Explosivos

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los niños son muy aficionados a idear pequeños artefactos capaces de provocar explosiones. Antaño, cuando aún no se comercializaban petardos, aprovechaban los botes vacíos de tomate y el carburo, compuesto químico común en las casas por ser utilizado en el alumbrado, para crear unos artilugios preludio de los modernos «cohetes espaciales».

Hacían un agujero en el suelo y en él ponían una piedra de carburo (carburo cálcico) y el bote boca abajo cubriéndolo. Después retacaban con la tierra el perímetro del bote. A continuación se le abría a éste un pequeño orificio en el fondo, que quedaba en la parte de arriba, y se vertía agua por él. Cuando no disponían de ella, sencillamente orinaban. La mezcla de este líquido con el carburo generaba acetileno, un gas altamente explosivo. Después no había más que encender una mecha o acercar un palo encendido y se producía una estruendosa explosión que elevaba el bote por los aires.

Este peligroso entretenimiento, conocido generalmente como «Al bote de carburo» y con el que aprendían la primera lección de química, se explica con más detalle en el capítulo dedicado a los juegos de lanzamiento.

En Portugalete (B) recuerdan haber fabricado otro tipo de cohetes. Se recorta un rectángulo de papel «de plata» (vale también el del interior de las cajetillas de cigarrillos) de unas dimensiones de 25 x 35 mm aproximadamente y hacia la mitad del mismo se colocan unas cuatro cerillas. Después se enrolla el papel en torno a éstas de modo que la parte superior, donde se hallan las cabezas, quede bien cerrada y en punta mientras que la inferior no debe estar muy apretada para que entre la llama de la mecha. Tres de las cerillas sirven a modo de patas del cohete mientras que el palito de la cuarta se deja en el medio a modo de mecha. Al encender esta última cerilla y llegar el fuego a las cabezas se consigue su deflagración de tal modo que los gases producidos, al salir por el extremo inferior, elevan el cohete hacia arriba.

En Elgoibar (G) preparan un tipo de cohete muy parecido al anterior. Se toma un papel de aluminio y se hace con él una pequeña pelota en cuyo interior se introducen unas cinco cabezas de cerillas, dejando otra a modo de mecha. El palo de ésta debe ser obligatoriamente de papel encerado. La bolita se clava sobre un soporte preparado con tres palillos y dispuesto a modo de trípode. Tras dar fuego a la mecha y llegar éste a las cabezas de las cerillas se consigue una cierta elevación del suelo. El mayor inconveniente de este artilugio es el mal olor que deja.

En Portugalete (B) fabricaban petardos, para lo cual necesitaban dos tornillos de unos cuatro o cinco centímetros de longitud y de diez a doce mm. de diámetro y una tuerca. Se roscaba ésta hasta su mitad en la punta de un tornillo y en el hueco que quedaba se introducían dos o tres cabezas de cerilla de las blancas. A continuación se roscaba el otro tornillo, pero únicamente una o dos vueltas. Para que explotase no había más que lanzarlo contra el suelo de modo que cayese vertical sobre una de las cabezas de los tornillos.

Petardo fabricado con tornillos. Portugalete (B). MIRAR EN LA ENCUESTA DE JUANJO GALDOS DE JUEGOS INFANTILES – Portugalete

Otra forma de producir pequeñas explosiones consistía en juntar una pastilla de potasa para la tos, que se conseguía en las farmacias, y un poco de azufre comprado en una droguería o recogido en las cercanías de las fábricas. Esta mezcla se colocaba sobre una piedra lisa o sobre el suelo mismo si era de hormigón o piedra. Después se cubría con otra piedrita lisa. Para producir la explosión se golpeaba fuertemente esta última con el pie, desplazándola hacia delante. En otras ocasiones, si se preparaba una carga fuerte, se tomaba una piedra grande y desde una altura se dejaba caer sobre la que cubría la mezcla, provocando así una explosión que solía lanzar la piedra a cierta distancia.

En Muskiz (B) los niños hacían cachorrillos con un trozo de tubo del mango de un paraguas de los denominados familiares, por lo grandes que eran. Se aserraba un segmento de unos 30 cm y se le ponía un tapón de madera en una de las bocas. Después se introducía pólvora, postas, tuercas y cabezas de radios de las ruedas de las bicicletas y se retacaba bien. En un pequeño orificio que se hacía entre la madera y el tubo se ponía una cabeza de cerilla que al darle un golpe hacía de pistón, provocaba la explosión de la pólvora que lanzaba la metralla por el extremo libre hacia el blanco, una lata generalmente. Este juego era considerado muy peligroso y, en efecto, provocó más de un herido. Los que fabricaban el artilugio solían ser chicos de doce a dieciséis años.