Creencias

De Atlas Etnográfico de Vasconia
Revisión del 07:54 14 may 2019 de Admin (discusión | contribuciones) (Texto reemplazado: «|class=nofilter» por «»)
Saltar a: navegación, buscar

A las luces que se ofrendaban y se activaban en la sepultura unas veces se les ha atribuido el significado de luz para alumbrar el camino hacia el más allá, es decir la de servir de viático, y otras veces la de iluminar el alma en su vida de ultratumba[1].

Es creencia bastante extendida que con tales luces se alumbra el alma, arimari argi egin, por eso se oía decir en Ataun (G), tal como lo recogió Barandiarán: lastokiñ beraik e, argi eitteko esate'emen doia animak, que se les alumbre, aunque sea con paja, dicen las almas. En Larrabetzu (B) había quienes decían que las almas de los difuntos tienen necesidad de luz material como los vivos[2]. En Eugi (N) también se consideraba que los difuntos necesitaban luz.

En Zerain (G) se cuenta lo siguiente: «Andra batek bere senarra ill eta sepulturas ez emen'tzun argirik jartzen. Gau batian agertu emen zitzaion esanaz: lastokin besteik ezpazan argie jarri zan» (una mujer al morir su marido no le ponía luz en la sepultura y una noche se le apareció diciéndole: Alúmbrala aunque sea con paja de maíz).

En Hazparne (L), si por alguna razón ninguna mujer de la familia podía acudir a misa a alumbrar la cerilla, ezkoa, se encargaba de ello la andere serora, porque mantenerla encendida era la señal de que el difunto no había sido olvidado, «signe que le mort n'était pas oublié». Una informante de Donibane-Lohizune (L) asegura que el cirio encendido representa la vida de la que goza ya el muerto, «la vie dont jouit le défunt».

Preparación de la sepultura. Zerain (G), 1973. Fuente: Karmele Goñi, Grupos Etniker Euskalerria.

En Zugarramurdi (N) se decía que las almas de los difuntos estaban a oscuras. Sólo la luz del jarleku las alumbraba y entonces veían. Por eso, en cuanto uno moría, sus familiares encendían una candelilla de cera bendita en la cámara mortuoria[3].

En Arberatze-Zilhekoa (BN), una informante que fue andere serora consideraba que la luz le daba cierta fuerza al alma, izpiritia, en su camino hacia Dios y en Hazparne (L) era creencia que una oración hecha delante de la cerilla, ezkoa, tenía más fuerza, indar gehio, para el muerto. En Liginaga (Z) se decía que las luces que ardían en la iglesia, alrededor del ataúd y junto a la sepultura, alumbraban al difunto en el otro mundo[4]. También en Améscoa (N) consideraban que «las ceras» eran para alumbrar a los muertos o también para alumbrar a las ánimas[5].

En tierras de Estella (N) existía la creencia de que la primera mujer que lograra entrar en la parroquia el día 2 de noviembre con una vela encendida, sacaba un alma del purgatorio. Por lo cual, mucho antes de que el sacristán abriese la puerta para tocar el alba, estaba tomada por .asalto y al abrirla arremetían todas, pasando por encima del sacristán si no hubiera otro remedio. Había incluso mujeres que metían por la gatera una vela encendida[6].

Tanto en las encuestas que se realizaron en el año 1923 como en los datos por nosotros recogidos en la década de los años ochenta, se constata la costumbre de la ofrenda de luces, desvanecida por otra parte en la mayor parte de nuestras iglesias a raíz de la supresión de las sepulturas familiares Sin embargo, recogiendo un sentir popular, un informante de Barkoxe (Z) nos ha manifestado a propósito de la pérdida del signo de la luz que no se ha encontrado ninguno mejor que lo haya sustituido, «le signe a disparu, mais on n'a pas trouvé mieux...».


 
  1. A este respecto contaban en Kortezubi (B) que en las minasde Somorrostro se desplomó el techo de una galería, dejando sepultados a muchos mineros. Años después fue desescombrado aquel sitio y en un hueco fue hallado vivo un minero. Este era de Ajangiz, municipio próximo a Gernika. Interrogado acerca de su situación y de cómo había pasado tanto tiempo en aquel paraje, declaró que, durante su larga permanencia en aquella prisión sólo un día había estado privado de luz. Era el día en que su madre, impedida por una tormenta, no pudo ir a l a iglesia a encender la velilla en la sepultura familiar. En Berastegi (G) cuentan la misma leyenda para justificar la costumbre de llevar ofrendas de pan y luces a las tumbas. Vide José Miguel de BARANDIARAN. Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, pp. 22-23.
  2. AEF, III (1923) pp. 123 y 40 respectivamente.
  3. José Miguel de BARANDIARAN. “De la población de Zugarramurdi y de sus tradiciones” in OO.CC. Tomo XXI. Bilbao, 1983, p. 331.
  4. José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in Ikuska, III (1949) p. 35.
  5. Luciano LAPUENTE. “Estudio etnografico de Améscoa” in CEEN, III (1971) p. 83.
  6. AEF, III (1923) p. 133. Nota a pie de página.