Adivinaciones con flores y frutos

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Una costumbre muy frecuente y extendida es la de deshojar una margarita preguntando a cada «pétalo» las clásicas fórmulas «me quiere» o «no me quiere» hasta acabar con todos. El último dará la respuesta definitiva.

En Durango (B) iban diciendo alternativamente «sí» o «no» hasta deshojarla completamente. Si el último «pétalo» había coincidido con un sí se estimaba que el casamiento de la niña estaba asegurado, de lo contrario, quedaría soltera.

Las niñas de Obanos (N) tenían otro procedimiento para averiguar qué chico las quería. Antes de comerse una manzana le arrancaban el rabo retorciéndolo, a la vez que iban diciendo las letras del alfabeto. La letra que coincidiese con la rotura del pedúnculo era la inicial del nombre del muchacho. Ahora bien, si no concordaba con los intereses de la niña, también podía ser la de su apellido. Aún conservan este método de adivinación.

En algunas localidades navarras los chavales recogían capullos de amapola o ababol y antes de abrirlos trataban de acertar el color de su interior. Dependiendo de cuál fuera éste recibían distintos nombres: En Sangüesa el amarillo se llamaba pollo, el blanco, gallina y el rojo, gallo. En Lezaun el rojo, fraile y el blanco, monja. En Viana, cuando las hojas mostraban color blanco se llamaban curas, mientras que si eran amarillas, canónigos y si lucían el morado, cardenales.