Instrumentos de percusión
Los críos son muy aficionados a hacer ruido aprovechando para ello cualquier utensilio. Por ejemplo con botes o latas de conservas ya vacíos improvisaban ruidosas maracas. Vertían en el bote un puñado de piedras pequeñas y le cerraban el extremo abierto aplastándolo. Después no tenían más que agitarlo. En Apodaca (A) recuerdan que los utilizaban para recorrer el pueblo metiendo ruido.
Con dos tapas de cazuela viejas se preparaban platillos y con un puchero en desuso se simulaba un tambor, para lo cual se golpeaba con un palo.
En Ondarroa (B) colocaban dos tejuelas entre los dedos, que recibían el nombre de atabalak, y las batían una contra la otra haciendo un ruido similar al de las castañuelas.
En Artajona (N), en la víspera de la festividad de Reyes por la tarde, los niños recogían todas las latas, botes y desechos metálicos y ensartándolos unos con otros y arrastrándolos por las calles daban «la cencerrada».
A veces los niños elaboraban utensilios más sofisticados como uno que se fabricaba aprovechando la cáscara de una nuez y que servía para imitar el canto del reyezuelo, txepetxa. Precisamente, en Zeberio (B) se conocía a este juego como «Txepetxatara».
En esta localidad tomaban media cáscara de nuez y le partían con cuidado una de las puntas de tal modo que quedase algo más de la mitad. Después se envolvía con un hilo al que se le daban varias vueltas. Luego se cogía un palito adecuado y tras introducirlo entre los hilos por la parte cóncava, se tensaba haciéndole girar. Una vez hecho esto se sujetaba el artilugio con una mano y con los dedos de la otra se intentaba obtener un sonido que imitase a este conocido pajarillo.
En Garde (N) un juguete similar se denominaba pito. En la parte central de una media cáscara de nuez se enroscaba un hilo suficientemente tenso. Después se colocaba un palito en forma de palanca entre la nuez y el hilo. Al darle con el dedo en un extremo el otro golpeaba repetidamente la cáscara emitiendo un característico «toc, toc».
En Artajona (N) colocaban una goma en el centro de la cáscara y un palito sujeto a ella. Accionando este sencillo mecanismo con los dedos, golpeaba la cáscara produciendo un repiqueteo.
Los instrumentos de percusión por excelencia han sido las carracas y matracas; sin embargo, debido a su estructura más compleja, han solido ser fabricadas por los mayores de la casa y a veces por carpinteros. Los niños elaboraban versiones de peor calidad o artilugios menos sofisticados que se les parecían.
En Salcedo (A) la carraca era de madera. Tenía una rueda dentada que al girar una lengüeta también de madera que llevaba entre sus dientes producía el sonido. Este artilugio se compraba. En Apodaca (A) los mayores hacían la carraca para los pequeños y también la compraban. La semana anterior a Semana Santa ya se empezaba a prepararlas, se arreglaban las viejas o se hacían nuevas. En Hondarribia (G) este artilugio recibía el nombre de traka.
En cuanto a las matracas, en Moreda (A) eran confeccionadas por el carpintero del pueblo o si no por los padres o algunos chicos ingeniosos. Para fabricarla se cogía una tabla fuerte y algo gruesa y en el centro se le ponían dos taquitos de madera donde iban sujetos los martillos por un pasador o alambre. Había matracas de dos, tres, cuatro, cinco, seis y más martillos.
En la figura 268 se observa una carraca de Beasain (G), y una matraca y unas tablillas, procedentes de Bernedo (A).
El uso de las carracas, si bien ha sido diverso, ha estado ligado preferentemente a la Semana Santa. En Gamboa (A), al igual que en otras muchas localidades, las matracas y carracas servían para avisar del inicio de los actos religiosos en sustitución de las campanas.
En Bernedo, durante la Semana Santa, los niños se encargaban de hacer los toques por las calles para los oficios religiosos con las tablillas y las matracas. Estos instrumentos se fabricaban en casa siendo los últimos los más usados. Otro instrumento que se utilizaba para este fin era la rana o carraca. En Urturi (A) se denominaba la raca. Esta última se adquiría en el mercado.
También en Moreda (A), los niños con sus carraclas, las niñas con sus tablas y sobre todo los chicos con matracas, daban la vuelta al pueblo avisando del comienzo de las funciones religiosas. Los niños hacían competiciones y apuestas para ver quién tenía la matraca más bonita y grande, es decir, cuál poseía más martillos que golpeasen la tabla y por tanto produjesen más ruido.
En Alboniga (Bermeo-B) el Miércoles Santo, Eguéstenguren egunién, a la tarde, las cuadrillas de niños acudían al pórtico de la iglesia. Allí, a través de un agujero existente en la puerta principal seguían los maitines, que desde el coro cantaban los curas.
Frente al altar el sacristán iba apagando, al finalizar cada salmo, una a una, las velas allí colocadas. Cuando quedaban pocas encendidas, los niños entraban en la iglesia y con el fin de que «Judas no pudiera escapar por ningún sitio», cerraban todas las puertas y rendijas, incluso el agujerito de la puerta principal por donde habían espiado.
Cada niño iba armado con un palo, un martillo o un mazo de madera, másue, hecho especialmente con este fin, al que decían Júdas iltxekue, mata judas. Como armas posteriores a las citadas se generalizaron las carracas, karrákak, para dejar sordo a Judas, Júdas gortúteko. Con alguno de estos objetos en la mano, rodeaban los escalones que subían al altar y cuando el sacristán apagaba la última vela, los críos empezaban a golpear los escalones que subían al altar o a girar las carracas, haciendo un ruido infernal. La finalidad de este estruendo era matar a Judas, Júdas iltxeko.
Este desahogo duraba varios minutos, terminando cuando los sacerdotes bajaban del coro y estaban a punto de entrar en la sacristía, momento en el que les mandaban detener los golpes: «Buéno, básta, básta, Júdas ilje ta...» (Bueno, basta, basta, Judas ya ha muerto... ).
El día de Jueves Santo, Egungúren egunién, antes de la función religiosa, se hacía algo semejante participando también los adultos. Los curas cantaban los maitines y el sacristán iba apagando las velas. Cuando apagaba la última, los críos alrededor de los escalones que suben al altar, los hombres en sus bancos y las mujeres en sus sillas, empezaban a dar golpes y a hacer ruido. Los críos de igual manera que la víspera; los adultos, sobre todo las mujeres, golpeando con las sillas el suelo, dando patadas al piso e incluso con el zapato en la mano dando golpes a destajo.
Cuando los oficiantes bajaban del coro, donde habían cantado, y llegaban al altar, mandaban poner fin a los golpes para iniciar el acto litúrgico. Esta costumbre ha llegado, por lo menos, hasta los anos cuarenta-cincuenta.
En Elosua (G) usaban un mazo, mazua, en el oficio de tinieblas del Miércoles Santo para matar a Judas. En la iglesia se colocaban unos tablones para que los niños pudieran golpearlos con los mazos.
En Apodaca (A) se hacían sonar carracas y matracas en las tinieblas de las ceremonias del Miércoles, Jueves y Viernes Santo. También las tocaban por el pueblo en sustitución de las campanas.
En Izurdiaga (N) los niños usaban las carracas durante la víspera de Reyes, para que éstos no pasasen de largo.
En Zerain (G), en cambio, la karraka tenía un uso más diverso. Los niños la solían usar para jugar y también en la iglesia, durante la Semana Santa. En los caseríos alejados del pueblo se utilizaban también para espantar los animales silvestres que se acercaban a los sembrados desde los bosques cercanos.
Con el tallo del cardo de nombre científico Dipsacum fullonum, que se caracteriza por su gran porte y reciedumbre, se fabrica también un curioso instrumento que recuerda a una matraca. Esta planta presenta en la zona más alta ramificaciones laterales, perfectamente opuestas, que nacen a la misma altura. Estas y el tallo se cortan de tal modo que resulte una especie de tridente con el diente central más corto. Después se coloca un palo, que suele ser un trozo de la misma planta, perpendicularmente a este diente y clavado por su mitad a él con otro palito (fig. 269).
Para hacerle sonar se toma el tallo entre las palmas de las manos y se deslizan éstas una sobre la otra con un movimiento repetitivo similar al que se realiza cuando se frotan para que entren en calor. Esta acción transmite a su vez al tridente un movimiento giratorio cuyo sentido se invierte continuamente. El palo horizontal, por acción de la inercia, golpea entonces los dos brazos largos de los extremos, produciendo un repiqueteo característico.
La fabricación de este instrumento se ha constatado en Artziniega, Gamboa (A) y Carranza (B) donde se conocía como tiquilitera.
En Zeberio (B) cuando llegaba la época de recolectar el maíz se cogía un trozo de tallo que tuviese uno de los nudos y con una hoz se cortaba a ambos lados de la parte superior formando bisagras en la parte inferior. Una vez construido el utensilio se sacudía hacia ambos lados para producir un sonido que daba nombre al juego «Txipli txaplaka».
Además de instrumentos de percusión los niños han fabricado juguetes que se caracterizan por emitir zumbidos; tal es el caso de las bramaderas.
En Artajona (N) a ciertos artilugios de este tipo se les llamaba zumbaderas. Se preparaban con tapas de cajas de betún doblándolas y aplastándolas por la mitad y sujetándolas con una cuerda que se cogía por el otro cabo y se hacía girar en círculos para que produjese ruido.
En Aldude, Donibane Garazi y Ezterentzubi (Ip) un juguete de estas características recibía el nombre de furruna o ferrela. Con un cuchillo se trabajaba una astilla o un trozo de madera hasta darle forma rectangular y con unas dimensiones de unos 12 x 6 cm y 5 mm de espesor. Hoy en día, el obtener esta pieza resulta más fácil que antaño, simplemente hay que aserrar un trozo de contrachapado. En uno de los extremos del rectángulo se abría un agujerito con la punta de la navaja y se le ataba un cordón de aproximadamente un metro. Cogiendo la cuerda por el cabo se hacía girar a toda velocidad imitando el mismo movimiento que para lanzar con la honda. A medida que se incrementaba la velocidad de giro se oía un sonoro ruido que iba en aumento hasta parecerse finalmente a un mugido. En la época de las cosechas este ruido provocaba la huida de los gorriones; de ahí su utilidad.
En Garde (N) conocen otro que llaman furrumba. En el centro de una cuerda se coloca un palo. Se sujetan con las dos manos los cabos de la misma y se le da vueltas hasta que quede retorcida. Al separar los brazos la cuerda tiende a recuperar su estado inicial lo que provoca que el palo gire emitiendo un peculiar sonido.
En algunas localidades se empleó el mismo sistema anterior pero utilizando un botón en vez de un palito. Estos juguetes se describen en el capítulo referente a los juegos de habilidad ya que se empleaban más que para hacer ruido para demostrar la habilidad personal de cada uno tratando de que el botón girase continuamente unas veces en un sentido y otras en el contrario.
En Zerain (G) cuando se le rompía el fondo a un puchero de barro (mejor si era de los llamados arrizkoa) se le colocaba en su lugar una piel curtida que se ataba muy tensa con tiras de cuero o cuerda. Se le hacía un agujero en el centro por donde se pasaba una cuerda a la que se hacía un nudo para que no escapara. Esta cuerda impregnada de grasa (manteca o tocino) se tiraba para dentro con la mano produciendo un sonido que se oía a gran distancia. Este artilugio se denominaba eltzaorra y su uso estaba prohibido por producir una gran inquietud en el ganado.