La inhumación. Lurra ematea

La expresión más extendida en castellano para designar la inhumación es «dar tierra» al cadáver, en euskera se emplea igualmente lur eman o lurperatu; en Arberatze-Zilhekoa (BN) lurrez kukutu.

En algunas poblaciones ha existido y existe el papel del enterrador cuya función, como su mismo nombre indica, ha sido la de abrir las fosas y encargarse de la inhumación de los cadáveres. En otras poblaciones este trabajo ha corrido a cargo de los vecinos del difunto, a veces exclusivamente los primeros vecinos, de los mozos del pueblo, de los portadores del féretro y ocasionalmente de sus familiares. En la actualidad se suelen encargar de esta labor los enterradores y en ocasiones los empleados de la funeraria.

En Santa-Grazi (Z), por ejemplo, el féretro era bajado a la fosa, ziloa, por cuatro hombres de los cuales dos eran los dos primeros vecinos. En Ezpeize-Undüreiñe (Z) también eran los primeros vecinos quienes cavaban la fosa.

En Liginaga (Z) era costumbre que dos vecinos del difunto fuesen los encargados de abrir la sepultura y que los mismos la cubriesen tras el sepelio[1].

En Amézaga de Zuya (A) varios vecinos se encargaban de bajar el ataúd a la fosa para lo cual pasaban dos cuerdas por debajo del mismo de modo que cada uno sujetase un cabo. Una vez en el hoyo soltaban las cuerdas de un lado y las recogían por el otro. Hoy en día son los familiares los que realizan esta tarea aunque también colaboran los vecinos ya que a menudo los primeros no desean hacerse cargo de esta tarea. Los vecinos también se ocupan de darle tierra, tanto en la actualidad como antaño, siempre que no haya enterrador en el pueblo. No se suele quedar nadie a ver cómo se cubre de tierra el féretro, solamente se presencian las primeras paladas. En San Román de San Millán (A) la fosa la abren dos o tres hombres del pueblo, los alguaciles del concejo.

Apodaka (A), 1990. Fuente: Isidro Sáenz de Urturi, Grupos Etniker Euskalerria.

En Heleta (BN) dos o tres vecinos del finado cavaban la fosa la víspera de los funerales y el albañil se ocupaba de la inhumación.

En Ribera Alta (A) eran los mozos que llevaban a hombros el ataúd hasta la iglesia, los que lo introducían en la fosa. En Apodaca (A) los mozos se encargaban igualmente de descender el féretro y de darle tierra.

En Berganzo (A) era el enterrador quien cavaba la fosa. El ataúd se bajaba con dos cuerdas. En Getaria (G) también se ocupaban de esta labor los enterradores, siendo ayudados en algunas ocasiones por otras personas. En Beasain (G) descendían el féretro uno de estos personajes y otros tres asistentes al sepelio. Inmediatamente el primero lo cubría con tierra y colocaba los ramos y coronas que hubiera. En Moreda (A) los familiares y amigos del difunto ayudan a esta persona a depositar el ataúd en la fosa o en el interior del nicho.

En Murchante (N), aunque actualmente hay una persona encargada por el ayuntamiento para ejercer de enterrador, antaño cada familia se ocupaba de cavar la fosa. Al acto de abrir una fosa se le llamaba «hacer el cantero».

En Bernedo (A) hubo enterrador hasta finales de los setenta. Este era un vecino al que pagaba el pueblo por realizar estos servicios. Hoy en día es la familia del último fallecido la encargada de enterrar al siguiente. En otros pueblos se ayudan los vecinos o van de vereda por orden del concejo.

En Gamboa (A), para ubicar un buen lugar de enterramiento había una persona que ejercía de enterrador. Este elegía el lugar más apropiado y lo comentaba con la familia afectada o con el encargado de los preparativos del funeral y entierro. En Nanclares de Gamboa existían dos enterradores cuyos puestos estaban adjudicados a subasta, aunque casi siempre recaían en las mismas personas. Hacia 1950 recibían de las arcas de la Junta Administrativa cincuenta pesetas por cada fosa cavada. Se nombraba a dos enterradores para que uno de ellos se pudiese ausentar en el caso de que muriese alguien de su familia; entonces ocupaba su puesto otro vecino que cobraba las veinticinco pesetas que le correspondían por el trabajo. Elegían el lugar en el cementerio que más tiempo llevaba sin usar o en el que al menos no se hubiese realizado un enterramiento en los últimos diez años. En los otros pueblos el enterrador era ayudado por mozos y de paso adecentaban el cementerio. En los pueblos donde no había enterrador, caso de Landa, el hoyo lo cavaban los mozos o anderos. En todos ellos los encargados de tapar la fosa una vez realizado el enterramiento eran los mozos.

En Azkaine (L) eran los portadores del féretro quienes colaboraban con el sepulturero para descender el féretro en la fosa. En Lemoiz (B) tomaban parte en la inhumación el enterrador y los anderoles, estos últimos ya no lo hacen en la actualidad.

Pipaón (A), 1990. Fuente: Pilar Alonso, Grupos Etniker Euskalerria.

En Elosua (G), antaño, el entierro solía tener lugar hacia las 9 ó 10 de la mañana. El cadáver se depositaba en la capilla aunque el hoyo estuviese excavado y más tarde el sacristán se ocupaba de darle sepultura. En la actualidad los enterramientos se celebran por la tarde y es la funeraria la encargada de todo.

En Amorebieta-Etxano (B), actualmente los empleados de la funeraria introducen la caja en el panteón, en el nicho o en la tumba. Tras descender el ataúd con sogas, el enterrador pone la cubierta de piedra o de mármol al panteón, o si se trata de una fosa la cubre con tierra; en el caso de un nicho cierra la portezuela o lo tapia con ladrillos y cemento.

En las ocasiones en que el cadáver llegaba al cementerio antes de haber transcurrido un determinado plazo de tiempo desde el óbito no se podía sepultar. En general si no se habían cumplido al menos veinticuatro horas desde el fallecimiento, el féretro se dejaba en el cementerio en una estancia apropiada para el caso que venía a cumplir las funciones de un depósito de cadáveres o en la capilla del cementerio y se procedía a la inhumación al día siguiente.

El tiempo que debe permanecer sepultado un cadáver sin que puedan ser removidos sus restos también está reglamentado. Según los datos ofrecidos por las encuestas parece ser común el que se exija el transcurso de un plazo de diez años.

A partir de los años noventa algunos grandes cementerios como el de Bilbao, situado en Derio (B), comenzaron a ofrecer un servicio de incineración de los cadáveres. Aunque todavía son contados los cuerpos que se incineran, su práctica se va incrementando (1994).

En algunas localidades, recientemente, se han comenzado a inhumar en panteones familiares los restos incinerados, quedando las cenizas depositadas en un ánfora o urna funeraria (Durango-B). En Obanos (N) el año 1991 fueron enterradas, en una urna funeraria, las cenizas de un hijo del pueblo que había muerto fuera y cuyo cuerpo había sido incinerado.

Es menos frecuente el aventamiento de las cenizas en determinados montes o en el mar. En algunos casos se ha cumplido así el deseo expreso del fallecido.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in Ikuska, III (1949) p. 35.