A los niños

En Galarreta (A), en la década de los años veinte, fue costumbre que todos los niños y niñas del pueblo (anteriormente también de los pueblos vecinos) después de los funerales fueran a la casa mortuoria a tomar pan y vino.

En Amézaga de Zuya (A), cuando el fallecido había sido de buena posición económica, la familia invitaba a una comida a todos los niños del pueblo que estuviesen en edad escolar. De su preparación se encargaba una vecina. En Sal vatierra (A), las familias acomodadas daban una o más monedas de cobre a los niños que acudían a la casa mortuoria. Como es de suponer, iban muchos niños. Dejó de practicarse la costumbre por los años veinte.

En Aoiz (N), si el fallecido era un niño se gratificaba con peladillas, nueces, castañas o caramelos a los que habían llevado las cintas del ataúd. Incluso se les organizaba merendolas de chocolate y «volaos» o bizcochada con «suspiros» para celebrar la llegada del niño al cielo. Los informantes recuerdan con gran cariño la suerte que suponía ser elegidos para cumplir estos menesteres.

En Lezaun (N), los «convidados» mandaban a los niños a la casa mortuoria con el dinero para las misas en sufragio del difunto. A estos niños se les obsequiaba con los «dobles» (callos) del carnero u oveja que se comían a continuación del funeral.