Consideraciones generales

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Con carácter previo a la clasificación de las clases de tierra descritas en las localidades encuestadas, vamos a exponer unas ideas generales sobre las tierras de labor recogidas en la investigación de campo realizada en el vizcaíno Valle de Carranza.

Los informantes carranzanos distinguen en las tierras de labor varias capas que vendrían a ser equivalentes a los horizontes que forman el perfil de un suelo.

La más superficial se conoce como flor (flor de la tierra), es la más oscura, de tal modo que su calidad es tanto mayor cuanto más tiende al negro. Se sabe que es la parte más valiosa y fértil y que tanto su color como su textura son fruto del repetido abonado con materia orgánica. Es la parte menos compacta y más fácilmente desmenuzable. Y la que contiene la mayoría del alimento que las plantas cultivadas necesitan para desarrollarse adecuadamente. El grosor de la misma es variable, su potencia es mayor en los terrenos profundos, y de apenas unos pocos centímetros en aquellos en los que el sustrato rocoso se encuentra cercano a la superficie. Según algunos, en los profundos, es decir, en aquellos en los que la flor alcanza mayor desarrollo, su calidad no es uniforme, mermándose a medida que se adentra.

Por debajo de esta primera capa se halla otra que no recibe más nombre que el de tierra o tierra normal. Es de color más claro, por contener menor cantidad de materia orgánica y tiende a compactarse más fácilmente.

Bajo esta se encuentra lo que se conoce como la madre. Suele ser de naturaleza arcillosa, por lo general de color mucho más claro que la tierra situada por encima aunque a veces presenta tonalidades azuladas. Muy compacta y carente de valor productivo. Es el resultado de la profundidad a la que se localiza la primera vez que se labra una tierra, que viene determinada por la capacidad que tenía la pareja para arrastrar la máquina o arado brabán, pero sobre todo por la propia potencia de ese suelo que se iba a labrar. La madre no podía volver a ser maquinada, es decir, cuando se labraba de nuevo esa tierra la reja no debía profundizar más allá de lo que lo había hecho la primera vez para así evitar sacar parte de la madre al exterior. Si esto ocurriese por accidente constituía un serio problema, ya que en cuanto se secaban los materiales aflorados se tornaban muy difíciles de trabajar y la fertilidad de la pieza se resentía notablemente.

Por debajo de la madre se encontraba la roca, en muchas ocasiones en forma de lastras, esto es, piedras grandes y planas con material terroso adherido a ellas de color similar al de la roca.

En los terrenos de monte, no labrados, sobre la tierra se encuentra una capa más de un material denominado rocina, que tiene aspecto pulverulento y es el resultado de la descomposición avanzada de la materia vegetal acumulada. Sobre ella se puede observar una capa con restos de mayores dimensiones, no tan degradados, que es conocida como roza. El grosor de estas capas depende de la topografía de la zona, siendo menor en las prominencias o cuetos y mayor en las zonas llanas y hondonadas como es obvio porque es en estas donde se acumulan los restos vegetales que dan lugar a las mismas.

Ambas se caracterizan por su gran higroscopicidad, razón por la cual en tiempos pasados eran extraídas para ser utilizadas como camas del ganado dada su alta capacidad para absorber la humedad de los excrementos. Además, se consideraban materiales de excelente calidad para generar la basura con la que abonar las tierras de labor. De ese modo se producía un trasvase de fertilidad desde el monte hasta estas tierras, contribuyendo a conservarlas y a ser posible mejorarlas.

Viñedo de Moreda (A), 2015. Fuente: José Ángel Chasco, Grupos Etniker Euskalerria.