Fuentes históricas

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En el año 1625, Isasti escribía que en algunas localidades guipuzcoanas llevaban en los oficios funerales carneros y ternera, además de las oblaciones de pan y cera[1].

Iztueta, en 1847, reiteraba la tradición existente en Gipuzkoa hasta principios del siglo XVIII, de que cuando fallecía el señor o la señora de alguna casa importante, a la vez que se conducía el cadáver, se llevaran animales a la puerta principal de la iglesia. Describe así la ofrenda: ... batarentzako uztar-idi galaren galakoa txintxarriz beterik; bestearentzat zekor galanta adarretan lore ta errosetak zituela; ark aari andia; onek txikiro gizena; egaztiak, sagarrak, gaztainak eta beste gauz asko (bien un par de bueyes de gala con abundantes campanillas; bien un hermoso novillo con flores y rosetas en las astas; ya un gran carnero; o un cebón; aves, manzanas, castañas u otra cosa)[2].

También el P. Larramendi, en el siglo XVIII, dejó constancia de que en los grandes funerales, a modo de ofrenda se traía a la puerta de la iglesia un buey vivo en unos lugares y en otros un carnero, también vivo, que acabado el oficio se llevaba nuevamente al caserío o a la carnicería, pagándose por ello al cura una cantidad determinada en dinero[3].

Ofrenda de carnero (representación). Orexa (G), 1977. Fuente: Iñaki Linazasoro, Grupos Etniker Euskalerria.

En una obra del siglo XVIII redactada por Antonio M.ª de Zavala donde relata algunas curiosidades referidas a su familia recogidas en la villa guipuzcoana de Azkoitia, figuran anotaciones de entierros y funerales. En ellas se menciona como ofrenda funeraria llevada a la puerta de la iglesia un buey que se rescataba por ocho ducados y también se alude a la ofrenda del carnero[4].

Gorósabel vuelve a recordarnos que fue bastante común la costumbre de que la casa mortuoria presentara en ofrenda un par de bueyes en las puertas de la iglesia, así como la de pagar un tanto por su rescate. Todavía en el año 1787 -dice este autor- en los oficios fúnebres celebrados por el alma del difunto rector de la iglesia parroquial del Consejo de Aizarnazabal (G) se presentó en las puertas de ella un buey vivo con dos panes de a cuatro libras clavados en las astas[5].

Serapio Múgica detalla la gradación de las ofrendas en Aizarnazabal según la categoría de las exequias. En los entierros de cuatro libras, o de primerísima clase, se llevaba un toro o un buey bien aparejado que permanecía durante la función sujeto a la argolla que con este único destino estaba clavada en la pared, cerca de la puerta de entrada de la parroquia. Lo traían cubierto con un manteo que prestaba la parroquia y una rosca de pan en cada asta. Al terminar la función se lo llevaban a casa y pagaban por derechos de entierro una onza de oro, o sea 80 pesetas. En los entierros de dos libras y de libra y media, en lugar de buey, llevaban carnero muerto, destripado y despellejado que hasta el año 1891 solían tenerlo durante los nocturnos colgado en la parte inferior del púlpito, y desde dicha fecha acostumbraban ponerlo sobre una mesita con el saco de trigo al lado. Después de la función religiosa lo retiraban los interesados y lo consumían en la comida de honras, pagando a la iglesia diez pesetas[6].

Las Juntas Generales celebradas en la villa de Zumaia en el año 1765 acordaron apelar en alzada para que fuesen desarraigadas y suprimidas algunas malas costumbres de funerales. El Consejo de Castilla dictó una Real Provisión, con fecha 10 de mayo de 1771, entre cuyas disposiciones la quinta señalaba «que quedaba prohibida por indecente la ofrenda del par de bueyes que se llevaban al atrio de las iglesias». El punto siguiente señalaba no obstante que en consideración a la corta congrua de los beneficios, se permitiera al clero que en rescate de dichos bueyes recibiesen dieciocho ducados así como las oblaciones de pan, vino y cera[7].

A pesar de las disposiciones que se dictaban para suprimir la ofrenda de animales, continuaban produciéndose discrepancias entre las autoridades eclesiásticas y las civiles y a veces entre aquéllas y los familiares del difunto. Así, en el año 1796, el Cabildo de la iglesia parroquial de Berastegi (G) tuvo la pretensión de obligar a los herederos de los difuntos la ofrenda de un carnero a los propietarios y de gallinas a los colonos y el ayuntamiento de la villa se opuso al intento de exigir esta observancia[8].

El P. Donostia copió de un documento de la Casa Indartea de Irurita (N), del año 1767, los gastos de entierro ocasionados con motivo del fallecimiento de la dueña de la casa[9]. Entre las distintas partidas figuran los pagos realizados por las ofrendas de carne: dos piernas de carnero, 6 r(eales) y 13 m(aravedís); dos gallinas, 4 r(eales) y 9 m(aravedís); una oveja, 8 r(eales).


 
  1. Lope MARTINEZ DE ISASTI. Compendio historial de Guipúzcoa. Bilbao, 1972, p. 204.
  2. Juan Ignacio de IZTUETA. Gipuzcoaco Provinciaren Condaira edo Historia. Donostia, 1847, p. 241. (Reedición 1975).
  3. Manuel de LARRAMENDI. Corografía de Guipúzcoa. Barcelona, 1882, p. 194.
  4. Antonio Mª de ZAVALA. “Los funerales en Azcoitia (siglo XVIII)” in RIEV, XIV (1923) p. 573.
  5. Pablo de GOROSABEL. Noticia de las Cosas memorables de Guipúzcoa. Tomo IV. Tolosa, 1900, p. 297.
  6. Serapio MUGICA. “Bueyes y carneros en los entierros” in RIEV, XI (1920) pp. 100-101.
  7. Pablo de GOROSABEL. Noticia de las Cosas memorables de Guipúzcoa. Tomo IV. Tolosa, 1900, pp. 297-299.
  8. Pablo de GOROSABEL. Noticia de las Cosas memorables de Guipúzcoa. Tomo IV. Tolosa, 1900, p. 297. Según Julio de Urquijo en las dos ediciones de las Constituciones Sinodales de Calahorra de 1602 y 1700 no hay rastro de la costumbre de ofrendar animales. Vide “Cosas de antaño” in RIEV, XIV (1923) p. 351.
  9. APD. Cuad. 2. Ficha 226-2.