Diferencia entre revisiones de «Epidemias izurriak»

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Revisión del 11:46 26 abr 2018

Cuando alguna enfermedad contagiosa se ha manifestado como epidemia en una localidad o comarca su incidencia en la vida social ha sido extraordinaria. Entre la gente del pueblo ha quedado vivo el recuerdo de algunas de estas epidemias que tuvieron lugar hace ochenta o cien años. Dos de ellas son particularmente recordadas al decir de nuestros informantes: la epidemia del cólera morbo del año 1885 y la gripe de 1918.

En Lezaun (N) junto a la ermita de Santa Bárbara quedan restos de un muro que perteneció al lazareto donde, según los informantes, se mantenían en cuarentena los vecinos afectados por el cólera de finales del siglo XIX.

En Obanos (N) los más ancianos mencionan esta epidemia de cólera; causó tantas muertes que llevaban a enterrar los cuerpos sin ataúd, se echaba cal viva en las fosas, se quemaban las ropas de los afectados y se ahumaba la habitación del muerto quemando azufre.

También en Murchante (N) guardan memoria de esta epidemia; la gente sacaba las sillas a la calle para evitar el permanecer en casa; los médicos prohibieron beber el agua de las fuentes y aconsejaron hervir la ropa, medida esta que han repetido siempre que se ha producido un conato de epidemia.

El cólera morbo afectó a Sangüesa (N) en 1885; el 31 de julio celebraron misa de rogativas a San Sebastián abogado contra la peste y patrono de la ciudad. Para aislar a los enfermos, el hospital de coléricos quedó instalado en el claustro del Convento del Carmen. La basílica de San Babil, extramuros de la ciudad, sirvió de lazareto asistido por un médico y ocho fumigadores. Se prohibió el libre paso de las personas de modo que a quienes entraban o salían de la ciudad se les fumigaba. Para desinfectar las calles se quemaba azufre y se derramaba vinagre.

En Moreda (A) los informantes han oído decir a sus mayores que durante la epidemia de cólera no se permitió que los forasteros pasaran por el centro de la villa; por ello los viajeros de Labraza, Barriobusto o Santa Cruz de Campezo, que acostumbraban pasar por Moreda cuando bajaban a Logroño, tenían que desviarse por caminos que rodearan el pueblo.

Quedan recuerdos de esta epidemia de cólera en localidades alavesas como Apodaca y Ribera Alta donde dicen que el temor al contagio fue tan terrible que los vecinos se negaron a portar a los muertos al cementerio.

En Zerain (G) cuentan de esta manera el modo en que se extendió la epidemia de cólera: Egun garbi baten, ikusi zan landura gorrizka bat, geldi-geldi zabaltzen; bereala izurria sortu zan, an eta emen; jentea bildurrez bizi zan (Un día despejado se vio que una lluvia rojiza se extendía poco a poco; al momento se propagó la epidemia aquí y allí; la gente vivía atemorizada).

Más vivo es el recuerdo que guarda la gente de la gripe de 1918 que causó una gran mortandad. Las consecuencias de esta epidemia son mencionadas prácticamente en todas las localidades donde se ha llevado a cabo la encuesta (Amézaga de Zuya, Apodaca, Bernedo, Mendiola, Ribera Alta-A; Abadiano, AmorebietaEtxano, Bedarona, Durango, Carranza, Nabarniz, Orozko, Zeanuri-B; Beasain, Bidegoian, Elgoibar, Elosua, Oñati, Zerain-G; Aoiz, Izurdiaga, Lekunberri, Lezaun, Obanos, Sangüesa-N).

En Abadiano señalan que murió mucha gente joven; nadie estaba dispuesto a correr el riesgo de contagio que suponía el enterrar a los afectados por la epidemia y el ayuntamiento decidió ofrecer un pago en dinero a los que se prestaran a realizar este trabajo de dar tierra a los muertos.

En Lezaun la epidemia afectó especialmente a las mujeres que estaban a punto de dar a luz y a las recién paridas; se enterró a los muertos envueltos en sábanas por falta de ataúdes y se dejó de tañer las campanas a muerto para evitar alarmar a los enfermos. Se decía que el limón era muy efectivo contra la enfermedad y dada su demanda este producto alcanzó precios desorbitados.

En Astigarraga (G), donde causó muchas muertes, dejaron de tocar las campanas en los entierros. En Hondarribia (G) para evitar el contagio, los que se relacionaban con los infectados, entre ellos el sacristán y el sacerdote que les administraban los últimos sacramentos, llevaban cabezas de ajo en los bolsillos y un diente de ajo en la boca. En Pipaón (A) se retiró el agua de las pilas de la iglesia y se dejó de tocar las campanas a muerto.

En Apodaca (A) los informantes recuerdan que hubo casas en las que cayeron enfermos todos sus moradores; los vecinos tuvieron que acudir a atenderles y a cuidar del ganado de sus cuadras.

En Orozko y Zeanuri (B) los ancianos al referirse a esta epidemia de gripe señalan que hubo caseríos en los que murieron todos sus miembros, etxe batzuk utsitu egin ziren; en otros, los niños quedaron huérfanos al fallecer los mayores de la casa y tuvieron que ser acogidos por parientes.

En la memoria popular queda así mismo el recuerdo de la penuria que sobrevino en los años cuarenta, poco después de la guerra civil de 1936. Como consecuencia de esta situación proliferaron entre otras enfermedades los casos de tuberculosis que ya venían dándose desde los años treinta.

Más recientemente a mediados del siglo XX tuvo lugar una epidemia de “gripe asiática” que tuvo una gran incidencia pero sus efectos no fueron tan letales como la epidemia de 1918.