Funciones del carpintero

El carpintero además de hacer la caja intervenía en otras muchas labores[1]. Estas funciones las ejercía, según unos, porque había fabricado el féretro y debía poner al muerto dentro y, según otros, porque la familia no debía tocar al muerto. De hecho, aunque se comprara el ataúd, era él quien colocaba el cadáver en su interior y eran escasos los familiares asistentes al acto. Incluso el carpintero solía pedir a los presentes que se retiraran cuando iba a llevar a cabo esta operación.

En la mayoría de las localidades rurales, el carpintero, aunque ya no fabrica personalmente las cajas, kutxak, continúa hoy en día manteniendo parte de las funciones que se le asignaron en otro tiempo[2]. Es frecuente que él mismo disponga de varios modelos en su almacén. En algunas localidades se le asigna el nombre de «funerario» (Portugalete-B; Elgoibar-G; Sangüesa-N). Aún cuando no proporcione el ataúd -por haberse producido la muerte en otra localidad o porque el difunto dispusiese de un seguro que lo incluía- el carpintero local sigue actuando, adaptado su papel a las nuevas circunstancias, estando disponible en todo momento, facilitando unas andas que guarda en su almacén (Obanos-N) o su propio coche para el traslado al cementerio (Artajona, Garde, Obanos, Murchante-N) e indicando la orientación del féretro al entrar en la iglesia a los porteadores si desconocen las normas.

Además, cuando la muerte se produce en el pueblo, solía o suele ocuparse de introducir el cadáver en la caja ayudado por algún vecino o pariente y de disponer la habitación mortuoria (Laguardia A; Zeanuri-B; Beasain, Getaria-G; Artajona, Lekunberri, Lezaun, Murchante, Obanos, Sangüesa y Viana-N).

Antaño, además de estas tareas, acompañaba al cadáver hasta el cementerio para aserrar los travesaños que en ciertas localidades clavaban al ataúd para facilitar el traslado. Asimismo, debía quitar los adornos (flecos, angelotes... ), el crucifijo de la tapa, asas, manillas y todos aquellos complementos que se añadían de acuerdo con la categoría social o edad del difunto.

Era necesaria también su presencia para cerrar la caja antes del traslado e incluso después, si algún familiar quería dar el último adiós al difunto.

En Izpura (BN), al acto de colocar el difunto en el ataúd se le denomina kutxan ezartzia. Antes de realizar esta operación los familiares rezaban la última oración y uno de la familia o la amortajadora hacían el signo de la cruz sobre el cuerpo del difunto con el ramo bendecido, mojado en agua bendita. En el momento de introducirlo en la caja, según el carpintero informante, si la familia había optado por estar presente había que proceder con delicadeza. A veces el cuerpo había modificado su apariencia y era preciso esforzarse en alojarlo, ohatzen, en el ataúd. En estos casos la familia sabía que debía retirarse.

En Gamarte (BN) el carpintero junto con un vecino colocaba al muerto en el ataúd puesto que la familia nunca tocaba al muerto. El dirigía una corta plegaria y una vez concluida los familiares se ausentaban del acto de introducir el cadáver en el féretro. El carpintero se encargaba también de recoger el dinero para las misas en memoria del difunto. Estas costumbres declinaron hacia los años 40.

Una labor similar a esta última llevaba a cabo el carpintero en otras localidades. Así, en Elgoibar (G) el carpintero era el «funerario» del pueblo y, entre otros trabajos, se encargaba de dejar una libreta en la casa mortuoria para que la familia del difunto apuntara las misas y la cantidad de dinero con que contribuía cada donante.

En Artajona (N) las labores del carpintero eran amplias. No se limitaba a proporcionar la caja; introducía el cadáver en el ataúd haciendo salir a los familiares de la habitación, montaba la capilla ardiente, ayudaba y dirigía la operación de bajarlo desde la casa a la calle y, a partir de la implantación del vehículo fúnebre, participa en el traslado al cementerio.

En Ezterentzubi (BN) era el carpintero quien colocaba el cuerpo en la caja, vestido como estuviera en el lecho mortuorio, previo el rezo de una oración ( Cure Aita, Agur Maria, Requiem). La cabeza del difunto se hacía reposar sobre un cojín. También se podía introducir junto al cuerpo una vela bendita o un objeto que el muerto tuviera en estima. A veces se recubría con el paño mortuorio, hil-mihisia, y un crucifijo. La familia no presenciaba esta operación.

En Ziburu (L), durante los años veinte, al muerto se le alojaba en una caja hecha por el carpintero local que simultaneaba esta profesión con el oficio de sacristán. Vivía en una estancia al mismo nivel del campanario de la iglesia y allí tenía su taller.

En Altzai y Lakarri (Z) se daba aviso de un fallecimiento al carpintero para que fabricara la caja. Esta se llevaba a la casa del difunto bien a lomos de burro o a hombros de varones. El cuerpo era introducido en el féretro por el carpintero, ayudado de los vecinos. Era él quien se encargaba de dejarlo bien cerrado con clavos.

Señalar, finalmente, que en muchas localidades las carpinterías que fabricaban los ataúdes, después comercializaron féretros construidos en serie por otras empresas y terminaron por convertirse en agencias de pompas fúnebres. En otros lugares a causa de que el cargo de organizador del entierro estuvo en manos del enterrador, fue éste quien estableció el servicio de la agencia funeraria.


 
  1. La aguda observación proporcionada por la investigación llevada a cabo en Iparralde se ha revelado de gran interés para descubrir el papel que la tradición venía asignando a este miembro de la comunidad.
  2. En la localidad alavesa de Berganzo hubo una mujer apodada “la carpintera” que cuando se producía una defunción en este pueblo y en lugares próximos solía asumir las obligaciones domésticas en la casa mortuoria.