El cadáver en el lecho mortuorio

En la época en que el ataúd se fabricaba en la propia localidad, el cadáver permanecía sobre el mismo lecho mortuorio o era depositado sobre el suelo.

En Artajona (N), en tanto llegaba a la casa el ataúd, el cadáver permanecía en el suelo. A veces se derramaba a su derredor una línea de cal en polvo, en forma de óvalo. Algunos creen que se hacía para evitar la hinchazón del difunto, aunque el rito pudiera ser pervivencia de costumbres anteriores[1].

En Izarra (A), en los años veinte, al poco tiempo de que expirara el enfermo, desarmaban el lecho y colocaban el cadáver sobre un paño negro en el suelo[2]. En Otxagabia (N), tras amortajarlo, lo colocaban también tendido en el suelo encima de una sobrecama, apoyando la cabeza sobre dos almohadas[3].

La costumbre de colocar al difunto en el suelo se ha registrado también en otras poblaciones. En Laguardia (A) lo posaban sobre una malita; en Pipaón (A) lo ponían en el suelo para que quedara derecho y en Artajona (N) «para que se estirase». En Izal (N) se creía que el colocarlo en el suelo tapado con una sábana, era más higiénico; a partir de la década de los cuarenta lo ponían encima de la cama. En San Martín de Unx (N) cuando se pasó a ponerlo en la cama se hacía sobre una tabla oculta por las sábanas.

En Murelaga (B), antes de los años treinta se colocaba el cadáver sobre una tabla en el centro de la habitación, pero como resultaba «demasiado impresionante a causa de su espectacularidad» se adoptó la costumbre de dejarlo ya preparado, en el lecho de muerte; de esta forma daba la impresión de que estaba descansando. La compra de ataúdes hechos en fábrica facilitó que hacia 1958 se comenzara a exponer dentro del féretro[4].

En Orozko (B), amortajado el cadáver, se le colocaba sobre la cama donde hubiera fallecido, previamente cubierta con una sobrecama limpia. El cuerpo se tapaba con una sábana de hilo u otra sobrecama y no era introducido en el ataúd hasta el momento de sacarlo de casa dado que el carpintero del pueblo necesitaba al menos un día para fabricarlo. Si le quedaba el rostro al descubierto se le ponía sobre él un pañuelo blanco que se retiraba cuando alguien entraba en la habitación a velarlo. En Bidania (G) se recogió esta misma costumbre de tapar la cara al cadáver con un pañuelo, il-oiala[5]. En Ezkio (G), si bien antaño no se hacía, también se introdujo más tarde la costumbre de cubrir el cadáver con una sábana.

Capilla ardiente. Artajona, 1990. Fuente: Miguel Bañales, Grupos Etniker Euskalerria.

En Berastegi (G) procedían de forma similar a Orozko cubriendo la cama con la mejor colcha blanca de que dispusieran y depositando sobre ella el cadáver. También en Zeanuri (B), Garagarza-Arrasate (G) y Liginaga (Z), una vez amortajado el cuerpo, se colocaba encima del lecho.

En algunos lugares se habilitaba otra habitación de la casa para depositar el cadáver que se colocaba sobre la cama, o también sobre unas angarillas.

En el País Vasco continental, el cuerpo del difunto se cubría con un lienzo blanco, hil-mihisia, que le llegaba hasta el busto, formando pliegues para que «hiciese bonito», decorándolo con hojas de laurel, erramua, bendecido el Domingo de Ramos. Así se ha constatado en Arberatze-Zilhekoa (BN). En Hazparne (L) el cadáver era envuelto por el carpintero en un lienzo bordado, hil mihisia, a modo de sudario. En Beskoitze (L), donde también se observaba esta práctica, señalan que a los sacerdotes no se les ponía. En 1931, Arcuby diferenciaba el antiguo hil-mihisia del que se usaba por esos años que era mucho más corriente[6]. En Heleta (BN) se denominaba hil-ohia y se decoraba con hiedra, huntzostoa.

En Zuberoa antiguamente el cadáver quedaba descubierto sobre el lecho fúnebre. A partir de los años treinta se le tapaba con un velo blanco transparente[7].

En Ezpeize-Undüreiñe y Urdiñarbe (Z) se recubría al muerto con un lienzo especial, hil-mihisia, que llevaba un entredós de encaje formando una gran cruz, al que a veces se le prendían hojas de boj o de laurel. Señalan los informantes de Urdiñarbe que este lienzo formaba parte del ajuar doméstico y lo guardaban junto al cirio de la casa, ezkua, y las prendas femeninas de duelo, kaputxinak.

Además de presentar decorosamente el cadáver, también se ornamentaba el propio lecho. En Vasconia continental eran las vecinas quienes se encargaban de ello disponiendo en su derredor hojas de laurel formando cruces (Lekunberri-BN, Itsasu, Sara-L), u hojas de boj y flores (Beskoitze-L). Por contra, en Vasconia peninsular los testimonios recogidos aluden a una mayor sobriedad en la decoración de la cama del difunto que estuvo más al cuidado de los familiares (Zerain-G y Lekunberri-N).

En Baigorri y Lekunberri (BN) la cama se decoraba con una sábana, perteneciente al ajuar de la casa, con las iniciales de la familia bordadas a la que prendían con alfileres hojas de hiedra y flores destacando el borde. Para las mujeres se recurría a margaritas silvestres, páquerettes, rosas..., siendo más austera la decoración, simples hojas, para los hombres.

En Gamarte y Oragarre (BN) también se adornaba el lecho mortuorio. En esta última localidad se tendían unos grandes lienzos, sobre las cuatro paredes de la habitación. En Baigorri (BN) los muros se decoraban con lienzos y flores, si era posible. En Arberatze-Zilhekoa (BN) preparaban la habitación mortuoria los cuatro primeros vecinos bajo la dirección de la primera vecina.

En Heleta (BN), sobre la pared de la cabecera de la cama se fijaba una sábana mortuoria, hil-mihisia, con una cruz bordada. En el techo de la habitación, sobre la cama, se colocaba un paño cuadrado enmarcado en madera en el que se sujetaban los bordados reservados para la fiesta de Corpus Christi, Besta Berri. En Sara (L) a veces también se ponía una tela en el techo de la estancia mortuoria.

En Hazparne (L) sobre la cama se colocaba una sábana, a la que se le marcaban dos pliegues pequeños y uno grande, adornada de verde, pherdia, con hojas de laurel o de hiedra, berrea. En las paredes de la habitación se claveteaban unos lienzos decorados con hojas de laurel que imitaban lenguas. Este trabajo era realizado por los vecinos, entre los que se encontraba la primera vecina.

Velatorio. Fuente: Bernoville, Gaëtan. Le Pays des Basques. Paris, J. De Gigord Ed., s/a. Fot. J. Roubier.


 
  1. José María JIMENO JURIO. “Estudio del grupo doméstico de Artajona” in CEEN, II (1970) p. 358.
  2. Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Muerte, entierro y funerales en algunos lugares de Alava” in BISS, XXII (1978) p. 195.
  3. AEF, III (1923) p. 127.
  4. William A. DOUGLASS. Muerte en Murélaga. Barcelona, 1973, p. 41.
  5. AEF, III (1923) p. 105.
  6. A. ARÇUBI. “Usages mortuaires a Sare” in Bulletin du Musée Basque, IV, 3-4 (1927) p. 19.
  7. D. ESPAIN. “Des usages mortuaires en Soule” in Bulletin du Musée Basque, VI, 1-2 (1929) p. 23.