Diferencia entre revisiones de «Juegos similares al beisbol»

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Si se daba el caso de no haber nadie en la posición de ''madre'' cuando la ''capitana'' botaba el balón, decía: «Boto a los corros solos», y entonces se intercambiaban las posiciones y los papeles de los dos equipos. Se trataba de un juego típicamente femenino, si bien también lo practicaban niños pequeños junto con las chicas. Los niños mayores no tomaban parte en él.  
 
Si se daba el caso de no haber nadie en la posición de ''madre'' cuando la ''capitana'' botaba el balón, decía: «Boto a los corros solos», y entonces se intercambiaban las posiciones y los papeles de los dos equipos. Se trataba de un juego típicamente femenino, si bien también lo practicaban niños pequeños junto con las chicas. Los niños mayores no tomaban parte en él.  
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[[File:4.150 A la madre campo de juego. Artziniega (A).png|center|600px|A la madre, campo de juego. Artziniega (A). Fuente: Dibujo de Juan José Galdos, Grupos Etniker Euskalerria.|class=grayscalefilter]]
  
 
En Amézaga de Zuya (A) se conoce como «Los redoncheles». Comentan los informantes que era un juego desconocido en la localidad y que fue introducido por inmigrantes procedentes de Burgos.  
 
En Amézaga de Zuya (A) se conoce como «Los redoncheles». Comentan los informantes que era un juego desconocido en la localidad y que fue introducido por inmigrantes procedentes de Burgos.  

Revisión actual del 07:37 30 may 2019

En Artziniega (A) las chicas practicaban un juego denominado «A la madre» similar al béisbol americano. Se repartían en dos grupos: uno se situaba en la posición de madre y el otro fuera del área de los círculos, con una capitana en el lugar indicado (ver dibujo). Esta última lanzaba el balón hacia la madre y una de las chicas de este grupo lo golpeaba alejándolo lo más posible. Acto seguido comenzaba a correr hacia el círculo número 1. Mientras, las del equipo contrario tenían que recoger el balón y pasárselo a la capitana, que lo botaba en el suelo. Si para cuando lo hacía botar, la niña que lo golpeó al principio no había alcanzado el círculo, quedaba eliminada. Si por el contrario había llegado, continuaba el juego. Cuando golpeaba la segunda chica, tenía que correr al círculo 2 y así sucesivamente hasta alcanzar de nuevo la posición de madre.

Si se daba el caso de no haber nadie en la posición de madre cuando la capitana botaba el balón, decía: «Boto a los corros solos», y entonces se intercambiaban las posiciones y los papeles de los dos equipos. Se trataba de un juego típicamente femenino, si bien también lo practicaban niños pequeños junto con las chicas. Los niños mayores no tomaban parte en él.

A la madre, campo de juego. Artziniega (A). Fuente: Dibujo de Juan José Galdos, Grupos Etniker Euskalerria.

En Amézaga de Zuya (A) se conoce como «Los redoncheles». Comentan los informantes que era un juego desconocido en la localidad y que fue introducido por inmigrantes procedentes de Burgos.

Se traza una raya en el suelo y frente a ella se dibujan tres círculos formando un triángulo. Participan cinco jugadores, uno se sitúa en el lado de los redondeles y cuatro al otro lado de la línea. El que está solo lanza la pelota a uno de éstos, que la recoge y la vuelve a arrojar lo más lejos que puede. En ese momento, el primero de los cuatro jugadores que están en línea comienza a correr tratando de pasar por los círculos y regresar al punto de partida. Mientras, el que está solo marcha en busca del balón y cuando se hace con él regresa. Si el que tiene que hacer el recorrido no consigue terminarlo antes de que llegue este último, se invierten los papeles y pasa a colocarse en el lado de los círculos mientras que el otro se incorpora a la fila con el resto de compañeros. Si por el contrario logra concluirlo, el que ha ido en busca del balón debe permanecer en el mismo sitio.

En Eugi (N) un juego muy parecido recibe el nombre de «Pelotita envenenada». Participan en él preferentemente chicas. Ya se jugaba hace sesenta años y hoy en día todavía se practica. Se forman dos equipos con idéntico número de componentes y un mínimo de tres integrantes. Se dibuja un rectángulo que recibe el nombre de casa. En él se sitúa uno de los equipos, y fuera y alrededor se coloca el otro. A una cierta distancia de la casa se trazan tres círculos ordenados de modo que parezcan situarse en los vértices de un hipotético triángulo. Esta distancia depende del número de jugadoras, cuantas más haya mayor será.

El juego comienza con el lanzamiento de la pelota por una componente de uno de los equipos hacia la casa de las contrarias. Una jugadora situada dentro del rectángulo repele el balón arrojándolo lo más lejos posible. En caso de que llegue a botar dentro del recinto, se invierte la disposición de los equipos y el papel que desempeña cada uno.

Si consigue alejar la pelota, la lanzadora corre al primer círculo, luego—al segundo, al tercero y por último intenta regresar a casa. Debe tratar de que durante el recorrido ninguna componente del bando contrario le dé con el balón. Si una jugadora del equipo que corre es alcanzada por la pelota antes de llegar a casa y fuera del área de los tres círculos, se considera derrotado todo su grupo, por lo que debe pasar a ocupar la posición de las contrarias. Si prevé que no va a ser capaz de llegar, descansa en uno de los círculos. Permanece así a resguardo del ataque de sus contrincantes y cuando se efectúa un nuevo lanzamiento continúa el recorrido, mientras otra jugadora de su mismo equipo inicia el suyo.

En Lezaun (N) se conocía como «A una, dos, tres, blanca» y recuerdan que fue llevado a la localidad en la década de los treinta por una niña foránea. Desde entonces perduró con notable aceptación hasta finales de los setenta. Había una zona libre donde se situaban alineados los jugadores que aguardaban su turno. También se colocaban tres piedras formando un rombo respecto al punto de partida. El jugador que la paraba se colocaba frente a los otros y lanzaba una pelota. El primero de la fila contestaba con un manotazo y acto seguido echaba a correr con la intención de completar el recorrido señalado con las piedras. Si durante el mismo era alcanzado por la pelota que le tiraba el que la paraba, después de haberla recuperado, perdía. Las piedras se consideraban zona libre y en cada una podía haber varios jugadores siempre que pudiesen tocarla con el pie. El que completaba el recorrido pasaba a ponerse al final de la cola y el que perdía sustituía al que la paraba.

En Carranza (B) el nombre del juego era «Culasé». Los jugadores se distribuían en dos equipos y a continuación se determinaba el campo de juego. Para ello se trazaba una raya en el suelo entre dos piedras. El espacio que quedaba por detrás de la misma se llamaba casa. Por delante de la raya se iban depositando piedras separadas las unas de las otras por dos o tres metros y dispuestas de modo que formasen aproximadamente una circunferencia.

Se sorteaba qué equipo comenzaba a jugar y cuál se quedaba. Los niños que iniciaban el juego se disponían detrás de la raya, en la casa, y los que se quedaban se alejaban hasta situarse tras el círculo de piedras. Se jugaba con una pelota de fabricación casera de tamaño similar a las de frontón.

El primer niño en participar gritaba: «Culasé, culaseda». Los que se quedaban contestaban: «Que venga». A continuación lanzaba la pelota al aire y al caer la golpeaba con la palma de la mano como si estuviese jugando a pala. Los niños del equipo que se quedaba trataban de recogerla bien al aire o tras caer al suelo. Mientras tanto el que había sacado corría de puesto en puesto. Cuando la conseguían recoger la lanzaban hacia la casa o tratando de golpear al que corría. Si éste resultaba dado o la pelota entraba en la casa estando él entre dos puestos, perdía todo su equipo y pasaban a lanzar los otros. Si no ocurría nada de esto, el segundo en jugar tiraba de nuevo la pelota. Entonces corrían el primero y éste. Si todos los jugadores conseguían recorrer los puestos y regresar a la casa sin perder, su equipo volvía a comenzar de nuevo. No se jugaba a puntos sino a resistir el mayor tiempo. Si se daba el caso de que en el momento que entrara la pelota en casa todos los jugadores se hallasen fuera, perdían, aunque cada uno estuviese junto a una piedra.

En Bernedo (A) un juego similar a los anteriores recibía el nombre de «El cebollino». Pintaban en el suelo un cuadrado de un metro de lado que denominaban casa. A una distancia aproximada de dos metros de cada esquina de la figura se trazaba un caloyo o redondel. Jugaban dos. El que se quedaba en la casa tenía que lanzar un cebollino de hierba a la mayor distancia posible para que le diera tiempo a recorrer los cuatro caloyos y regresar a la casa. El otro tenía que correr a por el cebollino, recogerlo y pegarle con él al de la casa antes de que hubiera completado el recorrido. Si lo conseguía intercambiaban sus posiciones y si no, repetían la jugada anterior.