Las agallas de roble. Kurkubitak

El más utilizado de todos los elementos vegetales fue una agalla del roble conocida por numerosos nombres populares, casi tantos como pueblos en los que se utilizó. Esta cecidia se forma por la acción de ciertos insectos, es esférica y muestra un pequeño orificio. En Salcedo y Ribera Alta (A) se llama curabacha; cucurra en Gamboa (A); cucurro en Salvatierra (A); cuscurro en Narvaja (A); curruqueta en Apodaca (A) y cuscurete en Bernedo (A). En esta última localidad alavesa se distingue de la cuscureta porque ésta es de mayor tamaño y posee una corona de picos. En Amézaga de Zuya (A) llaman kukumeles a las que se obtienen del roble bardón, mientras que otras similares pero más grandes se conocen como kukumetas. Otras personas las conocían con los nombres de kurrumetes y kurrumetas. Más denominaciones son: txantxarik (Berastegi-G), poxpoliñak (Elosua-G), kurkuitze y kiskille (Zerain-G), cascabeles (Arraioz-N), cocollas (Artajona-N) y rolas (Apellániz-A).

La terminología es más extensa aún; se incluye sólo la correspondiente a las anteriores localidades porque es en éstas donde hay constancia de su uso en juegos de lanzamiento.

En Ribera Alta (A) hacían un agujero en el suelo y a continuación señalaban un punto suficientemente alejado para efectuar los lanzamientos. El paso siguiente consistía en decidir a cuántas curabachas jugar: normalmente tres o cuatro. Colocaban en el agujero tantas como hubieran acordado e iniciaban los lanzamientos.

Cada niño disponía de un pitón o curabachón, que no era sino una agalla de mayor tamaño que las demás. El juego consistía en lanzarlo con fuerza desde el punto señalado en dirección al agujero, tratando de que hiciera impacto en las curabachas y sacara fuera el mayor número de ellas. Las extraídas pasaban a ser propiedad del lanzador. A continuación probaba suerte el siguiente participante y así todos los demás.

Algunos niños, con bastante picaresca, introducían perdigones dentro del pitón para que al tener más peso sacase con mayor facilidad las agallas. Pero se consideraba trampa y el jugador que era sorprendido con un curabachón de éstos debía abandonar el juego en medio de la indignación general.

En Salcedo (A) cada jugador colocaba cinco o seis curabachas en el hoyo o bocho y desde una cierta distancia tiraba con otra más pesada o con una canica. Las que conseguía extraer eran para él.

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En Apellániz (A) jugaban a arrojar las rolas a un bocho o agujero de tal modo que el que lograse meter la suya el primero era el ganador de todo lo apostado.

En Amézaga de Zuya (A) jugaban del mismo modo. Se hacía un pequeño hoyo en el suelo con el talón del pie y cada niño, provisto de un cierto número de kukumeles, los tenía que lanzar desde una determinada distancia tratando de introducirlos en el bocho. Aquél que lo conseguía se llevaba todos los arrojados hasta ese momento.

En Gamboa (A) jugaban con las cucurras impulsándolas con el dedo y tratando de introducirlas en un agujero, siguiendo un orden de intervención; o lanzándolas desde una raya hacia un hoyo intentando meter el mayor número de ellas. * *

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En Gamboa (A) también se jugaba con un círculo. Cada niño tenía una cucurra de su predilección que era más redonda, bonita y pesada que las demás y que recibía el nombre de madrola. Antes de iniciar el juego se determinaba el orden de participación lanzándola hacia una raya trazada en el suelo tratando de acercarla a ella lo más posible.

A continuación cada jugador depositaba una cucurra dentro del círculo. El que más cerca de la raya hubiese dejado la madrola era el primero en lanzarla hacia el redondel con la intención de sacar las agallas. Para tener éxito era necesario arrojarla con fuerza. Todas las que lograba desplazar pasaban a su poder, con la única condición de que la madrola también saliese. Si se quedaba dentro debía devolver a su posición las cucurras que había sacado.

Cada chaval guardaba su madrola como oro en paño y muchos la ponían a remojo durante la noche para que se hinchara y ganase peso.

Curruquetas y forma de juego en Apodaka (A). Fuente: Dibujo de Juan José Galdos, Grupos Etniker Euskalerria.

En Apodaca (A) elegían las curruquetas más lisas y grandes. Las recogían un poco verdes y después las secaban a la sombra para que no se agrietaran y quedasen duras. Trazaban un círculo o corroncho y dentro del mismo posaba cada jugador tres o cuatro agallas, poniendo una encima de las demás (ver dibujo). Después tiraban con otra curruqueta desde el poyo. Las que salían del círculo eran para el jugador de turno, pero si la lanzada quedaba dentro, era eliminado y tenía que volver a dejar en el corroncho las que hubiese desplazado.

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En Salcedo (A) ponían las curabachas en fila (otros jugaban con nueces) y tiraban desde cierta distancia tratando de desplazarlas. Cada uno guardaba las que lograba mover.

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En Bernedo (A) un niño lanzaba un cuscurete hacia una pared. El siguiente en hacerlo tenía que procurar que el suyo quedase a una distancia de un palmo o menos del primero. Si lo conseguía ganaba la agalla del contrincante.