Ciertos testimonios históricos y restos arqueo - ló gicos nos hablan de la existencia de concentraciones urbanas en territorio vasco durante la época romana. Así Pamplona, Iruña (A) e Irun (G) junto al Bidasoa. Estas ciudades se sitúan a lo largo de las vías romanas y en algún caso parecen el final de una calzada; por ejemplo la antigua Oarso, junto al Atlántico.

También hay indicios de influencia romana en la creación de algunos poblados, sobre todo en Navarra y Álava. Esto, al menos, sugieren los nombres que han mantenido ciertos núcleos. Incluso se localizan restos arqueológicos de castros y poblados de épocas anteriores a la romana[1].

La concentración de casas en la zona colindante al Ebro adopta generalmente formas de ciudad amurallada y con fortificaciones. Este dato sumado a la ausencia de casas dispersas extramuros, sugiere que la concentración obedeció a razones de defensa. Es, por otra parte, la zona del país donde más acontecimientos de épocas pasadas reseñan los historiadores[2].

Efectivamente, en las postrimerías de la Edad Media, en la zona sur había muchas poblaciones de casas agrupadas protegidas por murallas y torreones, circunstancia ésta heredada de épocas más antiguas en que se tenía la necesidad de defenderse contra las incursiones de otros pueblos. Esto obligó a concentrarse a la población en sitios más adecuados para la defensa y a fortificarse. Así se fundaron Valpuesta, Puentelarrá, Labastida, Ábalos, Artajona, Samaniego, Laguardia, Bernedo, Peñacerrada o Marañón.

En la zona norte, sobre todo en la vertiente cantábrica, por su peculiar situación geográfica, no se sintió tan pronto la necesidad de defensa y la población siguió su adaptación al suelo. Pero con el tiempo, a fines de la Edad Media, también allí se formaron agrupaciones de casas, creándose numerosas villas[3].

Es hacia el s. XII cuando se inicia un movimiento de concentración de la población que da lugar a las mismas. En líneas generales, la fundación de villas y ciudades comienza antes en Navarra y Álava (s. XII) que en Gipuzkoa y Bizkaia (s. XIII). Por otra parte, en Gipuzkoa las villas de costa (puertos de mar) son anteriores en su fundación a las del interior. Al otro lado del Bidasoa, Baiona, que ya en las postrimerías del Imperio romano tenía categoría de ciudad, es un puerto pujante a partir del s. XI.

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Las villas de Bizkaia presentan la particularidad de que se fundaron en un corto espacio de tiempo. Estas poblaciones tienen su origen en una fundación real o de un señor y se asientan en la costa, en el margen de un río, junto a vías de comunicación que unían Castilla con los puertos del Cantábrico o bien en zonas estratégicamente defensivas. Pero conviene tener en cuenta que antes de que las villas fueran fundadas ya hubo agrupaciones de población denominadas pueblas.

Durante tres siglos (s. XIII-XV) se crean en Gipuzkoa y Bizkaia cerca de medio centenar de villas. En sus cartas fundacionales recibirán muchas veces apelativos de Villarreal, Monreal, Villagrana o Salvatierra, seguido del nombre de lugar, ateniéndose a los principios que rigen en la toponimia alavesa o navarra.

Entre las causas que explican el origen de este movimiento de concentración se citan: el aumento de la población, común en Europa a partir del s. XII, el deseo de intensificar el comercio, la necesidad de explotar los puertos de mar, la defensa contra los banderizos que con sus incesantes luchas asolaban el país y contra las incursiones de malhechores, así como el control del territorio[4].

Estas son las razones que se aducen en las cartas fundacionales de algunas villas como Errigoiti, Mungia y Larrabetzu. Así se fundaron también Arrasate, Gernika, Durango, Bermeo, Azkoitia, Ondarroa, Tolosa, Villafranca (Ordizia), Segura, Markina y Elorrio. Pero no llegó a agruparse toda la población. Esta creación de villas se interrumpe a comienzos de la Edad Moderna (finales del s. XV) debido a los cambios sociales y políticos que se operan en este tiempo[5].

A partir de entonces, en la vertiente atlántica van a coexistir estas concentraciones urbanas, uriak, con una población “derramada por montes y yermos”, como la llaman los reyes castellanos en algunas cartas fundacionales de villas. En Bizkaia el territorio de poblamiento disperso recibirá el nombre de tierra llana.

Pero más que de un “derramamiento”, que evoca una dispersión absoluta, se trata de asentamientos de poblados de núcleo sencillo o de varios núcleos: anteiglesia, erriak, barrio, auzuneak, casas, baserriak[6].


 
  1. MANTEROLA, “Etxea”, cit., p. 543.
  2. Ibidem, p. 541.
  3. BARANDIARAN. “Los establecimientos humanos en el Pirineo vasco”, cit., pp 38-62.
  4. MANTEROLA, “Etxea”, cit., p. 543.
  5. BARANDIARAN, “Los establecimientos humanos en el Pirineo vasco”, cit., pp. 379-380.
  6. MANTEROLA, “Etxea”, cit., p. 543.