Quema del jergón. Lastaira erre
En las primeras décadas de este siglo, en el territorio de Vasconia, estuvo muy extendida la costumbre de quemar el jergón de la cama donde hubiese muerto una persona.
Los jergones eran comúnmente de paja o perfolla de maíz; de ahí que sus nombres en euskera contengan el término lasto, paja. Lastaira / lastaida / lastaia / lastarria / bastaira (Aduna, Beasain, Zegama, Zerain-G, Ezkurra, Goizueta-N, Sara-L), lastuntzia (Liginaga-Z), lastamarra / lastamarraga (Zeanuri, Meñaka, Kortezubi, Zeberio-B).
La quema del jergón era una labor que incumbía a los vecinos. Barandiarán sugiere que la combustión de objetos puede ser una ofrenda o rito fúnebre, símbolo de viejos sacrificios[1].
Esta quema que estaba ritualizada había que realizarla en el cruce de caminos más próximo a la casa mortuoria. A veces se hacía en el camino de la iglesia, eleizbidea, pero siempre cerca de la casa donde se había producido el fallecimiento. Los vecinos al proceder a esta quema acostumbraban rezar un Padre nuestro u otras oraciones. En algunas poblaciones asperjaban la hoguera con agua bendita. Las cenizas que quedaban en el lugar de la combustión recordaban que alguien había muerto en las proximidades y los transeúntes rogaban por su alma[2].
Algunos informantes actuales señalan que la quema se hacía por razones de higiene o para evitar infecciones contagiosas pero popularmente persistía la creencia de que servía para destruir enfermedades que podían haber sido enviadas por una bruja y que habrían quedado entre los restos de la perfolla del colchón. Cuando los jergones pasaron a ser de muelle cayó esta práctica. De todos modos, en algunas de las localidades sobre todo del País Vasco continental, durante algún tiempo, se continuó quemando un manojo de paja delante de la casa mortuoria, cuando el cortejo fúnebre regresaba a ella tras las exequias para la celebración del banquete funerario[3].
En Sara (L), durante la celebración del oficio fúnebre, los familiares del difunto sacaban fuera de casa el jergón, lastaira, de la cama donde ocurrió la defunción, lo llevaban a una encrucijada del camino de iglesia, elizbidea, y allí lo quemaban. Si el jergón no era de paja, no lo sacaban, sino que llevaban a la encrucijada un poco de perfolla de maíz (material del jergón de paja) y lo quemaban. Este fuego y los residuos de la combustión recordaban al viandante que pasaba por el lugar, la defunción ocurrida en la casa próxima y le invitaban a que rezase una plegaria por el muerto[4].
También en Liginaga (Z) existió la costumbre de quemar el jergón, lastuntzia, de la cama donde había muerto una persona. Esta operación se ejecutaba durante el entierro. Se procedía así a fin de destruir las enfermedades que, enviadas por alguna bruja, pudiera haber entre la perfolla de que estaba hecho el jergón. Un cruce de sendas de la huerta de la casa mortuoria era el sitio donde tenía lugar este rito[5].
En las localidades bajonavarras de Donoztiri, Iholdi, Irisarri y Suhuskune también existió la costumbre de quemar el jergón de la cama del muerto en el portal de la casa mortuoria durante las exequias[6].
En las encuestas realizadas recientemente (año 1990) en el País Vasco continental, los informantes apenas guardan memoria de la antigua tradición de la quema del jergón.
En Gamarte (BN), durante el entierro se quemaba ante la casa del difunto una brazada de paja. En Lartzabale (BN) recuerdan que hace tiempo que no se quema la paillase, lasto-untzia, delante de la casa durante los funerales.
En Armendaritze (BN) dicen que un familiar del difunto quemaba el colchón cerca de la casa por motivos sanitarios o para evitar peligro de contagio (Bidarrai, Gamarte-BN, Hendaia-L); si el muerto había padecido una larga enfermedad (Heleta-BN) o en caso de epidemia (Urruña-L).
En otras localidades señalan que generalmente se lavaba la lana del colchón, se cardaba, harrotzen, y se aprovechaba (Bidarrai, Heleta, Izpura-BN). No les parecía que el colchón pudiera tener nada inconveniente, «ez zaiku iduritu deusik bazuela ere» (Lekunberri-BN) y, en todo caso, se daban los enseres del difunto a los necesitados (Hazparne-L).
En Urdiñarbe (Z), en una huerta de la casa se quemaba la almohada del difunto. Se deshacía antes de darle fuego y se examinaban atentamente las plumas que se hubieran hecho bolas, comprobándose de este modo si al muerto le habían aojado.
Por lo que respecta a Alava, en Amézaga de Zuya, Apodaca, Aramaio, Berganzo, Bernedo, Gamboa, Laguardia, Llodio, Mendiola, Moreda, Pipaón, Ribera Alta, Salcedo y San Román de San Millán, quemaban el colchón del difunto si tenía peligro de contagio, peco, (Bernedo). Atribuyen a razones higiénicas tal práctica que no siempre se seguía ya que, cuando era de lana, procuraban lavarlo.
Se quemaba en la huerta (Amézaga de Zuya, Aramaio, Berganzo, Llodio, Mendiola, Moreda), en la rain, pieza o heredad inmediata a la casa, (Gamboa) o en la era (Pipaón). Normalmente en el exterior; a veces sin que hubiera un lugar concreto (Laguardia), aunque en Moreda lo quemaran en la recocina.
Se ocupaban de ello los familiares del difunto a los pocos días del entierro. En Pipaón procuraban hacerlo al día siguiente de los funerales. En la localidad de Salcedo le atribuyen la significación de que, a la vez que mataban la enfermedad, ahuyentaban a los malos espíritus con el fuego.
En Bizkaia se recuerda la quema del jergón del difunto hecho de panojas de maíz, lastamarra, (Abadiano, Amorebieta-Etxano, Zeberio) o kaloka (Lemoiz). En Zeanuri quemaban este jergón, lastamarragea, delante de la casa junto al camino. Una informante recuerda una quema de éstas en la segunda década de este siglo, en el hoy desaparecido barrio de Alkibar.
En Busturia lo quemaban en un cruce de caminos porque en estos lugares esperan las almas en pena y tenía que hacerse antes de que regresaran del funeral los asistentes. En Lemoiz se quemaba al noveno día después de la muerte y en Bermeo, en el lugar denominado Tompón, uno o dos días después del entierro. En Amorebieta-Etxano, Gorozika y Orozko lo quemaban delante de la casa en una huerta.
Esta práctica de quemar el jergón de panochas de maíz, txuikiña o artazorroa (Amezketa), artamaluta (Arrasate, Elosua), lastaia (Beasain, Zerain, Goizueta), mutxikiña (Bidegoian), cuando se ha producido una muerte estuvo también muy arraigada en Gipuzkoa, donde por razones sanitarias la familia, ayudada a veces por vecinos (Getaria), lo quemaba en la playa o en un cruce de caminos (Hondarribia y Zerain). Se hacía «por costumbre» (Elosua), por «higiene» (A mezketa, Berastegi, Ezkio) o «por destruir las enfermedades que, enviadas por algún espíritu maligno, pudiera haber entre las hojas de maíz» (Arrasate). En Gatzaga quemaban las hojas de maíz, lastoa, en un rincón de la huerta.
En Beasain y Bidegoian lo quemaban al día siguiente del funeral y en Zerain, al atardecer del día del entierro.
En Irún el jergón se llevaba a una encrucijada y era quemado mientras las campanas de la iglesia tocaban a muerto. Le prendían fuego con una vela de cera bendecida, echando previamente sobre él unas gotas de esta cera. Mientras ardía, la persona que sostenía la vela rezaba un padrenuestro[7].
En Navarra, tal como se recoge en nuestras encuestas, parece que sólo se quemaba por «razones de higiene». En la localidad de Goizueta, sin embargo, los baserritarras lo quemaban en la primera cruz del camino, y los del núcleo, kale koek, en la huerta. Buscaban con esta práctica «ahuyentar la enfermedad y los vestigios de la muerte», eriotzaren aztarnak. Podía quemarse también por miedo a dormir en la misma cama (Lekunberri), por escrúpulos (Lezaun) o por «costumbre» (Viana). En Artajona lo quemaban al día siguiente del entierro.
Las encuestas realizadas en el primer cuarto del siglo consignaban la vigencia de esta práctica.
Así, en Orozko (B) se quemaba antes de que el cadáver saliera de la casa en un camino poco frecuentado[8].
En Bedia (B) lo llevaban al crucero más cercano para quemarlo, operación que se ejecutaba en cuanto salía el cadáver de casa. En Berriz (B) se quemaba el jergón de la cama del difunto en la encrucijada más próxima. No tenían fecha fija para cumplir tal práctica[9].
También en Meñaka (B) se observó la costumbre de quemar el jergón, lastamarragia. El rito se llevaba a cabo en una encrucijada, para que los viandantes rezasen un paternoster por el difunto, al ver las cenizas. La tradición se perdió a medida que los jergones de muelle fueron sustituyendo a los de paja. En Kortezubi (B) durante la conducción, en una encrucijada próxima a la casa mortuoria, quemaban toda la paja, kapazak, del jergón, lastamarregie, de la cama donde había ocurrido la muerte[10].
En el barrio de Soscaño del valle de Carranza (B) en los años veinte se constataba que era práctica muy poco seguida la quema del jergón[11].
La costumbre se mantenía vigente en el pueblecito de Otazu (A), unos lo hacían durante el funeral y otros al anochecer de ese mismo día. El jergón, lastarria, se quemaba en Zegama (G), también en una encrucijada, la primera noche tras la conducción[12]. Las ropas y muebles usados por el difunto se tenían al aire libre una temporada.
En Galarreta (A) se quemaba el jergón a los pocos días del fallecimiento. Limpiaban bien la cama y si era ya vieja la pintaban[13].
En Oiartzun (G), en la década de los años veinte, estaba vigente la quema del jergón. Se quemaba en la encrucijada más próxima; algunos lo hacían durante el funeral, otros al ángelus del anochecer de este mismo día del funeral, rezando mientras ardía un rosario al lado de la hoguera[14].
En Altza (G) se quemaba el jergón en una encrucijada rezando un Paternoster al mismo tiempo. En Ataun (G) lo quemaban durante el oficio de entierro en el camino de la iglesia, elizbidea, cerca de la casa mortuoria. También en Aduna (G) se procedía a realizar esta operación en una encrucijada durante los funerales, atornutako kanpanak dirala erretzen da lastaida bide gurutzian, rezando al mismo tiempo un Pater noster[15].
En Hondarribia (G) lo hacían al toque de campana del atardecer, amizkila. Mientras ardía le echaban agua bendita y rezaban un Pater noster o la oración de las cinco llagas de N. S. Jesucristo, Aita gure bat edo bost llagak. Los que pasaban por el camino, mientras quedaran cenizas, rezaban un paternoster en sufragio del alma del difunto al que perteneció el jergón[16].
En Arano (N), durante el funeral llevaban a una encrucijada el jergón y, al oir el toque de la campana que anunciaba el alzar de la misa de entierro, le prendían fuego y lo quemaban por completo[17].
También en el pueblo baztanés de Ziga (N) si la muerte se debió a enfermedad contagiosa quemaban la ropa, pero si fue de vejez, a lo más quemaban el jergón que solía ser de panojas de maiz (perfollas)[18].
En Ezkurra (N), según recogió Barandiarán en 1936, fue costumbre quemar el jergón de paja, bastaira, de la cama del difunto en el portal de la casa mortuoria al anochecer del día del funeral. La amortajadora del cadáver era quien efectuaba esta labor. Si el jergón era de los modernos de muelle no se hacía esta operación[19].
Azkue constató la práctica de la quema del jergón, lastamarraga, en diversos municipios de Vasconia: en Lekeitio (B) lo quemaban en la playa. En Baztan (N), Arrona-Zestona, Lazkao, (G), Dima (B) y Ursuaran-Segura (G) en el cruce de tres caminos. En el valle de Arratia (B) en cruces de caminos por donde transitaba gran cantidad de gente para que rezasen muchos por el difunto[20]. En Donazaharre (BN) y Valcarlos (N) quemaban sólo un trozo delante de la casa, en tanto que el sacerdote rezaba un Pater noster.
Echegaray recoge también este rito de quemar en el crucero de camino más próximo a la casa mortuoria el jergón de la cama en que estuvo postrado el difunto durante su última enfermedad. Constata algunas de las localidades mencionadas arriba y añade estos otros: en Aranaz y en Yanci (N), lo quemaban al sonar la campana de la consagración en la misa exequial; en Imoz (N) inmediatamente después del sepelio. En Bera (N), dura nte la quema se rezaba. Se arrojaba al fuego una moneda de cinco céntimos, de la que nadie podía apropiarse, ni siquiera para hacer una limosna; quien la encontraba tenía que enterrarla[21].
Tras las exequias, la habitación del difunto se limpiaba a fondo. Incluso ha sido norma picar las paredes, quemar azufre y encalar la habitación, si el difunto había padecido una enfermedad contagiosa. Las familias pudientes tenían costumbre de dar la ropa del difunto a personas necesitadas.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN . Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 25.
- ↑ Bonifacio Echegaray señala que se pretendía explicar esta costumbre con el fin de que los transeúntes conociesen por las cenizas que alguien había muerto en las proximidades y rogasen por su alma, añadiendo, que no era ese el motivo fundamental, sino el de aniquilar los malos espíritus. “Es este un caso más en que hábitos supersticiosos se justifican por una aplicación cristianamente piadosa”. Vide “La vecindad. Relaciones que engendra en el País Vasco” in RIEV, XXIII (1932) p. 25.
- ↑ Vide Capítulo Regreso a la casa mortuoria y ágapes funerarios.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-70) p. 122.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in lkuska, III (1949) p. 35.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. “Notas sueltas para un estudio de la vida popular en Heleta” in AEF, XXIV (1987) p. 70.
- ↑ Luis de URANZU. Lo que el río vio. Biografía del río Bidasoa. San Sebastián, 1955, p. 412.
- ↑ AEF, III (1923) p. 8.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 16 y 46.
- ↑ AEF, III (1923) p. 34.
- ↑ AEF, III (1923) p. 3.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 80 y 110.
- ↑ AEF, III (1923) p. 56.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 80 y 89.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 96, 119 y 74.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 91-92.
- ↑ AEF, III (1923) p. 128.
- ↑ AEF, III (1923) p. 131.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. “Contribución al estudio etnográfico del pueblo de Ezkurra. Notas iniciales” in AEF, XXXV (1988-1989) p. 60.
- ↑ Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, pp. 229-230.
- ↑ Bonifacio ECHEGARAY. “La vecindad. Relaciones que engendra en el País Vasco” in RIEV, XXIII (1932) p. 25. Caro Baroja da la siguiente interpretación. “El llevar a cabo esta quema del colchón del muerto en una encrucijada tiene un origen remoto. La costumbre se basa probablemente en la creencia de que de esta suerte se despista al espíritu del muerto en el caso de que éste quisiera volver a ocupar su lecho, molestando a los vivos. En la Edad Media se ponían las horcas a la salida de los pueblos en una encrucijada. (Recuérdese lo que dice Gonzalo de Berceo en su poema. El ladrón de voto” -num. VI de “Los Milagros de Nuestra Señora” e. 147). Se temía sin duda que el alma de los que morían en suplicio, alma malvada por lo general, pudiera volver al pueblo y seguir haciendo mal, cosa que no le era dado hacer si se encontraba en una encrucijada que la confundiera en la dirección que debía seguir”. Vide Julio CARO BAROJA. La vida rural en Vera de Bidasoa. Madrid, 1944, pp. 169-170.