El parto. Haur-egitea

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Cotidianeidad anterior al parto

En tiempos pasados a pesar de la dureza de los trabajos físicos que solían desempeñar las mujeres era muy normal que continuasen con sus tareas habituales hasta sentir los primeros síntomas del parto (Bidegoian-G; Treviño-A). Las informantes comentan que como consecuencia del esfuerzo físico continuado les resultaba más fácil dar a luz (Bernedo-A).

En la Burunda (N) se decía que para que la criatura viniera bien, la madre debía desarrollar tres actividades fuertes en el mismo día: cocer la colada, amasar el pan y traer del monte una carretada de hojarascal[1].

En Apodaca (A) algunas mujeres trabajaban en el campo o en las labores domésticas hasta el último momento; a otras estando en el campo les venían los dolores y tenían que llevarlas rápidamente a casa. En Lekunberri (N) recuerdan que era frecuente regresar a prisa al domicilio desde el lugar o pieza donde se estuviese trabajando al presentarse los dolores. En Bernedo (A) dicen que algunas mujeres, agobiadas por el trabajo, no tenían tiempo ni para llegar a la cama.

En Moreda (A) no se abstenían de hacer ningún trabajo por duro que fuera. Hasta pocos días antes de dar a luz la embarazada atendía las labores de la casa y a sus otros hijos, iba al río a lavar la ropa y cuidaba de los animales.

En Zerain (G) la embarazada trabajaba hasta momentos antes del parto. Cuando sentía que los dolores iban en aumento o rompía aguas se retiraba al hogar, entonces el marido salía en busca del médico y el hombre de la casa vecina, etxekona, iba a avisar a la partera.

En Orozko (B) el embarazo se consideraba un acontecimiento absolutamente normal que no requería atención especial, por lo que la mujer trabajaba hasta el último momento. Se recuerda el caso de una señora que a pesar de haber roto aguas, urek bota ta gero, siguió layando la tierra; sólo cuando se dio cuenta que asomaba un pie de la criatura se retiró a casa.

En Portugalete (B) el ritmo de vida de la mujer embarazada no se modificaba por el hecho de estar encinta, por lo que trabajaba hasta el último día en sus tareas. De la misma manera la alimentación no sufría cambios y participaba de la misma comida que el resto de la familia.

Una informante de Carranza (B) relata que ella nació un día de trilla: Su madre se sintió desde la mañana un poco revuelta, esto es, con síntomas de parto, y le pidió a Dios que al menos le permitiera trillar. Cuando se terminó la jornada y la gente se dispuso a cenar, nació ella.

Esta costumbre de resistir en las labores hasta el último momento fue la causa de que algunas mujeres diesen a luz fuera de casa y solas. Recuerdan también en Carranza (B) el caso de una vecina que se puso de parto yendo de un barrio a otro; dos vecinos que pasaban por allí la encontraron y uno se encargó de atar el cordón umbilical con una cuerda de zapato.

La posición al parir

La generalidad de las mujeres consultadas recuerdan que daban a luz acostadas en la cama en decúbito supino y con las piernas flexionadas (Amézaga de Zuya, Artziniega, Berganzo, Gamboa, Salvatierra, Treviño, Valdegovía-A; Bermeo, Carranza, Durango, Lemoiz, Orozko, Portugalete, Urduliz, Zeanuri-B; Beasain, Bidegoian, Ezkio, Getaria, Hondarribia, Oñati-G; Allo, Aoiz, Artajona, Garde, Izal, Lezaun, San Martín de Unx, Sangüesa-N y Donibane-Garazi-BN). A veces con las plantas de los pies apoyadas junto a las nalgas (Lekunberri-N).

En Moreda (A), por regla general, la parturienta daba a luz en la cama poniendo bajo la espalda una almohadilla para levantarle el cuerpo y que así estuviese más cómoda. En Mendiola (A) si no daba a luz en la cama del matrimonio lo hacía en una habitación destacada como la de los invitados.

También se ha constatado la existencia de partos encima de la mesa de la cocina (Amézaga de Zuya, Mendiola-A). En la primera de las localidades citadas se consideraba que era mejor que la cama al ser su superficie dura.

Las personas de más edad recuerdan que en tiempos pasados los alumbramientos también tenían lugar en otras posturas.

En Ribera Alta (A) las personas que hoy son mayores aseguran que en algunas familias fue habitual dar a luz de rodillas en el suelo.

Dos informantes de Moreda (A) recuerdan que antiguamente las mujeres daban a luz en el suelo, apoyadas en unas sillas para hacer más fuerza. Después comenzaron a parir encima de la cama puestas en cuclillas y agarrándose a los hierros de la cabecera.

En Elgoibar (G) en los años veinte la mayoría de las mujeres daban a luz tumbadas en la cama pero también las había que lo hacían de rodillas encima de la mesa de la cocina.

En Berganzo (A) se consideraba que la forma más eficaz de traer al mundo a un niño era de pie y en la cocina con calor. Una de las mujeres encuestadas recuerda que su madre momentos antes del alumbramiento ponía agua caliente en una especie de orinal o bañao junto a la cocina de leña y se sentaba sobre el mismo para adelantar el parto. Después daba a luz de pie o en la cama.

En Pipaón (A) lo hacían de pie en la cocina, asidas a la campana del fogón; muy pocas parían en la cama agarradas a los barrotes de la misma. En Orozko (B) se recuerda que en algunos casos las mujeres preferían dar a luz de pie.

Un informante de Markina (B), nieto de una mujer que fue partera primeramente en Gernika y posteriormente en Markina, dice que la madre de ésta, que también fue partera en Gernika y vivió en esta localidad, dio a luz a sus hijos de pie.

Silla de parir (Museo San Telmo). Fuente: Manso de Zuñiga, Gonzalo. Museo San Telmo. Bilbao, La Gran Enciclopedia Vasca; Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián, 1976.

En Abadiano (B) antiguamente parían en una silla o sentadas sobre el halda del marido; posteriormente en la cama con las piernas recogidas. En Urduliz (B) antiguamente, aproximadamente a finales del siglo pasado, el marido se sentaba en una silla y la mujer encima de él y en esta posición daba a luz. Sillak baño lelau, partos, andrena ta gixonana biena ixeten zan. Andree partoon paraten zanen, gixona sillan jarri ta ankak zabalik imiñi, andree beran ganen jesarri, ta nai ordu bi tardaten dittule andrek, nai zazpi ordu tardaten zittule umeek jaioten, an euki beer gixonak andree. Ori ixeten zan oiñ oian eukittee lez, ba lengo kostunbree (Anteriormente al uso de las sillas, en el parto participaban tanto la mujer como el hombre. Cuando la mujer sentía los primeros dolores, su marido se sentaba en una silla con las piernas abiertas y la mujer se colocaba en su regazo. Permanecían en esta posición hasta que naciera el niño, tardara lo que tardara. Esto era una antigua costumbre).

Una de las informantes de Orozko (B) oyó a una mujer que había ejercido de partera a comienzos de siglo, que en épocas anteriores a la suya la parturienta se sentaba sobre el marido que a su vez lo estaba en una silla. El hombre la sujetaba abrazándola por encima de la barriga, mientras la partera se situaba en frente.

Aunque una informante de Nabarniz (B) afirma que en su tiempo el parto era un asunto que incumbía exclusivamente a las mujeres, recuerda haberle oído a su difunta abuela que a veces el marido intervenía en el parto; la parturienta se sentaba sobre su regazo y en esta postura daba a luz.

En Tolosa (G) también hay constancia de que en el siglo pasado las mujeres se ponían sobre las rodillas de sus maridos o de algún amigo o amiga[2].

En Zeberio (B) la parturienta se sentaba sobre las rodillas abiertas de otra mujer, de constitución fuerte, con el fin de que la partera pudiera desempeñar su labor con más facilidad. La encargada de sujetar a la que iba a dar a luz le ayudaba presionándole la tripa.

La encuesta del Ateneo, realizada a principios de siglo, también constató la costumbre de que las mujeres parieran sentadas sobre las rodillas del marido o de otra persona. Se decía que las obligaban a dar a luz apoyadas en otras personas con objeto de adelantar y facilitar el parto[3].

En Gatzaga (G) dicen que antaño, en el momento de dar a luz, la parturienta se sentaba en una silla baja o en el peldaño de la escalera o simplemente se ponía en cuclillas asiéndose al cuello del marido que permanecía a su espalda sosteniéndola. También se consideraba idóneo el peldaño del hogar ya que sentada en el mismo podía agarrarse a la chimenea. Al recién nacido se le recogía con un cedazo[4].

En Amorebieta-Etxano (B) conocieron una partera que tenía un sillón de lona para los partos que se tensaba más o menos según los casos. En Bermeo (B) según algunos viejos antiguamente las mujeres daban a luz sentadas en un sillón.

En cuanto a las sillas parideras son escasos los encuestados que saben de su existencia. En Amézaga de Zuya, Ribera Alta (A) y Portugalete (B) recuerdan o han oído hablar de ellas. En Urduliz (B) una informante, nuera de una antigua partera, aunque no las conoció oyó hablar de las mismas en numerosas ocasiones tanto a su madre como a su suegra. También ocurre algo parecido en Orozko (B) y en Lezaun (N).

En la mayoría de las localidades en las que se ha realizado la encuesta no existe constancia de su uso (Berganzo, Bernedo, Gamboa, Mendiola, Moreda, Pipaón, Salvatierra, Treviño, Valdegovía-A; Abadiano, Carranza, Durango, Lezama, Markina-B; Berastegi, Bidegoian, Ezkio, Getaria, Hondarribia-G; Allo, Aoiz, Artajona, Garde, Goizueta, Izurdiaga, Monreal-N).

La acción de parir. Sentiduta egon

Preparativos

En Pipaón (A) las mujeres ponían a calentar una caldera grande llena de agua. Ese día la cocina tenía que tener buen fuego. Se preparaban toallas, paños, una esponja y jabón para lavar a la parturienta. En la habitación se ponían unos barreños o palanganas llenos de agua tibia. Si el tiempo era frío se metían en la cama unas botellas con agua caliente o ladrillos también calientes envueltos en trapos.

En Ribera Alta (A) antes de tumbarse en la cama la embarazada tenía preparado un hule que colocaba entre el colchón y una sábana doblada. Dentro de la habitación se ponía agua caliente y toallas.

En Zerain (G) se acondicionaba la cama poniendo bajo la sábana una piel de cordero con la lana hacia arriba; se encendía un buen fuego, sobre todo si era invierno, y se hervía agua en el caldero de mayor tamaño. También se preparaba un par de tijeras y se bajaba del desván el cedazo[5] de avellano con el que se recogía al niño, parto-galbaia, y se cubría con una sábana dejando sobrantes a los lados.

En Berastegi (G) se calentaban varios pucheros de agua y se utilizaban las mejores palanganas de porcelana y las toallas buenas del arreo. En Portugalete (B) se ponía al fuego abundante agua y se preparaban paños; estas tareas las realizaba la madre o la suegra de la parturienta.

En Telleriarte (G) el marido o el abuelo de la casa se encargaban de hacer un buen fuego y poner agua a calentar. Junto al hogar también ponían una sábana de lino doblada y apoyada en una silla para que se calentase. Con ella se envolvía después al niño para bajarlo a la cocina y lavarlo.

En Hondarribia (G) en cuanto se manifestaban los primeros síntomas del inminente parto se ponían al fuego dos pucheros, uno para la limpieza y el otro para preparar el caldo con el que se obsequiaba a los intervinientes en el parto, a las visitas y a la parturienta.

En Orozko (B) en cuanto la mujer se ponía de parto, sentiute paretan zanean, el marido avisaba a la partera para que acudiese a la casa. Al llegar examinaba a la parturienta, calculaba el tiempo que tardaría el niño en nacer y observaba si venía mal. Ponía agua a hervir y preparaba unas toallas o trozos de sábana con los que lavar y secar al recién nacido. Ella se lavaba manos y brazos y se los lubricaba con aceite, lo que también se consideraba una medida higiénica.

En Viana (N) se solía quemar alcohol en el dormitorio para desinfectarlo y a la vez dar calor; a veces se ponía tomillo o espliego, se espolvoreaban pétalos de rosa o se echaba colonia para dar buen olor.

En Moreda (A) cuando la parturienta rompe aguas se dice que "hay nublado" o que "se mea".

En Obanos (N) se ponía sobre la sábana bajera una "terna" blanca que solía ser una sábana doblada. Donde tenía que caer el niño se hacía como una especie de nido con los puños.

En Valdegovía (A) antes del parto sólo quedaban en la habitación en que se encontraba la parturienta la partera y la persona que la ayudaba.

Los hombres no solían estar presentes en el nacimiento de sus hijos (Allo-N). A veces, cuando los caseríos estaban alejados y era difícil acudir en busca de la comadrona, el marido, si no tenía otro remedio ayudaba en el parto (Amorebieta-Etxano-B).

Durante el parto también se evitaba que los niños de la casa estuviesen presentes. En Berastegi (G) se les mandaba a jugar a la casa de algún pariente o a la plaza del pueblo. En Portugalete (B) se enviaba a los más crecidos al domicilio de sus abuelos mientras que los más pequeños permanecían en casa ya que no se daban cuenta de lo que sucedía. En Carranza (B) se enviaban adonde los abuelos, los tíos o algún vecino allegado. En Orozko (B) y Apodaca (A) se llevaban a una casa de la vecindad. También en Orozko y en Zeanuri (B), para deshacerse de ellos, se les enviaba a casa de una vecina a que les "diese (la) tardanza", eskatu/emon tardantzea.

Parto

Se conoce la existencia de varios procedimientos para acelerar el parto una vez que se presentaban los primeros síntomas. En Garde (N) era costumbre mandar a la parturienta subir y bajar escaleras y en Ribera Alta (A) le hacían comer unas sopas de ajo muy picantes.

En Orozko (B) en algunos casos la partera ayudaba a la mujer a pasear sujetándola de los brazos, parece ser que para "que el niño se enderezara y se soltara con mayor facilidad", beso ondoetatik agarrauta erabilten eban arteztu daiten umia eta salte ein daien.

En Apodaca (A) a algunas parturientas se les colocaba un paño caliente en la cabeza. En Viana (N), por el contrario, una de las mujeres que ayudaban le ponía en la frente compresas con agua de colonia.

En Carranza (B), antaño, las mujeres de más edad aconsejaban a la parturienta que mordiese su propio pelo para poder resistir mejor los dolores. Si posteriormente tenía alguna infección en los pechos se decía que era debido a que la mujer había tragado un pelo y éste había ido a parar al pecho. De aquí procedía el dicho de que "le ha dado el pelo a la recién parida".

En Garde (N) para que el dolor del parto fuera más llevadero se le daba canela. Se preparaba poniendo esta especia en agua y dejándola hervir durante dos minutos, se esperaba a que se enfriase manteniendo el recipiente tapado para que no se evaporase el contenido, después se colaba y se le daba a tomar.

En Zerain (G) para que soportase mejor los dolores del parto se le daba a tomar un poco de café con unas gotas de coñac y en Zeberio (B) anís o coñac o vino dulce y en Gatzaga (G) un vaso de vino bien azucarado[6]. En la primera localidad guipuzcoana la madre sujetaba las manos de la parturienta dándole ánimos o bien se le dejaba que estrujase un pañuelo entre los dedos. En algunos casos se ataba una cuerda de un lado al otro de la cama para que pudiese asirse con ambas manos al realizar los esfuerzos. En Oñati (G) se le facilitaba un palo para que lo agarrase e hiciese fuerza.

En Portugalete (B) durante el parto la parturienta se asía a la cabecera de la cama o bien era sujetada de las manos por las ayudantes de la partera; en algún caso se agarraba a una toalla sujeta a su vez por otra persona para así hacer fuerzas.

En Lezaun (N) para facilitar el parto, además de las consabidas invocaciones a San Ramón Nonato, se le untaba con una mezcla de aceite y agua.

La partera dirigía todas las operaciones del parto y ayudaba a la criatura a que naciese. A continuación se aseguraba de que el niño respirase.

En Amorebieta-Etxano (B) se recuerda el caso de un parto difícil en el que el niño se resistía a salir. Alguien se acordó que era bueno que la parturienta soplase con todas sus fuerzas por el cuello de una botella vacía. Así lo hizo y el niño nació.

Una vez nacido el niño la misma persona que había ayudado en el parto le ataba el cordón y lo cortaba. Según una informante de Bermeo (B) se aguardaban 10 ó 15 minutos antes de cortar el cordón umbilical para que el niño recibiera sangre de la madre, andik zanetik aman odola artun bideu umiek.

En Artziniega (A) para atar el cordón umbilical se utilizaba hilo de repasar, en concreto algodón del que se usaba en la costura. Con este hilo se hacía un cordoncito. En Zeberio (B) usaban hilo de seda, en Apodaca (A) algodón hilo-mecha y en Lezaun (N) algodón morcillero. En Ribera Alta (A) el cordoncito lo preparaba la embarazada con antelación utilizando para ello hilo de repasar. En todas estas localidades se mantenía en alcohol hasta el momento de ser necesario.

En Berganzo (A) el cordón umbilical se ataba con un cordón comprado o hecho en casa con perlé o algodón.

En Lemoiz (B) a falta de hilo la partera lo ataba con una cinta de alpargata.

En Amorebieta-Etxano (B) y en Telleriarte (G) se utilizaba hilo de lino. También en Orozko (B), donde tres o cuatro días antes del alumbramiento se ponía en alcohol. En Zeanuri (B) utilizaban hilo fino, ari fine, hecho en casa y que se guardaba para esta ocasión, berenberegizkoa etxean egine. Al igual que en las anteriores localidades se hacía con madeja fina de lino, kirrue.

En Carranza (B) se empleaba un cordón de hilo de seda adquirido con antelación y preparado en casa con este fin. Otros lo hacían con hilo de algodón. El cordón se hacía en cuanto se veía a la mujer revuelta, esto es, cuando empezaba a tener síntomas de parto. Antes de usarlo se ponía en un plato con un poco de alcohol. En caso de apuro en algunas ocasiones se llegaron a utilizar las cintas de los almohadones o fundas de tela de las almohadas. El hilo se anudaba cuanto más cerca de la piel de modo que al desprenderse el cordón umbilical el ombligo no quedase salido, lo cual le causaría muchos problemas de adulto a causa de las rozaduras.

En Artziniega (A) antiguamente se dejaba el cordón umbilical muy largo, por contra en la actualidad se les deja casi sin él o sin él.

En Artajona (N) la comadrona cortaba el cordón a cuatro dedos del cuerpo del niño y se lo ataba con hilo de bobina blanco sumergido previamente en alcohol.

Una comadrona de Allo (N) dice que ella lo cortaba dejando también cuatro dedos. "Al niño, sea pobre o rico, hay que dejarle cuatro dedos de ombliguico". En Viana (N), en cambio, dicen que se le cortaba al ras con un hilo de seda.

En Orozko (B) se le ataba muy cerca de la tripa, primero se dejaba una longitud de unos seis centímetros de cordón y después se doblaba sobre sí mismo para volverlo a anudar con el mismo hilo de antes y con dos nudos más Se asegura que los ombligos atados por la partera tenían mejor aspecto que los efectuados con pinzas en los hospitales. Una de las últimas parteras de esta localidad, que desempeñó su labor a mediados de siglo, portaba sus propias tijeras e hilo para atar el cordón umbilical. Daba mucha importancia a la calidad del hilo, que tenía que ser de perlé puro.

Alumbramiento

Se consideraba fundamental que la parturienta expulsase la placenta cuanto antes ya que si le quedaban restos en el interior podían causarle una infección y la muerte (Amézaga de Zuya-A, Durango-B). Cuando la expulsaba se comprobaba que estuviese completa.

En Carranza (B), en ocasiones se le aconsejaba que soplase a través del cuello de una botella vacía para hacer fuerzas y así expulsar la placenta. Con el mismo fin también se le apretaba el vientre. La costumbre de soplar por una botella con este fin también se constató en Donostia[7] y Azpeitia[8] (G).

En Tolosa (G) después del parto, si no estaba presente el médico, ataban fuertemente un pañuelo a la cintura de la recién parida para que, según se decía, "el viento no les diese por arriba". Ataban también el cordón umbilical al muslo de la puérpera "para que no se escapase para arriba". Enseguida recurrían además al remedio antes citado de hacerle soplar fuertemente en una botella para que expulsase las secundinas[9].

En Mendaro (G) también era costumbre general después del parto fijar fuertemente un pañuelo a la cintura de la parturienta[10]. En Bilbao (B) se le ataba el cordón umbilical a un muslo para evitar que las secundinas se le subiesen a las entrañas[11].

En Amézaga de Zuya (A) ponían a la madre una toalla arrollada con fuerza en torno a la cintura al objeto de que "se le ajustasen bien todas las partes del vientre después del parto". En Monreal (N) se le colocaba una faja de punto en el vientre para que no se enfriase.

En la encuesta del Ateneo, citada repetidas veces en este apartado, se recogen varias prácticas generales más, algunas de ellas coincidentes con las citadas antes. Para que expulsase las parias le hacían soplar dentro de una botella vacía, le introducían la trenza del pelo hasta la garganta para provocarle arcadas o le hacían beber agua fría. Si aún así no las expulsaba le ataban los restos del cordón umbilical al muslo con una cuerda o colgaban de aquéllos una llave u otro objeto "para evitar que las parias subiesen al estómago y ahogasen a la mujer". Terminado el alumbramiento ataban fuertemente en la cintura un pañuelo, colocando en el epigastrio unas medias arrolladas u otra prenda análoga que ejerciese presión para evitar que subiese el histerio o urdilleko y pudiese ahogarlas instantáneamente. Para evitar los dolores uterinos (entuertos) y las hemorragias, colocaban debajo de la almohada de la parturienta, sin que ésta se apercibiese, la tijera con la que se había cortado el cordón umbilical[12].

El parto en solitario

Hasta aquí en todas las ocasiones se ha hecho referencia a la ayuda que la parturienta recibía de familiares, vecinas y personas conocedoras de este menester. Pero también se dieron casos de mujeres que se vieron obligadas a dar a luz a solas; esto ocurrió con más frecuencia en tiempos pasados.

En Amézaga de Zuya (A) se asegura que en ocasiones la embarazada paría en la cama sin ayuda de nadie y era ella la encargada de atar el cil u ombligo y lavar al niño.

Recuerda una informante de Zeanuri (B) que una partera fallecida en 1930 que tuvo cinco hijos le refirió el siguiente hecho sucedido a ella misma: Estando sola en su casa le sobrevino el parto. Su marido era carpintero y estaba en el trabajo. Ella se asomó a la ventana en demanda de ayuda. A su llamada acudió a auxiliarle el tamborilero del pueblo al que por toda instrucción le dijo: "Zuk ebagi zile eta neuk jantziko dot umia" (Tú corta el cordón y yo misma vestiré al niño). Tenía preparado el barreño con el agua y las ropas y todo se desarrolló con normalidad.

En Muskiz (B), sobre todo antaño, hay constancia de que bastantes mujeres tuvieron que dar a luz ellas solas, arreglándoselas como podían. Ayudaban a salir a la criatura con sus propias manos, rompían el cordón umbilical con los dientes y ataban un nudo y limpiaban a la criatura.

En Urduliz (B), aunque no era lo normal, alguna informante recuerda que a veces parían ellas solas, sin ayuda de nadie.

En cuanto a las expresiones utilizadas para referirse al parto en Portugalete (B) se empleaban algunas del estilo de "fulana ya ha librado, ha tenido un hijo, etc.". En Orozko (B) umia eukin dau. Es general también en la zona vizcaina el uso de katigu/katibu para referirse al embarazo en contraposición a libratu, parir o dar a luz, katigu dago baina laster libretako.

La placenta, selauna, y el cordón umbilical, zilborestea

En los tiempos en que el parto transcurría en casa la placenta se solía enterrar en la huerta o entre el estiércol amontonado en la cuadra. La placenta, conocida también como segundinas o secundinas, recibe en euskera denominaciones como selauna (Amorebieta-Etxano, Bermeo, Gorozika, Nabarniz, Urduliz-B), haurlauna (Beasain, Ezkio-G; Goizueta-N), karena (Hondarribia-G), garbiskinak (Orozko-B), ondokoak (Arberatze-Zilhekoa-BN); en Bermeo (B) en cuanto a umetokia, éste es un término que algunos utilizan para referirse a las parias de los animales y que otros consideran como sinónimo de selauna. El cordón umbilical se conoce como zila (Abadiano, Amorebieta-Etxano, Markina, Nabarniz, Urduliz, Zeanuri-B), zilar (Elgoibar-G), zilborreste (Hondarribia-G) y en Bermeo (B) kordoia.

En Moreda (A) la placenta o las malas se recogían en una palangana u orinal y tras ser revisadas por la partera o por el médico a fin de comprobar que estuviesen completas y que no le hubiese quedado ningún resto a la madre, se introducían en un recipiente o en un saco y el marido las llevaba a enterrar a un huerto o a una finca.

En Artziniega (A) se colocaba la placenta en un trozo de sábana vieja y luego el padre la solía enterrar en un huerto cercano a la casa. Cavaba un hoyo bastante profundo y a veces lo cubría con una losa para que no lo escarbaran los perros.

En Bidegoian (G) el cordón umbilical y las segundinas se enterraban en la huerta o en las proximidades de la casa. En Amézaga de Zuya (A) en cualquier lugar, muchas veces en la huerta por comodidad.

En Zeanuri (B) el cordón y las secundinas se enterraban en el huerto junto a la casa o en el terreno ante la puerta de ésta, etzeko ortuen edo etzeaurreko portalean. Se encargaba de esta labor el padre de la criatura o algún familiar varón.

Las segundinas también se ocultaban en la huerta en Berganzo, Gamboa (A); Carranza, Nabarniz, Muskiz (B); Arrasate, Beasain, Ezkio, Oñati, Zerain (G); Garde, Goizueta, Izurdiaga, Lekunberri, Lezaun (N); en la huerta o en el campo (Mendiola, Salvatierra-A; Hondarribia-G); en el jardín (Arberatze-Zilhekoa-BN); en un hoyo en la tierra (Artziniega-A; Monreal-N); o en cualquier sitio (Abadiano-B). Encima se colocaba una losa para evitar que los animales las desenterraran (Carranza, Orozko-B).

Iholdi (BN). Fuente: Boissel, W. Le Pays Basque, sites, arts et coutumes. Paris, A. Calavas Editeur, s.a.

Satrústegui recogió que la placenta y demás restos del parto se tenían que ocultar cuidadosamente al darles tierra ya que existía la creencia de que si afloraban a la superficie acarreaban maleficios a la interesada y se ponía rabioso el perro que los comiera[13].

En algunas localidades se les daba tierra bajo el alero recordando la antigua costumbre de enterrar bajo la protección del tejado de la casa a los nacidos muertos o fallecidos sin bautizar.

En Elgoibar (G) éste era el lugar elegido para el cordón umbilical y la placenta. Después colocaban una losa para que no los rebuscasen los animales y encima de ésta una cruz de madera. Este lugar se tenía por sagrado y bendecido por la lluvia que caía desde el alero del caserío, ya que se consideraba que la lluvia estaba bendecida por caer del cielo.

En Bermeo (B) se enterraban donde caían las goteras del tejado y también en la huerta.

En Viana (N) en un hoyo bien profundo en la misma cuadra de la casa para que no las extrajesen los animales o en el campo, adonde se acudía de noche con los restos introducidos en un saco. En Bernedo (A) en la cuadra o en el huerto.

En Ribera Alta (A) se ocultaban en la cuadra donde se acumulaba el estiércol; también se enterraban en algún huerto o pieza.

En Obanos (N) se escondían entre el montón de fiemo de la cuadra o donde iban a parar las basuras o se enterraban en la huerta.

En Berganzo (A) se echaban a la basura o se les daba tierra en la huerta.

En Allo (N) en los descubiertos domésticos o en algún femoral, cavando un pozo hondo para que ningún animal pudiese descubrir los restos. En Artajona (N) también en los descubiertos de las casas o en los alrededores del pueblo.

En Pipaón (A) las secundinas se enterraban en la basura de la cuadra para que no las comiera ningún animal. En Elosua (G) se ocultaban también en el estiércol de la cuadra; en la primera localidad recuerdan que encima se colocaban unas piedras. En Sangüesa (N) se tiraban al cierno de la casa.

En San Martín de Unx (N) entre el fiemo amontonado fuera del recinto doméstico. En Urduliz (B) se enterraban y una informante recuerda que se ocultaban en el estercolero que suele haber junto a la mayoría de los caseríos.

En Bermeo (B) además de enterrarlas también las arrojaban al mar desde el rompeolas o simplemente se tiraban. En Portugalete (B) se aprovechaban las horas nocturnas para tirarlas a la ría. Algunos también las enterraban.

En Markina (B) en la zona rural y en las casas de la villa que tenían una pequeña huerta lo habitual era enterrar las secundinas en la misma, tellatuen beera jausten zan uran parlen (itxusure) enterretan zan. Una partera que vivió y ejerció esta actividad en la Villa comenta que muy a su pesar se tiraban al río y los desechos como gasas y otros materiales se quemaban.

En Berastegi (G) se quemaban en la cocina económica o se enterraban en una esquina de la huerta. En Orozko (B) algunos también recuerdan que se quemaban al igual que en Durango (B).

En la zona urbana de Trapagaran (B) se tiraban con los desechos de la casa; en la rural se enterraban en la huerta.

En cuanto al resto del cordón umbilical que quedaba unido al niño y que se desprendía al cabo de unos días se arrojaba al fuego (Pipaón-A), se tiraba con el resto de desperdicios de la casa (Valdegovía-A), a la basura (Portugalete-B) o en cualquier parte (Amézaga de Zuya-A). Más recientemente, y aunque no es una práctica generalizada, se guarda como recuerdo (Portugalete, Orozko-B).


 
  1. José M.ª SATRUSTEGUI. Comportamiento sexual de los vascos. San Sebastián, 1981, p. 213.
  2. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, p. 592.
  3. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 1, p. 277.
  4. Pedro M.ª ARANEGUI. Gatzaga: una aproximación a la vida de Salinas de Léniz a comienzos del siglo XX. San Sebastián, 1986, p. 46.
  5. En Tolosa (G), según recogió la encuesta del Ateneo a principios de siglo, antes de que llegase el médico en los caseríos preparaban un cedazo cubierto con una sábana para recibir a la criatura. EAM, 1901 (ed. 1990) pp. 276-277. En un apartado posterior se detalla el uso del cedazo para este fin.
  6. Pedro M.ª ARANEGUI. Gatzaga: una aproximación a la vida de Salinas de Léniz a comienzos del siglo XX. San Sebastián, 1986, p. 46.
  7. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 1, p. 354.
  8. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 1, p. 354.
  9. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, p. 592.
  10. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, p. 592.
  11. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, p. 593.
  12. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 1, p. 354.
  13. José M.ª SATRUSTEGUI. Comportamiento sexual de los vascos. San Sebastián, 1981, p. 219.