Curanderos de luxaciones

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los curanderos que se encargaban de encajar los huesos que se dislocaban eran los mismos que se ocupaban de componer las fracturas. En los siguientes párrafos se citarán unos cuantos que ya han sido mencionados en un apartado anterior.

En Apodaca (A) dicen que algunas personas tenían gracia para colocar los huesos salidos de su sitio. Solía tratarse de pastores o rebañeros, es decir, gente de fuera o de temporada. Cuando se dislocaban algún miembro también solían acudir a curanderos.

En Mendiola (A) ante una dislocación se va donde un curandero quien tras tantear la zona afectada, hace casar los huesos con un golpe seco y fuerte. Se sabe que cuanto más tiempo se deje pasar desde que se produce la luxación, más difícil y doloroso resultará encajar los huesos.

En Ribera Alta (A) en caso de huesos salidos de su sitio se recurría a curanderos, que generalmente resultaban muy eficaces devolviéndolos a su posición e inmovilizándolos seguidamente mediante vendajes. En Valdegovía (A) se acude al médico o a un curandero, para que ponga el hueso en su sitio.

En Carranza (B) eran personas entendidas las que se encargaban de volver a su sitio los huesos dislocados. A fuerza de masajes con aceite caliente conseguían reajustarlos y después los inmovilizaban con un vendaje y en ocasiones recurriendo a la pez. En Muskiz (B) hubo una mujer especializada en este asunto que colocaba muy bien los huesos y los tendones.

En Astigarraga (G) se acude al curandero de Betelu, que también pasa consulta en las ferias guipuzcoanas semanales de Ordizia, Tolosa y Azpeitia y a domicilio si es necesario. Coloca el hueso en su sitio valiéndose sólo de sus manos. A veces pone además emplastos. Otras venda la zona y recomienda reposo de cuarenta días. En ocasiones no aplica ningún vendaje pero al reposo de cuarenta días le sigue una cura de aceite y sol.

En Hondarribia (G) había un petrikillo especializado en estas faenas. Era tan bueno que solicitaban sus servicios todos los vecinos e incluso gente foránea. En Berastegi (G) también acuden a un petrikillo.

En Bidegoian (G) cuando se dislocaban el brazo, el tobillo, la cadera o algún otro hueso se intentaba colocar en casa o se iba al petrekilo. Hoy en día se acude a éste o a un médico especializado.

En Izurdiaga (N) hasta la Guerra Civil de 1936 se solía ir al curandero y éste vendaba la zona afectada. Además, durante nueve días seguidos, humedecía la venda con romero cocido con vino.

En Lezaun (N) cuando el problema afectaba a un dedo o un hueso que no revestía complicación se estiraba tratando de que volviese a encajar, pero si era un problema más grave se acudía a la curandera de Ilarregi.

En el Valle de Erro (N) los casos de fractura se consultaban con la curandera de Linzoain, pueblo situado en el propio valle. Ella aprendió de su padre, natural de esta misma localidad, a tratar las roturas y dislocaciones de huesos. Tanto para las unas como para las otras aplicaba en la zona un emplasto elaborado con clara de huevo y hollín, vendaba la parte afectada y volvía a dar el mismo ungüento cada dos o tres días hasta que sanaba. Otra curandera muy considerada era la llamada de Auza. Natural de Ilarregi, en el Valle de Ultzama, aprendió las enseñanzas de su abuela, curandera también muy famosa. Tras casarse se fue a vivir a Auza, donde ejerció su oficio. Preparaba una pomada muy buena para los dolores musculares o de reuma. También reducía fracturas y dislocaciones. En algunas casas solían tener permanentemente el llamado bálsamo de la curandera.

Iribarren conoció en Tudela (N) un curandero muy hábil en encajar huesos al que llamaban el Escacho, que era afamado en el contorno. Después de reducir la luxación, para lo cual aplicaba su propia saliva, ceñía la parte lesionada con unas pilmas de estopa empapadas en miel y trementina. Esta habilidad la había heredado de su madre, que siendo muy vieja seguía ejerciendo esta actividad y suplía con astucia y maña la falta de vigor. Una vez, desesperada de no poder ensamblarle a uno el jugadero de la rótula, le hizo tenderse en las baldosas; se puso ella a bailar y diciéndole: “Mire, mire qué garbo tengo”, cuando lo tuvo distraído le hundió su calcañar en la rodilla logrando así encajarle los huesos. Según este autor: “La más famosa curandera de nuestros tiempos era la de Ilarregi. No había luxación que no arreglara. Incluso médicos acudían a su consulta. Al morir, heredóla en el arte una sobrina”[1].

Estos curanderos además de arreglar las luxaciones han sabido tratar los esguinces y otros problemas musculares o de naturaleza similar.

En Murchante (N) dicen que a consecuencia de los esfuerzos realizados en las tareas del campo ocurre a veces que los tendones de los brazos se montan unos sobre otros. Es lo que los murchantinos llaman acabalgamiento. Para este mal se aplica desde antiguo una cataplasma conocida como pilma, que también se empleaba para curar esguinces. Esta cataplasma la prepara desde los años cincuenta un vecino de la localidad, quien a su vez la aprendió de un pastor del pueblo. Hoy sus principales clientes son agricultores y albañiles. Antes de aplicarla, estira bien los tendones con una serie de masajes o friegas ayudado con vino o vinagre “para que corran mejor las manos” y hoy sirviéndose de una pomada. Si hay hinchazón añade al vino sal. Una vez preparado el brazo o el tobillo coloca la pilma. Esta cataplasma se prepara con clara de huevo e incienso que el afectado tiene que pedir al cura. La pasta resultante se extiende y se cubre con una venda elaborada con estopa o cáñamo, que se va desprendiendo conforme se va curando. A veces también utiliza vendas.

Según se recoge en la encuesta de Bermeo (B) el curandero de Fustiñana, en la Ribera navarra, estaba especializado en tratar dolores musculares por medio de masajes con aceite y diversas maniobras que según sus afirmaciones, hacían volver a su sitio los músculos que se hallaban fuera del mismo.

En Obanos (N) algunos acuden igualmente al curandero de Fustiñana. También se conocía a la curandera de Ilarregi que reducía la luxación y ayudaba a curar el miembro inmovilizándolo y colocando un emplasto. Otra especialista en luxaciones para la zona de Cáseda (Navarra Media Oriental) era la Murita que mediante masajes “juntaba las carnes y untaba con una especie de emplasto que hacía con pez caliente y clara de huevo. Ya murió pero era muy eficaz”.

En Arberatze-Zilhekoa (BN) recuerdan que para las torceduras había ensalmadores en Maule, Pagola, Salis, etc. Se sabía de uno apodado Jainko ttipia, el pequeño dios, que atendía en la zona de Baiona (L). Había también curanderos que recibían el nombre de damnatuak. Los ensalmadores tomaban el miembro desencajado y lo volvían a colocar en su sitio sin contemplaciones. Después aplicaban un pequeño masaje. Contra el desgarro muscular, zain behardura, se acudía a una fuente donde se permanecía alrededor de media hora con el miembro lesionado bajo el agua que corría. Se hacía esto mismo durante cinco días seguidos. Hoy en día los masajistas y fisioterapeutas, que son parte del personal sanitario, ejercen su especialidad con aquellos enfermos que lo necesiten (Bermeo-B).


 
  1. José Mª IRIBARREN, Retablo de curiosidades: zambullida en el alma popular. Zaragoza: 1940, pp. 243-244.