Apéndice 3: Chabolas de carboneros, ikazkinen txabolak

Las chabolas más importantes han sido las que han utilizado y utilizan los pastores en el monte. Este tema ha sido ampliamente tratado en otro tomo de esta obra[1].

En este apéndice se describen las precarias chabolas que los carboneros, ikazkinak, hacían en el monte cuando carboneaban.

José Agirre señalaba que antiguamente existían edificaciones de tipo primitivo destinadas a carboneros en los parajes donde ellos ejercían su labor. No estaban habitadas de forma continuada pero pasaban en ellas largas temporadas durante el año. Las levantaban con materiales sencillos que el lugar les proporcionaba o los preferidos por tradición; predominaba la madera y muy poco la piedra.

Este autor recogió en el segundo decenio del siglo XX un modelo detallado de chabola de carbonero en el monte Aloña (G), situado entre el santuario de Arantzazu y la campa de Urbia.

Antigua txabola de carboneros en Aloña (G). Fuente: José Agirre, Sociedad de Eusko-Folklore (1925-29).

La principal particularidad era que la construcción se reducía a techumbre, sin paredes y mucho menos cimientos, con una inclinación muy pronunciada de las vertientes. La verticalidad parece que obedecía a dos razones: la necesidad de altura suficiente en el interior y el que las aguas escurrieran rápidamente por deslizarse sobre un material poco resistente[2]. La techumbre arrancaba directamente del suelo y desarrollaba una planta en forma de “T”, es decir un cuerpo de entrada adosado a otro transversal que hacía de dormitorio y cocina, y que en el caso descrito daba albergue a cuatro hombres dedicados a carbonear en la zona.

La techumbre, armada sobre caballete, pares y cabriales, y con tablazón para recibir las tejas, estaba armada sobre palos terminados en horquilla en el extremo superior donde se trababan. Formaban el caballete otros palos horizontales, determinando el eje de la techumbre. Otros palos inclinados y apoyados en el palo horizontal del caballete y en el suelo hacían de cabriales, y sobre ellos unas ramas más delgadas, colocadas desde el suelo hasta el extremo superior en sentido horizontal, hacían las veces de la tablazón que en otras techumbres servía para recibir el cubierto de teja. El recubrimiento exterior era de tepes, zotalak, dejando sólo una parte al descubierto. Por el predominio de la madera, a las chozas se les denominaba etxola y txabola.

El primer cuerpo de la txabola hacía de entrada y portal, en cuyo interior, adosado a uno de los lados y clavado en el suelo se encontraba un banco tosco de madera, y enfrente, al otro lado, una banqueta trípode, igualmente de madera. Más adentro, al fondo del portal, quedaba un espacio más estrecho en forma de puerta que daba entrada al otro cuerpo transversal.

En el segundo cuerpo, uno de los extremos estaba dedicado a cocina y en el interior, sobre el suelo, estaba colocado el hornillo acomodado con piedras, y para escape de humos dejaban de recubrir con los tepes, desde media altura, una parte del armazón de palos, con lo que quedaba un boquete enrejado por el que se establecía el tiro y escape de humos. Al extremo opuesto se encontraba el dormitorio. Un piso de madera de leña separado y levantado del suelo unos 40 cm, con ligero declive de la cabeza hacia los pies, y recubierto de hojarasca o de helecho, hacía de cama.

En Zerain (G) se ha recogido que los grandes bosques tradicionales han sido sustituidos por el pino pero antes de la guerra civil de 1936 el carboneo fue una actividad ordinaria, que incluso tuvo un repunte en los años cuarenta del siglo XX. Las últimas piras, txondorrak, se hicieron a comienzos de los años sesenta. La chabola se construía al empezar la campaña en la zona donde se iba a trabajar. Con dos troncos formaban una horquilla para cada extremo que soportaban la viga superior, gañagea, de la que descendían las paredes en doble vertiente hasta el suelo, formadas por ramas cubiertas con tepes, zotala o zoile. Un agujero en la esquina del fondo actuaba de chimenea y en el suelo se formaba el hogar con dos piedras. Sin puerta, el hueco se cerraba con unos sacos. En el suelo se formaban los camastros con un cerco de madera, relleno de ramaje, xarbak, y brezo, ilarea, encima, o los más cuidadosos haciendo un somier a base de un trenzado de varas de avellano o haya, previo al relleno de brezo. Se cubrían con una manta. Cerca del fuego dos troncos hacían de banco y mesa formando el llamado jarleku. Una cruz hecha con rama de laurel descortezada se clavaba en la viga superior de la chabola y otra se colocaba en lo alto de cada pira. Los utensilios de cocina eran similares a los empleados en casa: puchero, lapikoa; olla, el tzea; sartén, sartagie; pala de hacer talos, taloburnie; bota, jarra, plato y cuchara.

En Elosua (G) las chozas de carbonero, ikazkin-txabolak, se construían para la temporada del carbón. Eran muy sencillas, para ello se apoyaba un palo largo en una ladera y en el otro extremo un palo vertical con una horquilla. Del madero horizontal descendían los ramajes en doble vertiente hasta el suelo, cubriéndose con ramas y éstas a su vez con paja de trigo. Se prolongaba un costado formando una pequeña escuadra donde estaba situado el fogón, cuya cubierta era de tepes, zoixa, para que no se quemara. En cuanto al ajuar, el camastro de los carboneros consistía en unas ramas de haya, pagu-abarra; broza, txi txuki-punta; u hojas, pero éstas últimas no se aconsejaban porque propician la incubación de pulgas, y para cubrirse una piel de oveja. El ajuar habitual se componía de platos y taza de barro, cuchara de madera, puchero, trébede, sartén y balde de hierro.

En Oñati (G) las chozas de carboneros estaban junto al lugar donde se fabricaba el carbón. Se hacían con ramas y se cubrían con tepes, soixa. Cocinaban en un rincón de la choza o fuera de ella. Para dormir hacían un camastro valiéndose de brezo, helecho y algún saco. Preparaban habas secas en un puchero, freían tocino en la sartén y tenían cazuela de barro, cubiertos de madera y bota de vino.

En Telleriarte (G) la cabaña del carbonero, ikazkiñen txabola, solía estar junto a las piras de fabricar carbón, txondarrak. Los muchachos que acompañaban en la labor, baso-mutilek, solían regresar a casa una vez finalizada la jornada. Las chabolas servían para comer, dormir y vigilar la pira. Para dormir disponían de un camastro con colchón de panoja de maíz. Solían tener también una escopeta.

En Ataun (G) ya en la segunda década del siglo XX el carboneo era una actividad en retroceso porque, según recogió Barandiaran, las familias labradoras que anteriormente durante buena parte del año dedicaban uno o dos miembros a carbonear o a fabricar latas de embalaje, txantolak, en el monte, encaminaban sus esfuerzos a la agricultura y en mayor medida a la ganadería.

En Beasain (G) se ha constatado que no queda en pie ninguna de las chozas que utilizaban los leñadores que iban a los hayedos de Murumendi a hacer carbón vegetal en las piras, txondarra. Las chozas eran del estilo de las tiendas de campaña de hoy día llamadas canadienses, que construían apoyando ramas inclinadas sobre una que hacía de viga central y que se sostenía sobre dos pies derechos en sus puntas. Sobre las ramas laterales se colocaban tepes de tierra, zotalak, cubriendo toda la choza.

En Berastegi (G) la última casa de quienes elaboraban carbón, ikatzgiñak, llamada Ilintxaborda estuvo en la falda del monte Ipuliño, pero al desaparecer los leñadores en los años cuarenta se transformó en caserío. El nombre de la casa alude al mundo carbonero porque ilintxa es vocablo que se emplea para designar el carbón mal cocido o tizón.

En Amorebieta-Etxano (B), antes de la Guerra Civil los carboneros, ikazgiñek, cerca del lugar donde elaboraban el carbón, levantaban sus chabolas con unas ramas grandes que las cubrían con tepes, zoijjek. En Bedarona (B) los carboneros pasaban los días junto a la pira de carbón, ikatztoki, y cerca de ella construían una chabola con ramas cerrando la entrada con una lona. El ajuar del que se dotaban dentro consistía en un farol, mantas, un hornillo y la comida que habían llevado de casa. En Andraka (B) también recuerdan los informantes que hubo chozas de carbonero. En el Valle de Carranza (B) hay constancia de la existencia de chozas de carbonero.

En Orozko (B) se ha recogido que los carboneros, donde estuvieran carboneando, levantaban pequeñas chabolas que duraban el tiempo de hacer el carbón. Eran muy sencillas, más que las de los pastores. Algunos de los carboneros volvían a casa a dormir pero uno siempre se quedaba al cuidado del fuego de la pira de leña, txondarra.

En Goizueta (N) se ha hecho carbón desde tiempos remotos. Las chozas de los carboneros eran muy sencillas: de madera, cubierta de helecho, y como cama un montón de helecho. Si había más de un carbonero, cada uno tenía su cabaña pero había una más grande donde preparaban los alimentos y comían. Este último refugio era una cabaña montada con cuatro palos y una cubierta tapada con helecho. Las paredes eran setos hechos con ramaje y abundante helecho para protegerse del frío y del viento. En el interior había un lugar hecho con piedras para encender la lumbre y un asiento para comer. Los informantes recuerdan haber pasado muchos veranos haciendo carbón.

En Mezkiritz (N) se fabricaba carbón, ikazkintza. El lugar donde se hacía el fuego se llamaba iketz-plaza, y la pila de madera, que solía ser grande, se denominaba ikeztogia. Seguido de prenderla se solía hacer la invocación: “Jangoikuek duela parte…” (que Dios tome parte). No se quedaban por la noche a vigilarla, tampoco había chabolas porque se bajaba diariamente al pueblo. En Monreal (N) también hay constancia de la existencia de carboneros que volvían a diario a casa. En Irisarri (BN) se hacía carbón de madera, incluso hay una casa llamada Xarbonia que conserva este topónimo como testigo de la labor. En Ainhoa (L), después de la Segunda Guerra mundial se ha fabricado carbón de madera; los navarros se desplazaban allí a trabajar como leñadores.

En Bernedo (A) quienes hacían carbón construían una chabola hecha de maderos y céspedes para cobijarse. Clavaban en el suelo dos horcajas sobre las que colocaban un madero llamado gallur, en el que apoyaban inclinados otros maderos formando las aguas y el tejado, y sobre ellos iban el césped y la tierra. El suelo de la chabola se cubría con otros maderos para evitar la humedad, y con brezo para hacer más blando el lecho y poder dormir. Estas chabolas son parecidas a las de los pastores pero de mayor tamaño. También en Bermeo (B) señalan que los carboneros construían sus chabolas en el monte parecidas a las de los pastores.

En Apodaca (A) cuando vendían algún lote en el monte para carbón, los carboneros venían de fuera. Las chozas eran de madera, cubiertas de césped boca abajo, disponían de camastros para todos y tenían otra choza donde dejar los víveres. El fuego para cocinar lo hacían fuera.

En otras localidades alavesas también hay constancia de la existencia de chozas de carbonero, pero su recuerdo está más desvanecido. Así en Pipaón (A) se conocieron hasta finales de los años cincuenta; en Basquiñuela (Añana-A) hubo una choza, hoy desaparecida, y en Valdegovía (A) había choza de carbonero en la que éste trabajaba durante una temporada y contaba con el ajuar imprescindible para preparar la comida y dormir.

En Abadiño (B) los carboneros, hasta finalizar el trabajo de la carbonera, habitaban en chabolas de madera con techo de tierra, zoijje, hechas por ellos. A mediados de los años treinta del siglo XX dejaron de funcionar las carboneras y los caleros. Los que trabajaban en la tala de árboles o limpiando los montes volvían a dormir a casa si no distaba mucho del lugar, si eran forasteros se quedaban a dormir en algún caserío abandonado.


 
  1. “Establecimientos pastoriles de montaña” in ETNIKER EUSKALERRIA. Ganadería y pastoreo en Vasconia. Atlas Etnográfico de Vasconia. Bilbao, 2000, pp. 443-503.
  2. José AGUIRRE. “Establecimientos humanos y casa rural: Chozas y cabañas” in AEF, VI (1926) pp. 125-129.