El mayoral

Tal y como se ha podido constatar en algunas localidades, en ocasiones, las personas dedicadas al pastoreo realizaban un aprendizaje hasta alcanzar la cúspide de la escala pastoril o convertirse en pastores dueños de su rebaño[1]. Era habitual que quien se dedicara al pastoreo fuera evolucionando de una categoría a otra con el paso de los años: primero, al iniciarse en el oficio, como sirviente o zagal, cuando todavía era un niño; a continuación, y una vez adquirida una amplia experiencia, como mayoral encargado de todo el rebaño; finalmente, como dueño de las reses que cuidaba. Esta situación ha tenido su expresión más genuina en el territorio de Navarra.

Con objeto de fomentar una actividad que desde siempre se ha considerado penosa, las Cortes de Navarra ya ordenaron en 1604 que el mayoral pudiera llevar en el rebaño de su amo 40 ovejas propias y 20 el pastor. Es lo que denominaban «llevar horras»[2].

El mayoral –conforme acabamos de enunciar– estaba en la categoría más elevada de la jerarquía pastoril. Violant i Simorra realiza una descripción de este cargo y de las funciones que llevaba inherentes, común tanto a Navarra como a otras regiones pirenaicas. Las casas con varios pastores –señala este autor– nombraban a uno de ellos mayoral o primer pastor que solía ser el más antiguo y experimentado de la casa y el más entendido en ganado. Cuando el rebaño trashumaba y el dueño no lo acompañaba, el mayoral tenía a su cargo a los demás pastores, los rebaños agregados al de su dueño y se ocupaba de los trámites administrativos. Tanto en la montaña como en el llano era el jefe de cada colectividad pastoril[3].

Pastores de Otsagabia (N), a primeros de siglo. Fuente: Archivo Foto Roldán.

En el Valle de Roncal, cuando estaban en los puertos, cada rebaño largo, es decir, de 800 a 1.300 cabezas de ganado, tenía por lo regular dos pastores: el mayoral y el rabadán, incrementándose el número de rabadanes siempre que aumentara de reses el rebaño, pues en muchos casos eran cuatro pastores.

En las Bardenas (N) antiguamente, según los datos recogidos en nuestra encuesta, todas las operaciones relacionadas con la venta de los corderos estuvieron a cargo de los mayorales; hoy se ocupan de ellas los propietarios del rebaño.

Algunas costumbres recogidas dejan constancia asimismo del rango del mayoral. Así en Isaba (N) cuando los pastores comían en común, tomaban directamente la comida del caldero o de la sartén, cada cual con su cuchara, sentándose en el suelo formando corro, por orden de jerarquías. Como muestra del mando del mayoral, cuando éste bebía, plantaba la cuchara en medio del caldero y nadie se atrevía a seguir comiendo hasta que hubiera terminado de beber. Si a uno de ellos se le caía la cuchara mientras comía, el mayoral le ordenaba dar tres vueltas alrededor de la chabola, si se encontraban en el monte, o corral, cuando estaban en el llano.

En los años cuarenta, entre roncaleses, cuando un pastor bajaba por primera vez a la Ribera, el mayoral, como rito de iniciación, le señalaba una ermita u otro lugar adonde le hacía subir una enorme piedra; si era ingenuo, obedecía el mandato de buena fe, hasta que otro compañero se compadecía de él y le descubría la broma. A veces el mayoral le ordenaba de noche que llevara los perros a beber agua, cosa que algunos cumplían a pie juntillas, hasta que caían en cuenta de la chanza[4].

También las obligaciones de los mayorales venían recogidas en ordenanzas o disposiciones de distinto rango. Así en Urzainki (N) eran tratadas en los capítulos de los ganaderos del año 1707[5]. Entre las exigencias que debían cumplir estaba la celebración el 29 de mayo de la mesta a la que debían acudir todos los mayorales o bien los amos del ganado; la prohibición de vender ocultamente ganado suyo o ajeno si no era en público y frente a terceras personas[6]; la prohibición del pastor no casado de ausentarse del ganado ni para cazar o pescar o jugar a las cartas[7]; prohibición de hacer saleras nuevas, deshacer corrales o cabañas, robar o tocar la ropa de los pastores; la obligación de amugar los ganados enfermos, evitar que las reses provocaran daños en las mieses y heredades, etc.

En Lanciego (A) algunos informantes recuerdan cómo antiguamente, entre las festividades de San Juan y San Pedro, los pastores de todos los pueblos de la comarca con sus rebaños acudían al lugar conocido como las balsas del Prado, junto al monte comunero de Toloño. En este punto un mayoral del dueño de los rebaños inspeccionaba el ganado.


 
  1. La clasificación de pastores del Pirineo, incluida la referencia al Valle de Roncal, puede verse en Ramón VIOLANT I SIMORRA. El Pirineo Español. Tomo II. Barcelona, 1986, pp. 386 y ss.
  2. LAPUENTE, «Sierra de Urbasa», cit., p. 23.
  3. VIOLANT I SIMORRA, El Pirineo Español, op. cit., pp. 387-388.
  4. Ibidem, pp. 386-391.
  5. Tomás URZAINQUI. «Aplicación de la encuesta etnológica en la villa de Urzainqui (Valle de Roncal)» in CEEN, VII (1975) p. 64.
  6. Ningún mayoral ni otro pastor puede vender ocultamente ningún género de ganado ni suyo ni ajeno que no sea en público y en presencia de terceras personas, por obviar cualquier sospecha, pena de hacérselo pagar doblado y más ocho reales.
  7. Ningún pastor que sea mozo sin casar no pueda ausentarse del ganado a huelga ni de noche ni de día sin licencia de su amo, pena de cuatro reales por cada vez que se le probare. Que ningún mayoral, ni otro pastor, que no sea propio dueño de su ganado, no se pueda apartar de su ganado por vía de cazar en especial en la ribera ni pescar en especial en la Montaña, ni jugar a naipes ni otro juego estando a la asistencia de su ganado y al que se le probare dejar el ganado, así yendo a pescar y a jugar, esté obligado a pagar el daño que por su causa resultare con más ocho reales de pena y esta misma pena comprenda al que se le hallare naipes o instrumentos de cazar y pescar.