Diferencia entre revisiones de «Galanteo»

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Lo mismo sucedía en Artajona (N): Los mozos más atrevidos se acercaban hasta las proximidades de la casa y la chica bajaba a la calle para pasar un rato juntos, pero siempre a escondidas. La madre, que conocía las verdaderas intenciones de la hija, servía de "tapadera" en el caso de que su marido reclamase su presencia. Los chicos se valían de contraseñas como silbidos o toses para comunicar su presencia a la joven.  
 
Lo mismo sucedía en Artajona (N): Los mozos más atrevidos se acercaban hasta las proximidades de la casa y la chica bajaba a la calle para pasar un rato juntos, pero siempre a escondidas. La madre, que conocía las verdaderas intenciones de la hija, servía de "tapadera" en el caso de que su marido reclamase su presencia. Los chicos se valían de contraseñas como silbidos o toses para comunicar su presencia a la joven.  
  
[[File:6.156 Galanteo en Alava (representacion).jpg|center|650px|Galanteo en Álava (representación). Fuente: Archivo Municipal de Vitoria.]]
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[[File:6.156 Galanteo en Alava (representacion).jpg|center|500px|Galanteo en Álava (representación). Fuente: Archivo Municipal de Vitoria.]]
  
 
En Allo (N) cuando las relaciones entre dos jóvenes habían sido ya iniciadas, el mozo, con el consentimiento de su amada, acudía por la noche hasta la esquina más próxima a la vivienda de ella. Los encuestados aseguran que cada día, durante varios meses, al volver los mozos del campo se cambiaban de ropa, cenaban y acudían puntualmente a su cita. Para cuando salía la chica a la calle a tirar el agua de fregar después de la cena, ya estaba esperando el pretendiente a la puerta. Se quedaban los amantes durante un rato y como señala un informante, "aunque los padres de ella estuvieran cansos de saber donde estábamos, se hacían los tontos y procuraban no molestar". Pero si desde la entrada se oía en la cocina ruido de sillas que se movían con insistencia se suponía que ésa era la señal que anunciaba el momento de despedirse hasta el día siguiente. Poco a poco, con el transcurso de las semanas, se le permitía al muchacho subir hasta la cocina, donde el padre solía ofrecerle el porrón o la bota. Desde ese instante y sólo entonces, podía decirse que los jóvenes eran novios formales.  
 
En Allo (N) cuando las relaciones entre dos jóvenes habían sido ya iniciadas, el mozo, con el consentimiento de su amada, acudía por la noche hasta la esquina más próxima a la vivienda de ella. Los encuestados aseguran que cada día, durante varios meses, al volver los mozos del campo se cambiaban de ropa, cenaban y acudían puntualmente a su cita. Para cuando salía la chica a la calle a tirar el agua de fregar después de la cena, ya estaba esperando el pretendiente a la puerta. Se quedaban los amantes durante un rato y como señala un informante, "aunque los padres de ella estuvieran cansos de saber donde estábamos, se hacían los tontos y procuraban no molestar". Pero si desde la entrada se oía en la cocina ruido de sillas que se movían con insistencia se suponía que ésa era la señal que anunciaba el momento de despedirse hasta el día siguiente. Poco a poco, con el transcurso de las semanas, se le permitía al muchacho subir hasta la cocina, donde el padre solía ofrecerle el porrón o la bota. Desde ese instante y sólo entonces, podía decirse que los jóvenes eran novios formales.  

Revisión actual del 10:09 12 jun 2019

A diferencia de las rondas, en que participaba un grupo de chicos, la actividad que se describe a continuación se realizaba individualmente. En Lemoiz (B) los chicos se encaminaban al anochecer hacia la casa de la chica. Llegados a su destino espiaban la vivienda al objeto de conocer la habitación que ocupaba. A continuación daban unos golpecitos en la ventana de la chica y tras enterarse ésta de la identidad del demandante conversaba con él largo rato. Podía darse la circunstancia de que otro joven se hubiera adelantado en cuyo caso el llegado en segundo término trataba de alejarle arrojándole terrones o piedras.

En Arberatze-Zilhekoa (BN) para cortejar a la chica el joven rondaba su casa. Cuando se acercaba le ladraban los perros e incluso le perseguían. Los padres tropezaban con él y le reconocían como al chico que había rondado la casa la semana anterior, lo que el joven negaba. Los padres siempre solían estar al acecho y el joven pretendiente solía recurrir a cantar lo que le salía en el momento. A pesar de los recelos iniciales, las familias toleraban esta práctica ya que era algo habitual.

Lo mismo sucedía en Artajona (N): Los mozos más atrevidos se acercaban hasta las proximidades de la casa y la chica bajaba a la calle para pasar un rato juntos, pero siempre a escondidas. La madre, que conocía las verdaderas intenciones de la hija, servía de "tapadera" en el caso de que su marido reclamase su presencia. Los chicos se valían de contraseñas como silbidos o toses para comunicar su presencia a la joven.

Galanteo en Álava (representación). Fuente: Archivo Municipal de Vitoria.

En Allo (N) cuando las relaciones entre dos jóvenes habían sido ya iniciadas, el mozo, con el consentimiento de su amada, acudía por la noche hasta la esquina más próxima a la vivienda de ella. Los encuestados aseguran que cada día, durante varios meses, al volver los mozos del campo se cambiaban de ropa, cenaban y acudían puntualmente a su cita. Para cuando salía la chica a la calle a tirar el agua de fregar después de la cena, ya estaba esperando el pretendiente a la puerta. Se quedaban los amantes durante un rato y como señala un informante, "aunque los padres de ella estuvieran cansos de saber donde estábamos, se hacían los tontos y procuraban no molestar". Pero si desde la entrada se oía en la cocina ruido de sillas que se movían con insistencia se suponía que ésa era la señal que anunciaba el momento de despedirse hasta el día siguiente. Poco a poco, con el transcurso de las semanas, se le permitía al muchacho subir hasta la cocina, donde el padre solía ofrecerle el porrón o la bota. Desde ese instante y sólo entonces, podía decirse que los jóvenes eran novios formales.

En Lezama (B), a veces, el chico acudía a casa de la muchacha por la noche sin que nadie se enterase. Ella salía y éstas eran las ocasiones en las que estaban solos, sin el control de amigos o familiares.

En Bermeo (B), antes de la guerra, los domingos por la noche los jóvenes acompañaban a las chicas hasta su caserío. Salían del núcleo de población, donde habían pasado la tarde, y cuando se alejaban de los lugares habitados el chico pasaba su brazo por el hombro de la chica. A pasear de esta forma se le llamaba satsetan joan[1]. Al llegar al caserío la joven entraba en el mismo y a continuación o después de cenar, a la llamada del galán se asomaba a su ventana hasta donde subía el muchacho, generalmente con una escalera. De esta manera el joven pasaba un rato acompañando a su chica. Cuando era de confianza de la familia se le invitaba a pasar al interior a cenar, permaneciendo luego en la tertulia con todos. Sobre esta costumbre de rondar a las chicas había muchos pareceres ya que algunas familias apoyaban a la joven dando toda clase de facilidades al muchacho, mientras que otras sólo les ponían trabas. A veces la cuadrilla del chico le gastaba bromas como derribarle de la escalera. Cuando el joven hacía las visitas sin previo aviso, suspentsuen, se podía encontrar con algún otro pretendiente que hubiera ocupado su lugar, lo que a veces daba origen a una pelea entre ambos. Esta costumbre parece que desapareció después de la última guerra civil.

En Lekunberri (N) era frecuente visitar a las mozas, llegando incluso a entrar en sus habitaciones siempre y cuando lo consintieran. Se trataba de espiar a las chicas y verlas desnudarse. Estas visitas nocturnas de los mozos a las solteras tenían lugar cualquier día de la semana y sobre todo en invierno. La razón era que los jóvenes del pueblo se iban a trabajar al monte como leñadores, bien a Francia o a valles como Roncal. Partían en la primavera-verano y no regresaban hasta San Martín. Los pocos mozos que quedaban en el pueblo marchaban a las fiestas de otros pueblos y de parranda. Al regreso se reunían en la fuente de la plaza cantando y haciendo versos. En Ezkio (G) señalan que por ver a una chica los muchachos llegaban a meterse por la ventana de su casa.


 
  1. Igual expresión se ha constatado en Amorebieta-Etxano (B). Azkue también la recogió en Getxo (B) a principios de siglo para indicar que un muchacho y una muchacha iban del bracete , neska-mutil orrek satsetan doaz (literalmente: en busca del estiércol). Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo III. Madrid, 1945, p. 254.