Disposición de manos y pies

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Otra parte del cuerpo sobre la que se centra la atención durante el amortajamiento son las manos y los pies. Algunas personas incluso indicaban en el testamento cómo querían que se les colocaran (Aduna-G)[1].

Por norma general se ha procurado juntar los pies y también las manos, atando las muñecas y tobillos en las primeras horas tras la muerte y desatándolos una vez estuviera frío el cadáver (Gamboa, Narvaja, Ribera Alta-A; Aria, Lekunberri-N; Armendaritze, Izpura, Oragarre-BN; Azkaine-L y Santa-Grazi-Z). Otra forma de que los pies permanecieran juntos era coser los calcetines uno con otro con unas puntadas a la altura de los pulgares (Bernedo, Berganzo-A). En Kortezubi (B) si le calzaban con zapatos se los sujetaban con una cinta pasándosela por los tobillos[2]. En Murchante (N) se los unían valiéndose de los cordones de los zapatos.

Ha sido y sigue siendo costumbre entrelazar las manos del difunto y ponérselas sobre el pecho (Moreda, Salvatierra, San Román de San Millán-A, Zeanuri, Durango, Orozko-B, Ezkio-G, Allo, Garde-N, Arberatze, Armendaritze, Gamarte y Lekunberri-BN). Es también común colocarle entre los dedos un rosario o un crucifijo[3].

En algunas poblaciones señalan que el juntar las manos del difunto se debe a un sentimiento religioso. En Laguardia (A) las manos del muerto se han juntado siempre como signo de recogimiento y de oración. En Ribera Alta (A) se le ponía una mano sobre la otra, en actitud piadosa. En Valdegovía (A) lo atribuyen a un sentimiento de recogimiento similar al que se realiza después de recibir la comunión, ya que parece que ésta es una forma mejor para presentarse ante Dios. En Murchante (N) dicen que la muerte se ha visto siempre de manera religiosa, y por eso tratan de colocar el cadáver en una postura de recogimiento como si estuviera en la iglesia. En Obanos (N) señalan que es la actitud de orar. En San Martín de Unx (N) se desea remarcar la expresión piadosa.

Se constatan también otras razones de orden práctico. En Artziniega, Llodio (A), Izpura y Oragarre (BN) señalan que era importante el atarle al difunto las manos y los pies para que el cuerpo cupiera en el ataúd. En Berganzo (A) aducen que si el cuerpo se quedaba frío, al intentar doblarle los miembros, se le rompían los huesos. En Salcedo (A), Muskiz (B), Izal y Mélida (N) lo hacían porque ocupara el menor sitio posible y consecuentemente poder introducirlo en la caja sin dificultad. En Berastegi, Elgoibar, Getaria (G), Eugi, Murchante y Sangüesa (N) una de las razones aducidas para este comportamiento es la estética. En Abadiano (B) y Obanos (N) señalan que el enderezar el cuerpo, cruzarle las manos y juntarle los pies se efectuaba tanto por facilitar su introducción en el féretro como por motivos estéticos. En Salvatierra (A) no se le cruzaban las manos, se le dejaban los brazos estirados a ambos lados.

En Salcedo (A) lo hacían con el fin de que el cadáver no se corrompiera antes de ser inhumado. Le ataban fuertemente con una cuerda de bala, un brazo y una pierna (ésta por el muslo); pero en tal forma que si el brazo derecho era el atado, fuera la izquierda la pierna atada, o viceversa. Solían atarles también las manos juntas y los pies juntos, para soltárselos cuando llegaban a enfriarse por completo pues no tenía otro objeto tal operación que el de ponerles estos miembros en forma decorosa. En Galarreta (A) en caso de que el cadáver estuviese hinchado le ataban los pies para poder meterlo más fácilmente en el ataúd[4].

En Elosua (G) dicen que el juntarle manos y pies era una costumbre y en Carranza (B) que se hacía por tradición. López Gil refiriéndose a esta última población dice: «A todo cadáver atan las manos sobre el pecho con un rosario o cinta, colocando en ellas al mismo tiempo alguna cruz»[5].

Estas acciones, que como se ha dicho, se realizan por razones prácticas o estéticas o simplemente por costumbre contribuyen a que el aspecto del cadáver sea de mayor serenidad y paz. En Aoiz (N) se juntan los pies y manos del difunto para que no cause tanta impresión ya que si no los miembros caen y producen mayor sensación de desasosiego y dramatismo. En Artajona (N) dicen que lo hacían para que tuviera mejor presencia. En Lezaun (N) para que el muerto quedara en posición decente. En Plentzia (B) se le juntan «para que esté curioso y para que la gente que viene a la casa lo vea así». En Monreal (N) se acostumbraba poner las manos formando un aspa con los brazos y el cuerpo lo que servía para suavizar la impresión que causaba el rictus de la muerte. En Mendiola (A) para que tuviera una posición más digna.


 
  1. AEF, III (1923) p. 74.
  2. AEF, III (1923) p. 38.
  3. Vide en este mismo capítulo el apartado “Objetos que acompañan al cadáver”.
  4. AEF, III (1923) pp. 48 y 55.
  5. AEF, III (1923) p. 2.