La actividad del molino dependía de la cantidad de agua que le aportaba el río. Aunque un molino venía a funcionar a lo largo de todo el año, su producción mayor tenía lugar desde los primeros días de noviembre hasta el mes de marzo. A la abundancia de agua en los ríos durante estos meses se sumaban las exigencias del calendario agrícola-ganadero. El trigo ya estaba almacenado en las casas desde los meses de verano y el maíz se recogía a finales de septiembre. Por esas fechas, en la economía rural comenzaba el engorde intensivo de cerdos y terneros que finalizaba hacia el mes de marzo.
A esta época del año y a estas necesidades domésticas aludía poéticamente la canción popular:
- Kandelario-lario,
- hatxari ure dario,
- erroteari urune;
- haxe da guk beogune [behar dogune].
- (Candelaria-laria [2 de febrero],
- de las peñas mana el agua,
- del molino la harina;
- es eso lo que necesitamos).
Durante la primavera y el verano se reduce la actividad del molino respondiendo a las necesidades de harina para fabricar el pan doméstico, erraria, en las hornadas, labasuak, que tenían lugar generalmente cada semana.
Durante el estiaje, la escasez de agua obligaba al molinero a estar a la espera de la avenida que se producía cuando el molino situado más arriba del suyo en el río comenzaba a funcionar soltando así el agua tras la molienda. Con este golpe de agua despertaba el río, “ure bizkor eta bitsegaz etorten zan”. A esta avenida momentánea se le denominaba urutue.
Hay que tener en cuenta que en los ríos o corrientes de agua que descendían en pendiente pronunciada, como ocurre frecuentemente en la vertiente atlántica, los molinos se ubicaban escalonados a corta distancia unos de otros. En un tramo de dos kilómetros podían asentarse tres o cuatro molinos que eran accionados por la misma corriente de agua.
Cuando el estanque o depósito del agua, andaparea, tenía poca agua decaía la presión y las turbinas o rodetes reducían su velocidad de giro. Esta situación denominaban los molineros: “ur narrasan eiho”, moler a baja presión.
La agonía y la desaparición de los molinos tradicionales es un claro exponente de la transformación de un modo de vida: la de la agricultura de explotación familiar cuyo recurso básico era la obtención de trigo y maíz para elaborar el pan doméstico en sus distintas modalidades, así como para alimentar a los animales con los que se convivía.
La siembra y obtención de los cereales, sobre todo en la vertiente atlántica de Vasconia, fue decayendo a lo largo del siglo XX. Sus recursos locales fueron sustituidos gradualmente por fábricas harineras y por panaderías industriales que surtían con toda clase de pan a los pueblos y aldeas más alejados.
El molino tradicional con su sistema de cobro en especie, maquila o mendea, lakea, era exponente de un régimen económico en el que el dinero no era el único medio de pagar los servicios. En muchos casos era el propio molinero quien comercializaba los excedentes de la producción de grano.
Aquellos que tenían trigo o maíz en abundancia se lo prestaban al molinero para que este pudiera surtir a sus clientes habituales que carecían de grano. A esta prestación se le denominaba en Zeanuri (B), zaharbarriarte, el grano viejo hasta que venga el nuevo.
Estas prestaciones tenían lugar, sobre todo, en los meses que iban de abril a agosto, cuando había menguado el producto de la cosecha del año anterior. Los retornos tenían lugar a partir de septiembre, una vez que se había obtenido el grano de las nuevas cosechas.
Canteras de piedras de moler
En Treviño y La Puebla de Arganzón (A) las canteras de extracción de piedras de moler constituyen el apartado más destacado en el Condado. Su calidad y cantidad dieron renombre a Treviño en toda Álava y fuera de ella. La última que ha permanecido en activo ha sido la de Torre, perteneciente a la familia de canteros Valencia, originaria de la localidad navarra de Marañón. Las últimas piedras se extrajeron en el año 1962. También ha habido canteras en Samiano, La Puebla de Arganzón y Arrieta.