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LOS RITOS FUNERARIOS EN IPARRALDE/eu

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Finalmente, tenemos algunas razones para creer que para muchos compatriotas nuestros de los “viejos tiempos”, los muertos seguían ejerciendo alguna actividad entre nosotros en forma de almas errantes, ''arima'' ''erratiak''. Verdaderos seres intermediarios, estas ánimas errantes, siempre activas, moradoras de las sombras pero también del fugitivo destello, del aliento expirado profundamente, entraban muy difícilmente en la antecámara que la Iglesia les preparaba en espera de ese gran juicio que presuntamente sería el último. Tenemos algunas razones para creer que aunque los difuntos se marcharan, no necesariamente desaparecían. En el fondo, la Iglesia no podía contradecir esta idea, sino recogerla, dándole un sentido especial (así, al niño muerto Dios lo convierte en ángel).<div style="margin-left:0cm;"></div>
La agonía ha dado lugar a prácticas que resaltan el carácter de acontecimiento público que revestía el tiempo de la muerte. Aquí en principio es donde interviene un personaje clave de las prácticas que se inscriben al margen del ritual eclesiástico, la sacristana, ''andere serora''. Ella es quien se encarga del tañido de las campanas de la iglesia y este mensaje tiene un doble sentido: 1) avisar a la comunidad de los vivos (incluyendo a los animales y a la naturaleza que marcan el paso, “viven al ralentí”); 2) ayudar al moribundo “consolándole”, “ayudándole a marchar”. De este modo, el moribundo sabía que, durante ese tiempo, él era el centro de todos los desvelos y que las oraciones le sostenían. Nadie muere solo ni abandonado.
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