Evolución en las formas de transportar el cadáver

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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A principios de siglo, el cadáver era conducido ya en caja de madera aunque se han recogido testimonios de que, en el pasado siglo, el cuerpo del difunto envuelto en una sábana se llevaba en angarillas[1]. Estas quedaron relegadas para trasladar a los accidentados y muertos en zona montañosa o alejada de la casa.

Si la caja había de ser llevada hasta la iglesia un camino practicable desde una zona de difícil acceso o con camino en mal estado, se ataba a varales de madera o incluso a una escalera de mano para facilitar el transporte y evitar el bamboleo o la caída del féretro. En algunos lugares se conoció también la costumbre de llevar el ataúd en carro o carreta de bueyes hasta un punto donde el camino estuviera transitable y proseguir a partir de allí con el féretro cargado sobre los hombros. También se ha recogido en algunas localidades que, en tiempos pasados, llevaban la caja agarrada de las asas con los brazos estirados.

Con el paso del tiempo, se fueron perfeccionando los sistemas de sujeción mediante andas sobre las que se colocaba la caja mejor ajustada con ataduras. Las propias andas o los féretros comenzaron a tener rebordes, asientos y vástagos salientes y zonas mullidas para una mejor apoyatura en el hombro. En todas las localidades encuestadas lo ordinario ha sido llevar la caja al hombro empleando distintos artilugios para evitar el movimiento excesivo del ataúd y las posibles molestias en el hombro de los anderos. Así se ha recogido, además de en las localidades cuya descripción se detalla más adelante, en Aramaio, Narvaja (A), Carranza (B), Berastegi, Elgoibar, Ezkio, Getaria (G), Mélida, Murchante, San Martín de Unx y Viana (N).

Actualmente los traslados principales del féretro se llevan a cabo en el coche fúnebre que a tal fin destinan las agencias funerarias encargadas de las labores y gestiones ocasionadas con motivo del fallecimiento de una persona, habiendo quedado relegada la conducción a hombros a los trayectos cortos de entrada y salida de la iglesia.

En Ziortza (B), en los años veinte, el traslado del cadáver ya se hacía con féretro. Entre finales del pasado siglo y comienzos de éste, la conducción se había hecho en unas andas que con esta finalidad poseía la parroquia. Dentro de ellas colocaban doblados el colchón y el cabezal de la cama en que moría el difunto y además las prendas de la cama mortuoria, iloeko trapuuk. Estas prendas eran tres: la funda del colchón, koltxoiazala, bordada por uno de los costados, alkantonan sartueikoa, con la que enfundaban el colchón antes de introducirlo en las andas; la funda del cabezal, buruko azala, dentro de la cual iba la almohada o cabezal; y la sábana, izerie. Estas tres prendas era costumbre que formaran parte del arreo de la novia. Una vez dispuestos el colchón sobre las andas y la almohada sobre las fundas, colocaban encima el cadáver. Sobre éste extendían la sábana de modo que le cubriese todo el cuerpo, menos la cabeza[2].

En Orozko (B), antiguamente, los cadáveres eran conducidos en andas. Ataban a éstas el cuerpo del difunto, pasando una cuerda por los pies, cintura y manos. En el pórtico lo soltaban, dejándole los brazos tendidos a ambos lados del cuerpo, más tarde pasaron a cruzárselos sobre el pecho. Ya en los años veinte el cadáver era colocado en una caja larga[3].

En Bedia (B), antiguamente, se empleaban «andas»; a los solteros se les llevaba descubiertos y a los casados con sábana de angarillas, andaixara. En los años veinte se colocaba el cadáver en un ataúd o caja que solía ser negra para los casados y blanca para los solteros[4].

En Ataun (G), en tiempos pasados, al cadáver se le conducía en el féretro, llamado illoia, cama mortuoria. Ya en los años veinte no se utilizaban andas ni angarillas con esta finalidad. Las angarillas servían para trasladarles a casa a los heridos o muertos por accidentes de trabajo y en casos urgentes las improvisaban con escaleras de mano. También en Oiartzun (G) las angarillas tan sólo se utilizaban para el traslado de los muertos por accidente. Ya en los años veinte el cadáver se transportaba en el féretro[5].

Portadores del féretro, jasotzaileak. Amezketa (G). Fuente: Antxon Aguirre, Grupos Etniker Euskalerria.

En Zeanuri (B), la costumbre recogida es similar a la de estas dos localidades guipuzcoanas. Las angarillas, andak, se han usado para llevar el cadáver a casa o al depósito de cadáveres en casos de muerte por accidente en el monte o en el río. Los informantes no han conocido las andak para conducir el cadáver a la iglesia y al cementerio, lo usual ha sido llevar el cadáver en caja o ataúd.

En Zegama (G), antiguamente el cadáver se transportaba en angarillas pero ya, a finales del siglo pasado, la conducción se hacía en caja. Todavía en las primeras décadas de este siglo a los que morían en el campo se les traía en angarillas envueltos en una sábana[6].

En Amezketa (G) el ataúd se llevaba bien apoyándolo en los hombros directamente o bien sobre una escalera de mano en posición horizontal. Antiguamente las angarillas, angaillek, cumplían idéntica función que la escalera.

En Arano (N), ya en las primeras décadas del siglo, el cadáver era conducido al pórtico de la iglesia en caja de madera forrada de paño negro. En otro tiempo, el traslado del cuerpo se hacía en andas y solían colocarlo dentro de la iglesia junto a las gradas del presbiterio donde permanecía hasta que finalizara el oficio del entierro. En Otxagabia (N) se recogió la misma costumbre. Antaño se utilizaron las andas, fenetro, pero ya, por los años veinte, el cadáver se conducía colocado en la caja[7].

En Zugarramurdi (N), en los años cuarenta, el cadáver se llevaba en un ataúd denominado kaxa. Antiguamente el cadáver, envuelto en una sábana, era colocado en angarillas y en ellas se le llevaba a la iglesia y a la sepultura[8]. En Gala reta (A), antiguamente llevaban el cadáver desde la casa mortuoria al cementerio en angarillas pero ya, en la segunda década del siglo, lo hacían en caja de madera. Igual ocurría en Lezama (B), donde en otro tiempo el cuerpo del difunto se llevaba a hombros de cuatro hombres sobre las angarillas, andak. Después se introdujo el ataúd, atautea.

En Gamboa (A), hasta los años treinta, se utilizaron angarillas que después serían sustituidas por las andas. A partir de los años cincuenta el féretro es conducido a hombros. Si la nieve o las malas condiciones climáticas (desbordamiento del Zadorra, etc.) dificultaban el tránsito por los caminos, el transporte se hacía en carro hasta la entrada del pueblo y desde ese punto era llevado en andas o a hombros hasta la iglesia y, tras el funeral, hasta el cementerio. También en Artziniega (A) en épocas pasadas, dada la lejanía de algunas casas respecto de la iglesia, el traslado se hacía en carro de bueyes. Generalmente la conducción del cadáver se llevaba a cabo antes y ahora en caja a hombros.

En Berganzo (A), para que la conducción del cadáver fuera más llevadera, los familiares del difunto ponían a disposición de los anderos, en el portal de la casa, unas toallas blancas que, colocadas después sobre el hombro amortiguaban los golpes del bamboleo de la caja. También en Mendiola (A) se ha recogido la costumbre de que los anderos se recubrieran los hombros con unos paños negros para amortiguar el peso de la caja y en Laguardia (A) se ponían un paño sobre el hombro para no mancharse.

En Hondarribia (G) se transporta el cadáver a hombros. Antes se colocaba el ataúd sobre unas angarillas negras y lo llevaban ocho personas en turnos de a cuatro. Para evitar el daño que las angarillas producían, existían unos paños que se ponían para proteger los hombros.

En Lagrán (A), en ocasiones, se solía llevar el cadáver, sin caja, en unas andas muy lujosas, pintadas de negro que se custodiaban en la iglesia. Esto sucedía con los pobres o con aquellas personas que habían testado que se les enterara sin caja[9].

En Sangüesa (N), la manera más antigua de conducción del cadáver era que lo llevaran seis portadores agarrando con la mano las asas de la caja. Después se impuso la costumbre de llevar el féretro mediante unas andas sobre los hombros de cuatro personas. Hacia 1950 desaparecieron las andas y lo llevaban directamente al hombro entre cuatro portadores. Pocos años más tarde se comenzó a trasladar el cadáver en el coche funerario.

Conducción del ataúd sobre andas. Tolosa (G), 1933. Fuente: Ekin. N.º 59. 18 de Marzo, 1933.

En Artajona (N), antiguamente había dos formas de llevar la caja: agarrada de las asas, envueltas con unas toallas blancas, con el brazo estirado o sobre el hombro protegido con un paño o «toalla» blanco con flecos. También en Aria (N) antiguamente el ataúd era transportado a mano pero como resultaba muy cansado y dificultoso se pasó a hacerlo a hombros.

En Monreal (N) la caja se solía llevar a mano utilizando las asas, dos a cada lado, con que contaba el féretro. A partir de los años ochenta se han hecho unas andas para facilitar la conducción ya que a menudo se rompían las asas.

En San Martín de Unx (N) antiguamente se llevaba el ataúd cogido de las asas. En los años noventa se lleva a hombros sobre las andas. De la iglesia al cementerio, que dista unos cien metros, se lleva de esta misma forma.

En Amézaga de Zuya (A) cada uno de los cuatro anderos se coloca en uno de los extremos de la caja. La suben al hombro mediante unas andas que cuentan en sus extremos con un apoyo para facilitar el traslado.

En Garde (N) la conducción se hace a hombros desde la casa a la iglesia y de ésta al cementerio una vez finalizada la función religiosa. Existe un carro para realizar los traslados pero no se utiliza y se sigue la tradición de llevar el cadáver a hombros.

En Obanos (N), tanto en tiempos pasados como ahora, se traslada a hombros. Antes, cuando se iba hasta el cementerio andando, una vez despedida la comitiva se llevaba el féretro agarrado de las asas.

En Zerain (G), a finales del pasado siglo, trasladaban el cuerpo en andas, illoia. Consistían en dos largueros, adarrak, de roble, fuertes y redondeados que en medio llevaban clavada una madera de unos dos metros de longitud y de la que los agarraderos sobresalían medio metro aproximadamente. Tenían dos o tres pares de correas para sujetar al difunto, al que se le ponía una almohadilla para reposar la cabeza, las andas se revestían con un paño denominado illoi-izara y el cuerpo se cubría con un sudario il-oiala. A veces las dificultades de los caminos y las cuestas obligaban, a pesar de los correajes, a sujetar el cuerpo por la cintura con un lienzo blanco. Después pasaron a cargar el féretro al hombro, haciendo todo el recorrido andando. En los años noventa, los caseríos próximos a la plaza siguen con la tradición de llevar el cuerpo a hombros pero las restantes casas delegan todas las labores en la funeraria, limitándose al traslado a hombros en los momentos de la introducción y salida del cadáver de la iglesia y al llevarlo al camposanto.

En Arberatze-Zilhekoa (BN), antiguamente, el cadáver era llevado a hombros sobre angarillas, brankarra. La carroza fúnebre tirada por caballos se introdujo por los años 30. Entonces se colocaba el féretro encima del carro, desde la salida de la casa, y se arrastraba a lo largo de todo el recorrido. Cuatro vecinos, lehenauzoak, se encargaban de este trabajo. Al ser menos penoso el traslado en estas condiciones, la gente decía que llevar el cuerpo en carroza, korbiara (fr. corbillard), era un alivio.

En Baigorri (BN), en el barrio de Saint Etienne, se utilizaban dos medios de transporte por lo que hace a la conducción: varales de madera, hagak, para la zona montañosa y angarillas, kolportak, para los lugares más practicables y cercanos a la iglesia. Fue costumbre durante muchos años trasladar el féretro a hombros de los vecinos del difunto, más tarde se empezó a llevarlo en un carruaje arrastrado por un caballo. En Hazparne (L), antiguamente, la caja era atada a dos largos varales, hagak, y se llevaba de esta guisa hasta la iglesia. Hacia 1940-45 se sustituyó por un carruaje tirado por un caballo y después por el furgón funerario. En Oragarre (BN), hasta los años 20, para poder llevar la caja se sujetaba sobre unos varales, bdtons, que no servían más que para el transporte del cadáver. A partir de la citada fecha el carruaje sustituyó a la antigua forma de conducción. En Sara[10] (L), antiguamente los muertos eran conducidos a la iglesia en angarillas, gatabotta. En algunas localidades de Vasconia continental fue común llamar a las andas katapotak.

En Heleta (BN), antes de 1939, la caja era llevada a hombros de los vecinos. Para entrar en la iglesia se bajaba la caja a la altura de los brazos extendidos, sujetándola con las manos. A partir de 1939 se comenzó a utilizar para el transporte del féretro un carro de cuatro ruedas, con colgaduras, que pertenecía al municipio, tirado por el caballo del primer vecino. El aspecto del carro no dependía del grado de riqueza de la familia del difunto. A partir de los años sesenta el furgón funerario ha sustituido al antiguo carro.

En Lekunberri (BN), si la persona fallecida vivía en una casa situada en el monte, el cuerpo se bajaba en carro o sobre angarillas llevadas a hombros hasta la alcaldía de la localidad y allí se formaba el cortejo fúnebre.

En Iholdi (BN), antes, el féretro era transportado a hombros de los anderos, hilketariak. A veces el traslado del cadáver hasta el núcleo también se hacía en carreta. Cuando las casas estaban alejadas de la parroquia el transporte a hombros, aunque fueran seis los conductores, era cansado para ellos y costoso para la familia que tenía que añadir seis bocas a la lista de gente a la que tenía que dar de comer con motivo de las exequias. Por los motivos citados se introdujo la costumbre de trasladar el cuerpo en carroza fúnebre, innovación que fue acogida favorablemente por la gente. A partir de la década de los sesenta ya se comenzó a transportar el cadáver en coche y el cortejo era también de automóviles. De esta guisa llegaban hasta la entrada del núcleo urbano que era donde se formaba la comitiva propiamente dicha en vez de en la casa mortuoria como se había acostumbrado hasta entonces[11].

En Azkaine (L), antiguamente, las angarillas con el féretro eran llevadas a hombros, espaldetan. Una vez la comitiva en el porche de la iglesia, se depositaban las angarillas y se llevaba la caja sujetándola con las manos por las empuñaduras. Después el carro ocupó el lugar de los anderos y finalmente fue desplazado por el coche municipal.

Cabecera del cortejo, c. 1947. Fuente: Argazkiak. Gipuzkoa-Donostia (1941-1950) Fotografías. Donostia, 1988.

En Bidarte (L) el cadáver se transportaba a hombros de los anderos. Hacia 1945-50 hizo su aparición el carruaje arrastrado a mano. Finalmente se ha introducido la modalidad de transportar el féretro en automóvil. Durante algún tiempo convivieron los dos medios de transporte, el carro y el vehículo.

En Ziburu (L) el féretro se llevaba en un carruaje tirado por dos caballos, según recuerdan los informantes. En el carro solían poner las iniciales del difunto. En función de la clase de entierro el ornato variaba. En los de primera clase se vestía a los caballos, se colocaban pompones en el carruaje y la caja era de calidad. En los de segunda los caballos no llevaban ropaje, tampoco el carro pompones aunque la caja seguía siendo de calidad. En los de tercera clase todo era muy sencillo. A partir de 1928 la localidad cuenta con servicio de pompas fúnebres.

En el territorio de Zuberoa, antiguamente entre cuatro o seis vecinos llevaban el cadáver a la iglesia sobre unos lienzos estrechos y largos, llamados lunerak o longeak (fr. longues), hechos expresamente para esta finalidad por los tejedores del país y posaban al muerto en tierra en la iglesia. Después se pasó a transportarlo en angarillas y algunas veces en carroza[12].

En Barkoxe (Z), antiguamente, el día de las exequias, la gente que vivía en los caseríos de la montaña alejados de la localidad realizaba el traslado del cadáver en una carreta hasta la entrada del núcleo poblacional. La gente que acompañaba al cuerpo lo hacía a lomos de mulo, el cura en cabeza, también a caballo. Llegados al punto convenido se paraban, bajaban de la montura y el trayecto restante lo hacían a pie. Los del núcleo se trasladan a pie hasta la iglesia.

En Urdiñarbe (Z), antes de 1940, las carretas, orgak, sustituyeron a los llevadores y en este medio se trasladaba el cadáver hasta el puente, debajo de la iglesia. El carro no tenía una decoración precisa. A los bueyes se les recubría el lomo con mantas, behimantak, confeccionadas con tela blanca de bandas azules. Sobre la testera se les ponían los frontiles, begietakoak. El yugo, üztarria, no se tapaba normalmente de piel, larria. Desde el puente la caja era transportada a hombros por la cuesta que conduce a la iglesia.

En Ezpeize-Undüreiñe (Z), antiguamente, el traslado del cadáver era a hombros. En el período de entreguerras hizo su aparición el carruaje que se arrastraba a mano y luego se introdujo el coche funerario que es el medio utilizado hoy.


 
  1. Según escribió Iturriza a finales del siglo XVIII, en Bizkaia, como los caminos eran angostos solían transportar el cadáver desde el caserío hasta la parroquia en narria tirada con ramas de árboles retorcidas, llamadas vulgarmente biurrak, por los amigos más queridos del difunto. Juan Ramón de ITURRIZA. Historia general de Vizcaya y Epítome de las Encartaciones. Bilbao, 1938, p. 66.
  2. AEF, III (1923) pp. 24-25.
  3. AEF, III (1923) pp. 7-8.
  4. AEF, III (1923) p. 14.
  5. AEF, III (1923) pp. 116-117 y 79.
  6. AEF, III (1923) p. 109.
  7. AEF, III (1923) pp. 127 y 135.
  8. José Miguel de BARANDIARAN. “De la población de Zugarramurdi y de sus tradiciones” in OO.CC. Tomo XXI. Bilbao, 1983, pp. 330-331.
  9. Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Muerte, entierro y funerales en algunos lugares de Alava” in BISS, XXII (1978) p. 197.
  10. José Miguel de BARANDIARAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-1970) p. 118.
  11. Jean HARITSCHELHAR. “Coutumes funéraires à Iholdy (Basse­Navarre)” in Bulletin du Musée Basque. Nº 37 (1967) pp. 112-113.
  12. La denominación longeak y una descripción similar puede verse en D. ESPAIN. “Des usages mortuaires en Soule” in Bulletin du Musée Basque, VI, 1-2 (1929) p. 24.