A buscar nidos. Txori-ikasten

Entre las actividades de caza o de juego relacionadas con el mundo animal hay una que destaca por su complejidad: la búsqueda de nidos. En el área euskaldun de Bizkaia recibe el nombre de txori-ikasten, andar en busca de nidos (en Abadiano txori ikesten y en Zeanuri txori ikisten), en Berastegi (G) kabitara; apixa-billa en Elosua (G), api-billa en Zerain (G); en Carranza (B) «aprender nidos» y en Barakaldo y Trapagaran (B) «a buscar nidos».

Con la llegada de la primavera los pájaros comienzan su actividad reproductora. En los pueblos y zonas rurales, a los niños de antaño, menos integrados en un sistema escolar absorbente de lo que están hoy, la naturaleza les estimulaba sus soterrados instintos de cazadores. Sin embargo, este afán tenía más carácter lúdico que cinegético, aunque no se excluyera totalmente el aprovechamiento de los pajarillos.

A buscar nidos se iba generalmente en grupos reducidos. En Zeanuri (B) en parejas y en ningún caso más de tres, formando un equipo cerrado que guardaba herméticamente su localización. Precisamente, entre sí, tenían la consideración de txori-lagunek, esto es, compañeros de [buscar] pájaros. El secreto de los hallazgos vinculaba de tal manera que en el habla coloquial infantil de esta localidad el término txori-lagun expresa el más alto grado de intimidad que pueda darse, algo irrompible.

El empeño no se ponía en el puro hallazgo del nido, sino en seguir ocultamente todo el proceso de reproducción. El verdadero mérito de este juego, de hecho, era descubrir a la pareja de pájaros en la primera etapa de construcción del nido. Después, mediante visitas a escondidas, se iban observando las fases sucesivas: puesta de huevos, eclosión y emplumecido de las crías.

En Zeanuri (B) distinguían cuatro fases en este proceso:

1.ª Abiginen (preparando el nido).
2.ª Arrautzetan (la puesta de huevos).
3.ª Lumarrautzetan (recién salidos del cascarón).
4.ª Lumetute (emplumecidos).

En Durango (B) las designaban de este otro modo:

1.ª Kabie iten dabil (está haciendo el nido).
2.ª Arrautza dauka (ya ha puesto huevos).
3.ª Ume gorri (recién nacidos [los pajarillos]).
4.ª Le salen los cañones.
5.ª Le salen las plumas.

En Viana (N) se decía que las crías, una vez nacidas, pasaban por las siguientes etapas: «en colitatis, en cañones, en pelo bruja, en pelo bueno y para volar».

En Carranza (B), una vez localizado el nido se visitaba con mayor o menor frecuencia dependiendo de la fase en que se encontrase. Lo ideal era descubrirlo desde el inicio de la puesta. En ese caso, se regresaba en días sucesivos para ver cómo aumentaba el número de huevos. Después se volvía cada tres o cuatro días y en torno al vigésimo primero procurando coincidir con el nacimiento de las crías. Posteriormente se seguía visitando hasta que echasen a volar.

Se solía alardear ante los demás del número de nidos descubiertos, especificando la clase de pájaros y en qué fase se encontraban, sin revelar, claro está, el lugar donde anidaban.

Pero esta afición estaba, en cierta medida, sujeta a normas consuetudinarias que había que respetar para salvaguardar el honor y no ser despreciados por la comunidad infantil.

Señalamos a continuación algunos ejemplos de este código:

— No había que tocar los huevos con los dedos. Se creía que de actuar así, la madre, amea, los desamparaba, desanparau, gorrotoa artu (Zeanuri-B), atxutxia egin (Abadiano-B), «los aborrece» (Trapagaran-B).

Sin embargo, en Zeanuri (B) aseguraban que al reyezuelo o chochín, txepetxa, se le podía arrebatar huevos porque los reponía a medida que se le sustraían.

— En ningún caso se podía coger las crías antes de que emplumeciesen, lumetute (Zeanuri-B), esto es, hasta que estuvieran a punto de volar.

— Los nidos de golondrinas, elaiak (Zeanuri-B), ulentriñak (Bergara-G), enarak (Tolosa-G), eliztxoriak (Goizueta-N), eran intocables. En Durango (B) porque se afirmaba que habían quitado las espinas de la corona de Cristo. En Barakaldo (B), también por haber ayudado a Cristo, si se veía una golondrina recién muerta en un camino se apartaba acomodándola en un sitio donde su cuerpo no fuera destrozado por las ruedas de los coches. En Goizueta tenían prohibido tirarles piedras.

— En Lagrán (A) se decía que cuando se encontraba un nido los observadores no le debían mostrar sus dientes porque con esta acción la madre se aburría y abandonaba a sus pequeñitos.

La búsqueda no se realizaba a ciegas, los niños sabían a la perfección los lugares donde habitualmente anidaba cada especie así como su comportamiento, lo que les permitía localizar los nidos con más facilidad. Estos conocimientos se solían transmitir de los mayores a los jóvenes dentro de la comunidad infantil.

Gracias a ellos se podían seguir varios procedimientos de rastreo: por el canto del pájaro, bien de la madre, amea, o del padre, arra; por la forma de vuelo y especialmente por los virajes que hacían los padres antes de acceder al nido; y por los lugares donde habitualmente los construían. En Zeanuri (B), a estas tres técnicas, se les llamaba respectivamente: txoritik, egazkadatik y lekuetatik.

Cogiendo nidos. Óleo de Begoña Izquierdo. 1990. Fuente: Óleo de Begoña Izquierdo, 1990.

En Carranza (B), para buscar nidos, los niños caminaban por cañaos, o huertas con árboles frutales si se trataba de jilgueros, y reparaban en el comportamiento de las aves. Otras veces arrojaban piedras a los matos y árboles para ver qué pájaros huían. Cuando localizaban alguno, se escondían y observaban sus movimientos. Si volvía siempre al mismo sitio es que allí tenía su refugio. Además se fijaban por dónde entraba para conocer con exactitud la ubicación del mismo. También si llevaba ramitas en el pico, lo cual indicaba que estaba preparando el nido, o insectos, señal de que ya habían nacido las crías.

Pero si revoloteaba insistentemente en torno a un árbol, aparentemente sin poder huir, se consideraba un indicio de que una culebra estaba enroscada en alguna de sus ramas y desde allí trataba de atraer al pájaro con su réspere o lengua para comérselo. Y es que en Carranza así como en otros lugares creían que las serpientes tenían la facultad de hipnotizar a los pájaros mediante su lengua.

Una vez descubierto el nido, se deducía a qué clase de pájaro correspondía. Solían bastar las observaciones previamente realizadas para identificarlo y si no, los más expertos lo hacían por los materiales empleados: musgo, hierbas, barro, ramitas, etc.

Este conjunto de conocimientos constituían el aspecto más interesante del juego. Se entablaba una relación con el mundo de los pájaros, sus hábitos, sus formas, sus cantos, sus técnicas de construcción, etc. Seguidamente se recogen algunos más de los recordados por los informantes y que de niños les servían para buscar nidos.

— En Galdames (B) dicen que las txirrisklillas suelen criar en encinas o árboles similares y que mientras están gorando o empollando emiten un ruido característico.

— Los tordos una vez han recogido material para preparar el nido hacen tres o cuatro paradas antes de aproximarse a él. Si acopian comida para las crías actúan de igual modo. Cuando se dirigen al nido vuelan primero a ras de tierra para ascender después. Al abandonarlo evitan hacer ruido y una vez se han alejado una distancia prudencial cantan (Galdames-B). En Zeanuri (B), informan que entran en los zarzales donde ocultan su descendencia por la parte opuesta a donde se halla el nido. Este lo construyen con hierbas gruesas en el exterior y finas por dentro (Carranza-B). Los huevos de esta especie son blancos con manchas negras.

— Los encuestados en Carranza cuentan que los jilgueros hacen sus construcciones en perales y manzanos utilizando ramitas del mismo color que el ramaje del árbol, lo que dificulta su hallazgo. En Zeanuri (B) comentan que trinan desde un árbol próximo a aquél en que se encuentra el nido, dirigiendo su canto hacia donde se halla el mismo.

— Las maricas o urracas y las cornejas los preparan en árboles altos, siendo el preferido el chopo. Emplean ramas grandes (Carranza B).

— Las codornices, poxpolinak, construyen los nidos en trigales o entre hierba y sus huevos son blancos con manchas negras (Abadiano-B).

— Los ruines o chochines los hacen en los agujeros de las paredes o bajo los balcones y los preparan con moflo o musgo (Carranza).

— Las malvices, birigarroak, los ponen en árboles y los huevos son azules (Abadiano).

— Los picorrolinchos o picamaderos anidan en los troncos de las rebollas o robles, en agujeros vaciados por ellos mismos. Los niños de Carranza ponían sumo cuidado al introducir la mano en estos huecos porque pensaban que podían alojarse culebras en su interior. Para asegurarse de que no era así, metían primero un palo que además servía para ahuyentar a los padres.

La actitud ante los pájaros y sus crías no siempre ha sido respetuosa. En Muskiz (B) una vez habían localizado el nido, contaban los huevos y a veces rompían uno para ver si estaba formado el pajarillo. También arrastraban el nido, es decir, lo cogían y se lo llevaban ante el trinar desesperado de los padres. Se lo enseñaban a los otros niños y, si las crías estaban nacidas, casi siempre se retornaba a su emplazamiento inicial, si bien con el riesgo de que sus padres las aborreciesen, más teniendo en cuenta que seguían visitándolas para observar' su desarrollo. Si eran abandonadas y los chiquillos se percataban de ello, les llevaban insectos para alimentarlas.

Este último ejemplo no constituye un caso aislado. Dependiendo de las localidades y muy posiblemente de cada grupo de niños, estos animales han servido como alimento, para ser enjaulados o se les ha sacrificado simplemente por placer.

Para criar pájaros enjaulados se suelen capturar cuando aún son muy jóvenes. Así lo hacían en Salvatierra (A), donde visitaban los nidos y dependiendo de la especie robaban las crías.

En Viana (N), si el nido se hallaba cerca de la casa de uno y era de jilgueros o verdelinas (verderones), cogían las crías y las enjaulaban. Comentan que los padres acudían a darles de comer, a pesar de lo cual frecuentemente morían al crecer. Se decía entonces que sus progenitores las habían envenenado.

En Muskiz (B) obraban de modo parecido: Si se trataba de tordos, verdelones, malvices o jilgueros, éstos rara vez, metían el nido con las crías dentro de una jaula y la colgaban de un árbol en las proximidades de su anterior ubicación. Así, los padres las alimentaban hasta que eran grandes. Luego se liberaban las hembras, que no cantan, y los machos se dejaban encerrados, colgados de ventanas y balcones.

Los niños de Allo (N) apresaban jilgueros y cardelinas impregnando con liga algunas ramitas y situándolas allí donde sabían que paraban a beber. De este modo los capturaban con vida, y podían criarlos en cautividad.

También se robaban las crías para que sirvieran de alimento. En Arraioz (N) mantenían en secreto la localización de los nidos para así aguardar a coger los polluelos y comerlos. En Lezaun (N) aprovechaban los de los pájaros del tamaño del tordo o la malviz.

En Vitoria (A) calculaban el tiempo que faltaba para que las crías abandonasen el nido con el fin de capturarlas un día antes. No retiraban todas, siempre dejaban por lo menos dos. Los jilgueros y demás pájaros cantores se guardaban en jaulas, los otros acababan maltratados o en la sartén.

En San Martín de Unx (N) se entretenían igualmente cogiendo fijernicos, esto es, pajarillos jóvenes en plumón. Además gustaban de buscar nidos, pero de gallinas caprichosas que ponían los huevos en lugares escondidos.

La caza de pájaros adultos también ha sido habitual, aprovechándose a menudo las piezas cobradas para el consumo.

En Murchante (N), por ejemplo, durante las largas tardes de verano y otoño los niños se esforzaban en cazar pájaros con costilla o cepo, red, perigallo o sencillamente a pedradas. También atrapaban cardelinas utilizando lica o liga. En este arte cinegético participaban los adultos enseñando las distintas técnicas. Más que un juego se trataba de la necesidad de procurarse alimentos que tanto escaseaban a los jornaleros de aquellos tiempos.

En Sangüesa (N) cazaban cardelinas (jilguero) con reclamo, a ser posible un macho enjaulado, o con cardinchas dispuestas sobre dos plumas de gallina cruzadas, la cruceta, que llevaban liga para que el ave quedara pegada al posarse. La cardincha es un vegetal que proporciona una semilla muy apreciada por esta especie.

En Berastegi (G) cogían pájaros en invierno, especialmente tordos, zozoak, con la nieve por aliada. Utilizaban para ello cepos.

También en Gamboa (A) empleaban cepos o les lanzaban piedras con el tirabeque o tirador. Cuando cobraban varias piezas las llevaban a casa para comerlas.

En Allo (N) se desplazaban hasta las choperas próximas al pueblo a cazar gorriones con tiravete (tirador) y más modernamente con escopetas de aire comprimido.

También en Allo utilizaban un peculiar sistema para atrapar gaviones o vencejos. La colonia de vencejos llegaba cada primavera al pueblo y anidaba en los tejados de la iglesia hasta finales de verano. Por las tardes, después del golpe de calor más fuerte, una cuadrilla de chicos se apostaba en el atrio de la iglesia. A esa hora los gaviones salían en bandadas en busca de insectos con los que alimentarse. En su vuelo descendían hasta aproximarse al suelo y era entonces cuando los chicos lanzaban al aire un papel recortado en forma circular con un agujero en el centro. Ponían el papel junto a una piedra que arrojaban al aire con fuera. Esta hacía de proyectil y tras caer en tierra dejaba flotando el papel. Si la tarde estaba en calma se mantenía en el aire durante el tiempo suficiente para que a veces, con algo de suerte, un gavión se lanzase a por él. Si el pájaro se metía dentro del aro, al no poder volar caía al suelo, desde donde tampoco podía emprender el vuelo.

En Laguardia (A) los chicos iban de árbol en árbol localizando nidos para capturar chimbos. Lo consideraban una diversión muy entretenida porque entrañaba el riesgo de ser pillados por el alguacil.

Entre los niños de Narvaja (A) había mucha afición a coger nidos, especialmente de pica-troncos, para después organizar meriendas con los polluelos.

Los ayuntamientos también premiaron la caza de determinadas especies consideradas perjudiciales, así como la destrucción de sus nidos. Esta circunstancia servía de acicate a los chavales quienes, además de dar rienda suelta a sus aficiones cinegéticas, obtenían algún dinero.

En Viana (N), por ejemplo, los mozalbetes trepaban a los chopos y a otros árboles donde anidaba la picaraza o urraca y saqueaban huevos y crías. Por ser una especie muy dañina para la agricultura, el ayuntamiento pagaba a peseta el huevo y a duro la cría de dicha ave que le fueran presentados. Cumplido el cometido, en este último caso le cortaban una pata para que ningún pícaro llevase dos veces el mismo animal. Recuerdan los informantes que tal costumbre estuvo vigente hasta la década de los sesenta.

En Sangüesa (N) los mozalbetes más osados se descolgaban por un cortado del río Aragón llamado «Los Terremotos» para apoderarse de nidos de cuervo y de picaraza. El ayuntamiento les pagaba cinco pesetas por cada ejemplar adulto que aportaran y una por cada cría.

En ocasiones se destrozaban los nidos por simple entretenimiento. Así lo recuerdan algunos informantes de Elosua (G). En Goizueta (N) a esta actividad de coger nidos se le conocía como kabiak harrapatzea. En Mendiola (A) solían romper los huevos que encontraban y en Ribera Alta (A) tras localizar y desbaratar los nidos, abandonaban a los polluelos.

En Carranza (B) los niños aprovechaban de vez en cuando los huevos procedentes de nidos y los de gallina que estuvieran goraos o estropeados y que eran proporcionados por los mayores, para jugar «Al tuerto». Se preferían los de pájaro pues al ser más pequeños resultaba más difícil romperlos y en consecuencia el juego duraba más. Pero no se utilizaba cualquier huevo, por respeto se echaba mano sólo de aquéllos de los que no nacía ninguna cría y de los de nidos abandonados, que se reconocían porque estaban fríos.

Se colocaban en el suelo, en fila y bien separados unos de otros. Se donaba o rifaba para determinar el orden de participación y se estipulaba el número de palos que estaba permitido dar a cada uno.

Al primero en jugar se le vendaban los ojos, se le proporcionaba una vara larga y a continuación se le hacía girar sobre sí mismo dos o tres vueltas con el fin de desorientarlo. Después debía golpear el suelo con la vara tratando de romper algún huevo.

Una vez asestado el número de golpes establecido probaba suerte el segundo de los niños y así todos los demás. En ocasiones era necesario realizar varias tandas para conseguir destrozar todos. Resultaba ganador quien más hubiera roto.

En esta diversión, el sorteo del orden de participación cobraba una gran importancia, pues lógicamente el primero en jugar siempre tenía más probabilidades de acertar que el último, después de que hubiesen sido rotos varios.

También en Galdames (B) practicaban este pasatiempo sirviéndose de los huevos que robaban en los nidos. Llamaban al juego «A la varilla».