Antecedentes históricos

La vid, originaria del Próximo Oriente, fue difundida en el Mediterráneo durante la Edad Antigua por fenicios, griegos y romanos, que la implantaron en Hispania. Durante la romanización la viticultura se extiende por todo el valle alto y medio del Ebro, como testimonian diferentes representaciones de la vid sobre estelas funerarias, mosaicos y cerámicas conservadas, así como los abundantes restos arqueo lógicos de ánforas, que demuestran la existencia del comercio del vino desde antiguo.

En Moreda, el más importante núcleo vitivinícola del sur del territorio de Álava, se conservan varias explotaciones agrícolas de época romana en las que se cultivaba la vid y elaboraba el vino, bebida que en el siglo X sus vecinos aportaban como estipendio al monasterio de San Millán de la Cogolla. De la Edad Media datan numerosos lagares rupestres situados en La Rioja Alavesa en las poblaciones de Labastida, Laguardia, Moreda, Villabuena, Leza..., en zona de contacto con la Rioja Alta donde también abundan por Ábalos, San Vicente de la Sonsierra, Rivas de Tereso, etc., que confirman la vocación vitivinícola de este territorio desde tiempos multiseculares[1]. El cultivo del viñedo se extiende al ritmo que lo hacen los monasterios, las repoblaciones de la tierra tras el dominio musulmán y el Camino de Santiago, que favorece el contacto con Navarra, Francia y el resto de Europa, así como con Castilla.

En el caso de Navarra, en el siglo I antes de Cristo, se documenta en el poblado protohistórico de La Custodia, la antigua Vareia de los berones, en término municipal de Viana, el consumo de vino en el rito del simposium. Han aparecido en dicho poblado ánforas vinarias, vasos cerámicos y cazos de bronce. La elaboración del vino está documentada en época romana como atestiguan los hallazgos arqueológicos de bodegas en Liédena, Funes, Falces y Arellano (Villa de las Musas), que demuestran la existencia de un comercio de vino y exportación a través del río Ebro.

En la Edad Media la extensión del cultivo de la vid fue mayor que la actual, por razones de autoabastecimiento y uso litúrgico, asomándose a lugares que hoy nos parecen inverosímiles, como los valles pirenaicos o la zona atlántica, en competencia con la sidra o pomada en esta zona. Los viñedos estaban extendidos por toda la Cuenca de Pamplona y los núcleos urbanos estaban rodeados por un cinturón de viñedos al amparo de un proteccionismo local que trataba de evitar la introducción de vinos foráneos y las importaciones por razones de necesidad estaban muy vigiladas.

Lagar arqueológico en Labastida, 2005. Fuente: José Ángel Chasco, Grupos Etniker Euskalerria.
Lagar de campo en Rioja Alavesa, 2005. Fuente: José Ángel Chasco, Grupos Etniker Euskalerria.

Los Reyes de Navarra se interesaron por el cultivo de la vid en el entorno de sus palacios de Olite y Tafalla, sobre todo la Casa de Champaña. Teobaldo I introdujo nuevas técnicas que mejoraron la calidad del vino y se consumía el verjus, que era una bebida refrescante hecha con racimos de uvas agraces. El asombroso incremento del viñedo a costa de la superficie triguera es una característica importante de la evolución agrícola de los siglos XVI y XVII, por considerarse un producto alimenticio productor de calorías. En este último siglo había viñedos en zonas tan al norte como las Améscoas, en los valles de Araquil, Odieta, Anué, Esteríbar, Arce, Urraúl, Lónguida, Salazar y Roncal.

En el siglo XIX se alcanzó la máxima extensión del viñedo entre 1840 y 1890 por la demanda de vino de Francia, que había visto reducirse la extensión de las viñas por el impacto del oídio, pero fue remitiendo a partir de entonces el espacio destinado a la viticultura por la aparición de enfermedades como el mismo oídio, que llegaría más tarde a nuestro país, el mildiu y, sobre todo, la filoxera, que redujo de 50 000 ha a 700 la superficie total del viñedo navarro, superficie que en parte fue ocupada posteriormente por el cereal y en menor grado por la remolacha azucarera. Ya en el siglo XX, la acción preventiva de la Diputación Foral de Navarra, la aparición de las Cajas Rurales y el impulso cooperativista, favorecieron la recuperación del cultivo de la vid, junto con las medidas concernientes a la liberalización de los mercados y a la necesidad de agrupar la oferta y demanda de los productos derivados de la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea, lo que devino en una modernización de las bodegas navarras, particulares o cooperativas (en estas últimas se elabora el 80 % del vino navarro).

El vino, junto con el aceite, son la base de la economía tradicional de los pueblos de la Rioja Alavesa, situada en la margen izquierda del Ebro, con una altura media sobre el nivel del mar de 500 m, comarca natural de fuerte identidad con una extensión de 316 km2 delimitada por el río mencionado al sur y las sierras de Toloño, Cantabria y Codés al norte, con una población que supera los 10 000 habitantes repartidos en quince municipios, los más destacados de ellos Assa, Baños de Ebro, Barriobusto, El Campillar, Cripán, Elciego, Elvillar, Labastida, Labraza, Laguardia, Lanciego, Lapuebla de Labarca, Laserna, Leza, Moreda, Navaridas, Páganos, Oyón, Salinillas de Buradón, Samaniego, Villabuena, Viñaspre y Yécora.

Hoy día las áreas de mayor densidad de cultivo en Navarra son la Ribera (Tierras del Alhama: Cintruénigo, Corella y Fitero; y Queiles: Murchante, Cascante y Monteagudo). El viñedo de la ribera occidental es menos extenso que el de la oriental o tudelana. Destacan las terrazas del bajo Arga y del Ebro (Falces, Peralta, Azagra). En la Navarra Media, es predominante la oriental sobre la occidental y dentro del conjunto destacan el piedemonte de Tafalla-Olite, Val de Aibar y Tierra de Sangüesa (por este orden). En la Navarra Media occidental el somontano de Viana-Los Arcos y el piedemonte de Montejurra aventajan netamente al resto de las comarcas y subcomarcas. Es destacable en la Navarra Media la asociación del cultivo de la vid con el olivo y en proporción sensiblemente inferior con el almendro.

En el presente, el límite septentrional del cultivo no sobrepasa una línea imaginaria que iría, de oeste a este, desde el Valle de Echauri, a Valdizarbe, Lónguida, Romanzado y Urraúl Alto.

Todos los municipios navarros productores de vino se hallan acogidos a la Denominación de Origen Navarra (incluida en 1958), menos Azagra, Andosilla, Viana, Mendavia, San Adrián y Sartaguda que lo son a la de Rioja (creada como denominación independiente en 1925)[2].

De la importancia que el vino tiene en Navarra hablan estas cifras: a mediados de la década de 1980 eran 14 379 los viticultores distribuidos en 145 localidades perteneciendo 11 908 aproximadamente a cooperativas y 2471 fuera de este sector[3].

Un acontecimiento tristemente común a los municipios riojano-alaveses y navarros, que sirvió finalmente como acicate para el despegue y modernización de su viticultura, fue la plaga de la filoxera entre 1892 y 1900[4], que separó definitivamente la vieja viticultura de la nueva cambiando todas las técnicas de cultivo. En Navarra hizo su aparición en 1892 (oficialmente se declaró filoxerada la primera viña en 1896 dentro del Val de Echauri) y cinco años más tarde había arrasado ya 17 000 ha. Todo el viñedo navarro se vio afectado. Valdizarbe desapareció como zona vitícola, al igual que la mayor parte de la Cuenca de Pamplona. Poco a poco se fueron eliminando las cepas de Vitis vinifera tradicionales para injertar sobre pie americano resistente a la filoxera sarmientos de los tipos riparia, chasela, rupestri y molviedro, lo que dio excelentes resultados, pero las variedades indígenas mazuela y tempranillo fueron desbancadas por la garnacha, prácticamente la única utilizada hasta tiempos recientes.


 
  1. Rosa Aurora LUEZAS. “Testimonios arqueológicos en torno a la vid y el vino en La Rioja: épocas romana y medieval” in Berceo. Núm. 138 (2000) pp. 7-37. Los lagares rupestres presentan una morfología sencilla consistente en dos oquedades circulares-almendradas o rectangulares, llamadas torcos (reminiscencia de los torcularios con que aparecen nombrados los lagares en la documentación de los monasterios medievales), una mayor y poco profunda (pileta, pocillo), en la que se echaban las uvas para pisarlas, y otra pequeña pero más profunda en donde se recogía el mosto que escurría del pisado de la pileta a través de un canalillo de unión, en donde es presumible se colocase un manojo de sarmientos en forma de gavilla para filtrar los raspones, hollejos y pepitas. A veces, junto a ellas, aparecen agujeros excavados que pudieran haber servido como encajes de prensas (de madera de viga o de torno).
  2. En función de las características climáticas y de suelo se diferencian en Navarra las siguientes comarcas o subzonas vitivinícolas, que dan lugar a unos viñedos de características diferenciadas: Baja Montaña, Valdizarbe, Tierra Estella, Ribera Alta, Ribera Baja, y Rioja Navarra, caracterizadas por sus respectivas denominaciones de origen. Jorge SAULEDA. “Denominación de origen” in Gran Enciclopedia Navarra. Tomo IV. Pamplona: 1990, pp. 26-28.
  3. José OROZ. “Viticultura” in Gran Enciclopedia Navarra. Tomo XI. Pamplona: 1990, p. 450.
  4. La filoxera (Dactylosphaera vitifoliae) es un insecto, parásito de la vid, del orden de los hemípteros clasificado correctamente como Phylloxeridae por primera vez por Jules Émile Planchon en 1868 que lo denominó Phylloxera vastratix. A su vertiente bacteriana de la infección se la conoce como enfermedad de Pierce. Por extensión se conoce como filoxera a la enfermedad de la vid provocada por este insecto. Llegó a Europa desde el este de los Estados Unidos y provocó una grave crisis vitícola a partir de 1863. En la vid europea no se formaron agallas en las hojas, como en las cepas americanas, sino que la destrucción se producía por necrosis del sistema radicular de la planta, con efectos fulminantes (de ahí su sobrenombre científico de devastadora). La plaga se pudo superar gracias a porta-injertos de origen americano que fueron naturalmente resistentes al insecto. Sobre la filoxera como motor del cambio (cooperativismo rural, abonado y enmienda de las tierras, utillaje y maquinaria...) Alfredo FLORISTÁN. Geografía de Navarra. Tomo III. Pamplona: 1995, pp. 114-128.