La peonza. Txonta

Nos referiremos en primer lugar a las peonzas que confeccionaban los propios niños con los materiales que tenían a mano. Se utilizaban bellotas secas o las agallas que produce el roble a las que se les hacía un agujero introduciendo una cerilla o palo para que pudiesen bailar. Así las fabricaban en Aramaio (A) y a la peonza le llamaban txontie; en Allo (N) se denominaban cozcolinas o bailarinas; en Artajona (N) cocollas; en Carranza (B) cúculas; en Monreal (N) curuvilletas; en Ezkio (G) su nombre era poxpoliñak; en Zeberio (B) llamaban kukubolak a las peonzas y kukubolan al juego, y en Bidegoian (G) y Goizueta (N) txantxariak.

En Zerain (G) la fabricación y el juego de la peonza tal como se realizaban en la primera década de este siglo se ha recogido así: «Udazkenean, kurkuitzekin edo kiskilekin tronpa antzekoa egiten zen. Zotz bat ipini alde batean, bi beatzekin erdian arto, eskua beti gora eukiz, indarrakin buelta emanaz askatu. Lurrera eroritzean, dantza egiten du, tronpea bezala. Dantza oni «kurkuitza-dantza» edo «kiskiladantza» deitzen zioten. Neska-mutillek jolasten zuten. Gaur egun ez da jolasten».

Otra forma de fabricar peonzas era utilizando los carretes de madera de hilo a los que se les introducía un palo: Narvaja, Salcedo, Salvatierra, San Román de San Millán (A) y Eugi (N). En Pipaón (A) y Obanos (N) a estas peonzas caseras les denominaban bailarines y en Altzai (Ip) dantzado.

En Contrasta (A) juegan con ellas del siguiente modo: Cada participante deposita dos o más de estas agallas, allí conocidas como currumichas, en un cuadrado, desde el cual se arroja la madrola (currumicha que se usa para comenzar el juego) procurando acercarla lo más posible a la bica o raya que decide, según el grado de acercamiento, el orden de los tiradores. Quien más cerca de ella coloque su madrola es el primero en lanzar el disparo hacia el cuadro para alejar de él las currumichas, de esta forma irán poco a poco desapareciendo, según el acierto de los jugadores, que se van embolsando las bolitas que sacan.

A las trompas que se giraban directamente con la mano o con los dedos, en Monreal (N) se les llamaba peonzas y en Apodaca (A) trompillas o pirulos. Estos últimos venían a ser como la tercera parte de una trompa y no tenían ni perilla ni punta de hierro.

Exhibición de habilidad. Bilbao (B), 1993. Fuente: José Ignacio García Muñoz, Grupos Etniker Euskalerria.

En Durango (B), las niñas jugaban con una trompa muy pequeña que tenía dos aristas; en cada una de ellas se ponían las letras A y B respectivamente y servía para apostar cromos.

También en Abadiano (B) se apostaban cromos jugando con una trompa pequeña que tenía cuatro caras. En una de ellas ponía saca y en las otras pon, deja y todos. Al empezar el juego cada participante ponía un cromo; seguidamente lanzaba la trompa el primero y hacía lo que ponía en la cara que quedaba a la vista cuando dejaba de bailar. Saca, tomaba un cromo; pon, ponía dos; deja, nada y todos, se los llevaba todos. Si quedaban cromos continuaban la ronda las demás participantes. Cuando se acababan todos los que había en el centro, volvían a poner a cada uno.

En Salinas de Añana (A) se ha recogido un juego similar que se conoce como «Bailarina», nombre que viene dado por el elemento de juego consistente en un cubo atravesado en el centro por un palito. En cada una de las caras ponía: S.- saca; P.- pon; T.- todo; N.- nada. Servía para hacer apuestas. Los pequeños jugaban con alubias o garbanzos. La forma de jugar es igual a la descrita en el juego anterior.

Una modalidad conocida como «Al sacapón» fue recogida por Rosa Hierro[1] en la década de los años veinte, sin especificar la localidad. Consistía en hacer bailar con el dedo índice y pulgar una trompa chiquitina que tenía cuatro caras y en cada una de ellas una letra. La que sacaba la P, tenía que poner un cromo además de los que había puesto para la montada; si salía la S, quitaba uno; si la D, los dejaba como estaban y la que obtenía la T recogía todos.


 
  1. Rosa HIERRO. “Del mundo infantil. Los juegos de los niños” in Euskalerriaren Alde, XIV (1924) p. 77.