Los anderos. Hil-ohezaleak

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los anderos eran las personas que llevaban las angarillas o las andas donde se transportaba al muerto desde la casa a la iglesia y al cementerio para ser enterrado. Por extensión, más modernamente, se aplica este mismo nombre a los portadores del féretro o caja que ha sustituido a la antigua modalidad de traslado.

Antiguamente, según se ha recogido en las localidades encuestadas, estuvo extendida la costumbre de que fueran los vecinos de la casa del difunto los encargados de llevar las andas o transportar el féretro. En los lugares donde tuvieron arraigo las cofradías, si el fallecido era miembro de alguna de ellas, los portadores de las andas eran los cofrades de la que hubiera pertenecido el difunto. Si el fallecido era propietario de varias casas, fue común que los inquilinos se encargaran de la conducción del cadáver.

En Alava, según la tradición, eran los mozos del barrio o la localidad del difunto los anderos. Ellos eran también los encargados de preparar y distribuir la «caridad». En Bizkaia se ha recogido que en tiempos pasados estuvo generalizada la costumbre de que los portadores del féretro fueran vecinos casados o solteros de acuerdo con el estado civil que hubiera tenido el difunto. En el País Vasco continental[1] los portadores del féretro, hilketariak, eran también los vecinos de la casa mortuoria. Generalmente los elegía el primer vecino, lehenauzoa, quien había de cumplir esta misión con delicadeza para no dejar fuera a ninguno a quien pudiera corresponderle.

Pasado el tiempo, la antigua costumbre de que fueran los vecinos los portadores del féretro, aunque no ha desaparecido, ha ido cediendo terreno en favor de que sean los familiares y amigos del fallecido los encargados de llevar el cadáver.

Esta labor ha estado siempre encomendada a hombres o mozos, nunca a mujeres. La excepción a este principio general se daba cuando el fallecido era un niño, en cuyo caso en Vasconia continental los anderos se correspondían con el sexo del cadáver. También en otras localidades se ha recogido que las niñas tomaban parte en el traslado de los restos de una menor.

Existen indicios de que en el siglo pasado en determinados lugares la conducción del cadáver se llevaba a cabo por gente profesional a la que en compensación la familia pagaba derechos de arancel. Más recientemente, en algunas localidades se ha constatado la costumbre de personas expresamente dedicadas a transportar el féretro.

En las zonas rurales también existió la tradición de que fuera siempre más o menos la misma gente la encargada de los traslados del féretro. Como contraprestación se les pagaba de una u otra forma los servicios, dándoles además un refrigerio.

Es norma común que el cadáver sea conducido con los pies hacia adelante. Casi siempre se le coloca de igual forma en la iglesia. Si se trata de sacerdotes, durante la conducción se les lleva con la cabeza hacia adelante y en la iglesia quedan con el rostro mirando al altar.

La conducción tenía y tiene generalmente dos fases. La primera cubre el trayecto desde la casa mortuoria directamente al cementerio o al pórtico donde quedaba en tiempos pasados depositado el cadáver en tanto se celebraba el oficio funeral o actualmente al interior de la iglesia puesto que las exequias son de cuerpo presente. La segunda comprende el traslado desde la iglesia o el pórtico al cementerio.

Antiguamente todos los traslados se hacían a pie. Los anderos cargaban con las angarillas o con el féretro en andas. Desde algunos lugares de dificil acceso también se trasladaba en carro o carreta. Desde antiguo se conocieron las cajas o ataúdes que se llevaban en andas, agarrados por las asas con los brazos estirados o de la forma más común que consiste en llevarlos a hombros.

En las villas y en los barrios de población concentrada de las anteiglesias o de otros núcleos poblados, a partir de la década de los 50 se introdujo la costumbre de que fueran las agencias funerarias las encargadas de los menesteres relacionados con el enterramiento. Entre sus cometidos está el realizar los traslados con el furgón fúnebre. En las zonas rurales estos hábitos han tardado más en introducirse llegando incluso a no haberse implantado en algunos lugares hasta fecha tan reciente como los ochenta.

Hoy día por tanto, es la funeraria la que realiza todos los traslados precisos en el coche fúnebre. Unicamente se hacen a pie los cortos recorridos desde la casa al furgón, de la puerta de la iglesia al interior, finalizada la ceremonia de nuevo al coche fúnebre y en el cementerio para depositarlo en la fosa. En estos casos son los familiares, amigos o vecinos quienes llevan la caja a hombros. Aunque son excepción, aún quedan localidades en que se conserva la tradición de hacer andando el recorrido desde la casa a la iglesia y al cementerio.

De ordinario, el número de los portadores era de cuatro. Si concurrían determinadas circunstancias desfavorables, como que el trayecto a recorrer fuera largo, el traslado complicado por el estado de los caminos o el excesivo peso del difunto, eran seis u ocho los llevadores. En estos casos había unos puntos establecidos para efectuar el cambio de turno. A la vez se rezaba un responso o servía simplemente para que la comitiva y sobre todo los portadores se tomaran un descanso.


 
  1. Michel DUVERT. “Données Ehtnographiques sur le vécu traditionnel de la Mort en Pays Basque-nord” in Munibe, XLII (1990) p. 481.