Bizkaia

En la comarca de las Encartaciones, en Carranza, el principal tipo de ganado es el bovino. En 1962 había casi 6.500 cabezas, destacando la raza frisona y después la suiza. En 1988 el censo había superado las 10.000 cabezas, siendo el 88% de raza frisona; la suiza prácticamente ha desaparecido y el resto lo constituían diversas razas de aptitud cárnica. A finales de los noventa el número de cabezas sobrepasaba las 12.000 dedicándose el 82% de las mismas a la explotación lechera y el resto a la obtención de carne. La tradicional vaca monchina ha tenido entre otros usos, y gracias a su comportamiento arisco y bravo, el de la lidia en los festejos taurinos que se celebraban en los cosos carranzanos y de la comarca.

En el año 1935 el censo de ganado caballar era de casi 700 cabezas. Pastaba durante todo el año en los montes del Valle y sólo se bajaba a los barrios durante el verano para la trilla del trigo. Durante esos días se aprovechaba para marcar las crías, recortar la crin y arreglar los cascos de aquellos animales que los tuviesen viciosos. Desde entonces la cabaña caballar ha ido reduciéndose paulatinamente concentrándose el mayor porcentaje en la zona sur del Valle, en el concejo de la Calera, donde sus habitantes continúan con la tradicional explotación de este tipo de animales para la cría y la venta de potros para carne. En 1988 quedaban algo más de 300 cabezas. El actual se aproxima a las 500.

Son pocos los ejemplares de asnos que quedan. En la primera mitad de los años treinta el número de burros era superior a los 300. Antaño esta cantidad era reducida, al contrario de lo que ocurría con las yeguas. Su principal trabajo era transportar el trigo y el maíz al molino y volver con las talegas de harina. Los coloños de hierba, la leche o el agua se acarreaban al hombro. Pasada la guerra civil aumentó el número de vacas, por lo que había que traerles más hierba a la cuadra y a la vez transportar el mayor volumen de leche destinado a la venta. Uncir la pareja de bueyes era una tarea demasiado ardua para estos trabajos, así que se hizo necesario un animal de carga. En cada pueblo hubo alguna persona que domesticó al burro para este fin. La costumbre se difundió rápidamente y en pocos años todas las casas tuvieron un burro como medio de transporte. Desde finales de los años treinta hasta la década de los sesenta los burros aumentaron considerablemente. En 1964 había 500 y sólo tres años más tarde pasaban de 600. La aparición de los primeros tractores a comienzos del decenio de los setenta supuso el inicio del abandono de los asnos. En el censo de 1975 se registraban aproximadamente 500 animales. A partir de aquí se acentuó el declive; en el censo de 1988 sólo aparecen dos burros, cifra que aunque no parece real, da idea del abandono de la utilización y crianza de este animal.

Sólo hay un rebaño de cabras de notable importancia constituido por unas 180 cabezas. El resto de los animales se reparte entre los caseríos, sobre todo en los barrios altos, que crían este animal. Tradicionalmente de estos animales se han aprovechado la leche y las crías. En la actualidad el producto principal es el cabrito para la venta de carne. En ocasiones otra fuente de ingresos adicionales proviene de la venta de las cabras adultas para crianza.

Hasta bien entrado el presente siglo el ganado ovino ha sido el más importante de la cabaña ganadera carranzana. Tradicionalmente los rebaños han sido de medianas o pequeñas dimensiones, siendo muy pocos los que superaban las 150 cabezas. Durante el primer tercio del presente siglo se constata que en los barrios altos la mayoría de sus habitantes eran pastores, poseyendo cada uno de ellos rebaños de 80 a 100 ovejas. El censo ovino en el año 1935 era de 13.000 cabezas. En 1948 el número de animales había experimentado un notable descenso, situándose en torno a los 3.000. Desde esta época y hasta avanzada la década de los ochenta, pese a las fluctuaciones registradas, el ganado ovino ha sufrido una tendencia a la baja, más acusada en el periodo comprendido entre 1967 y 1975. Desde el último tercio del decenio de los setenta y hasta principios de los ochenta se inició la reactivación de este ganado, aumentando progresivamente hasta alcanzar a principios de los noventa cotas similares a las de los años cuarenta. A finales de los años ochenta reaparece el lobo, que ha continuado causando bajas en los rebaños hasta nuestros días. Esto ha provocado un nuevo estancamiento en este sector ovino. Los pastores consideran esta circunstancia como muy desfavorable para el mantenimiento de la cabaña ovina. Muchos pastores ya no envían sus rebaños a los pastos de monte.

A mediados de los años treinta el censo de ganado porcino se situaba algo por encima de las 1.000 cabezas. En 1964 el número de cerdos registrados superaba los 1.200 ejemplares. En los años sucesivos ha descendido progresivamente su número.

Los conejos se han criado para el autoabastecimiento y las gallinas para obtener huevos y carne. En 1964 el censo de gallinas superaba las 6.000 aves, en 1982 se aproximaba a las 10.000. A pesar de que se ha generalizado su crianza en jaulas, en algunos barrios altos aún permanecen sueltas picoteando en las proximidades de las casas. Los patos se han criado en pequeñas cantidades en aquellos caseríos ubicados en las proximidades de cursos fluviales. En la actualidad se crían pocas palomas; sin embargo, años atrás en casi todos los barrios había algún vecino aficionado a ello. El principal aprovechamiento lo constituían los pichones. También se han criado perros y gatos y en casi todos los barrios ha habido colmenares.

En Triano, donde se ha experimentado un importante proceso de industrialización y urbanístico a lo largo de este siglo, se debe diferenciar entre la utilización de animales como transporte industrial en las minas y el apoyo que han prestado en las labores agrícolas. Hasta finales del siglo XIX o primeros de éste se utilizaron yugadas de bueyes para el transporte no sólo de mineral, muy limitado en tiempos de este siglo, sino también para el traslado ordinario de mercancias entre diversos lugares de la comarca y de allende el río Kadagua, hacia Bilbao, o por el oeste al resto de las Encartaciones, Cantabria y Meseta Castellana. Las razas de bueyes que predominaron fueron la asturiana y la tudanca por su fortaleza. En el ámbito doméstico rural hasta la mitad de siglo o superada ésta, en muchos hogares había una vaca o novilla de raza holandesa o frisona, suiza o mestiza de suiza y pirenaica. A partir de los cincuenta decreció el número de animales estabulados, acentuándose esta disminución en los sesenta coincidiendo con la fuerte urbanización y la consiguiente merma de la superficie dedicada a prados. A la vez fueron naciendo pequeñas explotaciones familiares de vacas suizas y holandesas con el fin de obtener ganancias de la producción lechera. Posteriormente se han introducido en estas pequeñas industrias familiares las razas jersey y limusín, la primera para leche y la segunda para carne. En cuanto al ganado monchino hasta los años sesenta no se controlaba su traslado al valle o a los establos situados a medio camino entre los pastos altos y el valle. Entre el ganado monchino, las vacas, denominadas del país, son pirenaicas; quedan escasos ejemplares en estado puro debido a la introducción de otras especies como la charolesa y tudanca.

Quedan algunos rebaños de cabras en los montes altos así como ejemplares aislados que siempre pastan amarrados cerca del hogar del propietario.

Los caballos y mulos se utilizaron en las canteras de las minas para mover las vagonetas con mineral hasta los puertos de embarque de los ferrocarriles. Las compañías mineras y los contratistas de minas tenían cuadras y personal asalariado para el cuidado de este ganado y de sus instalaciones[1].

Vacas pirenaicas y monchinas. Abanto y Zierbena (B), 1991. Fuente: Juan Cordón, Grupos Etniker Euskalerria.

El ganado asnal ha sido muy considerado para el transporte en las labores de la huerta, para acarrear la hierba o para el traslado de productos hortícolas al mercado, incluso para transportar carbón o leña desde las carbonerías o escarabilla desde la fábrica. En la zona de las minas hubo numerosas burras utilizadas para recría de modo que los burritos obtenidos se vendían con pocos meses, a menudo para engordarlos y sacrificarlos. La costumbre de encargar burritos antes de que naciesen aún se practica, pero sólo entre cuadrillas de amigos que en una reunión degustan guisado el pequeño asno.

En esta localidad se engordan unos pocos ejemplares de pavos, patos, ocas, gansos, gallinas de Guinea y faisanes, que se consumen en fechas señaladas como Navidad o en alguna otra festividad. La cría de abejas no ha sido importante, sin embargo aún subsisten en algunas huertas orientadas al sur pequeños colmenares que no suelen sobrepasar la docena de colmenas.

En Abanto, Galdames y Zierbena la hacienda disponible en la generalidad de las cuadras se componía hasta el comienzo de la explotación intensiva del ganado vacuno de una pareja de vacas suizas para maquinar la tierra (esto era más corriente que poseer una pareja de bueyes), una yegua, un burro o burra, uno o dos cerdos, que se mataban en noviembre y en enero; además de una vaca holandesa o dos para leche y recría. También se aprovechaba la leche de las suizas, que eran menos lecheras que las holandesas y se destinaban a trabajo principalmente. Completaban la hacienda las aves de corral y los conejos y el ganado monchino, esto es, las yeguas y vacas montesinas. El producto fundamental de estas últimas eran y son las crías.

Los burros, aunque queden pocos, disponen de un apartado propio en la cuadra. Perdida en gran medida su función tradicional de animal de carga y tiro de pequeños carros, es en ocasiones una especie de mascota que acompaña a las vacas lecheras en sus idas y venidas a los prados y permanece con ellas durante su estancia en los mismos. También se crían en el establo algunas ovejas destinadas al consumo doméstico. La cuadra alberga asimismo las jaulas conejeras para los conejos destinados al consumo casero. Los gatos deambulan por la cuadra a su libre albedrío, realizando la labor que les es natural, la caza de ratas y ratones. Tampoco falta el perro que ayuda a llevar a los animales a la campa y cuida de la cuadra y la casa, siendo habitual verle atado a la puerta.

En la actualidad se crían vacas destinadas a la producción de leche y recría o a su venta para carne una vez cumplida la función productora de leche y terneros. Las vacas y los terneros, sean machos o hembras, están separados, al igual que el toro o semental, si es que lo hay porque debido a la inseminación artificial van desapareciendo.

En la comarca de Uribe, en Urduliz, había vacas, beiak, prácticamente en la totalidad de los caseríos del pueblo, siendo el promedio de cuatro a seis cabezas por casa. Se criaban sobre todo para obtener leche y una vez que dejaban de producirla por edad u otra causa, se vendían al carnicero. Las vacas de carne no se han conocido hasta los años setenta. Los novillos, zekorrak, que se usaban como sementales no eran tan comunes como las vacas, aunque siempre había un caserío en cada barrio que tenía uno para cubrir todas las vacas de la zona. Los terneros, txaalak, se criaban para su posterior venta al carnicero. En caso de que fueran hembras, begaia, y tuvieran buena planta, se dejaban en casa para vacas de leche, esnerako beiak; aunque esto no siempre daba buenos resultados, algunas veces resultaban «matxorrak», esto es, vacas de escasa producción lechera. También era frecuente que en los caseríos hubiera una pareja de bueyes, idiak, idi pare bat, pero éstos no se criaban sino que se compraban cuando eran jóvenes y se preparaban para los trabajos agrícolas y para las pruebas de arrastre de piedra.

En tiempos pasados tres caseríos tuvieron ovejas, uno de los cuales llegó a alcanzar las 150. Según una informante, a principios de siglo hubo quien se dedicó exclusivamente a la crianza de estos animales. Hoy en día hay varias personas que tienen pequeños rebaños con 10 ó 15 cabezas para que les limpien las campas y los alrededores de la casa.

No era habitual tener cabras; las había en algunos caseríos pero normalmente sólo una o un par de ellas para que les limpiaran los márgenes de las campas de zarzas. De día se tenían en el prado, pero siempre donde no pudieran alcanzar árboles y arbustos, que también comían. Al anochecer se guardaban en la cuadra con el resto de los animales aunque si hacía buen tiempo también se les dejaba que pasaran la noche fuera.

Normalmente se tenía un cerdo por casa, a no ser que fuera hembra, txarri arkoa. En este caso cuando tenía crías y éstas aprendían a comer por sí solas se vendían a los caseríos de los alrededores. Los que carecían de cerda compraban una cría cuando tenía un par de meses y la criaban durante ocho o diez para sacrificarla en el invierno.

No había muchos caballos. A decir de los informantes, para poder hacer uso de este animal son necesarios caminos en buen estado, ya que se hunde en el barro y luego no puede salir. Solamente tenían caballo los ganaderos con ovejas, el carbonero, el repartidor de los piensos y el médico, que en los años cuarenta y cincuenta hacía las visitas a los caseríos montado en él. El carbonero y el de los piensos hacían el reparto con un carro tirado por un caballo, pero no llegaban a los caseríos debido al mal estado de las carreteras; los baserritarras tenían que acudir con el carro y los bueyes a recoger el carbón y los piensos.

Había un burro en cada casa. Era el animal que se llevaba la peor parte: el que más trabajaba y el que más palos recibía. En algunos caseríos tenía un lugar particular en la cuadra, en otros se ponía junto a las vacas. Cuando el txarritoki o pocilga estaba libre también se guardaba allí. Los mulos, mandoak, eran contados. No eran animales queridos por los ganaderos, que aunque reconocían su mayor fuerza respecto de los burros, decían que eran muy tercos y difíciles de domar.

También era común criar gallinas. Generalmente sólo había un gallo, ya que de tener dos las peleas eran continuas. Los pollos se vendían en la plaza de Las Arenas[2].

Había palomas en varios caseríos pero no resultaba habitual. No se compraban, por lo general era un vecino o un familiar quien regalaba una pareja. Cuando se llevaba a casa una nueva, se encerraba hasta que se reprodujera, dada su tendencia a escapar y volver al lugar de origen. La carne de los pichones es muy tierna por lo que se aprovechaba para su venta o consumo casero; para ello había que sacrificarlos antes de que saltaran del nido y aprendieran a volar. La carne de la paloma, en cambio, al ser más seca y dura, se solía cocinar junto a cualquier cocido. Estas aves se tenían por capricho ya que no producían más beneficio que los pichones. Eran además motivo de continuos enfados entre los vecinos ya que tras la siembra del maíz y la alubia, escarbaban la tierra y sacaban el grano; de igual modo cuando salía el brote, también lo comían.

Solían tener patos los caseríos cercanos a cursos de agua. Las hembras de esta especie ponían un huevo todos los días, aunque no tenían un lugar fijo para ello. A decir de los informantes era de peor calidad que el de gallina, más grande y con la yema más amarillenta y seca. Se usaba para hacer tortilla o para albardar. Al igual que las gallinas, andaban sueltos por los alrededores de la casa salvo en verano, que se encerraban en el gallinero para evitar que destrozaran los productos de la huerta. Antiguamente los alrededores de la casa eran de tierra y cuando llovía, los patos, al ser palmípedos, esparcían el barro ensuciando el portal y cualquier lugar al que accedieran.

Se criaban además conejos. El macho siempre se tenía en una conejera aparte. Las hembras, en caso de poseer varias, también disponían cada una de su caja. Cuando se quería que tuvieran crías se juntaban el macho y la hembra en una misma conejera, pero después los volvían a separar. Algunas veces el macho se llevaba a otro caserío o se intercambiaba por otro conejo o por una cría, ya que si se tenían muchos descendientes del mismo, éstos empezaban a debilitarse. Para evitar la consanguinidad se cuidaba de que no se reprodujeran entre sí las crías de una misma camada.

El perro se consideraba indispensable. Su principal función consistía en guardar la casa, aunque también había quien lo empleaba para cuidar el ganado. En todas las casas había además dos o tres gatos que andaban sueltos por la calle aunque, según cómo fueran los dueños, también entraban en la cocina y hasta en el dormitorio. Cazaban algún que otro ratón, sagutxua, pájaros y sirones o luciones.

Vacas al pie del Oiz. Zenarruza (B), 1997. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker  Euskalerria.

En Fruiz se criaban y explotaban en el caserío vacas, incluidos novillos y terneras, cerdos, conejos y gallinas, además de perros y gatos. Algunos animales se explotaban pero no se criaban como los bueyes y asnos, que normalmente eran comprados ya adultos. Los encuestados nunca han tenido colmenas, aunque saben de vecinos que sí las tuvieron. El ganado caprino y ovino tampoco fue importante, los únicos rebaños de ovejas que se veían tenían generalmente procedencia guipuzcoana y se acercaban hasta Fruiz en la época invernal para aprovechar los pastos locales.

En el área circundante al monte Oiz, en Nabarniz, criaban ovejas, vacas, algún caballo, cabras, cerdos y gallinas. Cada casa tenía un caballo para uso doméstico, si bien en la de un informante tenían entre cuatro y cinco caballos y yeguas. Contaban también con un semental al que traían yeguas desde Aulestia.

En Bernagoitia además de los animales de pasturaje en el establo doméstico tenían de seis a diez vacas, cuatro bueyes y un toro semental, paradako idiskoa. Este último lo dejaban libre en el monte durante un par de meses al año, desde mediados de mayo hasta cerca de la festividad de San Ignacio, 31 de julio, en que se devolvía al establo doméstico. Durante este tiempo andaba suelto con las vacas. También se le utilizaba en casa para otros menesteres; así, por ejemplo, si un buey se ponía cojo uncían al otro buey con el toro. En el caserío Betzuen los cerdos salían de casa por su cuenta en busca de comida y de igual forma regresaban.

En el Duranguesado, en Amorebieta-Etxano muchos caseríos tenían entre seis o veinte ovejas. Con su leche se hacía queso para casa. Los corderos se vendían cuando alcanzaban los 15 ó 20 kg. Las ovejas permanecían fuera y cuando hacía mal tiempo se recogían en casa.

Se tenía al macho cabrío atado para que las hembras y crías permaneciesen cerca; así se dejaban en el monte, pero no muy lejos de casa. Cuando iban a nacer los cabritos se llevaban las madres a casa para que el zorro no matase las crías. Con la leche de estos animales se hacía queso, pero se necesitaban muchas cabras ya que cada una proporciona poca cantidad. Se considera un animal bueno para limpiar las zarzas. En todos los caseríos se criaban también uno o dos cerdos. Cuando eran dos, uno se vendía al carnicero. Había pocos caballos y en algunos caseríos tenían palomas. Se criaban conejos para casa y para vender.

En Abadiano en muchos caseríos había unas doce vacas, una pareja de bueyes, un burro, unas cien ovejas, seis cabras, cuarenta gallinas, unas cuantas conejas con sus crías, uno o dos cerdos, uno o dos perros, un par de gatos y en ocasiones yeguas, mulas, abejas e incluso palomas.

En la mayoría de los caseríos las vacas eran los animales que tenían mayor importancia económica. Las razas más frecuentes eran la suiza, asturiana, vaca de monte, turankoa o tudanca y pinta u holandesa. Antaño se necesitaban vacas fuertes porque se utilizaban en la labranza; se requerían unas cuatro para estas tareas. Para el yugo se utilizaban frecuentemente las suizas o las de monte. Posteriormente se introdujeron los bueyes y entonces aumentaron las vacas pintas destinadas a la producción de leche. Más recientemente han ido desapareciendo los bueyes a medida que se introducían los tractores. Las vacas que se criaban antiguamente no producían mucha leche y la poca que se obtenía se tomaba en casa. Cuando sobraba algo se hacía queso, tanto fresco como curado, que se llevaba a vender a Durango al mercado de los sábados. Hacia el año 1955 se prohibió la venta de queso fresco por razones sanitarias, pero incluso entonces, aunque fuera a escondidas, se siguió practicando. Posteriormente se introdujeron razas bovinas para la producción de leche y a partir de entonces se comenzó a vender en la calle o por las casas; también pasaban a recogerla los camiones de las centrales lecheras. Se solía tener un toro que se utilizaba para cubrir las vacas durante uno o dos años y posteriormente se vendía para adquirir otro y evitar los problemas de consanguinidad.

Las cabras no están muy extendidas, sólo las hay en algunos caseríos. Su producción se reduce a la venta de crías para el consumo. Resultan difíciles de controlar y peligrosas en zonas de arbolado. Por contra vienen bien para eliminar la maleza.

En todas las casas se criaban uno o dos cerdos. A menudo se compraba una cría capada, bien fuese macho o hembra, y se engordaba en casa. También los había que tenían crías propias para el consumo doméstico y no para la venta. Se engordaban durante ocho o diez meses y se sacrificaban a partir de noviembre. Aunque en la actualidad ha descendido considerablemente la cría de cerdos, hay caseríos en que se sigue practicando por los mismos procedimientos tradicionales.

Antiguamente había gallinas en todos los hogares, incluso en los urbanos. Se utilizaban principalmente para el consumo y la venta de huevos y pollos, pero también se comían las gallinas. Los pollitos se criaban en casa. Solía haber un gallo que se mantenía unos tres años y después se cambiaba. Las gallinas se tenían durante cinco ya que después comenzaba a descender la producción de huevos, entonces se sacrificaban y se comían o se vendían.

Pastando en Murueta, Orozko (B), 1982. Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: José Ignacio García Muñoz.

En la mayoría de los caseríos se criaban conejos para consumo doméstico o para venderlos en el mercado cuando alcanzaban los tres kilos. El macho se debía mantener separado de las hembras y juntarlos sólo cuando conviniese. Solía haber unos cuarenta. En la actualidad ha descendido mucho su cría.

También había por lo menos un perro. Su labor consistía en cuidar la casa por lo que convenía que fuera un poco agresivo. Se procuraba además que fuese macho porque daba menos problemas. Se le tenía atado junto a la entrada de la casa. A partir de los años cincuenta fueron generalizándose los perros pastores y desde entonces en muchos hogares comenzaron a ser dos los perros. En casi todos los caseríos había y hay un par de gatos cuya labor es cazar ratones.

En la comarca de Arratia, en Zeanuri, según un informante, en cada casa solía haber dos vacas de raza suiza utilizadas para yugo y otras dos pintas, de raza holandesa, para la producción de leche. Éstas pasaban todo el año en casa. También tenían vacas de monte, basabeiak, de raza pirenaica, que en la zona de Gorbea se denominan erribeiak. En casa solían criar tres vacas montesas con sus correspondientes terneras. Según otro informante normalmente tenían unas seis, todas ellas de monte, basabeiak, de raza pirenaica, erribeiak o bei gorriak. No acostumbraban a tener animales de leche sino que aprovechaban algo de leche de estas vacas montesas.

Se tenían de dos a cuatro cabras aunque había casas que carecían de ellas. Normalmente permanecían en el monte y en invierno se bajaban a casa.

Muy pocos caseríos tenían caballos en el establo para realizar las labores de labranza, un informante estima que a lo sumo uno de cada diez. Sí tenían, en cambio, yeguas en el monte.

En todos los caseríos había un burro empleado en las labores del campo. Los pastores lo utilizaban también para llevar el aprovisionamiento semanal, normalmente los sábados, a la chabola del monte y para bajar los quesos a casa.

En cada casa se criaban entre una docena y una veintena de gallinas además de un gallo. Cuando los pastores subían a los pastos de montaña se llevaban también dos o tres gallinas para poder comer huevos. Los conejos se criaban en el establo, en la conejera.

Normalmente se tenían dos perros, el pastor, ardi-txakurra, y otro para cuidar la casa, etxeko txakurra. En algunos caseríos no tuvieron ninguno de los dos, ni aun siendo pastores, ya que los consideraban un lujo, no aportaban ningún beneficio y lo único que hacían era comer.

Ocasionalmente han tenido abejas en algunas casas pero no era habitual que se dedicasen a esta labor; como indica un dicho antiguo: «Arditan eta erlatan dagoen dana ez iminteko», esto es, no conviene invertir todo en ovejas y abejas, ya que antiguamente morían muchas ovejas y las abejas también perecían fácilmente.


 
  1. En el censo ganadero de la parte alta del Concejo de San Salvador del Valle (Trapagaran), efectuado en 1952, la mina Elvira tenía declarados tres caballos; la Compañía Orconera, veintidós y los herederos de D. Echevarría, treinta.
  2. En los años sesenta por una pareja de pollos hermosos de cuatro o cinco kilos se pagaban 250 ptas. Si eran más pequeños se pagaban 150 ptas., esto variaba según el peso y el tamaño.