Consideraciones sobre el juego infantil

Le jeu de l'enfant représente la source fondamen­tale qui jaillit des nappes souterraines les plus sacrées et d oú procédent toute culture, toute grande force créatrice.

PROBENIUS 

El juego acompaña al ser humano a lo largo de toda su vida; tal actividad, sin embargo, de­sempeña funciones bien distintas en el niño y en el hombre adulto. Para éste el sistema de vida está generalmente definido por ocupacio­nes pautadas y, por ello, sus juegos se orientan o bien a consumir aquellas energías que no ha podido emplear en su trabajo o bien a inte­rrumpirlo mediante actividades gratificantes.

Para el niño, por el contrario, el juego es su actividad primordial, su tarea natural. Así lo ex­presa aquella sentencia en euskera que define el quehacer lúdico de los niños: haurrak, haur­lan, (los niños a su trabajo de niños) .

Desde esta perspectiva el juego infantil está muy lejos de ser un «pasatiempo»; es, más bien, el tiempo plenario; la actividad en la que el es­pacio y el tiempo se confunden.

Contenido de esta página

La sociedad infantil

A poco que las circunstancias de vida les sean propicias, los niños se agrupan entre sí; consti­tuyen sociedades infantiles de las que quedan excluidos los adultos. No por ello carecen de estructura jerárquica; el grupo será liderado por el niño más fuerte o la niña más habilidosa. Los menos fuertes, los más jóvenes o los no inicia dos cumplirán funciones secundarias. Las rela­ciones que entablan los niños y niñas en los jue­gos se regulan ciertamente por normas que trascienden el mundo infantil, pero no hay que menospreciar su carácter autónomo. Estos códi­gos de conducta infantiles no son meras crea­ciones ocasionales; presentan características de estabilidad y son transmitidos de una genera­ción infantil a otra.

Dentro de estas sociedades infantiles tiene lu­gar el aprendizaje y la transmisión de las reglas de los más variados juegos, de las normas de selección y exclusión, de las fórmulas y cancio­nes, además del significado de los gestos y ritua­les empleados.

En estos juegos que los niños aprendieron de otros niños lo que importaba era la actividad[1]. Eran juegos sin juguetes; en todo caso és­tos eran elementales: un palo, una cuerda, unas piedras o unas tabas. El juego era la ocasión de demostrar la fuerza y la agilidad, la destreza o la habilidad. Se juega a ser más.

En ocasiones los niños jugaban a ser mayores y para ello escenificaban las actividades de los adultos e imitaban sus oficios: «A tiendas», «A mamás», «A médicos», «A procesiones»... Como en un espejo en los juegos de los niños se refleja el mundo de los adultos.

Diferenciación sexual en los juegos

En una sociedad en la que hombres y mujeres tienen actividades y comportamientos marcada­mente diferenciados, tal diferenciación tendrá su expresión en los juegos que ejecutan los ni­ños y las niñas.

En la sociedad tradicional eran juegos exclu­sivos de niños los que requerían fuerza e inclu­so aquellos en los que se ejercía cierta violencia: competiciones de carreras, de saltos, de lanza­mientos, simulacros de luchas, caza de peque­ños animales, etc. Paralelamente las niñas reali­zaban preferentemente juegos sedentarios de imitación y escenificación con muñecas y cacha­rritos ; juegos de habilidad con tabas, hilos, diá­bolos y otros juguetes similares; de saltos rítmi­cos, a la cuerda, etc. Han sido sobre todo las niñas las que han acompañado sus juegos con canciones.

Hasta la década de los años sesenta, a partir de la Primera Comunión, que se recibía con sie­te años, se imponía de forma natural la separa­ción de sexos en la mayoría de los juegos infan­tiles. Cuando una niña participaba en juegos propios de niños se le motejaba como chicazo, mari-chico, mari-muete o mari-macho o su equiva­lente mari-mutil, en las zonas vascoparlantes. A la vez, al niño que frecuentaba los juegos de las niñas se le apodaba mari-chica, mariquita o mari­txu en euskera. Algunas cantinelas infantiles re­cogidas en las encuestas aluden a esta separa­ción obligada. Por ejemplo en Obanos (N) y en San Román de San Millán (A) cuando se trans­gredía la norma de separación se cantaba a mo­do de recriminación: «Chicos con chicas, van a pecar. El Diablo se ríe, Dios va a llorar». De manera similar se decía en Durango (B): «Chi­cos con chicas, van al infierno. La Virgen lloran­do y el Demonio riendo».

Aun existiendo esta diferenciación en un buen número de juegos, en algunos de ellos re­sultaba necesaria la intervención conjunta de niños y niñas. Esta separación entre sexos se ha visto atenuada también en los pueblos con una escasa población infantil. Cuanto menor era el número de niños y niñas, más forzados se veían éstos a participar juntos en aquellos juegos en los que fuese necesario un grupo.

La diferenciación sexual en los juegos perdu­ra en la actualidad pero ya no es tan marcada ni existe el mismo riesgo que antaño de ser apoda­do con alguno de los apelativos antes indicados por jugar con compañeros de sexo contrario. A esta situación quizá haya contribuido el sistema educativo de escuela mixta que ha permitido un trato más asiduo y normal entre niños y niñas. Aún así se sigue manifestando la tendencia a agruparse cada uno con los de su género.

Estacionalidad de los juegos

Muchos juegos se pueden poner en práctica en cualquier época del año; sin embargo un cierto número de ellos han presentado una marcada estacionalidad. Entre éstos destacaban las actividades que se llevaban a cabo en plena naturaleza. Como es lógico, aquellos juegos que para su desarrollo necesitaban de animales, plantas y frutos debían ajustarse al ciclo vital de estos organismos.

Los que se practicaban al aire libre requerían buen tiempo, pero cuando las condiciones at­mosféricas eran adversas los niños convertían en espacios lúdicos, frecuentemente en pugna con los adultos, los pórticos de las iglesias, los soportales u otros recintos cubiertos.

En la sociedad tradicional los juegos infanti­les han solido mostrar, además, una cierta sucesión temporal. Había una época para jugar con las trompas, otra con las chapas de botellas, otra con las nueces o castaños (otoño) o con las tabas (primavera) . Grupos de niños o de niñas se dedicaban durante esta temporada al juego correspondiente.

En la actualidad esta estacionalidad de los juegos es menos acusada. Se aprecia sin embar­go la influencia de otro elemento que regula en cierta medida la sucesión temporal de los jue­gos; la publicidad emitida a través de los medios de comunicación y en particular de la televisión es capaz de conseguir que los niños jueguen con un determinado juguete hasta que, una vez pasado de moda, sea abandonado y sustituido por otro en boga.

Universalidad y arcaísmo

A poco que nos asomemos a otras épocas y a otras áreas culturales encontramos en ellas acti­vidades lúdicas que entrañan una sorprendente similitud con los juegos que han practicado los niños y niñas de nuestros pueblos y ciudades. Y son precisamente aquellos que tienen un mar­cado rasgo tradicional entre nosotros los que gozan de difusión más universal.

Juegos como la trompa, los güitos, los aros, el columpio o el balancín, el burro y la gallinita ciega se han practicado desde hace siglos en Eu­ropa. Todos ellos y muchos otros están descritos en aquella colección de cincuenta juegos que se publicó en París en el año 1657 con el título Les jeux et plaisirs de l'enfance. Esta obra ilustrada con primorosos dibujos de Jacques Stella, que llegó a ser primer pintor del rey de Francia, es de obligada referencia a la hora de rastrear el ori­gen de nuestros juegos infantiles[2].

En este orden una información semejante puede extrarse del análisis del cuadro de Pieter Brueghel el Viejo titulado Juegos de niños que se conserva en el Kunsthistorisches Museum de Viena. Según esta pintura, datada en 1560, los niños de Flandes jugaban en aquella época al aro, al escondite, a las canicas, a imitar oficios, a hacer procesiones, a las muñecas, a tiendas, al pañuelo anudado, a los bolos, a andar sobre zancos, al chorro-morro, etc. etc. Una buena parte de aquellos ochenta y cuatro juegos que representa el pintor flamenco se identifican con los que hasta tiempos recientes se han practica­do entre nosotros.

Decía Don José Miguel de Barandiarán que «en muchos de los juegos infantiles palpita el espíritu de generaciones que pasaron y se des­cubren huellas de antiguas creencias...». Para ilustrar esta afirmación aportaba este hecho: «En el juego llamado Konzglo, muy usado en Ataún (Guipúzcoa), el que pierde es obligado a ponerse agachado contra la pared y a sostener al vencedor (que está montado a horcajadas so­bre su espalda) , mientras no acierte el número de dedos que éste le coloca entre los hombros, diciendo al mismo tiempo: anda, manda, zenbat beatz. Es el mismo juego que el De codín de codán, de La Coruña, el de Recotín recotán de Sevilla, y el Bucca, bucca quot sunt hic? de los romanos»[3].

Otro ejemplo de larga persistencia es el que ofrece el juego de «Tres en raya» que en varias zonas de Vasconia recibe el nombre de Artzain jokua (Juego de pastores) . El poeta latino Ovi­dio, describió este mismo juego hace dos mile­nios en su Ars amandi (III, 365-366) con estos versos[4]:

Parva tabella capit ternos utrinque lapillos In qua vicisse est continuasse saos.
Una pequeña tablilla recoge tres piedrecillas de ca­da uno de los dos jugadores / en la cual el haber vencido consiste en que sus (piedras) vayan segui­das una tras otra.

Juegos de gran arraigo como el infernáculo, llamado también entre nosotros el «truquemé», las tabas o las cunas han gozado de gran difu­sión fuera de Europa[5].

Las fórmulas o las canciones empleadas en los juegos nos remiten en ocasiones a creencias desvanecidas o a acontecimientos o personajes perdidos en la historia. Una retahíla utilizada en el área estudiada para seleccionar los jugado­res nos recuerda la fórmula mágica atribuida, actualmente, a las brujas:

Txirristi mirristi
aurrena plata
olio-sopa
kikili-saltsa
urrun, perro, klik.

Son sobre todo los cantos utilizados en los saltos de cuerda o en los juegos rítmicos los que retienen, a modo de los romances, alusiones a hechos pasados. Este es el caso de aquella can­ción de juego que recogió Juan Carlos Guerra en Mondragón el año 1915:

Errege Don Felipen
zaldunak garade.
Oneitxek gaztetxuok
zer gura ete dabe?[6]

Somos los caballeros / del rey Don Felipe. / Estos jovencitos / ¿qué es lo que desean?

Esta referencia ha de remontarse cuando me­nos al siglo XVIII, ya que el último rey con este nombre falleció en 1746.

Crisis en los juegos tradicionales

Como causas de la crisis que se observa en los juegos infantiles tradicionales se mencionan fre­cuentemente estos dos factores: la carencia de espacios libres para jugar y la fascinación que ejerce la televisión sobre los niños. Sin minusva­lorar tales causas, creemos que la crisis obedece a razones más complejas.

En la sociedad tradicional la vida e incluso el trabajo tenía como eje la casa y en todo caso se desarrollaba en un entorno próximo que com­ponía una unidad social. El niño vivía en comu­nicación permanente con sus mayores y, a partir de cierta edad, comenzaba a tomar parte en las tareas de los adultos. En esta relación se trans­mitían de una generación a otra las habilidades y técnicas de los trabajos, los conocimientos, las creencias, las convicciones morales, los símbo­los y sus significados.

Las tareas escolares desempeñaban un papel complementario y para la mayoría de los niños se limitaban al aprendizaje de la lectura, de la escritura y el cálculo.

Aquella escuela que congregaba a todos los escolares de un pueblo o de un barrio posibili­taba además la convivencia de niños de diversas edades.

Pero al igual que la sociedad adulta también la infantil se ha visto afectada por profundos cambios. Por de pronto el trabajo ha ido adqui­riendo progresivamente una complejidad técni­ca creciente; lo cual conlleva a revalorar la pre­paración adecuada del niño para este nuevo orden de cosas. La escuela adquiere mayor im­portancia en su vida: el periodo escolar se pro­longa y se intensifica. El largo tiempo de los juegos queda reducido al «recreo», al fin de se­mana.

También los instrumentos de juego se trans­forman. En una sociedad de carácter artesanal las técnicas de elaboración manual se ponían de relieve en la fabricación de los enseres lúdicos. Por contra, la sociedad industrial ofrecerá ju­guetes fabricados en serie, con elementos mecá­nicos o eléctricos y la naciente sociedad compu­tarizada comienza a ofrecer a los niños juegos automatizados.

Resumiendo, las transformaciones operadas en el mundo adulto tienen su necesario reflejo en el mundo infantil. Sin olvidar que estas transformaciones afectan también al universo de creencias, convicciones y ritos que subyacen en el fondo de muchos juegos tradicionales; muchos de éstos se vaciarán de significación, al­gunos caerán en el desuso, otros persistirán y se adaptarán a las nuevas circunstancias.

  1. Carmen BRAVO VILLASANTE. «Estudio preliminar» a Jue­gos de los niños en las escuelas y colegios de P. Santos Hernández. Palma de Mallorca, 1986, pp. IX-X.
  2. Recientemente el editor José J. de Olañeta ha publicado en la colección «Los jóvenes bibliófilos» (16) una versión castellana de esta obra: Juegos y pasatiempos de la infancia. Palma de Mallorca, 1989. Recurriremos a algunas de las láminas de Jacques Stella para ilustrar juegos de niños recogidos por nosotros.
  3. José Miguel de BARANDIARAN. «Contribución al estudio paletnológico del pueblo vasco. El magismo» in OO.CC. Tomo V. Bilbao, 1974, [Nota 2], pp. 230-231.
  4. Cfr. Rodrigo CARO. Días geniales o lúdricos. Madrid, Espasa Calpe, 1978, p. 163.
  5. F.V. GRUNFELD. Juegos de todo el mundo. Unicef. Madrid, Edi­lán, 1978.
  6. Juan Carlos de GUERRA. «Fruslerías vascas. Un juego infan­til» in Euskalerriaren Al*, V (1915) p. 16.