Amuletos religiosos. Ebanjelioak

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Entre los preservativos contra el mal de ojo destacaron por su extensión los de naturaleza religiosa, en concreto los evangelios, pequeñas bolsitas que contenían en su interior un pedazo de papel con fragmentos de los evangelios. Su uso estuvo tan generalizado que en muchas localidades del área euskaldun incluso su nombre, ebanjelioak, desplazó al de kutuna. Se les colocaba a los bebés en la faja, colgados del cuello, prendidos a la ropa, en la cuna o en el cochecito.

En Artziniega (A) les ponían unos que hacían y vendían las Agustinas, unas monjas de clausura de la localidad. Eran unas bolsas pequeñas con forma de corazón y un fragmento de evangelio en su interior. Se fijaban con imperdibles a las fajitas que llevaban los niños por lo que siempre las portaban.

En Bernedo (A) se les fijaba a la ropa con un imperdible unas bolsitas de tela conocidas como evangelios por contener en su interior unos papelitos con citas de estos textos. Si en la familia había una monja los solía conseguir ella y si no, se iba a comprarlos a las monjas de Barria en la localidad alavesa de Barrundia.

En Abadiano (B) para proteger al niño del mal de ojo se le ponía un amuleto, kutune, en la faja con un imperdible. Este amuleto lo fabricaban las monjas y consistía en un trocito de tela cosido en forma de corazón dentro del cual iban unos fragmentos de los evangelios. Estaba prohibido abrirlo. Su finalidad era evitar las maldiciones que tenían su origen en las envidias de las vecinas. En Busturia (B) este amuleto, kutuna, se conseguía en el convento que las monjas franciscanas tienen en Durango; su uso estuvo vigente hasta 1960 aproximadamente.

Conjuro en el kutun. San Juan de Olabarria (G). Fuente: José Zufiaurre, Grupos Etniker Euskalerria.

En Nabarniz (B) el primer amuleto que se fabricaba con fragmento de cordón umbilical se sustituía por otro con la forma de un corazón de Jesús, que se compraba en un convento de monjas de Gernika o en los comercios de venta de ropas para niños de esta misma localidad. Lo llevaban atado a la faja o prendido del pecho durante el primer año de vida.

En Portugalete (B) el recurso a los evangelios estuvo ampliamente extendido. Se compraban en el convento de Santa Clara de la misma localidad y eran confeccionados por las propias monjas; según algunos informantes también se podían adquirir en tiendas o eran facilitados por los sacerdotes. Normalmente era una persona de la familia la encargada de conseguirlos y a cambio solía entregar la voluntad. Consistían en unas bolsitas de tela con bordados y perlitas que alojaban en su interior los evangelios. Se prendían de la faja de los niños mediante un imperdible y cuando se hacían viejos se sustituían por otros nuevos, quemando los primeros.

En Orozko (B) los kutunek consistían en unas bolsitas con fragmentos de los evangelios en su interior. Se les metían a los niños entre la ropa para preservarles del mal de ojo, begizkorik kuiu ez daien. En Durango (B) nada más nacer le prendían de la fajita con un imperdible el kutuna, también conocido como los evangelios. Consistía en un saquito de tela con figuras bordadas de colores y con un trocito de los evangelios en su interior. En muchas ocasiones era regalo de las monjas.

En Markina (B) les colocaban amuletos, kutuna, en la faja a la altura del ombligo mediante cintas. Los confeccionaban y vendían las monjas carmelitas de esta localidad (beeko monjak). Eran de forma cuadrada, punteketa, y en el centro tenían un "corazón de Jesús", fesusen biotza lez, biotz-formie.

En Zeanuri (B) se colocaba entre los pliegues de la faja del niño una bolsita, kutune, que contenía las frases iniciales del evangelio de San Juan. Este amuleto, fabricado por las monjas de clausura, se imponía a la criatura desde el primer momento.

En Sara (L) a los recién nacidos se les colocaba como amuleto un saquito con un papel que tenía escritas las primeras palabras de los evangelios. Se decía que este amuleto les preservaba de xarmazionea, que era cualquier enfermedad que se suponía tenía su origen en un aojamiento, begizkoa. Tal enfermedad se curaba haciendo que el niño fuese bendecido por un sacerdote antes que pasasen nueve días de haber sido contraída.

En Obanos (N) para proteger a los niños se les colocaba entre las vueltas de la fajica los evangelios, que a su vez venían envueltos en una funda de tela. Las embarazadas que tenían alguna familiar monja enseguida recibían unos.

En Berastegi (G) se ponían estos amuletos, kutunék, a los recién nacidos entre los refajos y se fijaban con un imperdible. Consistían en fragmentos de evangelios escritos en pergamino o papel, recortados y protegidos con dos tapas de tela coloreadas a mano. Los confeccionaban las monjas. En Sangüesa (N) estos amuletos también se colocaban por dentro de la faja mediante un imperdible. Los fabricaban las monjas y se los mandaban a las mujeres que iban a dar a luz.

En Treviño (A) les ponían los evangelios para protegerlos hasta ser bautizados. En Bermeo (B) les fijaban ebanjeliuek o begizko kutunék y continuaban con ellos durante este periodo de la infancia.

En Pipaón (A) se les ponían pequeños evangelios que hacían las monjas. En Salvatierra (A) sujetos a la ropa. En Artajona (N) unidos con un imperdible a la faja. En Viana (N) hasta principios de siglo introducidos por la parte interior de las fajas de los niños.

En Izurdiaga (N) se hacía una pequeña bolsa de tela para colgársela al niño del cuello y en su interior se metía doblada una página de los evangelios. En Bera (N) lo primero que se hacía con los niños para preservarlos de todo mal era ponerles los evangelios, que iban encerrados en unos saquitos que pendían del cuello por una cinta y recibían el nombre de kuthunak[1].

En Ezkio (G) era costumbre ponerle un kutun consistente en una especie de bolsita que llevaba en su interior la imagen del corazón de Jesús; en esta bolsita se podían introducir además muchas otras cosas.

En Goizueta (N) cuando un niño lloraba sin parar sus padres acudían al cura a pedirle el evangelio, después lo ponían sobre el niño y se asegura que se le calmaba el llanto. Esta creencia tuvo mucho arraigo y los curas la admitían ya que consideraban que no podía causar ningún mal. Pero a medida que transcurrió el tiempo cambió su actitud ante la misma hasta volverse contrarios. A mediados de siglo ya no prestaban el evangelio y decían a la gente que buscara una solución mejor.


 
  1. Julio CARO BAROJA. La vida rural en Vera de Bidasoa. Madrid, 1944, p. 133.