Creencias y consideración social

En Allo (N), en tiempos pasados, la esterilidad se consideraba más que una enfermedad un defecto físico con el cual se nacía y por tanto sin remedios conocidos. En general se hablaba siempre de la esterilidad femenina y no se reconocía que la imposibilidad de procrear pudiera ser debida al varón. Otro tanto se ha consignado en Durango (B) donde hasta hace muy poco la esterilidad siempre se ha atribuido a las mujeres. En San Martín de Unx (N) se pensaba que la esterilidad se debe a dificultades físicas pero no se solía hablar sobre dicho problema ni se le daba importancia.

En Obanos (N) las personas nacidas antes del decenio de los cuarenta piensan que los hijos los manda Dios y cuando una mujer no los tenía la gente se cuestionaba si sería machorra, pero el mero hecho de mencionarlo se consideraba un insulto “mucho grande”. Aparte de esto nadie hablaba de esterilidad ni se conocía lo que era. Ha sido común llevar la cuenta de lo que las parejas tardan en tener hijos, del número que han tenido y de otras cosas por el estilo. En algunos lugares los años bisiestos han llevado el marchamo de la fecundidad[1].

En el Valle de Carranza (B) según algunas informantes la fecundidad femenina depende de un equilibrio de “fuerzas” entre ambos sexos. Así, se explica que si la mujer es “más fuerte” o de “mayor naturaleza” que el marido, no podrá engendrar hijos de éste. El concepto de “mayor fuerza” es difícil de definir, vendría a reflejar que la mujer tiene unos caracteres sexuales secundarios masculinizados, tales como voz grave, abundante pilosidad corporal y facial y corpulencia mayor de la corriente. No se sabe de otras causas que provoquen esterilidad en las mujeres y tampoco se conocen remedios para combatirla. Dice Satrustegui que la fecundidad de la mujer se ha relacionado, a veces, con su contextura física. La cintura alta, decían nuestros mayores, indica que no va a tener hijos, por eso las preferían de talle bajo[2].

En Muskiz (B), antiguamente, en los casos de esterilidad, aparte de ruegos al Señor para concebir, no quedaba otro remedio que tener resignación y no echarse la culpa el uno al otro. Era frecuente que el hombre fuera el acusador porque creía que sólo con eyacular ya valía para ser padre, lo que probaba su ignorancia.

En Busturia (B) dicen que la mujer promiscua tiene dificultades para concebir y señalan que la esterilidad no se debe únicamente a ella ya que también puede ser por problemas del varón.

En Mendiola, Pipaón (A); Carranza, Muskiz (B) y Obanos (N) a la mujer que no tenía hijos la llamaban machorra y en Muskiz al hombre estéril, machorro[3]. En euskera se han recogido las denominaciones de agortasuna para la esterilidad y mardultasuna para la fertilidad (Hondarribia-G).

En numerosas localidades la mujer estéril ha sido objeto de mofa y de crítica, a la cara o a sus espaldas, por no tener hijos. En ocasiones, estas acusaciones han revestido gran agresividad y han generado profundo dolor a las afectadas[4]. En Mendiola (A) era menospreciada y se le insultaba diciendo que no servía ni para tener hijos; consecuentemente el embarazo era considerado como un privilegio o virtud de la mujer. Otro tanto sucedía en Orozko (B) donde se hacían chanzas y se hablaba despectivamente de la mujer estéril, auntzu o antzu dago se decía, denominación que también se aplica a la esterilidad en los animales. En Bermeo (B) la mujer estéril recibía apelativos como kapunea, capona, y otros nombres despectivos. En Carranza (B) se decía de ella que “no valía”. Vicario de la Peña registró una costumbre de carácter creencial, que algunos de nuestros informantes aún recuerdan, consistente en que un vecino del barrio de Ahedo poseía varias piedras, una de las cuales servía para que las mujeres que no pudiesen tener familia lograsen cumplir sus deseos[5].

Es dato común, constatado en muchas localidades, que una de las causas de la esterilidad masculina tiene su origen en las paperas, que si bajan a los testículos pueden causar infecundidad definitiva.

En Carranza (B) se ha recogido que la mujer, por ser estéril, ha podido padecer más o menos problemas, pero nunca tantos como el varón. Al hombre incapaz de tener hijos se le llamaba manforita[6] y, ocasionalmente, era objeto de mofa entre sus conocidos. Dicen algunos informantes que cuando un matrimonio no tenía hijos, la presunción de esterilidad para el marido suponía tal deshonra que los hubo que trataron de demostrar lo contrario teniendo alguno fuera del matrimonio. Se establecía la siguiente hipótesis: si el matrimonio carecía de descendencia pero una hermana de la mujer sí la tenía, se consideraba que ella también estaba capacitada para procrear, luego el estéril era el marido. De la mujer o el hombre que son incapaces de tener hijos se dice que no valen, expresión que se emplea igualmente con el ganado.

Hoy en día, según señalan algunas encuestas no se sabe si los matrimonios que no tienen hijos es porque no pueden o porque no quieren. Además se acude regularmente a los ginecólogos y a otros especialistas para consultar los problemas de esterilidad o similares. En las encuestas se mencionan la estimulación ovárica, la inseminación artificial y la fecundación in vitro.


 
  1. José Mª SATRUSTEGUI. Comportamiento sexual de los vascos. San Sebastián: 1981, p. 237.
  2. La esterilidad tenía repercusiones negativas, tanto de índole personal como de orden familiar y social. Suponía para la mujer un serio contratiempo personal. José Mª SATRUSTEGUI. Comportamiento sexual de los vascos. San Sebastián: 1981, pp. 232 y 237.
  3. Iribarren recoge con carácter general en Navarra la voz machorra para la mujer estéril y machorro en Olite (N) para el hombre que no tiene descendencia. Vide José María IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona: Institución Príncipe de Viana, 1984.
  4. Satrustegui aporta dos testimonios recogidos en Alsasua (N). Vide José Mª SATRUSTEGUI. Comportamiento sexual de los vascos. San Sebastián: 1981, pp. 232-233.
  5. Una de las piedras sirve para que las mujeres que no tienen familia logren tenerla y contra los abortos y malos partos; otra para tener abundante leche y no sufrir de los pechos, y la otra contra las enfermedades de los ojos y de los niños. Vide Nicolás VICARIO DE LA PEÑA. El noble y leal Valle de Carranza. Bilbao: Junta de Cultura de Vizcaya, 1975, p. 370.
  6. En varias zonas de Navarra se utiliza como equivalente a hermafrodita y se aplica al afeminado y al marica. Vide José María IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona: Institución Príncipe de Viana, 1984, voces manflorita y manfrodita.