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Texto reemplazado: «m<sup>2</sup>» por «m²»
En Berganzo (A) recuerdan que el proceso de la concentración parcelaria se dio por concluido en el año 1972; en Améscoa (N) se realizó en 1973. En el Valle de Elorz (N) se recogió que la concentración parcelaria, realizada en los primeros años 1970, solucionó el problema de la dispersión parcelaria y del minifundismo, aunque ello supuso un golpe mortal para algunos aspectos del paisaje. También en Pipaón (A) indican que el aspecto de las fincas, los ribazos y los caminos es diferente tras la concentración parcelaria.
En el Valle de Carranza (B) la concentración parcelaria tuvo lugar a finales de los años sesenta del pasado siglo XX, ejecutándose la nueva distribución de los terrenos en torno a 1970. El Valle se caracteriza por una gran superficie de terreno comunal que a veces está cerrado, pagando por ello al ayuntamiento un canon, y una menor superficie de terreno de propiedad que se localiza en torno a cada barrio o pueblo y que suele coincidir con las tierras de mejor uso agrícola. Entre las familias más humildes, la mayoría, el sistema de reparto hereditario de las tierras condujo a una enorme fragmentación de las mismas hasta el punto de que en los testamentos anteriores a la concentración la unidad local de superficie, el ''obrero'', equivalente a 380 m<sup>2</sup>m², resultaba excesiva para muchos de estos pedazos de tierra y era necesario recurrir a la ''braza'', centésima parte de la anterior, para expresar su cabida. Tradicionalmente se desarrollaron estrategias para recomponer el mosaico de tierras de que se componían los espacios encerrados en las ''llosas'', los que más fragmentación sufrían, para unir tierras que habían sido partidas con el reparto hereditario. Fueron así comunes las permutas mediante documentos privados y a veces simplemente de palabra.
Previamente a la concentración parcelaria se llevaron a cabo numerosas reuniones en las sacristías de las iglesias y locales similares en las que los técnicos explicaron a los vecinos en qué consistía. Se llevaron a cabo mediciones de tierras, valoraciones de las mismas y la recomposición final en que se agrupaban los numerosos y diminutos pedazos de tierra de cada casa en unos pocos y de una superficie mucho mayor. Se colocaron nuevos mojones, de hormigón esta vez, se levantaron nuevos planos y se confeccionaron escrituras también nuevas que se entregaron a los afectados. Durante todo este proceso los técnicos de la administración recibían el asesoramiento de unas pocas personas locales, se supone que las que tenían mayor conocimiento de cada barrio, que recibieron el nombre de ''hombres buenos ''y que en algunos casos no fueron ajenas a sus propios intereses y en una actitud considerada caciquil por sus vecinos, se hicieron con las mejores parcelas de tierra.