Apéndice: Las exequias según el Ritual Romano

El ritual de exequias que ha estado vigente en la Iglesia Católica hasta el año 1970 tiene su origen en el Exsequiarum Ordo proclamado por el Papa Paulo V en el año 1614.

Con muy pocas alteraciones aquel ritual de origen monástico ha servido de pauta durante tres siglos y medio para la celebración de los funerales en todas las iglesias de rito romano.

Las costumbres funerarias registradas en nuestras encuestas etnográficas se han desarrollado conforme a estas prescripciones litúrgicas. Por ello se hace necesario describir los sucesivos ritos y oraciones que han conformado esta litúrgica mortuoria.

Ello ayudará a contextuar las costumbres funerarias recogidas en un área que mayoritariamente es de cultura cristiana.

Para esta descripción nos hemos valido del arriba citado Exsequiarum Ordo del Ritual Romano. (Tít. VI, cap. 3).

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Comitiva de la iglesia a la casa mortuoria

Acordada la hora en la que el cadáver será llevado a la iglesia, el clero y las personas que han de estar presentes en el funeral se congregan en el templo parroquial o en otra iglesia según sea la costumbre del lugar. Una vez dadas las señales de campana conforme al modo y rito que sea usual en la población, el Párroco revestido de sobrepelliz y estola negra o incluso de capa pluvial del mismo color se encamina con los demás a la casa del difunto; les precede un clérigo con la cruz y otro con el agua bendita.

Formación del cortejo fúnebre

Distribuidas las candelas y encendidos los hacheros, se ordena la procesión que abren si están presentes los miembros de las asociaciones laicales; les sigue por orden el clero regular y el secular; caminan por parejas con la cruz delante cantando devotamente los salmos. El Párroco precede al féretro rodeado de candelas; luego vienen los otros acompañantes del cortejo rogando en silencio a Dios por el difunto.

Levantamiento del cadáver y comitiva hasta la iglesia

Antes de proceder al levantamiento del cadáver el Párroco lo asperja con agua bendita y reza el salmo 129, «De profundis».

Levantado el cadáver, el Párroco, al salir de la casa mortuoria, entona la antífona Exultabunt Domino, con lo que emprende la marcha el cortejo.

Durante el trayecto hasta la iglesia se canta el salmo Miserere alternando sus versos entre los cantores y el clero. Si el recorrido es largo se agregan otros salmos tomados del Oficio de difuntos.

Al entrar en la iglesia se repite la antífona: Exultabunt Domino, ossa humiliata (Los huesos humillados se levantarán para el Señor).

Recepción del cadáver en la iglesia

Una vez que la comitiva entra en la iglesia, colocan el féretro en medio de ella de manera que los pies del difunto, si éste es laico, estén hacia el altar mayor; si el difunto es sacerdote tenga la cabeza hacia el altar.

El clero se coloca a los lados del féretro: el celebrante a los pies del difunto y el crucífero a la cabeza. Cuando todos están dispuestos, entonado por el cantor y respondiendo el clero, cantan el responsorio Subvenite.

— Acudid Santos de Dios, Salid a su encuentro Angeles del Señor:
R. Acogiendo su alma, llevándola a la presencia del Altísimo.
— Te reciba Cristo que te llamó y los Angeles te lleven al seno de Abraham .
R. Acogiendo su alma, llevándola a la presencia del Altísimo.
— Dale Señor el descanso eterno y que la luz eterna le ilumine
R. Llevando su alma a la presencia del Ahísimo.

Oficio de difuntos

Con el féretro en medio de la iglesia y los cirios encendidos en torno al cadáver, si nada lo impide, se reza seguidamente el Oficio de Difuntos con el Invitatorio, los tres Nocturnos y las Laudes.

[El Invitatorio y los tres Nocturnos componían el rezo de la hora de Maitines. Cada uno de los Nocturnos estaba compuesto a su vez de tres salmos con sus antífonas y tres lecturas bíblicas con sus responsorios. Las Laudes se componían de cinco salmos, una breve lectura y el cántico Benedictus. De ordinario se recitaba un único nocturno antes de la misa del entierro. Cuando el funeral estaba compuesto de tres misas cantadas y seguidas, tal como se ha registrado en varias localidades, cada una de las misas iba precedida del canto de un Nocturno] .

Misa de Requiem

Mientras se dicen las Laudes, el sacerdote con los ministros se preparan para celebrar la Misa solemne por el difunto tal como se indica en el Misal Romano para el día del sepelio, si el tiempo litúrgico lo permite.

La Misa de funeral podía ser solemne; en este caso era oficiada por tres clérigos; uno de ellos era el celebrante, otro el Diácono y el tercero el Subdiácono. Podía también ser oficiada únicamente por el celebrante.

Esta misa era denominada de «Requiem» en alusión a su canto inicial o antífona de entrada: Réquiem aetérnam dona eis Dómine, et lux perpétua lúceat eis (Dales, Señor, el eterno descanso, y alúmbreles la luz eterna). Hasta la reforma litúrgica los cantos; las oraciones y las lecturas eran exclusivamente en latín.

Terminada la misa, el celebrante desciende del altar al presbiterio donde se despoja de la casulla y del manípulo y se reviste con la capa pluvial negra; el Diácono y el Subdiácono mantienen sus vestiduras (dalmáticas) pero se quitan los manípulos.

Absolución, aspersión e incensación del cadáver

El Celebrante hace una reverencia ante el altar y con la cabeza cubierta se dirige hacia el féretro siguiendo a los demás oficiantes. El Subdiácono toma la Cruz y precedido de dos acólitos, uno con el incensario y la naveta del incienso y otro con el recipiente de agua bendita y el hisopo, llega hasta el féretro colocándose a la cabeza del difunto. Detrás de él vienen ordenadamente los otros miembros del Clero y se colocan rodeando al féretro. En último lugar viene el Celebrante con el Diácono a su izquierda y se coloca en frente de la cruz un poco desplazado a la parte de la Epístola, teniendo detrás a mano izquierda a los dos acólitos.

Sosteniendo el Diácono o un acólito el libro, el Celebrante con las manos juntas recita la oración Non intres:

No entres Señor en juicio con tu siervo, porque ante ti ningún hombre se justificaría de no ser que de ti hubiera recibido la remisión de todos los pecados. Por eso te rogamos que tu sentencia judicial no apremie a aquél que encomienda una sincera súplica de fe cristiana; antes bien socorrido por tu gracia, merezca escapar del juicio de castigo el que mientras vivió estuvo marcado con el signo de la Santa Trinidad. Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Seguidamente se canta el responsorio Libera me, Domine:
— Líbrame, Señor, de la muerte eterna en aquel día temible, en que se han de conmover cielos y tierra.
R. Cuando vengas a juzgar al mundo por el fuego.
— Tiemblo y temo mientras llega el juicio y la ira venidera, en que se han de conmover cielos y tierra.
R. Cuando vengas a juzgar al mundo por el fuego.
— ¡Oh día aquel, día de ira, de calamidad y de miseria, día grande y muy amargo!
R. Cuando vengas a juzgar al mundo por el fuego.
— ¡Dales, Señor, descanso eterno! la luz perpetua los alumbre.
— Líbrame, Señor, de la muerte eterna...

Cuando comienza la repetición del responsorio el Sacerdote, ayudado por el Diácono, pone incienso en el incensario bendiciéndolo del modo acostumbrado. Terminado el responsorio con las invocaciones Kyrie eleison, Criste eleison, Kyrie eleison el Sacerdote dice en voz alta: Pater noster que todos lo continúan en silencio.

Entre tanto el celebrante coge el hisopo de agua bendita y acompañado del Diácono que desde el lado derecho le levanta la punta anterior de la capa pluvial, da una vuelta alrededor del féretro asperjando el cuerpo del difunto con el agua bendita, tres veces en la parte izquierda del cadáver y otras tres en la parte derecha. Cuando pasa ante el Altar y ante la Cruz se inclina profundamente al tiempo que el Diácono hace la genuflexión.

Luego toma el incensario y circunvala el féretro incensando el cuerpo del mismo modo que lo ha asperjado. Devuelto el incensario el celebrante recita en voz alta la conclusión del Paternoster: Et ne nos inducas in tentationem y las demás invocaciones que preceden a esta oración final:

Dios, de quien es propio usar siempre de misericordia y perdonar; te rogamos humildemente por el alma de tu siervo (o sierva) N. que mandaste salir hoy de este mundo, que no la entregues en manos del enemigo ni la olvides para siempre, sino que ordenes que sea recibido por los santos Angeles y conducido a la patria del paraíso; para que, pues esperó y creyó en ti, no padezca las penas del infierno sino que entre en posesión de los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Procesión al sepulcro

Terminada la oración, el cuerpo es llevado al sepulcro en el mismo orden en el que ha sido traído a la iglesia; entre tanto se canta la Antífona In Paradisum:

— Al paraíso te conduzcan los Angeles a tu llegada te reciban los Mártires y te lleven a la ciudad santa de Jerusa lem.
R. El coro de Angeles te reciba y en compañía de Lázaro, pobre en otro tiempo tengas el descanso eterno.

Bendición del sepulcro

Cuando todos han llegado al sepulcro, si éste no ha sido bendecido anteriormente, el sacerdote procede a su bendición con esta oración del Ritual:

Dios, por cuya misericordia tienen el descanso las almas de los fieles, dígnate bendecir este túmulo y designarle como guardián a tu santo Angel; libera de todo vínculo de pecado al alma del cuerpo que aquí es sepultado para que goce siempre en ti en compañía de tus Santos. Por Cristo nuestro Señor.

Luego lo asperja con agua bendita e intensa el cuerpo del difunto y el túmulo, en medio, a la derecha y a la izquierda.

A continuación se entona la antífona Ego sum que recoge las palabras de Jesús en el evangelio (In 11, 25-26):

Yo soy la resurrección y la vida
el que cree en Mí
aunque hubiera muerto vivirá.
Y todo el que vive y cree en Mí
no morirá para siempre.

El clero canta el cántico Benedictus repitiendo la antífona Ego sum. El celebrante recita una ora ción final que concluye con la invocación «Requiero aeternan dona el Domine, et lux perpetua luceat el». Al recitar estas palabras el sacerdote traza la cruz con la mano derecha sobre el féretro.

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El rito de las exequias sin la presencia del cuerpo del difunto es idéntico al rito funerario con el cuerpo presente. Este es sustituido por un túmulo que simboliza el féretro pero en este caso no se recita la oración Non intres.

El rito termina trazando el celebrante el signo de la cruz sobre el túmulo mientras dice Requiem aeternam.