La cruz parroquial en la casa mortuoria
En este apartado se hace referencia a la costumbre observada en algunas localidades consistente en que un vecino portase la cruz desde la iglesia hasta el domicilio mortuorio tras ocurrir la muerte. En un capítulo posterior volverá a aparecer este tema, pero en esa ocasión cuando se lleva la cruz hasta la casa previamente a constituirse la comitiva fúnebre.
Este rito ha estado ampliamente difundido en Iparralde, donde el vecino que acudía a la iglesia a buscar la cruz parroquial solía ser el primer vecino respecto a la casa donde se había producido el fallecimiento. Tras llevarla al domicilio mortuorio la depositaba en la estancia donde descansaba el cadáver. Así se ha constatado en Beskoitze, Bidarte, Biriatu, Hazparne, Itsasu, Sara, Ziburu (L), Armendaritze, Baigorri, Gamarte, Heleta, Izpura, Lekunberri, Oragarre y Uharte-Hiri (BN).
En Arberatze-Zilhekoa (BN) el primer vecino avisaba a la andere serora, ésta tomaba la cruz, la sacaba de su mango y se la daba, tras lo cual regresaba con ella a la casa por el hilbidea correspondiente. Durante el recorrido iba con la cabeza descubierta. Al llegar al domicilio se dirigía directamente a la habitación, allí rezaba delante del cuerpo con la cruz en las manos y acompañado por alguno de la casa; después la dejaba sobre la silla.
En Iholdi (BN), cuando se producía un fallecimiento, el primer vecino acudía a la iglesia en busca de la cruz, misión que llevaba a cabo con solemnidad. Antiguamente había dos cruces: una de metal, reservada a los ricos y la de madera para los pobres. Esta costumbre, que tenía su correspondencia también con las distintas categorías de exequias, desapareció tras la guerra de 1945, cuando se estableció la clase única de entierro. Se alfombraba de ramaje verde, hecho con hojas de laurel y de boj, el tramo que unía la entrada de la casa con la habitación mortuoria para recibir a la cruz que se traía de la iglesia. Esta se colocaba en una silla provista de un cojín, a la cabecera de la cama. Toda la familia se encontraba entonces reunida. Después de haber asperjado el cuerpo con agua bendita el primer vecino rezaba la primera oración.
Cuando, en Baigorri (BN), el primer vecino llegaba con la cruz a la estancia donde reposaba el cadáver procuraba colocarla a la derecha del mismo; en Barkoxe (Z), a la cabecera del lecho funerario.
En Azkaine (L) el primer vecino iba a buscar la cruz a la iglesia asistido por el segundo vecino o xiriokaria, que llevaba un cirio.
En Hegoalde, por el contrario, no parecen haber sido muchas las localidades donde un vecino se encargase de portar la cruz parroquial desde la iglesia a la casa mortuoria. En la mayoría de las ocasiones este papel ha sido desempeñado por sacristanes o monaguillos.
En Valcarlos (N) el vecino más próximo a la casa del difunto acudía a la parroquia en busca de la cruz para llevarla a la casa mortuoria y colocarla a la cabecera del difunto. Durante el cortejo este mismo vecino era el encargado de portarla hasta la iglesia.
En Lemoiz (E) hay constancia de que el vecino era el encargado de ir en busca de la cruz parroquial. Esta costumbre cayó en desuso a finales de los setenta. En Zeanuri (B) traía la cruz a la casa un vecino e incluso el propio carpintero.
En Mendiola (A), si bien era el sacristán el que llevaba la cruz de la casa mortuoria a la iglesia, algún vecino del difunto se encargaba previamente de portarla de la iglesia a la casa. El nombre con el que se designaba a dicho vecino era crucero y esta función solía recaer cada vez en uno distinto ya que tal deber rotaba entre los habitantes del pueblo.
En Abadiano (B) era un chico del barrio el que se encargaba de llevar la cruz hasta la casa mortuoria el día de la defunción. Este mismo muchacho la portaba de nuevo hasta la iglesia el día siguiente. Al que se encargaba de esta tarea se le llamaba kurutzerue.