La rabia. Amorratuta egon

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Como a continuación se verá, la rabia o hidrofobia ha sido una de las enfermedades que ha estado más envuelta en supersticiones y temores, quizás por su fatal desenlace.

En las zonas castellanoparlantes es habitual que reciba este mismo nombre de rabia. En Carranza (B) no se dice que un perro tiene la rabia sino que “está de rabia” y tampoco que una persona contrae la rabia sino que “se vuelve de rabia”.

En euskera recibe la denominación de amorrazioa (Lekunberri-N), amurrututa egon, amurrua (Bermeo-B), amorrua (Gautegiz-Arteaga-B). En Lekunberri (N) y Orozko (B) el perro rabioso es llamado txakur amorratua.

En Amézaga de Zuya (A) se la considera una enfermedad mortal por lo que se adoptan muchas precauciones. Así, a la menor sospecha de que un perro tenga rabia se le sacrifica. Se dice que también afecta a las vacas.

En Lezaun (N) cuando rabiaba algún animal (perro, cerdo, etc.), se sacrificaba inmediatamente. Si se presumía que la enfermedad se había extendido o al menos que había riesgo de ello, se llevaban todos los animales a un paraje cercano al pueblo, llamado Larramburu, para que los conjurase el cura.

En esta misma población navarra (Lezaun) las ropas de los mordidos se ahumaban para desinfectarlas.

Pan de Nochebuena. Ogi salutadorea

Bien conocido en Bizkaia y Gipuzkoa es el rito del “pan de Nochebuena”. Consiste en un trozo del pan bendecido por el que preside la cena de Nochebuena; este trozo recibe el nombre de ogi salutadorea (pan de salud), se guarda debajo del mantel durante la cena y luego en un armario durante todo el año. Tiene la virtud de no encanecerse durante este tiempo y de prevenir la aparición de la rabia en los perros y en otros animales domésticos.

Cuando se sospechaba que podían haber contraído la rabia se les daba de este pan a los perros.

Causas de la rabia

En Carranza (B) se creía que la rabia podía surgir espontáneamente en un perro como consecuencia de malos tratos. Por ejemplo si se le tenía atado y no se le daba de beber o si se le sujetaban objetos al rabo que no se podía quitar. En este sentido se consideraba la rabia más como un estado de desesperación que como una enfermedad contagiosa. En esta misma población algún informante asegura que los perros que comían carne humana “se volvían de rabia”. Se dice que hubo perros que durante la guerra civil de 1936 comieron carne de soldados muertos y desarrollaron la enfermedad.

En Oiartzun (G) se decía que cuando un perro bebía sangre humana se volvía rabioso; también que los perros que tenían espolones, ezproiak, no se ponían rabiosos aunque les mordiese otro perro con esta enfermedad[1].

En este mismo sentido en Bermeo (B) cuando una mujer no podía dar de mamar a su hijo por las causas que fueran, se utilizaba una cría de perro para succionarle los pechos hasta que se le retiraba la leche. El cachorro, una vez cumplida su misión, era sacrificado ya que era creencia común que por esta causa adquiría la rabia.

En Sara (L) decían de los perros rabiosos que su rabia aparecía al caer o al nacer la hoja, es decir, en otoño o primavera.

En Carranza (B) se desconocía el origen de la rabia si bien se tenía la certeza de que se transmitía por la mordedura del individuo afectado, bien de perro a perro, de perro a persona e incluso de persona a persona, pero desconociendo que la saliva actúa como vehículo.

En Agurain (A) se cree que la transmite el perro al morder y causar una herida.

Síntomas de la enfermedad

Se sabe que un perro tiene la rabia cuando muestra un cambio peculiar en su comportamiento como el que se describe a continuación.

En Carranza (B) dicen que el síntoma más característico que denota que un perro está rabioso es que expulse abundante espuma por la boca; también que corra con el rabo entre las patas. Muestra además tendencia a morder a otros perros pero sin enjabilucharse, pelearse, previamente con ellos.

En Amorebieta-Etxano (B) recuerdan igualmente que corría con el rabo entre las patas, la boca abierta y echando espuma. Se desplazaba en línea recta y si uno se cruzaba en su camino se tenía que apartar. En Gautegiz-Arteaga (B) indican precisamente que la principal característica del perro rabioso, txakur amorrutua, era que echaba espuma por la boca, bitsetan egon.

En Mendiola (A) dicen que los perros rabiosos se muestran muy inquietos, violentos, nerviosos, ladran mucho, muerden todo y expulsan espuma por la boca.

Uno de los síntomas más característicos de esta enfermedad, tal como su propio nombre, hidrofobia, señala, es el anormal comportamiento del perro frente al agua, que rehuye sistemáticamente. Se ha utilizado popularmente esta peculiaridad del comportamiento del animal enfermo para determinar si un perro que había mordido a una persona estaba rabioso o no.

En Bernedo (A) para saber si el perro que había agredido a alguien estaba rabioso se le ponía delante del agua porque dicen que si lo estaba, al verse reflejado echaba a correr hasta desaparecer. Otros dicen que cuando se estaba en duda se mataba al animal.

En Ribera Alta (A) se decía que los perros rabiosos no bebían agua sino que huían de ella. Para comprobar el estado de uno de estos animales se le ofrecía agua y se estaba atento a su comportamiento. En el caso de que fuese normal no se adoptaban medidas extraordinarias, pero si se observaba algo extraño se recurría al médico. En Viana (N) también se dice que el perro huye del agua y que por su boca sale baba o espuma.

En Apodaca (A), por el contrario, al perro que mordía a alguien se le ponía en cuarentena y para saber si tenía rabia le colocaban a su alcance una palangana con agua y si tiraba a morder la imagen que reflejaba sobre su superficie es que padecía la enfermedad.

En Lagrán (A) aseguraban que los perros rabiosos no bebían agua porque al ir a hacerlo veían reflejada en ella la imagen del perro que les mordió[2].

En cuanto a las manifestaciones que la hidrofobia tiene en las personas que han sido mordidas por un perro, en cierta medida se asemejan a las mostradas en los canes que llegan a rabiar.

En Moreda (A) se cree que la persona rabiosa se comporta del mismo modo que el perro que le ha causado la herida, mordiendo a familiares y vecinos y transmitiéndoles el mal.

En Ribera Alta (A) dicen que quien era mordido por un perro rabioso, al contraer la enfermedad, tendía a morder a sus semejantes.

En Apodaca (A) se cree que el que coge la rabia se vuelve como el perro que le mordió y ataca a todas las personas de su entorno.

En Carranza (B) se creía que a medida que avanzaba la enfermedad el paciente se mostraba más agresivo manifestando una tendencia a morder a otras personas, con preferencia a las más queridas por él, transmitiéndoles la hidrofobia.

En Astigarraga (G) se sabe que es contagiosa de manera que el que ha sido mordido por un perro y se torna rabioso muerde a otras personas contagiándoles el mal.

Pero el síntoma inequívoco que denota que la persona mordida ha contraído la enfermedad es que cuando se contempla en la superficie del agua no ve su imagen reflejada, sino la del perro que le mordió.

En Bernedo (A) se creía que si la persona mordida contraía la rabia, al pasar junto a una superficie de agua se le reflejaba en ella el perro. Esta misma creencia han registrado nuestras encuestas en Pipaón (A); Carranza, Muskiz, Nabarniz (B); Astigarraga (G) y Lezaun (N).

En Carranza se cuenta el caso de una mujer que después de ser mordida, al ir a fregar veía la imagen del perro en el agua. En Muskiz matizan que la imagen del animal que le mordió se reflejaba en el agua o en el espejo donde el rabioso se veía con cara de perro; también en Nabarniz el que había contraído la rabia veía su cara convertida en figura de perro. En Astigarraga para saber si el animal que le había mordido estaba rabioso debía llenar un vaso con agua y si en la misma veía la figura del perro es que aquél estaba rabioso; de lo contrario no lo estaba.

Los informantes recuerdan que en tiempos pasados se mantenía al perro en observación o se sacrificaba y se mandaba a analizar a algún centro que dispusiese de los medios necesarios para hacerlo.

En Moreda (A) se controlaba al animal que hubiese mordido a alguien encerrándolo en un recinto para saber si tenía la rabia. A veces se mataba y se le cortaba la cabeza para enviarla a analizar.

En Muskiz (B) se observaba al perro durante cuarenta días para ver si tenía la rabia. También se sacrificaba y se llevaba la cabeza a algún laboratorio para que fuese analizada.

En Lekunberri (N) si se suponía que el perro podía tener la rabia se sacrificaba y se mandaba la cabeza a Zaragoza para su análisis. Había que hacerlo con urgencia para, conocidos los resultados, poder iniciar inmediatamente el tratamiento antirrábico.

En Allo (N) se mataba al perro sin pérdida de tiempo y se enviaba la cabeza a Madrid para analizarla. Si el resultado era negativo volvía la tranquilidad a la familia y al pueblo. Pero de lo contrario, a los cuarenta días de la mordedura comenzaban a aparecer los primeros síntomas de rabia en el afectado.

En Oñati (G) antaño se vigilaba al perro para ver si moría, señal de que tenía la rabia. Cuentan que entonces la persona que había sido mordida también fallecía.

Tratamiento

En tiempos pasados los únicos tratamientos eran de naturaleza mágica o creencial. Tal y como señala Goicoetxea “quizá las manifestaciones clínicas del enfermo que recuerdan a las antiguas descripciones de los endemoniados ha contribuido a ello”[3].

Se recurría a los santos que se consideraban abogados contra esta enfermedad. De esta invocación a los santos protectores contra la rabia se trata extensamente en el capítulo “Salud y religión popular”. Otro de los recursos era ponerse en manos de los saludadores, personas a las que se atribuía una virtud especial para curar este mal. La información relativa a los mismos se recoge en el apartado siguiente.

En varias localidades se ha recopilado la historia de algún afectado que fue encerrado en una habitación para que muriese aislado, pero que dio en comer los ajos que en ella se encontraban colgados y así salvó la vida.

En Moreda (A) recuerdan que hace décadas a un vecino le mordió un perro que tenía la rabia. Se contagió y tuvieron que encerrarlo en el alto de la casa. Dicen que le daban de comer por debajo de la puerta para que no atacara a ningún miembro de la familia. Como en ese recinto de la casa se guardaba además del trigo, la cebada y los productos de la matanza, ristras de pimientos y de ajos, el encerrado comenzó a comer de estos últimos según estaban, crudos. Pasados unos días consiguió curarse y así abandonar su encierro. Aseguran los informantes que le curaron los ajos.

En Hondarribia (G) se cuenta que en cierto caserío contrajo la rabia un hombre y como se volvió loco lo encerraron en la ganbara o desván. Al cabo de varios días dejó de hacer ruido y todos pensaron que había muerto. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando lo encontraron completamente sanado. Sólo echaron en falta una ristra de ajos que había allí colgada; gracias a su consumo se había curado.

En Zerain (G) se decía que un hombre atacado por la rabia fue encerrado por sus familiares en el desván de la casa, donde estaban colgadas las ristras de ajos de la cosecha para el consumo del año. El hombre en su desesperación las comió. Al tercer día los familiares dejaron de oír sus gritos y mirando a traves de la puerta le vieron sumido en un sopor del cual despertó curado.

En Aduna (G), según se recogió en la segunda década del siglo XX, introdujeron a un hombre rabioso en una habitación cerrada en la que había colgada una cordada de ajos. La comió entera y como consecuencia de ello se curó[4].

Thalamas Labandibar también registró en Vasconia continental que contra la rabia era muy bueno comer ajos en abundancia. Le relataron el caso de un muchacho atacado de esta enfermedad a quien le encerraron, en un momento de furor rabioso, en la cocina de su casa; en su exasperación se comió un collar de ajos y quedó sanado[5].

Un informante de Carranza (B) recuerda que a un hombre de los Hoyos, un barrio de Villaverde de Trucíos, municipio colindante con Carranza, le mordió un perro rabioso. Al cabo de un tiempo fue a beber agua y vio al perro reflejado en vez de su imagen. Al regresar a su casa dijo a sus familiares “me voy a volver de rabia”. Pidió entonces que lo encerrasen en la despensa o recocina. Y como estaban colgadas las sartas de ajos le dio por comerlas y al cabo de un tiempo se curó.

En Orozko (B) los informantes no guardan memoria de casos de contagio. Sólo una persona señala que su padre por ser tratante de ganado acostumbraba ir a otras provincias y supo de un alavés que había enfermado de rabia. Se trataba de un joven que tuvo que ser encerrado en una tejavana separada de la casa para evitar que atacara a los miembros de su familia. No le prestaron demasiados cuidados por creerlo desahuciado y la escasez de comida le llevó a comer unas ristras de ajos crudos que se guardaban allí. Creen que se curó gracias a ellos.

La relación entre esta enfermedad y el consumo de ajos como único remedio para combatirla es conocida en unas cuantas de las localidades encuestadas.

En Zerain (G) si se tenía la sospecha o la certeza de que el perro que había mordido estaba rabioso, para evitar la transmisión de la enfermedad se debían comer todos los ajos crudos de que se era capaz. Pero para que los ajos tuvieran verdadera eficacia, birtutea, tenían que ser sembrados el día de Nochebuena y recolectados la mañana del día de San Juan.

En Liginaga (Z) para evitar que una persona rabiase, también se decía que debía comer ajos sembrados por Nochebuena y recogidos el día de San Juan, antes de que amaneciese.

En Bedia (B) a los ajos sembrados en Gabon y recogidos el día de San Juan se les atribuía igualmente virtud contra la rabia. Se sabe de personas afectadas por la hidrofobia que se curaron merced a los mismos. A cierto hombre que tenían encerrado en un cuarto a causa de haber contraído la rabia le arrojaron dentro del aposento unos cuantos ajos de éstos y él se los tragó en la furia que le impelía a morder cuanto a su alcance caía y poco después se repuso[6].

En Moreda (A) se recomienda igualmente comer ajos crudos. En Bidegoian (G) también decían que contra la rabia era bueno comer gran cantidad de ajos.

En Carranza (B) la relación de la rabia con los ajos se pone de manifiesto en un dicho muy extendido con el que se replica a las personas que se muestran malhumoradas: “Si tienes rabia, come ajos”.

En esta localidad se decía además que “la rabia no ennieta”. Cuando un perro muerde a una persona, si ésta a su vez muerde a otra, morirá la segunda y se salvará la primera. El perro representaría la primera generación, el que es atacado por el perro la segunda, y el mordido por esa persona la tercera, o lo que es lo mismo, este segundo individuo vendría a ser el nieto del perro, de ahí que el dicho afirme que la enfermedad no ennieta.

En tiempos pasados ante el temor a cont raer la enfermedad también se trasladaba al afectado a centros especializados en tratar la hidrofobia.

En Apodaca (A) cuando se sospechaba que el animal tenía la rabia se llevaba al herido al hospital de Santiago y se le sometía a observación. En San Martín de Unx y Tiebas (N) si se sospechaba que el perro pudiera estar rabioso se trasladaba al herido a Zaragoza, donde le inyectaban suero antirrábico.

Los saludadores, salutadoreak

La figura del saludador está totalmente desdibujada en la cultura actual. El diccionario de la Academia de la Lengua ofrece su definición en términos peyorativos: “Embaucador que se dedica a curar o precaver enfermedades con el aliento, la saliva y ciertas fórmulas cabalísticas o mágicas”.

Sin embargo en tiempos pasados el de saludador era oficio retribuido por los ayuntamientos mediante partidas anuales al igual que el de guardamontes o el de cirujano. Así sucedía en el siglo XVIII en el municipio vizcaíno de Izurza[7].

Estas personas tenían por oficio la misión de saludar a personas y ganados previniéndoles del contagio o curando los efectos de la rabia.

Fue precisamente esta actividad de sanar la rabia la que más contribuyó a crear una aureola de popularidad local para con los saludadores[8].

Se decía que el saludador tenía que ser el séptimo hijo varón seguido de una misma familia; esta última condición no era muy estricta pues en Bizkaia se pensaba que también la séptima hija, de una serie de varones, podía serlo. En ambos casos nacían con una cruz debajo del paladar o de la lengua, que les daba el poder de retener el aceite hirviendo en la boca.

Según Azkue al séptimo de los hijos de un matrimonio sin que hubiese mediado una hija se le atribuía la virtud de curar enfermedades, principalmente la rabia. Recibía el nombre de salutadorea, saludador, y se le identificaba por tener una cruz bajo la lengua. En Zeanuri (B) se decía igualmente que tenía una cruz bajo la lengua y también en las piernas, en el pecho y en las palmas de las manos. En algunos pueblos suponían que podía ser saludadora la menor de siete hermanas si no había nacido ningún hermano entre ellas. En Ezpeleta (L) había una chica saludadora que tenía una cruz en el paladar[9].

En Tolosa (G) se admitía que cuando una madre daba a luz siete hijos varones seguidos, el séptimo nacía con una cruz bajo la lengua y era salutador. Toleraba el aceite hirviendo y tenía la virtud de curar la rabia o las mordeduras de los perros rabiosos[10].

En Vasconia continental se creía que el séptimo hijo de una familia en la cual los seis hijos mayores fueran también varones nacía con un privilegio especial y se le llamaba donadua o salutadorea. Ese privilegio consistía en la virtud de su saliva de poder curar toda suerte de males, que a su vez provenía del hecho de que su lengua tuviera una cruz[11].

En Oiartzun (G) cuando un perro rabioso mordía a una persona sólo podía sanarla el séptimo hijo varón nacido de una misma madre, siendo condición necesaria que los siete hubiesen sido varones y que entre los mismos no hubiese nacido ninguna hembra. Este séptimo hijo solía tener una cruz en la lengua[12].

La parte fundamental de la intervención del saludador en la cura de la rabia consistía en la intensa succión de la herida y su cicatrización por el aceite hirviendo, que retenía en la boca y proyectaba con fuerza sobre ella[13].

En Tolosa (G) cuando algún perro mordía a una persona la llevaban ante el saludador de Albistur, el cual introduciendo en la boca aceite muy caliente lo lanzaba sobre la herida. Repetía la fórmula:

Salutazio, amorrazio
salutazio, amorrazio[14].

El historiador de Bermeo (B) Anjel Zabala decía en 1928 que en esa localidad había un famoso saludador que sanaba la rabia[15]. Barandiaran menciona otro célebre saludador del siglo XIX en la vecina localidad de Fruniz, llamado Batixe, que “cuando se le presentaba una persona mordida por perro rabioso, hacía hervir aceite en una sartén, untaba sus dedos en el mismo y frotaba la herida: el aceite quemaba al paciente, pero no al salutador. Después éste soplaba sobre la herida y sobre un zoquete de pan que luego tenía que ser comido por el enfermo”[16].

El escritor José Ramón Erauskin nacido en Hernani en 1906 describe el modo de actuar de estos saludadores. Oyó este relato a un hombre que había presenciado una curación en su juventud:

Oraindik gogoan daukat nola entzun izandu nion gizon bati berak ikusitako gertaera bat. Bera gazte xamarra zala, jetxi zan jai batean errira mezetara, eta, au bukatu zanean, beste lagun batekin joan zan bertako taberna batera.

An ikusi zuen mutil koskor bat zegoela bere aitarekin, eta esan zuten zakur amorratuak koska egin ziola eta orduan etorriko zala salutadore bat bera sendatzera.

Ori aditu zutenean, batzuek galdetu zuten ia utziko zioten kura nola egiten zion ikusten, eta esan zioten baietz.

Orduan, besteekin batean, joan zan gertakizun au esaten ari zan gizon ura ere, eta an ikusi zuen nola egin zion kura.

Salutadore ori etorri zanean, agindu zuen sukaldearen ondoan zegoen gela batera pasa zezatela gaxo ori, eta esan zion an zegoen oi batean jarri zedilla auspez, bada zankoaren atzetik zuen koskia.

Jarri zan, agindu bezela, luze-luze; goratu zion min zuen anka artako galtza belauneraño, eta an azaldu zitzaion zakurrak egin zion zauria, dana kostra bat egiña odol gogortu eta pasmoarekin.

Orduan agindu zuen ekarri zezatela palangana bat eta jarri zezatela paera batean olio-mordoxka bat surtan erretzen. Palangana ori ekarri ziotenean, jarri zan oiaren ondoan belauniko gizon ori, eta asi zan zankoan zeukan zauri ura txupatzen. Ikaratu ziran danak, eta batzuek kanpora atera ere bai. Aboarekin txupatuaz kentzen zion zikiña edo pozoia, aldamenean zeukan palangana artara botatzen zuen. Orrela aritu zan denbora prankoan, zauri ura dana garbi-garbi utzi zion arte.

Orduan agindu zuen ekarri zezaiotela surtan olioarekin zegoen paera ura eta kutxare bat, eta segituan ekarri zizkaten. Orduan, artean irakiten zegoen olio artatik, artu zituen bi kutxarekada aboan; ur otza izango balitz bezela, eduki zuen pixka batean eta rixt!, bota zion indarrean lenago garbitu zion zauri artara. Karraxi ederra atera zuen mutillak, baña pixka batean egon eta gero beste ainbeste egin zion.

Gero trapu txuri batekin lotu eta etxera bialdu zuen; eta segituan sendatu zitzaion zakur amorratuak egindako koskada ura.

Bi gauzak esaten zuen arritu zutela asko gizon ura: lenengo, gizonak izatea barrena eta korajea zauri ura ala aboarekin txupatzeko; eta bigarrengo, berriz, artean irakiten zegoen olioa nola eduki zezakean aboan ezertxo ere erre gabe.

Eta esaten zuen, an ikusten zala argi eta garbi zerbaiten birtute berexia bazegoela salutadore arengan[17].

(Todavía recuerdo lo que nos contó un hombre que había presenciado un acto de cura. Cuando él era jovencito, bajó un día de fiesta al pueblo a oír misa y una vez que terminó ésta, fue con un amigo a una taberna.

Allí vio a un muchacho que estaba con su padre; les dijeron que un perro rabioso le había mordido y que al momento iba a venir un saludador a curarle.

Cuando oyeron eso, algunos preguntaron si les dejarían ver cómo le hacía la cura y les dijeron que sí. Entonces entró con todos los otros el que (me) contó este relato y allí pudo ver como (se) efectuó la cura.

Cuando llegó el saludador mandó que el enfermo pasara a una habitación que estaba junto a la cocina y le dijo que se tumbara boca abajo en una cama que había allí porque tenía la mordedura en la parte de atrás de la pierna.

Se tumbó como le había mandado; el saludador le levantó hasta la rodilla el pantalón en la pierna que estaba enferma; allí apareció la herida que le había causado el perro hecha una costra, infectada y con la sangre coagulada.

Entonces mandó que le trajeran una palangana y que pusieran a calentar en el fuego cierta cantidad de aceite en una sartén.

Cuando le trajeron la palangana el saludador se puso junto a la cama de rodillas y comenzó a succionar con la boca la herida que tenía en la pierna.

Todos los presentes se quedaron de piedra y algunos salieron de la habitación.

Arrojaba a la palangana que tenía a su lado la suciedad y el veneno que sustraía con su boca. Así continuó haciéndolo durante un largo rato hasta que dejó la herida limpia del todo.

Entonces mandó que le trajeran la sartén que estaba al fuego con el aceite y además una cuchara; los trajeron de inmediato.

A continuación tomó en la boca dos cucharadas del aceite que hasta entonces había estado hirviendo y lo retuvo un momento en su boca, como si fuera agua fresca; luego lo lanzó con fuerza a la herida que acababa de limpiar.

Al muchacho se le escapó un fuerte alarido; pero después de un momento repitió la operación.

Luego envolvió la herida con un trapo limpio y mandó al chico a su casa; pronto se le curó el mordisco que le había dado el perro rabioso.

Dos cosas habían maravillado a nuestro narrador: la primera el valor y el coraje que había tenido el sanador para succionar con su boca la herida; la segunda el que retuviera en su boca sin sufrir quemadura alguna el aceite que había estado hirviendo poco antes.

Y añadía que estas cosas eran señal de que aquel saludador tenía una virtud particular).

Las bendiciones del saludador eran también muy eficaces contra otros males. Los animales que comían alimentos bendecidos por el saludador nunca podrían comunicar sus enfermedades a los demás animales o personas[18].

Desenlace de la enfermedad

Una vez que una persona había contraído la hidrofobia se decía que no tenía curación y que moría irremediablemente. Además se aseguraba que la agonía era espantosa. Como quiera que el afectado se mostraba agresivo con sus semejantes era costumbre en tiempos pasados, cuando no se podía aplicar ningún tratamiento, encerrarlo en un recinto del que no pudiese huir, hasta que muriese.

Los informantes de Amézaga de Zuya (A) recuerdan el caso de una persona de Belunza que contrajo la rabia a consecuencia de la mordedura de un perro rabioso. A dicho hombre le encerraron en una especie de habitación a cal y canto de tal modo que le pasaban la comida a través de una trampilla. Finalmente murió a consecuencia de la enfermedad.

En Ribera Alta (A) algunos encuestados recuerdan el caso de mordidos por perros rabiosos que contrajeron la enfermedad y tuvieron una muerte atroz encerrados en habitaciones para evitar que mordiesen a sus semejantes.

En Carranza (B) se encerraba al afectado en un cuarto hasta su muerte ya que normalmente se mostraba proclive a morder a otras personas. En Gautegiz-Arteaga (B) también se le encerraba en una habitación y se le daba de comer por el techo hasta su muerte.

En Obanos (N) una informante de más de setenta años recuerda un caso de mordedura de un perro rabioso a un chico de quince años. Dice que pasó tres días espantosos encerrado en una habitación hasta que falleció. Otra persona que recuerda el mismo caso añade que le echaban la comida como a un animal porque nadie podía acercarse a él. Tiene además una vaga idea de que había que abrirles las venas para que saliera el mal.

En Allo (N) los informantes de más edad conocieron el caso de un fallecimiento por mordedura de perro. Ocurrió recién iniciado el siglo XX. El enfermo fue encerrado e incomunicado en una habitación vacía de muebles y cuya ventana y puerta habían sido amarradas y clavadas a sus marcos. Una vez al día le pasaban la comida a través de un agujero practicado en la puerta, hasta que finalmente le sobrevino la muerte.

Más sorprendente es la información recopilada en varias poblaciones según la cual se procuraba acelerar la muerte del afectado teniendo en cuenta el irremediable desenlace de esta enfermedad y la dureza y peligrosidad de su agonía.

En Muskiz (B) se dice que cuando alguien padecía la rabia se le encerraba; también que se le hacía una sangría para que muriese sin dolores.

En Lezaun (N) antiguamente cuando una persona rabiaba se le hacía la sangría dulce, que consistía en cortarle las venas hasta que muriera desangrada.

En Murchante (N) señalan que a fines del siglo XIX y principios del s. XX a las personas que habían sido mordidas por perros rabiosos, si se demostraba que habían contraído la enfermedad al pasar por un puente o donde hubiese agua, se las podía matar porque se consideraba que ya no eran personas. Las ataban y les aplicaban una inyección para quitarles la vida. Con posterioridad, simplemente se las dejaba morir.

En Berganzo (A) recuerdan que la sospecha de rabia conllevaba cuarenta días de observación. Al que tenía rabia se le encerraba en una habitación y el médico le aplicaba una inyección para adelantar su muerte ya que era incurable.


 
  1. Recogido por José Miguel de BARANDIARAN: LEF. (ADEL).
  2. Gerardo LÓPEZ DE GUEREÑU. “La medicina popular en Álava” in Homenaje a D. Joaquín Mendizabal Gortazar. San Sebastián: Museo de San Telmo, 1956, p. 267.
  3. Ángel GOICOETXEA. Las enfermedades cutáneas en la medicina popular vasca. Bilbao: 1982, p. 51.
  4. Recogido por Francisco ETXEBARRIA: LEF. (ADEL).
  5. Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in Anuario de Eusko-Folklore. Tomo XI. Vitoria: 1931, p. 60.
  6. Recogido por Tiburcio ISPITZUA: LEF. (ADEL).
  7. Gurutzi ARREGI et alii. Anteiglesia de Izurza: tradición y patrimonio. Izurza: 1990, pp. 127-128.
  8. Ángel GOICOETXEA. Las enfermedades cutáneas en la medicina popular vasca. Bilbao: 1982, p. 51.
  9. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid: 1935, pp. 420-421.
  10. Encuesta del Ateneo de Madrid (1901-1902). ADEL.
  11. Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in Anuario de Eusko-Folklore. Tomo XI. Vitoria: 1931, p. 58.
  12. Recogido por José Miguel de BARANDIARAN: LEF. (ADEL).
  13. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 128.
  14. Recogido por José ARIZTIMUÑO: LEF. (ADEL).
  15. Anjel ZABALA eta OTZAMIZ-TREMOYA. Historia de Bermeo. Tomo II. Bermeo: 1931, pp. 306-307.
  16. José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca. Obras Completas. Tomo I. Bilbao: La Gran Enciclopedia Vasca, 1972, p. 213.
  17. José Ramón ERAUSKIN. Aien garaia. Tolosa: 1975, pp. 317-319.
  18. Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in Anuario de Eusko-Folklore. Tomo XI. Vitoria: 1931, p. 66.