En la iglesia

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Finalizada esta parte del rito el sacerdote tomaba las diestras de ambos esposos y los introducía en el templo recitando el salmo 127 que alude a la felicidad de los esposos:

¡Dichosos todos los que aman al Señor, y andan en sus caminos!
Porque comerás el fruto del trabajo de tus manos, dichoso serás, y todo te irá bien.
Tu esposa será como parra fecunda en el recinto de tu casa.
Tus hijos serán renuevos de olivo alrededor de tu mesa.
Así será bendecido el hombre que ama al Señor.
Bendígate el Señor desde Sión, para que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Y para que veas a los hijos de tus hijos: ¡reine la paz sobre Israel! Gloria al Padre...

Llegados al pie del altar los esposos se arrodillaban y el sacerdote recitaba sobre ellos estas bendiciones tomadas del ritual toledano:

Bendiga Dios las palabras de vuestros labios. Amén. Una vuestros corazones con el lazo perpetuo de un sincero amor. Amén. Que florezcáis con la abundancia de los bienes presentes, que fructifiquéis con decoro en vuestros hijos, que os alegréis continuamente en vuestros amigos. Amén. El Señor os conceda dones perennes, que alcancen también felizmente a vuestros parientes y amigos, y a todos otorgue los bienes eternos. Amén.
Que os bendiga el Rey de la gloria celestial, Rey de todos los Santos. Amén. Que El os conceda saborear la dulzura de su amor y alegraros con la felicidad de la presente vida. Amén. Y que, colmados con el gozo de los hijos, después de una larga vida, os conceda una morada en las mansiones celestes el que vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.

A partir de los anos cincuenta -en algunas localidades desde antes-, el casamiento y la bendición de las arras y de los anillos, que antes tenía lugar en el pórtico o en la sacristía, pasó a celebrarse en el interior de la iglesia al pie del altar mayor, bajo el presbiterio. Allí se disponían para los novios y padrinos reclinatorios generalmente cubiertos con lienzos blancos o paños rojos (Durango-B; Zerain-G). En otros lugares los novios con sus padrinos se situaban en el primer banco frente al altar (Mendiola-A) o en el comulgatorio situado en el centro de la nave (Zeanuri-B).

Casamiento en el tempo. Lemoiz (B), 1963. Fuente: Segundo Oar-Arteta, Grupos Etniker Euskalerria.

En Sara (L) lo mismo que en Donoztiri (BN) por los años cuarenta, los novios con sus testigos se colocaban en las seis sillas dispuestas para ellos junto al presbiterio.

En este sitio tenían lugar el casamiento y las bendiciones antes descritos y para la misa nupcial los novios con sus padrinos subían al presbiterio y se colocaban en reclinatorios situados junto al altar mayor inmediatamente detrás del sacerdote.

Los asistentes a la ceremonia se situaban en la nave de la iglesia ocupando los bancos delanteros, mezclados hombres y mujeres, sin guardar preferencias ni jerarquías y comentando las incidencias del acto.

En Apodaca (A) e Iholdi (BN) se señala que los invitados a la ceremonia se colocaban en el lado de la iglesia que ocupaba en el altar el contrayente que pertenecía a su familia.

Misa de velaciones

El rito más significativo de la misa nupcial era la velación. Consistía en cubrir con el velo nupcial la cabeza de la novia y los hombros del novio durante la misa desde el Sanctus o el Pater Noster hasta después de la Comunión. Este velo era una banda alargada de seda o damasco de color blanco y púrpura. En algunas parroquias era el mismo humeral o paño de hombros que el sacerdote solía usar para llevar la Comunión a los enfermos o para dar la bendición con el Santísimo.

Estando así cubiertos, el sacerdote después de recitar el Pater Noster se volvía hacia ellos y desde el lado de la epístola del altar recitaba en latín la bendición de la esposa[1].

Rito de la velación. Bilbao (B), 1965. Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.
¡Oh! Dios que con la fuerza de tu poder creaste todo de la nada; y que creado ya el universo, estableciste para el hombre, formado a imagen de Dios, la ayuda inseparable de la mujer, sacando el cuerpo femenino del cuerpo del varón y enseñando que lo que en lo sucesivo se uniese en virtud de tu institución, no sería lícito separarlo jamás.
¡Oh! Dios, que has consagrado la unión conyugal por medio de un misterio tan excelente, presentando la alianza nupcial como figura de la unión sagrada de Cristo con la Iglesia.
¡Oh! Dios, por quien la mujer se une al varón, y das a su íntima unión una bendición tan privilegiada que ha sido ella la única de la que jamás fue privada el género humano, ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del diluvio; mira bondadoso a esta sierva tuya, que, debiendo unirse a su marido, implora la gracia de tu protección; haz que su yugo sea de amor y de paz; haz que, se case en castidad y fidelidad según el espíritu de Cristo; que siga siempre el ejemplo de las mujeres santas; que sea amable para con su marido, como lo fue Raquel, prudente, como lo fue Rebeca, fiel y constante en su matrimonio, como lo fue Sara.
Haz, Señor, que el autor de la prevaricación primera, nada encuentre de malo en ella; que permanezca siempre sumisa a la fe y a los mandamientos; y que unida solamente a su marido, huya de todo contacto ilícito; que fortalezca su debilidad con la severidad de su conducta; que sea grave en su continente, venerable en su pudor, instruída en la doctrina celestial; que sea fecunda en hijos, pura, e inocente en sus costumbres y llegue al descanso de los bienaventurados y al reino celestial; y que ambos vean los hijos de sus hijos hasta la tercera y cuarta generación, y lleguen a una deseada ancianidad. Por el mismo Señor Nuestro Jesucristo. Amén.

El rito de cubrir a ambos novios con el velo humeral se ha considerado popularmente como expresión de su unión (Amézaga de Zuya, Berganzo, Moreda-A; Durango-B; Bidania-Bidegoian-G; Allo-N). Las encuestas resaltan comúnmente la analogía que el velo tiene con el yugo con el que se uncen los animales de tiro (Apodaca, Bernedo-A; Carranza, Lemoiz, Nabarniz-B; Artajona, Garde, Sangüesa-N). Dicen en Apodaca (A) y Allo (N) que, en el momento de la velación, los asistentes comentaban en los bancos: "Ya les han echado el yugo". Términos equivalentes, uztarria (Zerain-G) o buztarri-narrua (Bermeo-B) se utilizan en las zonas vasco parlantes para referirse al velo con que se cubre a los esposos en la misa de boda.

En Gatzaga (G) creían que si durante la ceremonia religiosa la novia lograba que se le cayera de la cabeza a los hombros el velo con el que se cubría a ambos contrayentes, ella sería dominanta en su matrimonio. Este mismo hecho era para otros señal de que no duraría mucho tiempo la unión[2].

Según Thalamas Labandibar el novio tiene que pisar la falda de su prometida durante la bendición nupcial si quiere poder dominarla durante el resto de su vida. Por su parte la novia no tiene que dejarse meter el anillo hasta el fondo del dedo para no convertirse en esclava de su esposo[3].

Los novios recibían la comunión bajo el velo y para ello se habían confesado de víspera o el mismo día a primera hora de la mañana. Tras la comunión el sacerdote pronunciaba la bendición final en estos términos:

El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob esté con vosotros, que El colme su bendición sobre vosotros para que veáis a los hijos de vuestros hijos hasta la tercera y cuarta generación y para que después tengáis la vida eterna sin fin con la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo.

Luego se les retiraba a ambos el velo y el sacerdote acercándose a los esposos les decía:

Ya que habéis recibido las bendiciones según la costumbre de la Iglesia, os amonesto a que os guardéis lealtad el uno al otro, y en tiempo de oración y mayormente en ayunos y festividades tengáis castidad. El marido ame a la mujer, y la mujer ame al marido; y que permanezcáis en el temor de Dios.

Les asperjaba con agua bendita y tras leer el último evangelio tomando a la esposa por su mano derecha la entregaba al esposo diciendo:

Compañera os doy, y no sierva: amadla como Cristo ama a su Iglesia.


 
  1. En caso de segundas nupcias de la mujer no tenía lugar el rito de la velación.
  2. Pedro Mª ARANEGUI. Gatzaga: una aproximación a la vida de Salinas de Léniz a comienzos del siglo XX. San Sebastián, 1986, p. 53.
  3. Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in AEF, XI (1931) pp. 50-51.