Apéndice: Urak eta suak hartua / Herida mareada

En tiempos pasados se pensaba que en caso de infección de las heridas convenía mantenerse alejado del mar dada su nociva influencia sobre las mismas; esta creencia estaba extendida tanto entre la gente de tierra como entre los pescadores. Para evitar su influjo pernicioso se llevaba ajo y sal en el bolsillo. En Vasconia continental mantenían la costumbre incluso cuando se cruzaba un puente sobre un río[1].

Se recogió a principios del siglo XX en las poblaciones guipuzcoanas de Oiartzun e Irun que cuando una persona se había hecho una herida grande y debía desplazarse hasta un lugar para llegar al cual tenía que ver el mar, para que no se le “marease la herida” llevaba en el bolsillo, en un pañuelo o en un papel, ajo y sal[2].

También en Oiartzun (G) se registró que si uno, como consecuencia de alguna herida, temía que le sobreviniese algún vahido al viajar, llevaba en el bolsillo un diente de ajo juntamente con un poco de sal[3].

En nuestra actual encuesta de Astigarraga (G) se ha constatado esta misma creencia: cuando había que ir a Donostia teniendo una herida o rozadura que no revistiera importancia se llevaba en el bolsillo un pequeño paquete con sal y un diente de ajo: se juzgaba que la cercanía del mar y el viento salado perjudicaban las heridas. Se ha registrado igual costumbre en Goizueta (N).

Azkue recogió en Amezketa (G) que le crecería la cortadura o el mal grano que tuviera en el rostro la mujer recién parida, si caminaba mirando al mar, salvo que llevara en el seno sal y ajo[4]. En Zarautz (G) para que no se infectara un grano, karramatxoa, o una herida lo que se llevaba en el bolsillo era queso y sal[5].

En Vasconia continental se constató que para luchar contra la sobreexcitación provocada por el aire marino había que comer nueve granos de sal y nueve trozos de ajo[6].

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Diagnóstico y tratamiento de la herida mareada

Cuando una herida se infectaba se decía que se había mareado. La mareadura, mareoa, ocasionaba el pasmo, pasmoa, de la herida, contingencia producida por distintas causas en especial por la influencia del mar. El Dr. Barriola aduce el caso de un anciano que fue panadero y que en cierta ocasión se hirió la mano con un hierro al introducir los panes en el horno. Contuvo la hemorragia y se vendó con unas hilas. Por la tarde salió con un amigo y dieron un paseo cerca del mar entre la Avenida y el barrio de Gros, en San Sebastián (G), cruzando el puente de Santa Catalina. Al anochecer advirtió por unas punzadas en la mano lesionada que la herida se había mareado a causa de su paseo. Recurrió entonces al agua de mareaduras, mareo-ura. Cogió un puchero de barro, lo llenó de agua y lo puso a hervir con tres hojas de laurel y doce blancas piedrecitas, llamadas piedras de sal, gatzarria, de las que se recogían en la orilla de los regatos. Cuando el agua estaba en ebullición la vertió en una cazuela ancha y en el centro colocó el puchero invertido sin dejar salir las hojas y las piedras, que quedaban bajo él. Sobre su fondo puso una tijera, un cuchillo y un peine cruzados y sobre ellos mantuvo durante unos diez minutos la región afectada cubierta con un trapo. En el caso de que la herida estuviera mareada el puchero se tragaba el agua de la cazuela y el vaho atraía, tiratu, el pasmo. La operación se repetía durante unos días hasta lograr la curación. Este remedio con sus variantes ha tenido una amplia difusión[7].

En Sara (L) cuando una herida se infectaba se decía que probablemente estaba “ura ta suak artua”, afectada por el agua y el fuego, pues se creía que muchas heridas se infectaban por haber sido aproximadas demasiado al fuego y mojadas por el agua. En tal caso se hervía agua en un puchero de barro, lurrezko eltzea, donde se hubieran introducido previamente siete o nueve piedrezuelas. Luego se echaba todo el contenido a una cazuela o vasija de boca ancha. El puchero quedaba en ella boca abajo de suerte que tapase las piedritas. Sobre el puchero, así vuelto, se colocaban tijeras abiertas o en cruz, sobre éstas dos ramas de laurel bendito también en cruz, sobre las ramas un peine y por encima de él, el miembro herido. Se debía permanecer así hasta que el agua de la cazuela se introdujese de nuevo en el puchero, lo cual ocurría al enfriarse el aire del interior y por tanto reducirse su volumen. Si el agua no volvía al puchero era señal de que la infección no era de las que llamaban ura ta suak artua.

Juan Thalamas recogió esta misma práctica en Vasconia continental. Cuando una herida tendía a infectarse se remediaba recogiendo tres piedrecitas fuera de casa de tres sitios distintos que formasen entre ellos una cruz. En lugar de tres podían ser cinco, siete o nueve, siempre en número impar. Al volver a casa había que tomar tantas hojas de laurel y tantos pedazos de ajo como piedras se hubieran recogido. Todo ello debía ponerse en un cazo y hacerlo cocer en el fuego con dos o tres pintas de agua. Cuando ésta se hallaba hirviendo había que echarla a un pandero y poner en medio de éste el cazo boca abajo. Entonces había que tomar unas tijeras, una aguja y un peine y colocarlos en forma de cruz atados con un hilo, encima de la parte trasera del cazo. A continuación se colocaba la parte dañada del cuerpo encima de esta última cruz y todo tenía que quedar cubierto con una manta, hasta que el agua se enfriase. Se podía repetir esta operación varias veces, empleando siempre la misma agua[8].

En Goizueta (N) se conocía con el nombre de mareoa o mareora la situación en que las heridas presentaban un estado rebelde o de difícil curación. Los informantes señalan la relación entre mareora y la causa del empeoramiento de la herida que se atribuía a que se había mareado al sentir cerca la presencia del agua. Para evitar mariura se tomaban nueve hojas de laurel y el mismo número de pedazos de teja y de piedras blancas en un trapo con el que se hacía un hato. Se depositaba en una cazuela con agua fría al fuego y al romper a hervir se retiraba y se ponía invertida en el interior de una cazuela más grande; sobre su fondo se colocaban un peine y unas tijeras abiertas. El miembro afectado –normalmente se trataba de extremidades– se colocaba situando la herida justo encima del pasador de las tijeras. Si el agua subía al interior de la cazuela pequeña, era señal de que la herida estaba mareada; en caso contrario el dolor y el pus terminarían pronto. La operación se repetía tres veces.

En Liginaga (Z) para predecir el curso de una infección se empleaba el siguiente procedimiento, llamado suharraren egitea. En una artesa o vasija que contuviese agua hirviendo se echaban tres piedritas. En la misma vasija se metía boca abajo una taza de barro de modo que tapase las tres piedras. Sobre la taza se colocaban cruzadas dos llaves y sobre éstas un peine de boj y una aguja. Si pasado un tiempo el agua se recogía dentro de la taza era señal de que la infección se curaría. De lo contrario no sanaba. Esta operación se repetía en tres ocasiones.

En Valcarlos (N) este remedio se utilizaba en la década de los setenta del siglo XX contra las infecciones fuertes y la erisipela. Se tomaban tres hojas y tres granos de sal; se recogían piedras en tres cruces de caminos. Se hervía todo ello en una caldera, pertza, y se introducía un puchero de loza, dupin lurrezkoa, boca abajo. Se colocaban sobre él una cuchara y un tenedor de boj, ezpelezkoa, en forma de cruz y encima de todo las tijeras, aizturrak. Si la infección interesaba la pierna, se colocaba ésta encima de todos los objetos y se cubría con una manta. Señala la informante que no existía medicina como ésta para las infecciones de los pies[9].

En Oiartzun (G) para infecciones e hinchazones que venían, según se decía, del mareo empleaban este procedimiento: Se hacía hervir agua en un puchero de barro donde se hubieran introducido previamente cinco piedras blancas y cinco hojas de laurel. Se vaciaba el puchero, derramando su contenido en una caldera y poniendo aquél, boca abajo en este recipiente de suerte que cubriera las piedras y las hojas. Sobre el puchero se colocaban tijeras en cruz o abiertas; sobre éstas, dos ramitas de laurel también formando cruz; sobre el laurel, un peine; sobre éste, el miembro herido. Si el agua se retiraba introduciéndose espontáneamente en el puchero, era señal de que se retiraba la causa de la infección y ésta se curaría. Se repetía la operación varias veces, en número impar. En Lizartza (G) se ha constatado la misma práctica pero sin piedras[10].

En Banka (BN), según Azkue, a principios del siglo XX, para curar las inflamaciones, usiak, se hacía hervir agua en un puchero de barro, eltzea, y el agua hirviente se echaba a una caldera, bertza. Se ponía luego el puchero boca abajo en la caldera y encima del puchero tres hojas de laurel, erramu-ostoa, tres granos de sal, un peine y unas tijeras, aizturrak, y sobre ellas se apoyaba el miembro inflamado: piedra, brazo, mano... El agua penetraba en el puchero invertido. Se hacía esta operación tres veces y así quedaba la inflamación curada[11].

En Lekaroz (N) recogió el P. Donostia en la primera década del siglo XX, que cuando el panadizo, inguruko mina, se enconaba y presentaba mal aspecto, se decía que estaba “urak eta suak artua” (atacado por el agua y el fuego). Para curarlo se hacía hervir agua en un puchero y se vertía a una vasija; el puchero se ponía boca abajo dentro de ella y encima del puchero un peine, sobre él dos ramas de laurel en forma de cruz y encima unas tijeras abiertas, también en forma de cruz y sobre todo ello la parte dañada. Si la enfermedad era de las “tocadas” o urak eta suak artua, toda el agua entraría dentro del puchero y quedaría recogida dentro. Había que hacerlo en cada ocasión, tres veces. Si el mal no era del tipo de urak eta suak artua, el agua no se recogería en el puchero[12].

En Ollo (N), según constató también este autor por la misma época, para curar el panadizo, inguruko mina o barnetik ateraia, se recurría a un remedio similar. En una cazuela de barro se ponían nueve piedras pequeñas y en ella se vertía el agua hirviendo de otra cazuela que se colocaba boca abajo dentro de la primera y cubriendo las nueve piedras. Sobre el recipiente invertido se posaban dos hojas de laurel en cruz, unas tijeras abiertas en forma de cruz también y un peine. Se tomaban los vahos de esta agua caliente en la parte dolorida. Como llamaban a ésta una enfermedad del agua y fuego, entraba el agua en el puchero de arriba[13].

En Bozate (N) en los años setenta del siglo XX se seguía practicando una operación denominada zeinatu para averiguar la gravedad del panadizo. Consistía en colocar una palangana con agua y taparla con un puchero puesto sobre ella. Encima del puchero volcado se ponía un peine, unas tijeras y un dedal. Si el agua ascendía por el puchero era señal de que el hueso estaba dañado y había que acudir al médico, porque todo este procedimiento no era curativo sino informativo[14].

En Lapurdi para curar los edemas de los pies y de las manos se aplicaba el siguiente remedio: se ponían en un recipiente nueve granos de sal y el mismo número de guijarros pequeños, de dientes de ajo, de hojas de laurel y nueve gotas de agua bendita. Se volcaba este recipiente en un caldero de agua hirviendo y encima se colocaban unas tijeras y una gran aguja formando una cruz. Se ponía sobre ello el miembro afectado recubierto por un paño y en nueve días se curaba[15].

Complementamos los testimonios etnográficos arriba transcritos con esta nota documental. En 1725 un decreto del Tribunal de la Inquisición de Logroño, prohibió en Navarra esta práctica que se utilizaba como remedio de las inflamaciones. El procedimiento consignado se describe como sigue: Calentaban agua con algunas yerbas y la echaban en una gamella, en la que ponían una olla boca abajo, sobre ésta un peine, sobre él unas tijeras, encima una aguja de coser y sobre todo ello la parte inflamada y cubriéndola con alguna ropa recitaban algunas palabras y oraciones y a veces el agua de la vasija se retiraba y se metía en dicha olla puesta boca abajo[16].


 
  1. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 26.
  2. APD. Cuad. 1, ficha 90.
  3. Recogido por José Miguel de BARANDIARAN: LEF. (ADEL).
  4. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid: 1935, p. 348.
  5. Recogido por Juan IRURETAGOYENA: LEF. (ADEL).
  6. DIEUDONNÉ. “Medécine populaire au Pays Basque” in Gure Herria. Tomo XXVI. Bayonne: 1954, p. 201.
  7. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, pp. 26-27.
  8. Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in Anuario de Eusko-Folklore. Tomo XI. Vitoria: 1931, pp. 63-64.
  9. José Mª SATRUSTEGUI. “La medicina popular en el País Vasco” in Gaceta Médica de Bilbao, LXXIII (1976) p. 523.
  10. José Miguel de BARANDIARAN. Mitología Vasca. Madrid: 1960, p. 41.
  11. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo IV. Madrid: 1947, p. 260.
  12. APD. Cuad. 1, ficha 58.
  13. APD. Cuad. 7, ficha 778.
  14. Mª del Carmen AGUIRRE. Los agotes. Pamplona: 1978, p. 222.
  15. DIEUDONNÉ. “Medécine populaire au Pays Basque” in Gure Herria. Tomo XXVI. Bayonne: 1954, pp. 201-202.
  16. Tomás de ASCARATE. “De Historia Navarra. Supersticiones” in Juventud Católico-obrera. Núm. 18. Tafalla: 29-VI-1924, pp. 2-3. A pesar de las prohibiciones esta práctica, con variantes, ha pervivido hasta nuestros días. Vide José Mª SATRUSTEGUI. “La medicina popular en el País Vasco” in Gaceta Médica de Bilbao, LXXIII (1976) p. 523.