Gallinas y palomas

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Determinación del sexo

Según los informantes de Carranza (B) un primer problema importante que plantean estas aves es la determinación precoz del sexo. Resulta sumamente difícil saber si el pollito que acaba de nacer es macho o hembra, y precisamente éste era un asunto de máximo interés pues dependiendo de su sexo los individuos se criaban con distintos fines: la casi totalidad de los machos para el sacrificio y las hembras para producir huevos. En la economía tradicional nunca se mataba una polla o gallina antes de comenzar a poner o mientras lo hacía.

En algunos individuos esta determinación resultaba tan complicada que se averiguaba que una supuesta polla no lo era cuando, habiendo llegado a la edad de la puesta, no ponía ningún huevo.

Las personas consultadas conocen varios rasgos de la anatomía de estos animales que sirven para diferenciar su sexo. Esta determinación es tanto más precisa cuanto mayor es la edad del ave. Así, de los pollitos se dice que tienen la cabeza más grande y redondeada que las hembras. A medida que crecen, las últimas desarrollan la cola más pronto que los machos y éstos la cresta antes que las pollas. A ellos también se les engrosan más las patas y poseen un piar ronco que contrasta con el más fino de las hembras.

Se podía saber con bastante precisión el sexo del ave cuando contaba con unos cuatro meses, aunque como ya se ha indicado antes, la determinación no era fiable al cien por cien.

Puesta

En las gallinas criadas en casa la puesta comenzaba a partir de los seis meses; sin embargo, se solía producir un importante desfase en su inicio. Éste podía llegar a ser de un mes o más entre gallinas procedentes de una misma pollada. Actualmente las compradas, alimentadas con piensos compuestos, comienzan a poner hacia los cuatro meses, diferenciándose unas de otras en tan sólo unos días.

Un cambio en el comportamiento de la polla que presagia el inicio de la puesta es que cada vez que pasa cerca el gallo se acurruca con el fin de que la galle. Antes de comenzar a poner también sufre alguna modificación anatómica como la que se produce en la cresta y en las ojeras, que hasta entonces eran rosadas y ahora empiezan a tornarse rojas.

Antaño, para saber si se iniciaban en la puesta les introducían el dedo meñique por la cloac a. Si la tenían dilatada y el dedo penetraba fácilmente es que se hallaban próximas a poner; si la tenían prieta es que aún faltaba tiempo.

También se recurría a este método cuando querían saber si una determinada gallina iba a poner al día siguiente. Se hacía con las que depositaban sus huevos en la calle, para saber que había que ir a buscarlos. Al introducir el dedo se podía tocar el huevo; si tenía la cáscara dura es que efectivamente pondría a la mañana siguiente; si aún la tenía blanda es que iba a tardar más.

En cuanto a las gallinas en plena producción, se sabe cuándo han puesto porque emiten un cacaraqueo peculiar.

En Urduliz (B) dicen que las pollas empiezan a poner huevos, arrotzea imiñi, cuando tienen un año aproximadamente. Antaño las gallinas no ponían uno al día como ahora, pero como contrapartida eran mucho mejores aunque fueran más caros porque había pocos. Actualmente ponen todos los días por lo que hay que cambiarlas más a menudo ya que a lo sumo sólo resisten dos años, con una producción en el segundo mucho más baja que en el primero. Antiguamente una de estas aves podía vivir cuatro o cinco años. Actualmente, cada uno o dos años se compran gallinas nuevas. En tiempos pasados, en cambio, no había necesidad de adquirirlas ya que se abastecían de los polluelos que nacían en casa. Las pollas se dejaban para gallinas y los pollos se vendían o se consumían en casa en ocasiones especiales. El que era elegante y tenía buena planta se guardaba para gallo.

En Ajangiz (B) dicen que dejan de poner huevos cuando mudan, miketu. Una vez al año lo están y pasado este periodo, mikealdia, que puede durar entre uno y dos meses, las gallinas vuelven a ganar prestancia y comienzan de nuevo a poner huevos. En tiempos pasados las gallinas se renovaban casi anualmente ya que se tenían frecuentes camadas de chitas.

Fecundación y cloquera

Cuentan en Carranza (B) que antaño siempre se tenía un gallo suelto con las gallinas. Éste las cubría frecuentemente por lo que los huevos que se consumían se hallaban fecundados, al contrario de lo que ocurre en la actualidad.

El acto de cubrir el gallo a la gallina se denomina en esta localidad gallarla y de los huevos fecundados que se obtienen se dice que están gallaos.

De vez en cuando las gallinas se ponían cluecas, lluecas (Carranza), culecas (Apodaca-A; Allo-N), lokatu (Ajangiz, Muxika-B). Las personas consultadas en estas poblaciones vizcainas no saben precisar si la cloquera se manifestaba periódicamente o si obedecía a factores externos. De siempre han observado que alcanzan este estado cada cierto tiempo, algunas con más frecuencia que las demás y sin que la cloquera coincida en unas y en otras.

En Urduliz (B) dicen que las gallinas se ponían cluecas, oillo lokea, después de poner una tanda de huevos de unos 30 ó 40 aproximadamente. En Orozko (B) que lo usual es que se queden cluecas de mayo a julio y en Apodaca (A) por enero y febrero.

Gallina poniendo. Lasa (BN), 2000. Fuente: Peio Goïty, Grupos Etniker Euskalerria.

En Sara (L) el nombre que recibía la gallina clueca era oilo koloka, y en Orozko y Urduliz (B) oillo loka. En Sangüesa (N) gallina lueca.

En Carranza recuerdan que durante la temporada que le duraba este estado la gallina modificaba su comportamiento habitual. El primer problema que planteaba era su tendencia natural a permanecer acurrucada en el nidal, estuviese o no repleto de huevos, impidiendo así a las demás gallinas subirse a éste para poner. Ocurría también que la clueca dejaba de producir huevos durante este tiempo. Por estas dos razones, su dueño trataba de que se le pasase cuanto antes la lluecura. El procedimiento más recurrido consistía en mojarla con el agua fría del bebedero. Para evitar que dificultase la puesta de las demás, algunos la metían debajo de un cesto vuelto y otros la ataban allí donde no hubiese hierba o cabañas de modo que no se pudiese acurrucar para empollar. A menudo las gallinas cluecas se sujetaban de la pata a un balostro, balaustre, del balcón, pero al tratar de huir se arrojaban al vacío quedando suspendidas en el aire. Los informantes recuerdan con una sonrisa el espectáculo que suponía ver colgadas a varias gallinas de un mismo balcón. También se les proporcionaba poco alimento con idéntica intención.

En Ajangiz dicen que se les nota la cloquera, lokea, porque dejan de poner huevos, el kuakua es diferente y no abandonan el nido. Las que quedaban cluecas y no interesaba que tuvieran chitas se metían debajo de un cesto hasta que se les pasase la cloquera. Solían permanecer así una semana, a veces más, porque a algunas les costaba mucho perderla. Otro método consistía en sumergirlas repetida e intermitentemente en agua.

En Lezaun (N) para desculecar una gallina se la metía varias veces en agua y tras ello se colocaba debajo de una esporta durante tres días, aunque se sacaba unos raticos para que pudiera comer. En Allo (N) para desculecarla le metían la cabeza en agua varias veces y luego la colgaban dentro de un saco. Otros la ponían debajo de un cunacho. Solía estar así durante tres días y sin probar alimento. Nunca se mataba una culeca para comerla debido a la fiebre que padecía. En Roncal (N) para que se le pasara cuanto antes y volviera a poner huevos la remojaban y la colgaban dentro de un saco de arpillera.

Pero no siempre se procuraban solventar los problemas que producía la cloquera de las gallinas. En ocasiones se aprovechaba este estado para sacar pollitos. Claro que, como señalan los informantes de Carranza, no todas las gallinas servían para ello, de ahí que se esperase a que quedase clueca alguna de las consideradas idóneas. Éstas debían ser gallinas corpulentas para que pudiesen cubrir un buen número de huevos y por tanto sacar más pollos. También debían ser tranquilas y constantes para que no abandonasen la incubación al cabo de unos días. Además se evitaba recurrir a las primerizas, es decir, a las que sólo habían puesto durante una temporada ya que se levantaban enseguida.

En Ajangiz también se procuraba que incubaran las gallinas más hermosas, para que cubrieran bien la puesta. En Urduliz y Orozko señalan que el número de huevos que se le ponían oscilaba en función de la corpulencia de la gallina.

En Moreda (A) existe la creencia de que si las gallinas no se quedan culecas, se echan el día de la Ascensión y para el día del Corpus Christi vienen los pollos. Dicen que es una gracia que concede la Virgen. También se conoce el refrán que dice «por San Antón la gallina pon».

Incubación

En Carranza (B) la incubación de los huevos no se realizaba junto a las otras gallinas sino en un recinto apartado, a menudo el sobrao o camarote de la casa. Allí se le preparaba el nidal con una bañera o un cesto viejo, rellenándolos de hierba seca o paja. En su interior se depositaban los huevos, siempre un número impar[1]. Recuerdan que no tenían por qué ser de la propia gallina, se elegían los procedentes de las buenas ponedoras; también los más grandes, para que los pollos al nacer tuviesen el tamaño adecuado; y los menos puntiagudos, para que saliesen hembras, ya que existía la creencia de que se podía determinar el sexo de los futuros pollos eligiendo la forma de los huevos; se decía que de los más redondos nacían pollas y de los más puntiagudos pollos[2]. En Bajauri, Obécuri y Urturi (A) para que una gallina encobara huevos, elegían los más frescos y redondos[3].

En esa misma población vizcaina cuando se carecía de gallo había que cambiar los huevos de las gallinas propias, que no estaban fecundados, por los de una casa en que sí lo estuviesen. El vecino efectuaba entonces la selección de los que consideraba mejores. En ocasiones también se realizaban trueques re cíprocos para evitar la consanguinidad.

En Ajangiz (B) para obtener mejores polluelos, a veces, se intercambiaban los huevos de la puesta entre las casas del vecindario, klase obea atarateko arrautzak auzotik ekarten ziran, aren oillaskoaren kastak atarateko. En Orozko (B) se ponían los procedentes de un gallinero donde hubiera gallo, pero que no fueran del propio corral.

En Carranza también se tenía presente que se prefería la temporada invernal a la estival, a pesar de ser esta última estación más propicia climáticamente para la crianza de los pollos, ya que las tareas propias del verano impedían prestarles la atención necesaria. Asimismo se aguardaba a los meses considerados idóneos para poner los huevos a incubar. No se les ponían en abril porque se creía que en este mes los huevos estaban cuquiaos y de ellos no salían pollos. Con los huevos de mayo se obraba de igual modo, pero en este caso no porque de ellos no naciesen polluelos sino porque se creía que los que nacían eran tan débiles que acababan muriendo.

La gallina permanecía todo el tiempo incubando o gorando los huevos. Por la mañana y por la tarde se le proporcionaba agua y alimento. Para tomarlo abandonaba momentáneamente la nidalada. Era necesario comprobar que no se levantase entre las comidas. Si era una ambulanta, es decir, si abandonaba los huevos con frecuencia, se le ponía encima un cesto vuelto y sólo se la soltaba a las horas de comer. Por la noche siempre se cubría con un cesto, una bañera o una triguera, para evitar el ataque de ratas y gatos.

En Apodaca (A) tras colocar la culeca sobre el cesto con paja que contenía los huevos le ponían una criba encima para que no se saliese y se estropeasen los huevos. A un lado se le ponía un bote con agua y al otro pienso. Se la tenía así permanentemente y sólo se la liberaba una vez cada semana para que evacuase.

En Urkabustaiz (A) se colocaba la clueca en un cesto con paja y junto a ella se ponía agua. Después se cubría con algo para que no escapara. Las «buenas madres» se acostumbraban y no se movían.

En Allo (N) depositaban los huevos en un cajón en el granero. Si la gallina estaba muy culeca, como era lo corriente, no se apartaba de ellos casi ni para comer; si por el contrario se movía demasiado le ponían por encima un cunacho durante varios días para acostumbrarla.

En Carranza al principio se alimentaba con maíz y trigo. Durante los últimos días de la incubación, en que la gallina apenas comía, se le proporcionaba cocedura compuesta de patata cocida, harina de maíz y leche, todo ello caliente y amasado. Si al final dejaba de comer, de vez en cuando se le hacía tomar a la boca abajo un par de cucharadas de vino y algo de leche para que permaneciese caliente y pudiese sacar los huevos.

A veces ocurría con alguna gallina que se le pasaba la cloquera y abandonaba la puesta en pleno proceso de incubación. El dueño trataba entonces de sustituirla por otra que estuviese llueca, y si no tenía ninguna, recurría a algún vecino para que se la prestase. Mientras tanto, para que no se enfriaran los huevos, calentaba un jersey de lana y los cubría con él.

Cuando en Allo (N) una gallina se desculecaba sin haber cumplido los 21 días reglamentarios la dueña también pedía otra culeca entre las vecinas y si nadie la tenía había que tirar los huevos; se decía entonces que estaban culecos.

En Carranza cuentan que se podía tener incubando a la vez varias gallinas en función de las necesidades de pollos y de las posibilidades para alimentarlos, asunto este de gran importancia en tiempos pasados. Si así era, debían permanecer separadas ya que la eclosión de los pollos no ocurría simultáneamente y la que tardaba más, al oír su piar, se ahuecaba y abandonaba sus huevos.

Durante la incubación no se debían dar golpes allí donde estaba la gallina porque se creía que se goraban o estropeaban los huevos. Por la misma razón se consideraban perjudiciales los truenos de las tormentas aparatosas. En Orozko también se ha constatado que si había tormenta se corría el riesgo de que se perdiera parte o la totalidad de la pollada.

En Ajangiz, Urduliz y Muxika (B) recuerdan que en ocasiones era la misma gallina la que escondía sus huevos en un lugar distinto al habitual y pasado un tiempo aparecía con la prole de polluelos, siendo el hecho celebrado por sus dueños. En Orozko a estos polluelos se les llama lapur-txitak.

Eclosión de los huevos

La eclosión de los huevos tenía lugar a los 21 días de incubación. Cuentan en Carranza (B) que en ocasiones se presentaba el problema de que uno o varios pollitos salían con demasiada antelación sobre los otros. La gallina, al oírlos piar, se ahuecaba y dejaba de dar calor a los demás huevos. Para solucionar este problema se esperaba a que los primeros nacidos se secasen y entonces se llevaban al calor del hogar.

Cuando se observaba que alguno de los pollitos no tenía fuerza para romper el cascarón, se tomaba el huevo y acercándolo al oído se determinaba el punto exacto donde el animalillo estaba picando; allí mismo se practicaba un pequeño orificio para ayudarle a salir.

Si algún huevo permanecía intacto y en su interior no se oían movimientos, era que la cría había muerto o se hallaba a medio formar. Si al agitarlo sonaba como si contuviese líquido, el huevo estaba estropeado o gorao, por lo que se desechaba.

En Abanto (B) recuerdan que de la pollada siempre salía uno más pequeño que los demás que recibía el nombre de alguacil.

En Lezaun (N) cuando eclosionaban los huevos y se quería que la culeca incubara otra tanda, se intentaba que los pollitos recién nacidos siguieran a un capón y de ese modo no se desperdigaran. Para ello se le azotaba con un manojo de achunes, ortigas, debajo de las alas. Por efecto de los mismos, el capón adoptaba gestos propios de una gallina culeca y así los pollitos le seguían sin ningún problema.

* * *
 

En San Martín de Unx (N) dicen que la paloma pone huevos una vez por mes, en días alternos y en número de dos, que son empollados indistintamente por el masto y la hembra, si bien con arreglo a un horario: el ma- cho de 9 a 16 horas y la hembra el resto de las horas. Eclosionados los huevos, puede conocerse el sexo de los pollos según hacia dónde tengan dirigidos los picos: si hacia el mismo lado, son de igual sexo, pero si lo hacen hacia lados distintos «son pareja». Sin embargo, hasta los tres meses no se sabe con certeza el sexo de los pichones, y ello «porque meten distinto ruido», porque el macho es un poco mayor y porque la hembra tiene la cabeza más alargada.

Nacidos los pollos son criados por sus padres. En el caso de que el palomar sea cerrado, éstos se limitan a tomar la comida del comedero y subirla al nido. A los quince días, la paloma vuelve a poner otros dos huevos, pero en otro nido, ya que el anterior está ocupado por los pichones. Éste es el momento para separarlos de sus padres, ocupados en empollar los nuevos huevos, metiéndolos en una jaula «para que no molesten». Ésta está confeccionada con madera y red metálica, adosada al suelo y a las paredes del desván. En ella permanecen los pichones hasta que emparejan, por lo que se les atribuye en ese mo- mento un cesto terrero para que confeccionen su nido y pongan los huevos. Cuentan que una pareja dura unos 22 años.

En Urduliz (B) dicen que las palomas se reproducen cada dos meses, la hembra pone dos huevos de los que nacerán un macho y una hembra que se emparejan y se reproducen entre ellos mismos.

En la comarca de Gernika (B) cuentan que el periodo de incubación de patas y ocas dura una semana más que el de las gallinas. En Allo (N) colocaban de 13-15 huevos de pata, siempre un número impar, a una gallina clueca, que los incubaba durante 28 días.


 
  1. Este tipo de creencias y otras similares relacionadas con la incubación de las gallinas se recogen en un capítulo de este mismo tomo dedicado a las creencias sobre el ganado doméstico.
  2. No deja de resultar interesante la coincidencia entre la determinación del sexo del futuro pollito por la forma del huevo y un procedimiento, recogido en un volumen anterior de este mismo Atlas, utilizado para averiguar el sexo del bebé antes de su nacimiento por la forma del vientre de su madre. Vide Ritos del nacimiento al matrimonio en Vasconia. Atlas Etnográfico de Vasconia. Bilbao, 1998, p. 130.
  3. José Antonio GONZÁLEZ SALAZAR. «Vida agrícola de Bajauri, Obécuri y Urturi» in AEF, XXIII (1969-1970) p. 38.