante el año, acudían el día de las Animas a la iglesia con panes y una vela. Es lo que explica que se hicieran tantas hornadas en la víspera de Todos los Santos.

En Eugui (N) este mismo día de Animas, el ama del cura, txerbitxeri, repartía bollos de pan, proporcionados precisamente por las familias del pueblo, entre los niños de la escuela durante el recreo.

El día de Todos los Santos, algunas mujeres de Lezaun (N) llevaban a la iglesia la ofrenda, consistente en un pan, excepción hecha de las de familias ricas que presentaban dos. Estos panes se colocaban en el altar para que el sacerdote los bendijera. Al día siguiente, día de Animas, se troceaban para dárselos a los chicos y chicas de la escuela. En la década de los años sesenta se abandonó esta práctica.

En Monreal (N), las mujeres no portaban pan a la fuesa de la iglesia con motivo de los funerales; únicamente lo hacían el día de Almas. El párroco repartía después aquellos panes entre los escolares.

En Obanos (N), la costumbre de conducir pan al añal de la iglesia junto con las velas y el robo de trigo el día de Almas, perduró hasta los años setenta. Al terminar los responsos, los monaguillos recogían en unos cestos todos los panes y salían al porche a repartir entre los chicos el pan de almas.

En Sangüesa (N), en las misas del 1 y 2 de noviembre, los familiares de los difuntos fallecidos durante el año encendían los añales, en los que colocaban pan. Después de la misa recogían los panes y también las talegas de trigo, cargadas con mayor o menor cantidad de grano, según la posición económica de la familia del difunto.

PROCESO DE FABRICACIÓN DEL PAN. ZEANURI (B), 1980.

Calentando el agua. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Desleyendo la levadura. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Agregando agua caliente. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Mezclando los componentes. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Vertiendo más agua. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Amasamiento. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Cubriendo la masa para que fermente. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Amasamiento simultáneo del pan de maíz. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Pan de maíz ya modelado. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Modelado de las piezas de pan. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Pieza de pan modelada. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Haciendo cortes al pan. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Raspando la artesa para limpiarla. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Panes dispuestos para la segunda fermentación. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Cubriendo las piezas de pan. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Abriendo los cortes tras la fermentación. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Punzando las piezas de pan. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Punzando las tortas o “pamitxak”. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Cargando el horno. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Encendido del horno. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Calentamiento del horno. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Útiles empleados en el horno. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Horno caliente, “labea-zuri”. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Retirando las brasas de la solera. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Confección de la escoba, “ipizki”. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Barriendo la solera. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Introducción del pan. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Disposición de los panes en el horno. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Dando brillo al pan. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.
Panes enfriándose. Fuente: Ander Manterola, Grupos Etniker Euskalerria.


 
  1. ZAMALLOA, Félix. «Fiestas populares en Olaeta: Todos los Santos y día de difuntos o ánimas» in Anuario de Eusko Folklore, II. San Sebastián, 1922, pp. 97-98.
  2. VICARIO de la PENA, N. El Noble y Leal Valle de Carranza. Bilbao, 1975, p.306.