El pastor bardenero

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El pastor bardenero

El oficio de pastor en las Bardenas entre roncaleses y salacencos comenzaba a una edad muy temprana, a lo más tardar cuando terminaba la escuela. La mayoría de ellos ya procedían de familias de pastores, por lo que era dedicarse a eso o ser madereros lo que les aguardaba, como recoge la jota:

Qué desgraciados somos
los del valle del Roncal
si no quieres ser pastor,
cógete el remo y la astral.

La vida en las Bardenas no es tenida como buena, ni antaño ni con las comodidades de hoy. Así lo reflejan las jotas roncalesas:

He invernado en la Ribera,
pasando calamidades,
pero ya ha llegado el tiempo
de subir a acariciarte.
En la punta de Cornialto,
me puse a considerar,
lo grande que es la Bardena
y lo mal que allí se está.
Adios, maldita Bardena,
me voy para no volver,
porque en mi pueblo me esperan
los hijos y la mujer.

La vida en las Bardenas es solitaria y monótona, casi como un destierro voluntario.

Durante mucho tiempo en las Bardenas no han existido corrales de cubilar ganado, pues las ordenanzas de 1820 prohibían fabricar casas y corrales a un cuarto de legua de caminos públicos. Los actuales no son anteriores a los años cincuenta y los más antiguos, muy pocos, datan del siglo XX. Esto es debido a la naturaleza de la propiedad de estas construcciones, que las ordenanzas sucesivas han ido ratificando. Aunque el usufructo pueda transmitirse y exista un derecho preferente de ocupación bajo determinadas condiciones, no son propiedad de quien las construye sino que son para abrigo y cobijo de todos los congozantes. Bajo ningún concepto el terreno sobre el que se asientan puede ser propiedad particular.

Corral en las Bardenas (N). Fuente: M.ª Carmen López, Grupos Etniker Euskalerria.

Muchos pastores de Bidangoz y Roncal recuerdan que les tocaba dormir en una cueva o refugio. Éste se levantaba aprovechando una visera en una cantera o pared rocosa bien orientada al SE, para cerrar un habitáculo mediante un murete de piedra a canto seco completado con ramas de pino. El ganado se guardaba en un cercado de piedra contiguo que recibe el nombre de barrera o bien en alguna majada o accidente geográfico, como cuevas o barrancos, habilitado para contener ganado.

El quehacer en las Bardenas difería muy poco de unos días a otros. Había que levantarse temprano, en torno a las 6.30 h en invierno, para hacer fuego y en primavera algo más tarde, a las siete. Cuando había corrales, se sacaban las ovejas al serenado desde el cobertizo donde habían pasado la noche. De aquí marchaban a pacer, con independencia de si el tiempo era bueno o malo. Como los rebaños eran grandes era preciso repartirlos en varios atajos de entre 300 y 500 cabezas al cuidado de un pastor. Pastores y rebaños permanecían durante todo el día a la intemperie y se movían por sus pastos, más o menos en un radio de 3 km. Si el tiempo era inclemente, a ratos y para comer se resguardaban al abrigo de alguna roca o pared de tierra. Al anochecer volvían otra vez con el rebaño al corral.

Antaño, mientras el mayoral y los pastores cuidaban del ganado, el zagal se quedaba al cargo del lugar de pernocta, corral y cueva, así como de los burros. Se ocupaba también de recoger leña. Cuando se terminaba el pan aparejaba un burro y marchaba al pueblo más cercano a comprarlo.

Recuerdan que su única diversión era juntarse varias noches con otros pastores en los pueblos vecinos a las Bardenas. Iban andando con el borrico y pasaban toda la noche fuera, volvían al día siguiente temprano. Tan sólo a mediados del siglo XX en el lugar de La Castellana, en plenas Bardenas, existía una venta donde podían ir a comprar algo y compartir la compañía femenina y la música de una gramola.

Hoy en día la primera tarea del pastor cuando se levanta es limpiar el pesebre para echar el pienso al ganado y preparar la paja para la noche. Una vez hecho esto se sale a pastar al campo, aunque si el tiempo es malo las ovejas se pueden quedar recogidas en el corral o comiendo el pienso que el ganadero les esparce por la majada. El resto del día se recorren las tierras de las Bardenas de aquí a allá, pastando en los campos y eriales, bebiendo en los barrancos o balsas. Al atardecer se retorna al corral y se recuentan las cabezas. En ocasiones se les da algo de comer. Posteriormente el pastor se hace la cena en la cabaña, que ahora estará equipada con las comodidades básicas, y se van a dormir a los pueblos.

Antes como ahora, era preciso hacer frecuentes recuentos del ganado. Las ovejas se pierden con facilidad porque existen muchos tollos o agujeros que son auténticas trampas para las reses.

Rebaño pastando en las Bardenas (N), 1999. Fuente: Antxon Aguirre, Grupos Etniker Euskalerria.

Los pastores de Otsagabia señalan que todos tienen ya casa en los pueblos que mugan, limitan, con las Bardenas y nadie duerme en las chozas. Es éste un cambio que se ha introducido con la motorización a mediados de los años setenta. Todavía hay, no obstante, pastores que entre semana pasan la noche en la cabaña si no tienen familia o si la casa les queda muy lejos. Aún hay alguno que en meses no duerme en cama.

Tradicionalmente la base de la comida de los pastores bardeneros han sido las migas. El pan se solía comprar un día a la semana en los pueblos de alrededor o en la fonda de La Castellana. Recuerdan que los pastores que tenían el ganado en La Bardena Negra compraban hasta 20 ó 30 panes y no volvían hasta que no los terminaban. Las migas se comían a todas horas y los pastores pudientes de cuando en cuando las combinaban con alubias con tocino para cenar. Ocasionalmente comían carne: cuando moría alguna oveja, cazaban algún conejo o rabotaban (cortaban el rabo) a las reses allá por marzo. Como afirma el dicho bardenero, «con buen tiempo es el castrar y a las crías rabotar». Los mejor provistos tenían chorizo, queso y jamón que se traían del valle. La única leche que probaban era la de cabra y para beber agua de balsa. Hoy en día la alimentación de los pastores es similar a la de cualquier trabajador del campo.

Queda el recuerdo de los «buenos tiempos» en que las relaciones con los agricultores eran estrechas. Éstos, que venían con las mulas a pasar toda la semana a las Bardenas, se juntaban con los pastores en sus cabañas para cenar y hacerse compañía. No obstante, también entonces existía cierta animadversión entre estos dos colectivos. Los motivos eran muchos. Las disputas entre labradores y ganaderos han menudeado a causa de la entrada del ganado en los campos sembrados y la invasión de la cañada por aquéllos, conflictos que desembocaban en prendimientos y carneamientos de reses y el abigeato o robo de ganado. No escaseaban las pugnas entre los pastores riberos, tudelanos sobre todo, y montañeses, motivadas por la violación del período de veda y el incumplimiento de la fecha de entrada. En no pocos casos estas disputas resultaban violentas, según se puede constatar documentalmente[1].

Toda esta serie de rencillas ha dejado su huella en la memoria popular. Así lo reflejan las jotas de pique que seguidamente reproducimos:

De la montaña bajaste,
con abarcas y abarqueras,
y en la Ribera te has puesto,
zapatos y medias de seda.
Montañesa, montañesa,
no te cases con ribano
que en la Ribera se cría
mucha paja y poco grano.
En la punta de Cornialto,
me puse a considerar,
qué serían las Bardenas
sin el valle de Roncal.

Pese a estas rencillas y a la sangría de población que para los valles pirenaicos ha conllevado la trashumancia, supuso a la larga que esta relación fructificase en una convivencia entre gentes de lenguas y costumbres diferentes que en ocasiones concluyó con un vínculo de sangre. No es nada inusual que segundones roncaleses quedaran en la Ribera como pastores y carniceros, casándose con mujeres de la zona. Su huella puede seguirse a través de los apellidos típicamente roncaleses que proliferan en las localidades congozantes.

Cuando los pastores pirenaicos abandonaban las Bardenas para salir a corralizas, las condiciones de vida mejoraban. Relata un pastor de Roncal que en La Almunia de Doña Godina (Zaragoza), donde había arrendado hierbas, dormía en una cabaña junto a la paridera. Por la mañana comían migas con tocino y al mediodía patatas, legumbres y alguna verdura que les daban los dueños de las fincas. Podían comprar cosas en la localidad y otras, como longanizas y pernil, se las mandaban del valle. Hacían fuego con trozos de sirrio o estiércol de oveja, pues no había leña. También mataban algún cordero para comer carne.


 
  1. Las primeras noticias se remontan al reinado de Teobaldo II, en el s. XIII, si bien fueron más virulentas a lo largo del s. XV, según se recoge en José Javier URANGA; César MUÑOZ. Bardenas Reales. Paisajes y relatos. Pamplona, 1990, p. 40.