Encalado, zuritu, y pintado de fachadas e interiores

Ha sido común que las casas, con mayor o menor frecuencia, blanqueasen, zuritu, las paredes y los techos con lechada de cal y agua, a la que algunos añadían añil para potenciar el color blanco. Con ello se conseguía el doble objetivo de mantenerlas limpias y desinfectadas. La planta baja, donde con frecuencia se ubicaba la cocina, y otras dependencias anexas, como el portal, se blanqueaban en algunas casas con mayor frecuencia que las habitaciones que se encontraban en el piso superior, salvo que hubiera alguna persona enferma. En las cuadras daban cal viva para una eficaz desinfección. Este trabajo lo realizaba generalmente el padre acompañado de alguno de los hijos mayores de la casa, utilizando brochas adquiridas en el comercio o, a veces, fabricadas de forma artesanal con crin de caballo o de yegua.

En Abezia, Apodaca, Berganzo, Amezaga de Zuia (A); Amorebieta-Etxano, Gorozika, Orozko, Zeanuri (B); Oñati (G); Valtierra, Viana (N) y Liginaga (Z) encalaban toda la casa una vez al año en vísperas de la festividad del patrono de la localidad. Así en Murgia (A) para San Miguel, el 29 de septiembre; en Gorozika (B) para la festividad de la Natividad de Nuestra Señora, el 8 de septiembre; en Viana (N) para las fiestas patronales, en julio y septiembre; y en Liginaga (Z) para San Sebastián, Xen Xebastien, el 20 de enero. En Orozko (B) la cocina se encalaba en fechas cercanas a las fiestas patronales mientras que las paredes de las habitaciones se hacían de vez en cuando.

Habitación encalada. Carranza (B), 1988. Fuente: Miguel Sabino Díaz, Grupos Etniker Euskalerria.

En Lezaun (N) aunque esporádicamente se hacía alguna calera, lo normal era comprarla en Iturgoien. Antes de blanquear se “espolinaba” la casa, es decir, se ataba a la escoba una toalla o paño que se pasaba por paredes y techos. La cal la compraban los dueños de la casa y blanqueaban los albañiles del pueblo, aunque había quienes lo hacían ellos mismos. Como conocían las propiedades desinfectantes de la cal, si sobraba la aplicaban a las paredes de los corrales y en las porcigas, pocilgas[1].

Es dato común a todas las localidades el que hoy día las habitaciones se pinten o empapelen cada ciertos años y que las paredes de las cocinas estén revestidas de cerámica. En las décadas de los sesenta y setenta fue cuando, al comenzar a despuntar las economías familiares, la gente comenzó a pintar las casas con pinturas, temples y esmaltes o a empapelar, según los gustos de las personas y de las épocas.


 
  1. Esta costumbre estaba tan extendida que con frecuencia el cabrero solía decir: “Cómo se nota que llega San Pedro, ya van viniendo las cabras blancas”. Esto se debía a que había quien tenía las cabras en la entrada y como era un ganado que al menor descuido se subía por las escaleras, con frecuencia parte del encalado se quedaba en su pelaje.