Misas gregorianas. San Gregorioren mezak

Al igual que en otras regiones también en Vasconia ha tenido cierta implantación la costumbre de encargar la celebración de treinta misas en sufragio del difunto. Estas misas reciben el nombre de «gregorianas» y se les ha atribuido una especial virtualidad. San Gregorion mezak eukiten daurie inder aundie decía una informante de Orozko (B). Era creencia que el alma del difunto por el que se aplicaban estas misas salía del Purgatorio una vez que terminaran de celebrarse (Sangüesa-N)[1].

Estas misas habían de celebrarse durante treinta días seguidos sin interrupción alguna. Por esta razón los curas de las parroquias eran remisos a aceptar estos encargos y los familiares del difunto acudían a los conventos donde las posibilidades de cumplir aquel requisito eran mayores.

En tiempos pasados, no era raro el que figuraran en los testamentos mandas particulares para la celebración de misas gregorianas. Con todo, no fue general esta modalidad de sufragio; ha sido más propia de familias acomodadas. Su práctica se ha registrado en varias localidades.

En Ataun (G), en la década de los años veinte, una de las disposiciones testamentarias más frecuentes era la relativa a la celebración de las misas gregorianas, San Gergorio-mezak. También en Zegama (G), en esta misma época, había costumbre de encargar la celebración de las misas de San Gregorio[2].

En las localidades alavesas de Berganzo, Moreda, Ribera Alta y Salvatierra (A) estuvo arraigada la costumbre de mandar celebrar las treinta misas gregorianas. En la actualidad va decayendo esta práctica.

Título de Misa Perpetua. Puente la Reina (N), 1977.

En Amézaga de Zuya (A), al igual que en las poblaciones anteriores, la celebración de estas misas se encargaba en algún convento de la zona. La razón estribaba en la dificultad que tenía el cura del pueblo para comprometerse a celebrar treinta misas seguidas por la misma intención. Debido a esta particularidad el estipendio para las mismas era más elevado.

También en Bermeo (B), hoy en día (1991), estas misas se encargan en el convento que tienen los Padres Franciscanos en la villa. Las Parroquias de Santa María y Santa Eufemia de esta localidad aceptaban estas peticiones antaño cuando contaban con un cabildo numeroso.

En Mélida (N), las personas interesadas en sacar misas gregorianas o «cuarentenas» (misas durante cuarenta días seguidos) las encargan al vecino Monasterio de la Oliva.

En Durango (B), eran las familias más acomodadas y a la vez más piadosas las que hacían el encargo de las misas gregorianas.

En Allo (N), las familias de mejor posición económica, en casos por deseo testamentario del finado, encargaban la celebración de misas gregorianas; al final de cada una de ellas, lo mismo que en las de la novena, se rezaban responsos.

En Berastegi (G), cuando la familia recibía gran cantidad de dinero para estipendios, encomendaba la celebración de misas gregorianas.

En Sangüesa (N), hasta la década de los años ochenta, se decían misas gregorianas en las parroquias. Hoy apenas se dicen debido a la dificultad que presenta a los sacerdotes el comprometerse durante treinta días seguidos a celebrar las misas por la misma intención.

También en las localidades de Hondarribia (G), Orozko, (B), Améscoa y Aoiz (N) se ha registrado la costumbre de mandar celebrar misas gregorianas en sufragio de los difuntos.


 
  1. El origen de esta creencia y de esta práctica que tuvo gran difusión en Europa durante la Edad Media se encuentra en un hecho narrado por San Gregorio Magno en su obra Diálogos, libro IV, cap. LVIII, 8-16. Este escritor del siglo VI, que fue abad del monasterio del Monte Celia y más tarde Papa, cuenta que un monje de su monasterio había transgredido la regla reteniendo sin licencia tres monedas de oro. Por esta falta fue separado de la comunidad y, a su muerte, enterrado en lugar apartado. Transcurrido un mes el abad Gregorio (el mismo que narra el suceso) mandó que durante treinta días seguidos se ofreciera el sacrificio de la misa para su perdón. Una noche el monje fallecido se apareció en sueños a un hermano suyo médico a quien comunicó que aquel mismo día había pasado a un estado de felicidad. El médico acudió al monasterio y contó la visión; los monjes se percataron que ese mismo día se había cumplido el trigésimo desde que se comenzó a ofrecer misas por la salvación de su alma. Vide Gregoire LE GRAND. Dialogues. Tomo III. Sources Chrétiennes. 265. Paris, 1980, p. 188 y ss.
  2. AEF, III (1923) pp. 113 y 111.