Molinos vecinales o comunales

En Abezia (A) los molinos eran propiedad del pueblo y a ellos tenían acceso abierto todos los vecinos. Había algunos en régimen de bique, es decir, de socios bigueros con derecho a explotación que también se encargaban de su mantenimiento mediante veredas. Para su utilización había que pedir la vez o la llave. Servían para moler el grano de los animales y el destinado a hacer pan blanco para las personas. Los vecinos no pagaban por su uso si bien estaban obligados a acudir a las veredas dedicadas a su mantenimiento. Los informantes recuerdan que el molino vecinal de Abezia tenía dos pares de piedras, uno para moler alimento para personas –de piedra blanca– y el otro para animales. En la década de 1970 se introdujeron los molinos eléctricos, que también son propiedad del pueblo.

En Agurain (A) hasta comienzos del siglo XIX los molinos fueron de propiedad municipal y se sacaba a remate su explotación. A partir de entonces pasaron a ser de propiedad particular. Hasta los años 1960 en algunos barrios como el de la Madura, existía un horno de propiedad colectiva situado a la entrada del barrio donde los vecinos llevaban la masa del pan elaborado en cada casa para cocer el pan. De la misma manera había hornos en cada una de las anejas.

En Apodaka (A) había un molino harinero con dos piedras: una blanca para moler el trigo y otra negra para piensos. Pertenecía a una sociedad de la que forman parte vecinos de tres pueblos. Hace años que no se utiliza. Se molía por renque. En la temporada que tenía abundante agua, el grano se llevaba en el carro; cuando había escasez de agua, se llevaba con las yeguas carga y media. En la posguerra la piedra blanca estuvo precintada. La junta administrativa compró un molino eléctrico para piensos; lo colocó en el portegado de la escuela, a cada vecino la junta le cobraba por la cantidad molida.

En Argandoña (A) la agricultura tradicional en sociedad suponía el uso común de varios servicios como el molino, las limpias de grano o algunas máquinas como las trilladoras y aventadoras. Hoy día la harina se compra en el mercado procedente de las industrias harineras por lo que los molinos hidráulicos tradicionales se han abandonado con el consiguiente deterioro o ruina.

La villa de Bernedo (A) tuvo en tiempos pasados un molino para los cuatro pueblos de su jurisdicción (Villafría, Navarrete, Angostina y Bernedo) que fue público hasta finales del siglo XIX en que fue expropiado por el gobierno.

En Pipaón (A) en el siglo XX los servicios principales eran comunes a todo el pueblo, desde el molino, limpiadora de grano, tractor, trilladora, fuentes, lavadero, bebederos, pastos, fogueras de leña, etc. Poco a poco cada vecino fue adquiriendo las máquinas que le eran necesarias para no tener que depender de nadie ni tener que guardar turno para servirse de ellas.

En Moreda (A) hubo un molino, temporalmente, a mediados del siglo XX en la almazara del trujal de molienda de olivas. Hoy día no hay ninguno. Existió también antiguamente un horno público donde se cocía el pan de todos los vecinos, que fue derribado hace tiempo y del que solo queda el topónimo en una calle de la villa.

En Ribera Alta (A) los molinos solían ser del pueblo o junta administrativa o también de una sociedad compuesta por vecinos de diferentes pueblos o juntas. Los vecinos debían contribuir a su buen estado cuando se viera la necesidad de ello y se decidiera en el concejo. En otros casos pertenecían a una sociedad formada por varios propietarios. Hoy en día, los primeros han sido reparados por la Diputación Foral de Álava. No ha ocurrido lo mismo con los segundos pues se desconoce la titularidad de los mismos al haber fallecido los antiguos propietarios.

En Treviño y La Puebla de Arganzón (A) la mayor parte de molinos eran de propiedad concejil, no faltando los privados de las grandes familias, ni los de socios. La corta población de algunos lugares obligó a sus habitantes a unirse para la construcción o mantenimiento de un pequeño molino. Tal fue el caso de Aguillo y Ochate o el de Ogueta y Marauri. La presencia de la Iglesia en este campo ha sido muy limitada, con solo dos molinos en la localidad de Franco, pertenecientes a capellanías fundadas en Vitoria. Hornos colectivos ha habido en Arrieta y Doroño, y en Pangua.

En el Valle de Valderejo (A) el uso de los molinos harineros para alimentación del ganado se hacía siguiendo un orden adrático[1] previo sorteo llevado a cabo con unas bolas de madera, alargadas y ahuecadas en su interior para alojar las papeletas con los nombres de los vecinos. En los años 1950 se adquirieron molinos movidos por energía eléctrica que sustituyeron a los anteriores. El primero lo compraron los vecinos de Villamardones en el año 1956 y a él le siguieron los demás pueblos.

En Aoiz (N) hubo molinos harineros de propiedad municipal en los siguientes pueblos: Aoiz, Gorraiz, Arrieta, Artozqui, Azparren, Lusarreta, Nagore, Osa, Uriz, Usoz y Oroz-Betelu. Estaban situados en el mismo pueblo o cerca de él, junto al río. En Aoiz, además, hubo una fábrica de harinas que funcionó entre 1920 y 1945, con una capacidad productora de 14 000 kg diarios y daba ocupación laboral a varias personas del pueblo.

En Muez (Valle de Guesálaz) y Ugar (Valle de Yerri) (N) algunos molinos funcionaban a su vez como trujales para la producción de aceite. Este era el caso de uno de los de Riezu (Yerri) al que acudían a moler el grano y la oliva tanto desde su propio valle como desde el de Guesálaz. En Muez se siguió moliendo cereal en el propio molino hasta bien entrado el siglo XX. El sistema era el tradicional de entrega de una parte del grano, la harina u otro producto al molinero a cambio de la harina. Pero este no fue el único artefacto de molienda de la región.

Según los restos de sus edificaciones o los topónimos, sabemos que en Yerri los hubo en Alloz, en Lácar (donde se conserva un campo con el nombre de Errotakoa y otro con el de Molino), Villanueva de Yerri (una pieza es denominada como “la del molino” o Igarabidea –camino del molino–) y en Zurukuain.

Los de Guesálaz antes de verse obligados a moler en los molinos de Riezu, los tuvieron en Arzoz, Guembe (existe el topónimo Errotabidea), Iturgoyen (aunque es sabido que durante mucho tiempo los vecinos de este pueblo arrendaban uno en Riezu), Muez (“regadíos del molino”), Muzqui (hoy arruinado), Esténoz (queda el topónimo de Rotachar –Errotazar– donde antiguamente se ubicó el molino Erbierrota), Irurre, Lerate, Viguria (antigua propiedad del palacio del lugar) y Vidaurre. Este último pertenecía al concejo, que lo sacaba a subasta por tres años.

El molino de Muez estuvo en funcionamiento hasta bien avanzado el siglo XX y al igual que el de Vidaurre y otros muchos del valle pertenecía al concejo y era arrendado por unos años. En estos contratos se establecían las condiciones marcando el precio de alquiler, el mantenimiento de las ruedas, la limpieza de las acequias, etc. En Salinas de Oro existieron dos molinos. En uno de ellos, el Molino de Arriba, en el paraje de Errotaldea entre sus cuentas de 1834-1836 recogía el gasto efectuado en la celebración de la “errotatxate” o comida del molino. Solo durante el período del racionamien to tras la Guerra Civil se entregaba todo el grano al Servicio Nacional del Trigo para su molienda y posterior redistribución.

En el Valle de Roncal (Ustárroz, Isaba y Urzainqui) (N) los molinos eran comunales (el de Ustárroz se alquilaba por un tiempo).

En San Martín de Unx (N), en tiempos pasados los vecinos de la localidad tuvieron el uso y disfrute del “molino farinero de la villa”, que cada tres años se arrendaba “a remate de candela para que no fuera desatendido el servicio de molienda”[2].

En Viana (N) respecto de los molinos vecinales ya en el Fuero, otorgado por Sancho VII el Fuerte a los que poblaron Viana en 1219, se anota: “Si algun poblador fiziere molino en el río d Ebro peche al rey V sueldos en el primer anno e non ia más. E si ningún poblador fiziere molino en su pieça o en su huerto o en su vinna non de part al rey por su aqua”.

El molino harinero más importante ha sido, hasta bien entrado el siglo XX, el situado en Recajo, en el río Ebro, de propiedad municipal, que ya existía por lo menos en el siglo XVI, y fue muy remodelado en siglos posteriores a causa de las riadas. Otros se levantaron, seguramente ya durante los siglos medievales, junto a los pequeños riachuelos que surcan la jurisdicción, como los de Valdevañes, Valdevarón y Perizuelas. Y hay también que añadir el de los benedictinos, “casa molino con sus ruedas”, de la casa real de Santa María de Nájera.

En Zeanuri (B) los molinos eran de propiedad particular. Unos pocos fueron antiguamente ferrerías que fundían mineral y pertenecían a casas solariegas: Olabarri, Altzibar, Axpe. Dos de los molinos situados en el río Beretxikorta fueron de propiedad compartida. Erdiko errota perteneció a cuatro propietarios “porcioneros” del barrio de Alzusta y Barrengoerrota era copropiedad de once casas del mismo barrio: siete de ellas tenían una parte entera y cuatro media parte.

En el Valle de Carranza (B), durante el siglo XVIII, existieron en sus barrios molinos comunales, que a diferencia de los que eran de propiedad privada, su utilización estaba libre de aportar en especie la maquila o puñera por la molienda. Su uso se repartía rotativamente en períodos o veces de explotación en razón del grado de participación que se había tenido en su construcción. Entre estos se contaba La Candadeda en el barrio de Sierra; Zalama en La Cadena, perteneciente a los vecinos de Ranero; La Aceña del Cura edificado por los de Aldea-cueva; Malmolino en La Calera del Prado y Solapeña en Presa.

Durante el siglo XIX persistían todavía molinos comunales como los de Baulalastra en Pando y Solapeña en Presa. Pero a principios del siglo XX solo quedaban sus ruinas como testigos de un modelo de propiedad comunal muy arraigado en este Valle.


 
  1. Adra: prestaciones personales o trabajos impuestos por los ayuntamientos a los habitantes del término municipal para la ejecución de obras públicas. Federico BARAIBAR. Vocabulario de palabras usadas en Álava. Madrid: 1903.
  2. El sistema de arriendo a “remate de candela”, todavía vigente en la villa de Cáseda a fines de la década de 1970, consistía en una subasta pública donde los asistentes pujaban por obtener el arriendo, en el espacio de tiempo que comprendía la consunción de una candela encendida. La persona encargada de encender la candela era el alguacil, quien tras el encendido daba la voz de “candela viva”, que iniciaba las pujas.