La actividad recolectora

Revisión del 10:36 23 jul 2019 de Admin (discusión | contribuciones)
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Una actividad infantil destacada es la recolección de frutos silvestres. A menudo sirven para consumo y juego de los propios niños; sin embargo, ocasionalmente son llevados a casa para aprovecharlos allí.

Hacia el mes de septiembre ha sido general la recogida de moras o más bien el comerlas directamente de los zarzales existentes a la vera de los caminos. Las niñas tienen por costumbre pintarse la cara con ellas. En Artziniega (A) las aplastan en cuencos para elaborar una especie de jarabe que posteriormente beben. En Zerain (G) las niñas recolectaban las moras, masustak, que después en casa serían empleadas para hacer mermelada.

Tan apetecidas como las moras son las fresas silvestres, fruto de Fragaria yesca. Durante la primavera son buscadas con ahínco por los niños ya que gozan de excelente sabor, pero debido a su tamaño se necesita un buen número de ellas para saciarse. En Gamboa (A) reciben el nombre de marrubios, en Lezaun (N) malubias, en Elosua (G) mallukak, y en Muskiz y Carranza (B) metras. En esta última localidad era costumbre recolectarlas y llevarlas atravesadas en una hierba de tallo recio.

En Gamboa (A), cuando hacían salidas al monte o a los alrededores del pueblo solían coger y comer en el momento abillurris o chindurris, que son unos frutillos de color rojo que proporciona el espino albar (Crataegus monogyna). También se cita su consumo en otras localidades como Muskiz (B), donde les llaman piruchas.

Ha sido típico además recolectar y consumir los frutillos de la malva, que requieren ser pelados antes de ingerirse. En Gamboa (A) reciben el nombre de quesitos, en Lezaun (N) panicos y en Muskiz (B) panecillos.

En primavera, los niños de Apellániz (A) se atracaban de abis (arándanos) y marrubias (fresas silvestres) y en otoño de abillurris (frutos del espino albar), arenosos (gayubas) y quesicos (frutos de la malva). Después de la festividad de Todos los Santos iban a espigar los castaños, ya que por esas fechas podían recoger sin incurrir en castigo todos los mohos que los dueños de los árboles hubiesen dejado.

En Ezterentzubi (Ip) durante sus caminatas por el bosque los niños ensartan las setas, kasko beltxak, en un largo tallo de un helecho al que dejan sin arrancar las últimas hojas.

En Gamboa (A) los niños cogían berros, que localizaban en los arroyos y zonas poco profundas de los ríos. También en Artziniega (A) citan esta costumbre, especificando que los tomaban en ensalada y que constituían un producto bastante apreciado por algunos paladares.

En este último pueblo jugaban «A arrancar cucañas». Son éstas unas plantas de pequeño tamaño que poseen bulbo. Los niños se retaban a ver quién arrancaba mayor número de ellos. Cuando se cansaban de recolectarlos, se los repartían y los comían crudos con pan. También recogían pilingarris o acigüebres, que son unas hierbas silvestres muy apreciadas cuyas hojas se limpiaban y se consumían en crudo. Cuando la cosecha era copiosa las preparaban a modo de ensalada.

Las niñas solían acompañar a sus madres a recoger plantas aromáticas y medicinales que después conservaban durante todo el año para condimento o remedio contra ciertos males. La más común entre todas ellas era la manzanilla. En Apellániz (A) eran las propias niñas las que provistas de una capaceta o capazo pequeño, visitaban los yerbines despojándolos de las manzanillas y subían a los riscos en busca del llamado té de peñas (té de roca).

En Artziniega (A) subían al monte con los abuelos a acopiar malvas para el ganado. A menudo competían por ver quién recolectaba mayor cantidad de plantas.

En Obanos (N) recuerdan que hacia los años cincuenta cogían los capullos del cardo silvestre con cuidado para no pincharse e ingerían el cogollo de la futura flor, que era blanco y jugoso. También en Sangüesa (N) comentan que los aprovechaban.

En Lezaun (N) comían en primavera lo que llamaban chorizos. Distinguían entre chorizos del diablo, que son los brotes de las matas de moras, y chorizos de Dios, que lo son del alcarache o escaramujo. Estos últimos se consideraban más gustosos. También comían miñagarres, que es una planta de sabor amargo parecida a la mandrágora. En Barakaldo (B) consumían igualmente los brotes de los rosales silvestres.

En San Martín de Unx (N) recolectaban para su consumo escorzoneras (Scorzonera hispanica posiblemente), una especie de raíces de sabor dulce que se desenterraban en primavera con la ayuda de una azadilla. También coscolinas o bellotas de la encina, amargas por no estar maduras, y panicos del Señor.

En Elosua (G) evocan que por primavera, cuando aparecían las flores de San José o San Jose lorak, las comían camino de la escuela. En Portugalete (B) «libaban algunas flores»: las cogían tanto chicos como chicas y succionaban para extraerles el néctar. En Barakaldo (B), en concreto, las madreselvas y las flores de San José y en Muskiz (B) las flores del trébol.

En Donibane Garazi (Ip) los niños chupaban las flores de la acacia y de la madreselva para extraerles su néctar dulce.

Otro alcance y significación tenían las incursiones que se llevaban a cabo en grupo y que iban más alla de la mera recolección adentrándose en propiedades privadas, consideradas siempre como terreno vigilado y peligroso, y que terminaban generalmente en fuga precipitada con botín o sin él. Estas aventuras se conocían como ir «a txorar», «a mangar» o a robar manzanas, cerezas, peras y otras frutas.

La variedad de productos robados ha dependido lógicamente de la zona geográfica en que habiten los niños y ha sido mayor, como es obvio, en el área mediterránea. Así en Moreda (A) cogían y cogen cerezas, higos, avellanas, nueces, membrillos, pomas, peras, manzanas, uvas, melones, fresas y otras clases de frutos.

En Carranza (B) las preferidas eran las cerezas, que a veces se comían con hueso porque se decía que así no provocaban cólico. Cuando se hartaban, las colgaban de las orejas a modo de pendientes.

En Viana (N) llaman a estos atavíos pelendengues y recuerdan que cuando se los colgaban cantaban:

A lindango, lindango, lindango,
las cerezas se comen sin rabo,
y los higos, los higos, los higos,
a la media vuelta me los como yo.

Los huesos de las cerezas se aprovechan además para lanzárselos unos a otros. Manuel Lekuona recogió un entretenimiento de este tipo: Un niño toma entre las yemas de sus dedos un hueso y tras mantener un diálogo con otro, lo dispara oprimiéndolo con las yemas, contra la persona indicada:

— Exur-exur!
— Mami-mami!
— Zeñert?
— Ederrenari.
— Zein da ederrena?
— Graxi Perurena[1].
– ¡Hueso-hueso! / – ¡Carne-carne! / – ¿A quién? / – A la más hermosa. / – ¿Quién es la más hermosa? / – Engracia la de Peru.

También R. M.ª de Azkue cita varios de estos diálogos. El primero es de Lekeitio (B):

— Azur azur.
— Mamin mamin.
— Non non?
— Aretxeri.
– Hueso hueso. / – Carne carne. / – ¿A quién, a quién? / – A aquél (señalando a alguien con la mano).

En Amezketa (G):

— Ezur ezur.
— Mami mami.
— Nori non?
— Emen dan ederrenari.
– Hueso hueso. / – Carne carne. / – ¿A quién, a quién? / – Al más hermoso de los que están aquí.

En Arrona (G) sustituyen la última frase por esta otra: «— Neri ta ez beste bati» – A mí y no a algún otro.

En Irulegi, cerca de Baigorri (Ip), se dice así:

— Xipiri-Xederaxi.
— Norixi?
— Harixi (edo «Horrixi»).
Xipirixi-Xederaxi. / – ¿A quién? / – A aquél (o «A ése»).

En Ataun (G):* Ezur ezur.

— Ezur ezur.
— Mami mami.
— Zeini, zeini?
— Neri ez ta bai beste bati.
— Zein da ona?
— Ni.
— Txarra?
— Ori.
– Hueso hueso. / – Carne carne. / – ¿A quién, a quién? / – A mí no y sí a otro. / – ¿Quién es bueno? / – Yo. / – ¿Malo? / – Ese (y se le tira el hueso)[2].

En Durango (B) además de afanar en las huertas próximas y lejanas, contaban con un callejón del barrio Madalena donde demostraban su destreza en este menester. Las aldeanas que concurrían a la plaza a vender ataban allí sus burros, dando pie a que los niños de la zona les robasen lo que podían.


 
  1. Manuel de LEKUONA. «Cantares populares» in AEF, X (1930) p. 66.
  2. Resurrección M.ª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 290.