El caso de Luzaide/ Valcarlos (N)

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Recogemos a continuación un texto extenso de Satrustegi, que trata de determinar las causas que han provocado que al norte de la divisoria de aguas el poblamiento sea disperso y al sur concentrado. Según este autor el planteamiento inicial para analizar estas diferencias podía ser estudiar los cuatro territorios en función de la divisoria de aguas, pero en el caso de Bizkaia, Gipuzkoa y Álava, la divisoria es también límite provincial y frontera administrativa, lo cual podría influir sobre las motivaciones espontáneas de los habitantes. El autor también plantea el divorcio cultural del saltus, que ha conservado mejor sus valores autóctonos, y el ager, donde la influencia romana difuminó estas peculiaridades. En este sentido, el estudio del caserío guipuzcoano y vizcaíno tendría que abordar el problema de la romanización más intensa de Álava, como una de las posibles causas del contraste que presentan las dos vertientes.

Si se opta por eliminar la incidencia de tipo administrativo, el territorio de Navarra resulta más conveniente porque la divisoria no constituye barrera política ni administrativa. Satrustegi estudia la Navarra húmeda del Noroeste que abarca como zonas características de la vertiente mediterránea la totalidad de La Barranca desde Ziordia hasta Irurtzun, y los valles de Larraun, Basaburua, Imoz, Atez, Ultzama, Odieta y Anue. Por otra parte en la zona atlántica figuran los valles de Baztan, Bertiz y la antigua demarcación de Basaburua Menor, así como las cuencas de los ríos Urumea, Leitzaran y Araxes.

Por ejemplo, en el límite más septentrional de la zona estudiada, Lesaka tiene 124 caseríos[1], Elizondo 56 y Arizkun 109; si descendemos al extremo sur, en Arakil no existen más viviendas solitarias que los molinos. De los veintitantos pueblos de La Barranca, únicamente cuatro tienen algún caserío que casi siempre, como en el caso de Urdiain, son de reciente construcción. Lekunberri, capitalidad de Larraun, no tiene más que un caserío, Huici a caballo de la divisoria figura con dos. Con sólo remontar el puerto de este último pueblo, Leitza arroja el balance de 135 antes de la industrialización; diez casas más que en el núcleo central.

Vertiente septentrional con los municipios de la divisoria de aguas en Navarra. Fuente: Archivo particular José M.ª Satrustegui.

A la hora de analizar las causas que provocan este fenómeno conviene tener en cuenta, ante todo, la configuración natural del terreno. El panorama que presentan las dos vertientes es realmente distinto. La vertiente atlántica muestra un aspecto abigarrado de montañas de disposición anárquica y confusa. Los corredores resultan angostos y profundos. Los ejes de las depresiones no presentan una alineación definida y son valles bajos. Como consecuencia de todo ello, el terreno es sumamente accidentado y el techo montañoso se hunde en proceso rápido. Al sur de la divisoria, en cambio, las montañas se presentan más ordenadas, con trazado lineal en el Corredor de La Barranca y configuración un tanto cóncava. Las cotas máximas vienen a ser similares, es sobre todo en niveles bajos donde se acentúan las diferencias, manteniéndose en general por encima de los 400 m. La nota más destacada de esta zona meridional estriba en el hecho de que los valles son amplios y presentan horizontes abiertos. La morfología del terreno resulta decisiva en la configuración del caserío, hasta el punto de que allí donde la vertiente mediterránea presenta características del terreno similares a las de la vertiente septentrional, invariablemente se convierte en zona de caseríos; es el caso de Basaburua.

Cabe preguntar en qué sentido las características del terreno han propiciado la expansión del caserío en la zona atlántica. El relieve del suelo condiciona el aprovechamiento de los recursos naturales y marca la pauta de la posible dedicación de sus habitantes. La parte alta de los montes no es apta para la roturación. La ladera media suele dedicarse, en ocasiones, a prados, en tanto que las zonas menos accidentadas de las depresiones y riberas fluviales se destinan al cultivo. La falta de terrenos apropiados para la agricultura en la zona septentrional y la abundancia de precipitaciones hacen que los naturales se dediquen preferentemente al pastoreo, de modo que el ganado lanar constituye la riqueza principal de la región. En los valles meridionales, con menos lluvias, la economía se basa más en la agricultura, sin renunciar a la ganadería. Es aquí donde radica la diferenciación entre las dos zonas estudiadas y en consecuencia la razón de ser del caserío. La tendencia del casero a aislarse de sus convecinos no se justifica en función de la ganadería en general, sino por el tipo de vida y exigencias peculiares de una especie concreta de ganado que es el lanar. Existe un paralelismo muy significativo entre la curva de producción ovina y la evolución del caserío en cada valle.

Sin embargo ninguno de los valles estudiados se dedica exclusivamente a la explotación de una única especie. La cabaña ovina, con ser mayoritaria, se complementa con el ganado vacuno, necesario en muchos casos para las faenas agrícolas, además de para producir leche y crías. Conviene revisar algunos datos estadísticos que clarifiquen la dedicación preferente del ganadero que opta por la dispersión, así como la del casero que tiende al agrupamiento de la vivienda.

Luzaide-Valcarlos (N). Fuente: Itinerarios por Navarra. Montaña. Pamplona. II. Pamplona: Salvat y Caja de Ahorros de Navarra, 1979, p. 100.

En el siglo XVII el ganado lanar suponía el 61% de la riqueza pecuaria al sur de la línea elegida. En la vertiente atlántica alcanzaba desde el 61% en determinados valles hasta el 80% e incluso más. En La Barranca predominaba el vacuno y las comunidades de más intensa dedicación a la vida pastoril eran las de Baztan, Bortziriak/Cinco Villas y las del curso medio del río Ezkurra. En tiempos recientes el contraste entre las dos vertientes va siendo cada vez más acusado. El núcleo pastoril se encuentra al norte de la divisoria y principalmente en la zona de Goizueta y Zubieta. Le siguen de cerca los municipios inmediatos y a cierta distancia los valles de Baztan, Bertiz y algún pueblo como Bera. El pastoreo de ganado lanar se encuentra en franca decadencia a partir de finales del siglo XIX. Van desapareciendo los rebaños y con ellos muere el caserío; existe una relación directa entre ambos fenómenos.

Las características del pastoreo primitivo son interesantes de cara al estudio de la vivienda ya que no conocían la propiedad privada de la tierra ni les pertenecía la cabaña. La población era trashumante ya que la altitud de los montes y el rigor del clima hacía inviable el pastoreo en la región montañosa. De la distribución de los seles pirenaicos que conocemos se deduce que eran explotaciones dispersas. La ausencia de restos prehistóricos en régimen de agrupamiento confirma esta tendencia del pastor al asentamiento individualizado. Las viejas cuevas eran utilizadas todavía para habitación en el nuevo estilo de vida y allí donde carecían de defensas naturales construían albergues rudimentarios que se han perpetuado, en muchos casos, hasta nuestros días. Se ha podido comprobar que algunas de las cabañas de nuestros pastores ocupan asentamientos de construcciones megalíticas. La vida del pastor, por otra parte, es muy tradicional y apenas sufrió cambios hasta la Edad Media.

En la mayor parte de las donaciones de términos pirenaicos del siglo XI se habla de seles como datos reseñables que corroboran la dedicación de sus habitantes. El autor toma el ejemplo de Luzaide/Valcarlos, perteneciente al sistema atlántico y zona típica de caseríos. En una donación de 1071 se señalan expresamente algunos términos de pasturaje, en cambio no se habla de edificios. En 1110 vuelve a ocurrir lo mismo. En un documento de venta a favor de Roncesvalles (1271) se incluye la única novedad de dos hospitales existentes como caseríos en la población actual. Frente a tan escasas edificaciones, un instrumento de concordia entre los vecinos del Valle de Erro y Roncesvalles reconoce a la Colegiata la propiedad de 52 seles en los montes que van desde Donibane-Garazi hasta el puerto de Ibañeta. Ya en el primer tercio del siglo XIV se roturan terrenos en Luzaide/Valcarlos, lo que suscita un gravoso pleito entre el obispado de Baiona que reclama los diezmos del producto cultivado y Roncesvalles que se niega a satisfacerlos. Por entonces se establecen las primeras familias en el pueblo y se dedican a hospedar a los romeros del Camino compostelano.

La distinta mentalidad del ganadero y del labrador es un factor decisivo a la hora de estudiar el fenómeno de la dispersión de la vivienda. En este sentido, el caserío aislado recoge la herencia más antigua de la vida pastoril, nómada y dispersa, anterior a los asentamientos agrícolas de los cultivadores del campo. La vivienda del pastor ha conocido distintas fases que no han afectado demasiado al estilo de construcción, si exceptuamos el caserío. La choza o cabaña del pastor sigue siendo rudimentaria, con poca alzada de muros a base de piedras superpuestas. Su interior se habilita para cocina y dormitorio, e incluso se almacenan allí mismo los quesos. La techumbre a dos aguas consta de vigas de madera no muy espaciadas y recubiertas de tablillas, piedra, helechos o tepes. El hogar ocupa el centro y alrededor de él están dispuestos los camastros, de tal suerte que los pies de quienes en ellos se tienden estén próximos al fuego del hogar. Disposición análoga debieron observar los antiguos vascos en sus moradas, puesto que en las cavernas con yacimientos prehistóricos el fuego se halla generalmente en sitio céntrico, a veces en medio del vestíbulo. La creación del caserío con las características peculiares de vivienda estable y personalidad propia empieza a surgir en el siglo XVIII. Pasa por una fase intermedia de establo o borda hasta convertirse en habitación y vivienda del pastor. Desempeña papel importante en esta innovación el establecimiento de prados acotados y el almacenamiento del heno que se da por entonces. Se aparta, en parte, del modelo más primitivo del pastor sin propiedades y da como resultado el caserío[2].

El aprovechamiento de los prados para almacenaje de la hierba es tardío en Navarra. Supuso una importante innovación de edificios más estables que la cabaña primitiva. El casero actuaba con sentido práctico y empezaba a levantar cubiertos en las inmediaciones de los prados. Esta dependencia se destinaba en principio a establo del ganado y recibía el nombre de borda. Más tarde llegó a tener autonomía propia y constituyó el punto de partida de los caseríos actuales.

El siglo XVII fue decisivo en la historia del caserío vasco. La costumbre de secar los pastos constituyó el punto de partida de una nueva actividad que iba a procurar reservas para el invierno. El ganadero sintió entonces la necesidad de construir su vivienda cerca de los pastos. La administración, sin embargo, era contraria a estos deseos y creó disposiciones que obstaculizaban la dispersión de las viviendas. Así, era una vieja aspiración de los vecinos de Luzaide/Valcarlos edificar sus propias casas. Después de varios intentos frustrados y sucesivas causas perdidas una sentencia de 1646 revocó las disposiciones anteriores facultando al Concejo de Luzaide/Valcarlos para dar licencia de nuevas edificaciones en su término con la condición de levantarlas junto a las ya edificadas. De esta disposición creada por las directrices administrativas nacieron las bordas que juntamente con la vivienda constituyeron el binomio obligado de todas las haciendas; hubo heredades que contaron con dos o tres de estos edificios. De hecho durante el siglo XVIII se generalizó el término borda como componente de palabras precedidas por el nombre de la casa a la que pertenecían, tal es el caso de Betiriborda, Echepare-borda, Bordachuri, Bordaberri, etc. Poco a poco empezaron a ser habitadas por pastores de la familia que más tarde se convirtieron en renteros y llegaron a hacerse propietarios. Borda pasa a ser así apellido familiar de quienes vivían en ella.

El proceso de emancipación de la borda para convertirse en caserío independiente se consuma plenamente en el siglo XIX. Generalmente deja de ser propiedad de la familia radicada en el pueblo y pasa al dominio de quienes explotan la hacienda. Esta regla deja de cumplirse en el caso de ciertas familias pudientes que siguen conservando la posesión. En cualquier caso, perpetúan el nombre de sus antiguos propietarios. Lo normal es que el caserío apartado del pueblo lleve como primer elemento el nombre de una casa-nodriza. Es un fenómeno que se puede constatar en cualquier pueblo de la región atlántica. Así, los nombres de los caseríos de Ituren son: Palazioko borda, Sotilleneko borda, Altxuneko borda, etc.[3]

Este mismo autor también aporta información sobre factores históricos que han afectado a la población de Luzaide/Valcarlos. En 1428 contaba con catorce casas que vivían del paso de los peregrinos a Compostela. Es así como se explica la primitiva disposición del poblado en línea recta cubriendo las catorce casas otros tantos kilómetros de camino que mediaba entre la primera casa y la Venta de Gorosgaray. Todas ellas se levantaban a la vera del camino, que discurría por la ladera más soleada del barranco. Cada una de ellas venía a ser coto redondo. Las tres primeras edificaciones que aparecen en Luzaide/Valcarlos fueron otros tantos hospitales pertenecientes a Leire. A la primitiva disposición lineal a lo largo del camino de peregrinaje siguió una etapa de reagrupamiento de un núcleo central, alrededor de la iglesia: Elizaldea. Sin embargo esta nueva pauta no nació de una tendencia espontánea sino que el Tribunal del Consejo Supremo que dictó la autonomía de Luzaide/Valcarlos facultando al Concejo para conceder licencia de nuevas edificaciones en su término lo hizo con la condición de que se levantasen junto a las ya edificadas. Fue ésta una medida impopular ya que habiendo aumentado considerablemente el vecindario y viéndose obligados a vivir del cultivo de unos campos que a veces distaban mucho de la casa, lo normal hubiera sido que organizaran su vida de modo que les fuera más cómodo atender sus obligaciones. Así nacieron las bordas, más cerca de la realidad de su vida diaria que sus propias casas. Incluso las casas tradicionales dejaron de vivir primordialmente del hospedaje al decrecer el número de clientes e hicieron de sus casas el centro de una explotación agropecuaria. Pero éstas tenían la ventaja de estar situadas en el lugar mismo de sus ocupaciones habituales por estar constituidas desde el principio en cotos redondos. Tras la Revolución Francesa quedó perfectamente definida la fisonomía actual de Luzaide/Valcarlos con cuatro barrios principales además del núcleo central del pueblo y un total de casi ochenta caseríos[4].

Efectivamente, la limitación impuesta por la ley en el sentido de no construir viviendas dispersas duró hasta la Revolución Francesa en que perdió vigencia, obligada por las circunstancias. El día 25 de abril de 1793 los habitantes del pueblo tuvieron que abandonar sus casas por la invasión de las tropas francesas y no volvieron hasta tres años más tarde. Encontraron todos los edificios incendiados y optaron por rehabilitar las bordas, abandonando el emplazamiento de las antiguas viviendas. De este modo la borda de Luzaide/Valcarlos deja de ser desde entonces una dependencia auxiliar y recibe en sentido pleno el nombre y las funciones de la casa originaria. El solar del antiguo edificio pasa a ser huerta que se cita con el nombre del caserío: Toloxado baratzea, Bidarteko baratzea, en el lugar del antiguo emplazamiento dentro del núcleo urbano. A diferencia de la mayoría de los pueblos en que se ha conservado el componente borda en la denominación del caserío, la casa de Luzaide/Valcarlos lo ha perdido y se designa, simplemente con el nombre primitivo. Se trata de un traslado en sentido pleno de edificio, familia y denominación originaria con todos sus derechos y obligaciones. En ocasiones, de los restos de la casa primitiva surge la borda, como en el caso de la borda de Doray, en tanto que el antiguo edificio auxiliar dio origen al verdadero caserío. Por lo tanto se invierten los términos. Finalmente se da el caso de la desaparición de la casa troncal y pervivencia hasta el presente del caserío que no ha perdido su componente borda: Barberainborda, Xatanenborda. Es así como se configura la fisonomía actual de Luzaide/Valcarlos, con sus ochenta caseríos apartados del núcleo central (Karrika) y que configuran cuatro barrios principales[5].


 
  1. Conviene tener presente que estos datos corresponden a la década de los setenta del pasado siglo XX.
  2. José María SATRÚSTEGUI. “Caseríos y aldeas en el País Vasco” in Páginas de historia del País Vasco. Homenaje de la Universidad de Navarra a D. José Miguel de Barandiaran (Abril-Mayo, 1977). Pamplona: 1980, pp. 139-159, 163-164.
  3. José María SATRÚSTEGUI. “Caseríos y aldeas en el País Vasco” in Páginas de historia del País Vasco. Homenaje de la Universidad de Navarra a D. José Miguel de Barandiaran (Abril-Mayo, 1977). Pamplona: 1980, pp. 154-158.
  4. José María SATRÚSTEGUI. “Las casas de Valcarlos” in AEF, XXI (1965-1966) pp. 14, 16.
  5. José María SATRÚSTEGUI. “Las casas de Valcarlos” in AEF, XXI (1965-1966) pp. 158-159.