Introducción

La fruta constituyó una parte importante de la dieta al menos entre los informantes de más edad. Por esta razón la mayoría de las casas contaban con un buen número de frutales. Se seguía una estrategia consistente en plantar cuantas más especies y dentro de cada una se procuraba tener de distintas variedades, de este modo se garantizaba la suficiente fruta ya que al florecer y madurar en diferentes tiempos y tener distintos requerimientos, era difícil que las condiciones atmosféricas adversas afectasen a la vez a todos los árboles.

Los frutales no se plantaban en cualquier heredad sino que seguían una determinada pauta. A modo de ejemplo, en el Valle de Carranza (B) algunos crecían en las huertas, cercanos a la casa, otros en las campas y prados y por lo tanto más alejados, algunos más en siebes, zonas de tierra inculta por lo regular con arbolado, más allá de donde se situaba la propiedad y el comunal cercado, y por último las especies silvestres que lo hacían en el monte comunal, más lejano y a mayor altitud.

Especies propias de las huertas eran y siguen siendo perales, higueras, breveras, melocotoneros, membrillos y groselleros. Los nogales han solido estar cercanos a las casas, pero no siempre en las huertas sino en pequeños pedazos de terreno. Algunos cerezos han sido plantados también en ambos ámbitos.

Algo más alejados se plantaban los manzanos, en campas[1] dentro de las llosas[2] y en cierros[3] y prados que se solían ubicar más allá de las llosas. Eso no era óbice para que también creciese algún manzano cercano a la casa. Era común que muchas familias tuviesen al menos un manzanal, es decir, un terreno o prado que se hallaba “plantado a manzanos”. En las campas se plantaban en las lindes y en los prados en las honderas o partes más bajas de los mismos y en las regatadas.

Manzanal. Carranza (B), 2005. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.

Una distribución similar a los manzanales debieron de tener las viñas a juzgar por la ubicación de los predios que llevan topónimos relacionados con este cultivo y por los recuerdos de los informantes que continuaron con su explotación en décadas posteriores a la masiva desaparición por la filoxera.

En los barrios más altos cercanos a los montes, allí donde terminaban los prados y se iniciaba el comunal inculto, crecían los castaños. Estos árboles, sobre todo los que rendían fruto, tenían siempre dueño a pesar de crecer sobre terrenos que nunca eran de propiedad. No era esta una situación anormal en el sentido de que una buena parte de los árboles maderables nacidos en el comunal tenían dueño. Los castaños injertados, que eran los que proporcionaban su apreciado fruto, solían crecer en lotes, agrupados los de cada dueño. Muchos cerezos también crecían en estos terrenos y sobre todo en siebes; la mayoría sin injertar pero a pesar de ser monchinos con un fruto muy agradable al paladar.

Preguntados los informantes sobre las razones de esta distribución de los frutales parecen darle más importancia a la cercanía de las especies cuyos frutos había que recolectar con frecuencia para su consumo que a la vigilancia para evitar los robos. Dicen que estos no eran corrientes por la razón de que la mayoría de los vecinos tenía abundante fruta y porque entre casas era una práctica generalizada el trueque. De este modo se realizaba además un mejor aprovechamiento de la fruta perecedera ya que si solo fuese consumida por los de la casa parte se pudriría. Que un vecino recogiese una pieza de fruta para consumirla por el camino no se consideraba robo, todo lo más pedía permiso si se hallaba cercano el dueño y siempre recibía una respuesta afirmativa del tipo “coge lo que quieras”.

La actividad recolectora-depredadora, a veces considerada robo, estaba restringida a las cuadrillas de niños y chavales y de entre todas las frutas las preferidas eran sin lugar a dudas las cerezas.

El cultivo de frutales ha experimentado notables vicisitudes. En los territorios del área estudiada donde se llevó a cabo la concentración parcelaria se redujo notablemente el número de frutales, ya que fue costumbre plantarlos cerca de los linderos de las heredades y la unificación de predios para crear fincas más grandes trajo como consecuencia que quedasen en la parte central de las mismas, por lo que fueron talados.

La progresiva especialización, en la vertiente atlántica hacia la ganadería y en la mediterránea hacia el cereal, también contribuyeron a su reducción.

En el Valle de Carranza (B) los manzanos fueron abundantes hasta que creció la cabaña ganadera de vacas de leche y la necesidad de tierra para pacer. Comenzaron entonces las dificultades ya que las vacas se atragantaban a veces al comer manzanas y se corría el riesgo de que se asfixiasen. Hasta entonces los manzanales o los terrenos con abundantes frutales se pacían con ovejas o bien se segaba en verde su hierba, que se transportaba hasta el pesebre de las vacas. Con la posterior incorporación de los tractores grandes con cabina, los manzanos, al igual que cualquier otro árbol, pasaron a constituir un estorbo por lo que muchos los talaron para dejar expeditos sus prados.

Como ya hemos indicado cuando los manzanos se concentraban en una heredad formando un manzanal no se solía meter más ganado a pastar que las ovejas. También se podía aprovechar su hierba mediante siega en verde. Las vacas no entraban durante el periodo en que los árboles tenían hoja para que no los dañasen y mucho menos cuando estaban cargados de manzanas ya que se corría el riesgo de que se atragantasen y que alguna vaca muriese. Si el manzanal aún tenía pación por octubre y noviembre, cuando ya se le había recogido la fruta y perdido sus hojas se dejaban pacer en él porque “no le hacen caso a las quimas”.

El riesgo de atragantamiento era mayor cuando las vacas comían las manzanas del árbol ya que por la posición de la cabeza se les quedaba atorada en la garganta una manzana con mayor facilidad que si las recogían del suelo. Si comían demasiada fruta, por ejemplo cuando el suelo estaba rustrido o cubierto de manzanas después de haber soplado el viento, se corría otro riesgo: que al fermentar en su panza como consecuencia de la actividad de la microflora digestiva que estos rumiantes poseen, se emborrachasen. Las vacas presentaban entonces un comportamiento anormal y en casos extremos caían al suelo sin poder volver a incorporarse. La borrachera se les pasaba sin más pero les acarreaba una complicación indeseable, la producción de leche se veía mermada seriamente. Las vacas muestran un comportamiento adictivo con esta fruta así que en tiempos de manzanas siempre se estuvo atento a esta complicación[4].

La especialización también implicó contar con menos tiempo para el cuidado de los árboles frutales, así que los que se salvaron de la tala tras la concentración parcelaria y el incremento del número de vacas fueron envejeciendo progresivamente sin recibir cuidado alguno y sin que nadie se preocupase de cultivar otros manzanos que sustituyesen a los que se iban secando.

Estas consideraciones han sido comunes a otras poblaciones. También contribuyó a la reducción del número de frutales la menor necesidad de autoabastecerse de fruta al comenzar a ofrecerse de forma generalizada en el mercado junto con nuevas frutas procedentes de cultivos foráneos.

Actualmente la situación ha cambiado drásticamente por la modificación de los hábitos de consumo a consecuencia de la creciente globalización (árboles hoy cultivados como el kiwi o el kaki son exóticos), por lo que es muy variada la ingesta de frutas y el cultivo de árboles dentro de las condiciones climáticas existentes.

Los frutos se comen frescos, transformados (como postres por ejemplo de manzanas asadas o compotas), en conserva (en almíbar, mermeladas) o como jugo fermentado (sidra, vino y derivados).


 
  1. Terreno destinado a prado situado dentro de una llosa, por lo común en la parte que quedaba más alejada de la casa.
  2. Conjunto de terrenos de labor y algunos también de pradera, de escasa superficie y pertenecientes a los vecinos de un barrio, que tenían un cierre perimetral común a todos ellos.
  3. Terreno comunal cerrado por un particular a cambio de un canon pagado al ayuntamiento, destinado en la mayoría de los casos a transformarlo en prado.
  4. Las layas se conservaron en las casas mucho tiempo después de que desapareciese el uso de las mismas para labrar la tierra precisamente para tratar de salvar a las vacas atragantadas. Tras conseguir abrirle la boca al animal se le colocaba dentro las dos púas de la laya para impedir que la volviese a cerrar permitiendo así que una persona que tuviese la mano pequeña y el brazo delgado pudiese tratar de mover la manzana atorada.