Obtención de las sanguijuelas, izainak, uzanak

Habitualmente las sanguijuelas se cogían en los cursos de agua próximos a cada localidad; se trataba de zonas conocidas. Recuerdan en Amézaga de Zuya (A) que en los pozos de Monreal, localizados entre Belunza y Marakalda, había muchas de ellas. En caso de necesidad acudían a los mismos y capturaban unas cuantas. En Bernedo (A) las cogían en el pozo de Faido o de Maestu o en la laguna de Urturi. En Pipaón (A) también las traían del pueblo de Faido, en el Condado de Treviño. En Mendiola (A) y Goizueta (N) las localizaban en las balsas o pozos cercanos a ambas poblaciones. En Moreda (A) se traían del término vianés de la Bercebrera. Se criaban dentro de unas pilas de piedra que había en dicho término, entre el lodo y las hierbas que allí crec ían. Las traía a Moreda cualquier vecino que acudiera al citado lugar. En Sangüesa (N) se cogían en los estanques y en los abrevaderos de las caballerías. En Hondarribia (G) se acudía a los ríos a capturarlas y en Aoiz (N) a una regata del pueblo. En Lekunberri (N) aseguraban que en el río Larraun, en el tramo próximo a Alli, las había en abundancia.

En Allo (N) se cogían entre el fango de las balsas pero al parecer no eran muy abundantes porque el hospital de la villa las pagaba a nueve reales la docena por los años cuarenta del siglo XIX. En Orozko (B) algunos decían que las sangijuelak o txupoiak debían cogerse en las fuentes ferruginosas.

En Lezaun (N), en los tiempos en que se recurría habitualmente a las sanguijuelas, había quienes se introducían en las balsas, donde abundaban, y aquellas que se les enganchasen a los pies descalzos las cogían y las vendían.

Por el contrario, en Moreda (A) el médico las solía traer de las boticas de Viana o de Logroño. En Elosua (G) y Lekunberri (N) también se compraban en la farmacia. En Telleriarte (G) recuerdan que solía haber en cualquier pozo pero normalmente se traían de la botica en un recipiente con agua.

Sanguijuelas, izainak. Fuente: Dioscórides. Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos: edición de 1566. Madrid: Fundación de Ciencias de la Salud, 1999.

Cuenta el que era practicante en San Martín de Unx (N) a finales de los años setenta, que su padre, a quien sucedió en el cargo, y su abuelo estaban obligados contractualmente con el ayuntamiento en el sentido de que debían disponer de sanguijuelas en su establecimiento para aplicarlas a los enfermos que necesitaran que se les extrajera sangre. El informante recuerda haberlas visto e incluso él mismo llegó a capturarlas en una balsa de Miranda de Arga en la que se metían con las piernas desnudas para que se les agarrasen enseguida. Acto seguido salían del agua y con la uña, sin dejarles chupar sangre, las separaban de las piernas y las introducían en un gran frasco de cristal con agua en el que se transportaban a San Martín. El agua del frasco se cambiaba a diario con el fin de que no se perjudicaran los cincuenta o sesenta animales que contenía el recipiente. Algunas sanguijuelas se tenían aparte, criando en un cajón de madera con bolas de arcilla, donde ponían sus nidos. Era preciso rociar el cajón con agua todos los días al objeto de que los animales tuvieran la humedad necesaria. El ministrante de San Martín facilitaba sanguijuelas a sus colegas de Lerga, Ujué y otros pueblos cercanos. Dice que estas sanguijuelas, que llama medicinales, se diferenciaban de las burriqueras en el hecho de que mientras éstas succionaban sangre y la expulsaban, continuando agarradas, las medicinales, una vez llenas, se desprendían por sí mismas. En el pueblo se dispuso de sanguijuelas hasta los años cuarenta.

Satrustegui recopiló información muy interesante sobre el mercado de las sanguijuelas, itainak, que garantizaba el abastecimiento de los núcleos de población a cargo de los sanguijueleros, itaindunak. Relata la actividad del último de ellos que hubo en Urdiain[1] (N).

De las sanguijuelas se valoraba su acometividad, se rechazaban las flojas, falloak, porque apenas trabajaban. La mejor mercancía era la que les servían de Francia. Efectuaban los pedidos cada semana en la cuantía que requería la demanda. Generalmente les aprovisionaban de mil a mil quinientas unidades. Este hombre recorría Navarra, Álava, La Rioja, Gipuzkoa y Bizkaia y atendía únicamente a farmacias.

Los animales le llegaban en un principio en cestas de mimbre introducidas en saquitos. Más tarde se las mandaban en cajas de madera; lo que no varió fueron las bolsas de tela blanca bien cosidas para que no pudieran escaparse. Una vez en casa el cuidado doméstico de las mismas corría siempre por cuenta de las mujeres.

Las sanguijuelas se lavaban bien con agua fresca, operación que repetían con relativa frecuencia antes de ser almacenadas. Se conservaban en recipientes llenos de arcilla gris en la que se iban incrustando una a una. Para ello disponían de una caja muy consistente y cuatro tinajas grandes de cerámica. Llenaban los recipientes con capas superpuestas. Extendían la base de arcilla en el fondo, la perforaban con las yemas de los dedos y en cada orificio depositaban una sanguijuela. Volvían a colocar otra capa de arcilla y repetían la operación. De este modo llegaban a cubrir las vasijas hasta arriba.

Por este procedimiento de la arcilla blanda podían vivir mucho tiempo, incluso algunos años. Las partidas dispuestas para su distribución se introducían en saquitos blancos humedecidos que el portador tenía el cuidado de remojar en el camino. También podían recuperarse después del tratamiento. Extendían ceniza en el suelo y las dejaban circular libremente; de este modo desalojaban la sangre ingerida[2].


 
  1. Se trataba de Juan Miguel Galarza, que falleció en Urdiain en 1927 a los ochenta y cinco años de edad.
  2. José Mª SATRUSTEGUI. “El mercado de las sanguijuelas en el País Vasco” in CEEN, IV (1972) pp. 43-51.