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El trabajo conocido en Carranza como “hacer a ''prao''”, es decir, la conversión del monte bajo en prados, entendido monte bajo como el terreno inculto ubicado en la periferia de los barrios, más allá de las tierras de cultivo y de las ''campas ''para hierba, fue un proceso continuo a lo largo de todo el siglo XX íntimamente ligado a la expansión de la ganadería de vacuno de leche. Sin embargo experimentó un notable incremento en la segunda mitad del siglo pasado debido a la conjunción de varias causas que a finales de los años setenta llevaron incluso al cerramiento y roturación de amplias zonas de comunales altos. Todo esto supuso una transformación notable del entorno con la generalización de las praderas, que durante mucho tiempo permanecieron separadas unas de otras por setos vivos, lo que generó un paisaje en mosaico.
En lo que podríamos llamar etapas iniciales, la ganadería se hallaba estrechamente unida a la agricultura y en cierto modo al monte bajo, ya que este aportaba helecho, hoja seca y roza con la que se acondicionaban las camas del ganado. De la mezcla de estos elementos y el estiércol se obtenía la ''basura ''o abono con el que fertilizar ''piezas ''y prados, parte de cuyos productos revertían en la alimentación del ganado.
A ''boca-azada ''se adelantaba más ya que el esfuerzo realizado era menor. Después se ''batía ''la tierra para desmenuzarla, se limpiaba, se alisaba con la ''rastrilla ''y se sembraba. En este caso se sementaba directamente semilla de hierba. Algunos aseguran que “venía antes a ''prao ''a ''boca-azada ''que ''cavao''”. La razón era que al remover poco la tierra quedaba arriba la ''flor ''de la misma, lo que facilitaba la germinación de la semilla. En cambio al cavar profundamente se mezclaba la ''flor ''con la capa inferior más improductiva. Como contrapartida, brotaban más fácilmente los helechos y otras plantas invasoras.
Con el tiempo se recurrió a otra forma de “hacer a ''prao''” aún menos laboriosa, consistente en rozar el monte bajo, tras lo cual se sembraba directamente el terreno utilizando la ''granilla ''que se recogía en el ''tascón ''tras consumir la hierba seca almacenada, tapando a continuación la misma con una buena ''camada de basura ''o abono.
Una vez se fue mecanizando el trabajo de recolección de la hierba, sobre todo con la introducción de maquinaria pesada, la mayor parte de los terrenos en pendiente se destinaron al pastoreo (o directamente se abandonaron) ya que los tractores no podían trabajar en ellos. Por lo tanto se hizo necesario resegarlos si se quería mantener la hierba en los mismos. Teniendo en cuenta que las generaciones más jóvenes han experimentado un acusado rechazo hacia el ''dallo'', en cuanto hicieron su aparición las desbrozadoras manuales se extendieron rápidamente.
En la década final del siglo XX y la primera de la nueva centuria el abandono de prados se incrementó notablemente como consecuencia de cambios ocurridos en la alimentación de las vacas de leche que la desligaban en buena medida de los prados propios, así como en la crianza de novillas que se llevaba a cabo en centros especializados dedicados a la misma y lejos del tradicional sistema de pastoreo. Pero la reciente crisis generalizada que se ha sumado a la que ya padecía la ganadería intensiva de corte industrial ha vuelto a convertir en necesarios los viejos prados abandonados. Siempre dentro de la misma lógica maquinista, en estos últimos años se ha extendido el uso de un nuevo apero acoplado al tractor, que es una desbrozadora de cadenas capaz de revertir a pradera no solo la maleza de porte herbáceo sino también la arbustiva que poco a poco se había ido desarrollando.